¡Por el Monsi, bohemios!

evocación aproximativa de Víctor Nava-Marín

A Francisco Moreno Rodríguez, quien me enseñó

a jugar ajedrez y me dio a leer mis primeras lecturas.

Con la intención de hacer más bien una evocación aproximativa, trataré de articular, a manera de semblanza biográfica, reveladores apuntes, notas, anécdotas y entrevistas sobre una figura imprescindible de la cultura en México y Latinoamérica: Carlos Monsiváis (1938-2010), uno de los escritores e intelectuales más agudos y determinantes en los últimos años; apuntes, notas... que retomé de algunos programas y entrevistas que le fueron hechos en distintas fechas y lugares, dentro y fuera del país y que dan cuenta de la dimensión intelectual, cultural, humana de este personaje, que supo vivir íntegra y congruentemente con su manera de ser, de pensar, de actuar.

Originario de la Ciudad de México (en concreto de la colonia Guerrero), desde muy niño se introdujo en la plácida e inquietante aventura de los libros al comenzar a acercarse a muchas y variadas lecturas —apenas a los 4 años sabía ya de memoria algunos salmos y versículos de la Biblia—, las que, además de definir y enriquecer su vocación, habrían de despertar en él una conciencia social, crítica, moral, ética, que lo guio en todos los actos de su peculiar vida. Tales actos, al asumir un congruente compromiso ideológico social, le ganarían el cariño y el afecto, la simpatía y la admiración de quienes supieron y saben reconocer su privilegiada inteligencia para generar y transmitir pertinentes y provocadoras ideas.

Vasto en el dominio de géneros y temas, rico y caudaloso en su elocución y en su estilo literario, tanto con sus charlas, pláticas y conferencias (disponibles algunas en internet) como en sus libros, textos, artículos, supo entablar una empática conexión con sus audiolectores, testigos de su agudo sentido crítico y cáustica ironía para abordar cuestiones de todo tipo. Esto se advierte en los títulos y conceptos de su variada obra: El 68, la tradición de la resistencia; Salvador Novo: lo marginal en el centro; Días de guardar; Los rituales del caos; El estado laico y sus malquerientes (crónica/antología); Aires defamilia. Culturay sociedad en América Latina; Pedro Infante. Las leyes del querer; Principados y potestades; Entrada libre: Crónicas de la sociedad que se organiza; Escenas de pudor y liviandad; Apocalipstick; Nuevo catecismo para indios remisos, por mencionar sólo algunos.

Lo mismo puede decirse de sus cuestionamientos, proclamas y declaraciones: “¿Hay tal cosa como la identidad mexicana?”, “lo que no podemos admitir [sobre Acteal] son explicaciones que ofendan no sólo la inteligencia sino el sentido moral del país”, “El hombre de Estado debe surgir de una sociedad crítica, educada, para nada complaciente con los gestos de la sociedad”, “Quizás ningún otro movimiento cambió tanto a México como el feminismo”, “La vida es un gran relato de un libro en el que somos los autores”, “Uno es siempre juez de lo que lee, lo quiera o no”. Asimismo, son amenas y reveladoras las anécdotas que solía contar, como la de aquel ‘irreverente' suceso ocurrido durante una comida de la revista Siempre! (la cual tuvo lugar quizás en mayo de 1968), en la que, en presencia de ‘La Unidad Nacional' [?] e importantes invitados, “de pronto se levanta el Loco Valdés con su estilo peculiar —precioso—, haciendo todo tipo de demostraciones y exclamaciones onomatopéyi-cas sobre naves de marcianos y le dice a Gustavo Díaz Ordaz: «No sé por qué usted, Molcas...», y le dice de nuevo: «No, mi Molcas...», en fin... Entonces toma el micrófono el periodista Blanco Moheno: «Nunca creí, en mi vida de periodista, de hombre entregado al servicio, de hooombre de la patria, de hoombre que sacrifica todo por expresar sus convicciones. que me tocaría una ocasión como ésta de ver cómo un comicucho como éste se refiere al presidente. Cómo es posible, señores, que aceptemos que el presidente, el guardián de las instituciones, es [sic] tratado como Molcas. Yo quiero que en este instante el señor Valdés le pida perdón al señor presidente». Entonces, el Loco Valdés, impertérrito, le dice: «Pues yo siempre le he dicho así al señor presidente, ¿verdad, Molcas?)»”.

O la anécdota que narrara, con el sereno humor que le caracterizaba, cuando en una entrevista le preguntaron sobre su fama: “Yo creo ser conocido en varios ámbitos, en parte por insistencia, en parte por la necesidad de mantener una presencia; pero, en fin. no creo ser famoso. Las veces que salgo a cenar, por ejemplo con alguien verdaderamente famoso —digamos con Juan Gabriel—, compruebo la diferencia. Generalmente termino en la mesa de junto, porque en la mesa de Juan Gabriel están sólo los que le piden autógrafos, los que le quieren cantar canciones que piensan que él puede plagiar, etcétera, etcétera. Yo simplemente soy conocido. ¿Qué es la fama en la Ciudad de México? Yo supongo que es la necesidad de ocultamiento. Me ha pasado que llegan y me dicen: «¿Me da por favor su autógrafo?», y digo «Sí», disponiéndome a ese encuentro caligráfico; y entonces me dicen: «Sí, porque yo lo vi a usted en la televisión. ¿Cómo se llama usted?». Entonces les digo: «Juan Rulfo». «Sí, sí, usted es Juan Rulfo»”, remataba irónicamente.

Ahora bien, retomando mi propósito evocativo, recuerdo que en mi niñez-adolescencia, en la casa de la familia Moreno Rodríguez —la que me acogía como familia—, donde iba con mucha frecuencia buscando ‘monitos' o tiras cómicas, entre otros textos, solía ojear el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!, en el que me topé por vez primera, y luego repetidamente, con aquel rostro prognático de Carlos Monsiváis, cuya fotografía, en un pequeño recuadro, acompañaba la que sería su emblemática sección “¡Por mi madre, bohemios!”, la que, sin embargo, por el solo nombre, nunca me atreví a leer porque —¿pecado infantil?— se me hacía más bien para borrachos o para gente del bajo mundo (?), pues no podía entender cómo era posible brindar por una madre con bohemios (mi mentalidad no daba para más). Pasaría mucho tiempo para entender que dicho término (bohemio) tiene un sentido libertario y para darme cuenta de la importancia de un ‘hombre de palabra' que supo actuar con la razón, con el sentimiento y con el alma, como lo hizo Carlos Monsiváis, comprometido consecuentemente con la actividad periodística, con el quehacer literario y con el activismo en pro de las causas y las demandas sociales.

Y qué decir de su amplio conocimiento de la poesía —en particular de la mexicana de los siglos XIX y XX—, sobre la que llegó a dar pláticas y conferencias en distintas universidades e instituciones por las que llegaba a ser invitado; o de otra de sus grandes pasiones, el cine, “curioso tránsito de una colectividad resumida”, en torno al cual comenta que, en el caso de México, se le ha permitido a la hegemonía cultural de la pequeña burguesía dictar el camino, el del ánimo retentivo por medio del aval como exigencia comercial: se sujeta al espectador en sus butacas, “ya no en las situaciones melodramáticas sino en el lenguaje y las apetencias”. De igual modo, en una entrevista que sobre el mismo tema le hicieron para TV Perú en 2010 (disponible en YouTube), dejó expresadas sus perspicaces y elocuentes impresiones personales: “No ha sido una transcripción cinética de lo que somos (los mexicanos) —en los mejores momentos dista de serlo—; es una visión épica, mitológica de lo que así quiere ser el mexicano; aunque sí hay una aproximación a lo real, entendido lo real como ilusión, sueño, deseo de grandeza, de transformación de lo cotidiano; el cine de los años cuarenta y cincuenta fue muy verdadero en su mitomanía, en su grandilocuencia. El melodrama (Los olvidados, La mujer del puerto, Santa) ha sido verdadero porque si no hay familias y situaciones como las que refleja, las familias, las personas reaccionarían dramáticamente. El melodrama es verdadero en la medida en que se ha acercado al deber ser (autodestructivo, trágico, patético) de las personas. Entonces, a través de un rodeo, sí creo que el cine mexicano ha dado cuenta de lo que somos. El melodrama ahora (Amores perros) es violencia física, precedida, acompañada y encumbrada de violencia verbal, y uno ve muy claramente que la violencia verbal es el gran desahogo para que la violencia no se convierta en el todo. Uno se da cuenta que la transformación del lenguaje a través de la concentración en las antiguas obscenidades o en las llamadas ‘malas palabras' es una transformación del lenguaje que da cuenta de las nuevas libertades que ocurren precisamente para mediatizar o catalizar lo que se daría de otra manera con violencia extrema. Creo yo que el melodrama actual, el tremendismo actual, tiene el mismo sentido que tenía el melodrama clásico de las lágrimas, las madres resignadas, los padres autoritarios, los sollozos en los que se inundaba la familia, y que lo que se da ahora en escenas de profunda violencia son visualmente mitomanías... Nos destruimos así para evitar destruirnos en la realidad: Arturo de Córdova, registro freudiano de la sociedad; Pedro Armendáriz, una gran presencia, la postura, la fuerza, la incapacidad de control (tiene tanta fuerza que sólo se controla con el estallido); Fernando Soler, cuando se inspiraba, se convertía en una realidad social; Libertad Lamarque, con quien no hay manera de conciliar aun después de muerta; María Félix, malísima como actriz, pero su presencia absolutamente deslumbrante; Sara García, quien sigue siendo la madre de todos los mexicanos: la prueba de que México no ha perdido su identidad es que cuando uno piensa en su abuela o en su madre, piensa en Sara García o a través de Sara García”.

Un ejemplo claro de esto nos lo da el propio Monsiváis en aquella breve pero memorable interpretación del patético Santa Claus que hiciera en Los caifanes (1967) de Juan Ibáñez, cuando, tras ser sacado por la fuerza del restaurante o bar al que han llegado los protagonistas (interpretados por Julissa, Enrique A. Félix, Sergio Jiménez, Óscar Chávez, Ernesto Gómez Cruz y Eduardo López Rojas), regresa con una desgarradora exclamación de dolor humano: “(refiriéndose a Óscar Chávez, quien canta una canción que alude a la madre) ¡Dejaaadlo que brinde por mi madre! Madre, aquí está tu hijo, ¡yaay... yaay... yaay! Madre, aquí está tu hijo, ¡yaay... yaay! ¡Soy un desgraciado!. ¡Soy un desgraciado!”. Además de ésta hay que mencionar que tuvo también otras participaciones, como personaje incidental, en películas como En este pueblo no hay ladrones (1965) de Alberto Isaac, y La guerrera vengadora 2 (1991) de Raúl Fernández hijo, por mencionar sólo algunas.

De igual modo, y por la importancia que tiene para el ambiente cultural de la entidad mexiquense, no quisiera pasar desapercibido el generoso detalle que este personaje tuvo con el caricaturista toluqueño Bernardo Campos, quien para su libro Las ratas de Bernardo (2000), que le publicó la Universidad Autónoma del Estado de

México, le solicitó un texto, el cual, para sorpresa de muchos —incluida la de quien esto escribe— le escribió de manera estimulante e incondicional, sin desaprobar siquiera, como lo haría algún otro escritor prestigiado, alguna de las observaciones o correcciones que, como encargado de la edición, me atreví a hacerle, y con las cuales estuvo de acuerdo, lo que prueba su sentido de solidaridad y tolerancia a la crítica.

Mas pese a la fama e importancia que logró alcanzar, tanto por su perspicacia intelectual como por su posición crítica, social, no es de extrañar —o tal vez lo hacía como una forma de demandar compresión, cariño— que se autodefiniera como un gato sin gracia y sin siete vidas, como “alguien que no tiene voluntad suficiente como para ahorrarse los tragos amargos de saber que hablan sobre él”. No es de extrañar tampoco que en el homenaje que se le rindió tras su muerte (ocurrida el 19 de junio de 2010) en el Palacio de Bellas Artes, y al margen de la presencia oficialista (fuera de lugar), cubierto en su féretro con las banderas mexicana, de la Universidad Nacional Autónoma de México y del movimiento gay, estuviera acompañado —como en vida— por sus amigos más cercanos, por sus vecinos y gente del pueblo que lo consideraban también su amigo, por quienes tanto lo quisieron y admiraron como símbolo emblemático e insustituible del 68 y de las proclamas sociales, para quienes (sin contener el hondo pesar por su fallecimiento) representó “una inteligencia comprometida” (Salvador M. della Rocca); “un hombre honesto” (el Fisgón); “una persona tan solitaria, tan indefensa” (Cristina Pacheco); “el psicoterapeuta del alma nacional” (Adolfo Corta); “el Memorioso, el que respira en la conciencia colectiva mexicana y penetra en las venas de nuestro país” (Pepe Gordon); “el último escritor público en México” (Adolfo Castañón), “el poeta de lo que sucede y un gran novelista de las pasiones cotidianas” (Silvia Lemus).

Por eso, y aunque en alguna ocasión sentenciaste, Carlos, que “el presente/ya es porvenir y olvido”, asumiéndome como un bohemio levanto una copa de vino para brindar, en tu memoria, por el enorme legado que nos has dejado, incluido el Museo del Estanquillo, el cual fue posible gracias a tu afán por coleccionar arte popular y al que nunca distinguiste entre éste y el arte mayor. ¡Salud!, pues, Monsi, aunque hayas sido un empedernido abstemio, aun en El Califa, donde te honraron como el Rey Califa, y te aseguro que, a través de tus libros, tus ideas y tu ejemplar activismo, serás por siempre recordado tanto por tus presentes y futuros lectores como por quienes asistan a tu peculiar y popular Estanquillo, orgullo y obra de quien, rehuyendo de todo ofrecimiento oficialista, llegara a sentenciar que “vivir del presupuesto es vivir en el error”.

El autor:

Víctor Nava Marín. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas y en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Además de actor y director teatral, fue académico universitario de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), corrector de estilo para el Fondo de Cultura Económica, Publicaciones Cultural y Comunicación Social del gobierno estatal; y coordinador editorial en la Subdirección Editorial del Instituto Mexiquense de Cultura. Autor de Tres décadas de teatro en la UAEM: para conjurar la desmemoria (2001), Fandango de los muertos. 30 años. Crónica de una muerte teatralizada (2016) y Cinco décadas de cineclubismo en la UAEM. Relato narrativo testimonial. Alcances y perspectivas (2018). Es frecuente colaborador en revistas y publicaciones de carácter cultural, entre ellas Castálida y La Colmena. Actualmente, estudia la maestría en Humanidades: Estudios Latinoamericanos (UAEM).

 

evocación aproximativa de Víctor Nava-Marín

 

Publicado, originalmente, en: La Colmena  103 • julio-septiembre de 2019 • pp. 116-121

La Colmena es una revista de difusión cultural de la Universidad Autónoma del Estado de México

Link del texto: https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/10362

 

Ver, además:

Carlos Monsivais: entre cultura, alfabetos y signos urbanos por Washington Daniel Gorosito Pérez (Uruguay) c/videos

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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