Álvaro Mutis

por Heber Raviolo

Nacido en Bogotá en 1923, alejado hace ya muchos años de su país y establecido en México, Alvaro Mutis es un excelente ejemplo de esa "segunda línea" de escritores hispanoamericanos —de primerísima categoría— que no ha obtenido una gran notoriedad pública ni una difusión multitudinaria, a los que venimos prestando particular atención en esta segunda serie de "Lectores de Banda Oriental".

Aunque, durante casi dos décadas. Mutis fue conocido fundamentalmente como poeta, y valorado entre las figuras más importantes de la nueva poesía colombiana e hispanoamericana, su nombre no dejó de figurar en algunas antologías del cuento colombiano que pusieron de relieve la importancia de su breve obra en prosa aun antes de que esta tomara cuerpo en el volumen que hoy incluimos en nuestra Colección.(1)

Perteneciente a una generación en la que aparece rodeado de nombres como los de Gabriel García Márquez (1927), Pedro Gómez Valderrama (1923), Manuel Mejía Vallejo (1923) y Alvaro Cepeda Samudio (1926-1972), la obra de Alvaro Mutis podría tal vez caracterizarse por una especie de variedad casi proteica, si se tiene en cuenta su brevedad: "La balanza" (poemas, 1947, escritos en colaboración con Carlos Patiño); "Los elementos del desastre", poesía, 1953; "Reseña de los hospitales de ultramar", poesía, 1959; "Diario de Lecumberri", relatos, 1960; "Los trabajos perdidos", poesía, 1965; "La mansión de Aracaíma", relatos, 1973; "Summa de Maqroll el gaviero", 1973 (que agrupa la mayor parte de su obra poética) y "La mansión de Araucaíma" (relatos, Seix Barral, Barcelona, 1978, que reúne lo más importante de su obra en prosa. Agrupa testos ya aparecidos en "Diario de Lecumberri" y en "La mansión de Araucaíma" (1973), a los que agrega el relato titulado "El último rostro").

Con respecto a su poesía, Suescún nos dice que es "quizá el poeta más importante de su generación" y de ella nos permitimos dar una breve muestra —perteneciente a "Los trabajos perdidos", su libro poético más importante— que tomamos de la reseña que Fernando Charry Lara le dedicó en la Revista Eco(2):

Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.

Sobre la a hojas de plátano,

sobre las altas ramas de los cámbulos,

ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima

que crece las acequias y comienza a henchir los ríos

que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.

La lluvia sobre el zinc de los tejados

canta su presencia y me aleja del sueño

hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego.

en la noche fresquísima que chorrea

por entre la bóveda de los cafetos

y escurren por el enfermo tronco de los balsos gigantes.

Ahora, de repente, en mitad de la noche

ha regresado la lluvia sobre los cafetales

y entre el vocerío vegetal de las aguas

me llega la intacta materia de otros, días

salvada del ajeno trabajo de los años.

La lectura do "La mansión de Araucaíma" puede deparar al lector un doble asombro.

En primer lugar, asombro por la versatilidad de su autor. Cada uno de los cinco relatos constituye un orbe aparte, tanto desde el punto de vista formal como temático. Si, cuando presentábamos los cuentos del mexicano Eraclio Zepeda destacábamos su estrecha unidad de tono, de enfoque, de estilo y de lenguaje, en el caso de Alvaro Mutis nos encontramos, aparentemente, con el fenómeno opuesto. Desde la ubicación espacio-temporal de los relatos —que abarcan el trópico colombiano actual, la Bizancio del siglo VIII, la Colombia del siglo pasado, una aludida Jandripur, en Pakistán, y una supuesta Colombia moderna que sirve de fondo a una reencarnación bíblica— hasta la diferencia de lenguaje que podemos apreciar si compararnos el texto maravillosamente despojado de "El último rostro", con la prosa poética de "Sharaya" o el lenguaje más alambicado —magníficamente alambicado— de "La muerte del estratega", lo que nos atrapa en una primera instancia en la variedad de registros y la soltura del autor para moverse en todos ellos.

Oscar Collazos trae a cuenta el ya un tanto abusivo término "barroco"' para referirse al primer relato del libro, y aunque esta extrema variedad de enfoques, de temas y lenguaje pudiera inclinarnos a un análisis de la obra de Mutis en relación a esa vertiente, nos parece que estaríamos cayendo en un error de apreciación si así lo hiciéramos.

Porque el segundo asombro que nos produce la obra de este autor es la sencillez, que no vacilaríamos en calificar, aunque sea provisionalmente, de "clásica", con que Mutis resuelve sus complicaciones. Es en ese sentido, por encima de todas sus diversidades, que el libro nos deja una sólida sensación de unidad, de solidez intelectual, más allá de sus personajes torturados o de sus situaciones-límite.

Si tuviéramos que buscar un elemento común a todos estos cuentos, diríamos que el suyo es un mundo sin Dios o, mejor aún, un mundo en el que se siente el vacío de Dios, como una ausencia que esta reclamando por sí misma, sin culpa de nadie.

En el relato que da titulo al libro, el narrador insiste en referirse a la historia como un "sacrificio''. Hace referencia a detalles ceremoniales, nos habla de una "participación primordial en la tragedia", de una "providencial participación en los hechos", de un personaje que sale purificado de la prueba, de un "complicado y ciego mecanismo" y de la "ligereza de quien se entrega al destino con la ciega confianza de un animal sagrado”. Pero todo ese lenguaje ceremonial choca con el vacío interior de los personajes, que parecen moverse en un plano totalmente ajeno a cualquier motivación trascendente, ya sea moral, intelectual o espiritual.

"El último rostro'' y "Sharaya"' nos muestran la soledad de dos seres situados -diversa y trágicamente- por encima de quienes los rodean: el santón transformado casi en un fósil, y el libertador Simón Bolívar. Si el santón nos puede hablar de "un tiempo sin cauce como un grito sin voz en el blanco vacío de la nada". Bolívar puede afirmar que aquí, en América, "se frustra toda empresa humana'', y agregar: "nadie ha entendido aquí nada", para llegar a una desolada conclusión: "toda relación con ¡os hombres deja un germen funesto de desorden que nos acerque a la muerte”.

Si la ausencia de Dios, o de un principio superior, parece manifestarse en estos dos relatos en la trágica falta de relación entre la grandeza de estos dos hombres y el medio que los rodea, en "Antes de que cante un gallo” la situación es, si se quiere, más explícita, no obstante el carácter mítico-simbólico del relato. Ese maestro y sus doce discípulos actúan en una sociedad moderna que parece no guardar ni rastros de la presencia, la doctrina y la influencia de sus remotos modelos. Y cuando Pedro, muerto el Maestro, comprende "cuan extraño era (él) a su doctrina y al imposible sacrificio que suponía”, es como si "el blanco vacío de la nada'' se instalara en el relato desde una eternidad.

Sin duda es en "La muerte del estratega" —que, junto con "El último rostro”, nos parecen dos verdaderas obras maestras- donde mejor se expresa la necesidad del hombre de llenar de alguna manera ese vacío.  Y pensamos que no es una casualidad que sea este el cuento que cierra el volumen, pues su última página de alguna manera abarca y resume el sentido de la obra entera. Después de pensar que "con el nacimiento caemos en una trampa sin salida", el estratega, "ante el vacío que avanzaba hacia él a medida que su sangre se escapaba", siente "que su vida no había sido en vano, que nada podemos pedir, a no ser la secreta armonía que nos une pasajeramente con ese gran misterio de los otros seres y nos permite andar acompañados una parte del camino. La armonía perdurable de un cuerpo y, a través de ella, el solitario grito de otro ser que ha buscado comunicarse con quien ama y lo ha logrado, así sea imperfecta y vagamente".

Si echamos una mirada hacia atrás, hacia el primer relato del libro, podremos abarcar la distancia que va de aquellas figuras de la mansión, que se movían como muñecos llevados a un final que ignoraban en medio de un pseudo ceremonial que no sentían, a este personaje de Alar el Ilirio, cuya tortura interior, cuyo desasosiego espiritual, lo lleva a sentirse "dueño del ilusorio vacío de la muerte".

Heber Raviolo
Álvaro Mutis
La mansión de Araucaíma - Cuentos
Lectores de la Banda Oriental - Segunda serie Nº 15

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