Que, así como me ame él, yo no lo ame nunca

de Adrián Muñoz | Ensayos, Traducciones

 Versiones del sánscrito védico al español de Adrián Muñoz

Estos dos poemas y su comentario forman parte de Primer amor (Antología poética), un libro que recoge los poemas amorosos más antiguos de 52 lenguas distintas, la mayoría de ellos traducidos directamente al español. El volumen, editado por Francisco Segovia, Adrián Muñoz y Juan Carlos Calvillo, y publicado por El Colegio de México, aparecerá próximamente en librerías.

                                                                                                                                                                                                                                       —La Redacción

~ Anónimos : “No te vayas” y “Consúmete de amor” ~
(India, circa siglo xi a. C.)

No te vayas

Así como la enredadera abraza por completo al árbol,
así mismo abrázame tú
           para que me ames y no te vayas.

Así como el águila golpea el suelo al batir sus alas,
así sacudo yo tus pensamientos
           para que me ames y no te vayas.

Así como el sol circunda cielo y tierra,
así mismo rodeo yo tu mente
           para que me ames y no te vayas.
 
Consúmete de amor

Este es el amor de las seductoras y triunfantes ninfas.
Oh diosas, lancen su poción de amor:
           ¡que se consuma de amor por mí!

Que me ame, querido y amoroso.
Oh diosas, lancen su poción de amor:
           ¡que se consuma de amor por mí!

Que, así como me ame él, yo no lo ame nunca.
Oh diosas, lancen su poción de amor:
           ¡que se consuma de amor por mí!

Háganlo enloquecer, dioses tormentosos; enloquécelo, viento;
enloquécelo, fuego.
           ¡Que se consuma de amor por mí!

La producción literaria más antigua en India de que tenemos conocimiento pertenece a lo que se denomina civilización védica, un larguísimo periodo de tiempo que corre del año 1500 al 500 antes de Cristo, aproximadamente. La riqueza cultural de la época védica depende sobre todo de los Vedas, colección literaria que da nombre a la civilización. Dicha colección es monumental y posee distintas clasificaciones. Una de ellas agrupa el enorme corpus en cuatro ramas, a saber: el Rigveda (Rgveda), el Samaveda, el Yajurveda y el Atharvaveda, donde se incluyen los poemas que aquí ofrezco. El Atharvaveda fue la última rama en ser aceptada dentro del canon védico. Algunos especialistas señalan que ello pudo haber sucedido alrededor del siglo viii a.C., aunque es bastante posible que los textos del Atharva existieran desde varios siglos atrás. Cada una de estas cuatro ramas literarias de los Vedas incluye un número variable de composiciones de distintos géneros. De manera muy simple, se pueden identificar colecciones de himnos (samhitās), textos de carácter litúrgico (brāhmanas) y especulaciones filosóficas (upanisads). En términos generales, cada Veda posee un carácter particular. Así, por ejemplo, en el Rigveda encontramos un marcado énfasis en la alabanza de los diferentes dioses del panteón védico; por esa razón, este Veda es el que tiene mayor número de himnos.

Por su parte, el Atharvaveda se caracteriza por estar compuesto de una gran cantidad de encantamientos y hechizos; se trata del Veda más mágico, por así decirlo. Esto nos habla de una sociedad que no está únicamente preocupada por cuestiones de ultratumba o el reino de los dioses; tenemos un atisbo de personas preocupadas por situaciones naturales y concretas: enfermedad, amor, esterilidad, prosperidad… Este tipo de motivaciones no está disociado de la topografía donde se desarrolló la civilización védica. Los pueblos indoarios —originalmente pueblos seminómadas—, que salieron siglos atrás de las estepas de Asia central, se asentaron en la zona del sur de Asia ahora conocida como la Región de los Cinco Ríos, o Punjab (pañjāb). El más importante de éstos era el Indo, que da nombre a la República de India y del cual procede el gentilicio para sus habitantes, los indios. La paulatina transformación de vida nomádica en sedentaria supuso que estos pueblos se apoyaran cada vez más en la riqueza fluvial y desarrollaran la agricultura, entre otras cosas. La literatura védica ofrece copiosos ejemplos de estos motivos. Además, se aprecia una suerte de optimismo tácito: en la medida en que los cánticos y los rituales se efectúen de manera oportuna, los dioses serán propicios y la prosperidad vendrá como un don del cielo.

Y justo por ese carácter laudatorio es difícil hallar ejemplos de poemas amorosos en el Rigveda, es decir, versos que hablen de emociones románticas entre seres humanos. Hay, sin duda, cantos que entonan relaciones o sentimientos, pero éstos se dan por lo general entre los habitantes del panteón védico. Existen unos cuantos himnos rigvédicos de este tipo, la mayoría contenidos en los Libros i y x, que son algo posteriores al resto de las samhitās. Ello no hace sino reforzar el hecho de que el tema amoroso llega más tarde a la literatura védica; y, cuando llega, es primero arropado por el lenguaje sacro del universo divinizado que canta el Rigveda.

Un caso interesante involucra a Indrani (Indrānī), consorte de Indra, el rey de los dioses en el panteón védico. Hay al menos tres himnos vinculados con ella. En dos, Indrani antagoniza con mujeres rivales y se jacta de ser invencible, como se ve a continuación:

Se yergue allí el sol, se yergue aquí mi fortuna.
Mujer astuta y hábil, he triunfado sobre mi esposo.
Soy el blasón; soy la cabeza. Soy la formidable y la última palabra.
Solo a mí obedecerá mi esposo; me alzo triunfante.
Mis hijos dan muerte a los enemigos; una emperatriz es mi hija,
y triunfante yo, mi voz reina en el oído de mi esposo.
                               (…)
He conquistado y derrotado a todas mis rivales;
reino como emperatriz sobre este héroe y este pueblo.

El tercero es un canto enigmático. Como nos recuerda Wendy Doniger, el indólogo Louis Renou lo consideraba el himno más raro de todo el Rigveda,y con toda justicia. Se trata de una conversación entre cuatro personajes: Indra, Indrani, el mono Vrishakapi (Visākapi) y la esposa de este. Al parecer, Indrani se queja de que el mono se ha sobrepasado con ella, pero Indra, que lo tiene como uno de sus protegidos, trata de calmar a su esposa, desestimando las acusaciones. Más adelante, la esposa del mono interviene y se refiere explícitamente a la potencia o la contención del vigor sexual tanto de Indra como del mono, Vrishakapi. Los juegos de sentido y de palabras de este himno son muy intricados y en realidad nunca se aclara el embrollo; antes bien, el himno concluye en lo que sugiere un encuentro orgiástico o la venia para el adulterio. Como sucede en muchos otros poemas antiguos, el decoro no tiene lugar aquí y las alusiones sexuales son directas; en un verso dice la propia Indrani: “No hay mujer con lomos como los míos, ni que haga el amor como yo. Ninguna se tiende contra un hombre como yo, ni levanta y abre sus muslos como yo”. Es una declaración muy extraña si lo que intenta es denunciar el acoso o el abuso sexual de un mono.

Aún más extraño resulta que, en la versión javanesa del Ramáyana, al recordar las proezas amatorias de su esposo, Rama, Sita se refiera justo a Indrani, no a Indra. Sita es en realidad la antípoda de Indrani; si una es recatada y casta, la otra es aplomada y sexual; si una promete devoción conyugal, la otra triunfa sobre sus rivales, y aun sobre su propio esposo.

Entre otros ejemplos de cantos semi amorosos tenemos las historias —más conversaciones en verso, realmente, que narraciones— de Agastya y Lopamudra (Lopāmudrā), de Purúravas y Urvashí (Purūravas, Urvaśī) y de Yama y Yamí (Yamī). En el primer ejemplo, Lopamudra arde en deseos de unión carnal mientras su esposo expresa su intención de cumplir sus votos de castidad. El himno expresa una proverbial tensión en la tradición índica: la tracción constante entre ascetismo y erotismo. La tensión de ese microrrelato se resuelve en una unión que culmina en la reproducción, en la progenie, más que en placer carnal. El segundo ejemplo se refiere al enamoramiento entre la ninfa Urvashí y el hombre Purúravas, una historia que se elaboró con más detalle en textos posteriores. En el himno rigvédico, por ejemplo, ella no expresa demasiada felicidad y satisfacción, como sucede, en cambio, en las versiones más tardías. El tercer ejemplo presenta un tema tabú, pero para nada infrecuente en la literatura antigua: el incesto. En dicho himno, Yamí exhorta una y otra vez a su hermano Yama, el dios de la muerte, a “acercársele en íntima amistad”; le implora: “Deja que tu mente entre en mi mente como el esposo entra en el cuerpo de la esposa”. Yama es categórico: no deberían hacer “eso que no se ha hecho antes”, e indica lo indigno del acto: “Si antes hemos proclamado la verdad, ¿habremos ahora de susurrar mentiras?” Mas Yamí no ceja y sigue insistiendo: “rodemos juntos, como las ruedas de la carreta”; “mezcla tu cuerpo con el mío”. Yama se mantiene inflexible y la unión no se concreta. La hermana queda sumida en el silencio, pues no habla más, lo que resulta un poco misterioso pero al mismo tiempo sensato, ya que hay una simbólica gradación del sonido: al principio, ambos proferían en voz alta la verdad; luego, Yamí insinúa que “susurren” lo que su hermano llama falsedad; y, al final, ella enmudece. En ningún lado de la literatura posterior se vuelve a hablar del asunto.

Sin duda, en el Rigveda predomina la invocación a los dioses y la idealización del mundo, mitologizado en sus diversas y arquetípicas personas divinas. La naturaleza misma está mitologizada (el Sol, la Aurora, las Aguas, la Palabra, la Planta sagrada, el Fuego…)

Como en casi toda la literatura antigua, es muy difícil —si no imposible— identificar autores aquí. Aunque algunos himnos védicos se atribuyen a algún bardo, en términos generales se trata de textos anónimos. Téngase en cuenta, además, que los Vedas no son ni fueron nunca textos seculares, sino que se consideran literatura sagrada. Ello, sin embargo, no impide que algunos versos puedan vincularse con la vida cotidiana. Es lo que sucede con los dos poemas traducidos para esta antología. Opté por estos, en lugar de los himnos rigvédicos antes referidos, porque, a diferencia de ellos, estos dos pequeños encantamientos están más cerca del mundo profano; en ellos resulta más palpable la ansiedad y el anhelo de personas de carne y hueso. Decidí traducirlos, pues, porque permiten ver dos caras de una misma moneda, y porque también nos dejan vislumbrar las inquietudes de la mujer védica y los modos en que da voz a sus deseos. Ambos cantos se hallan en el Libro vi; son los himnos 8 y 130, respectivamente. Aparecen aquí según el orden en que allí se incluyen y no por consideraciones de extensión o género.

Aunque los poemas del Atharvaveda no tienen título, algunos de los primeros orientalistas ofrecieron rúbricas que permitieran identificar los versos según su tema. Así, en este caso tenemos “Hechizo de amor de un hombre” y “Hechizo de amor de una mujer”, como los intituló Ralph Griffith a finales del siglo xix. Yo me he aventurado a ofrecer otros títulos, para ventilar un poco el cariz lúdico del romance. Titulé el primero, “No te vayas”, porque la frase funge como una suerte de estribillo en las tres estrofas del poema y porque ha resonado a lo largo y ancho del tiempo y el espacio. La repetición de esta frase (como sucede en muchos otros poemas o encantamientos del Atharva) tiene como finalidad reforzar la intención del oficiante y asegurar que la voluntad expresada en verso se cumpla. Bien pensado, ello no es demasiado diferente de todas las canciones contemporáneas que, precisamente, repiten “No te vayas” (“Please, don’t go”).

Al segundo poema lo titulé “Consúmete de amor”, aunque en sentido estricto ella no le habla directamente a él. Sin embargo, creo que este título emula bien la intención y la expresividad de la voz poética. Como en “No te vayas”, aquí también hallamos una frase o estribillo que expresa el deseo intenso que tiene la voz poética por asegurar un objetivo: en este caso, el amor de un hombre. Resulta apropiado que la mujer invoque a las diosas y las apsaras, suerte de ninfas védicas renombradas por su belleza y poder de atracción. Invoca también a los maruts, divinidades asociadas a las tormentas y, por lo general, indomables. Ello se explica porque aquí la mujer no busca que su amado la acaricie como un suave rocío matutino, sino que enloquezca, se atormente, sufra de amor y se desborde tempestuosamente. El tema recuerda al Dante de “áspera lengua”, el que pide a Amor que haga sufrir a su dama las penas que él mismo padece. Pero hay una diferencia. Mientras que Dante busca que la balanza de amor y desamor se equilibre (y, en ese caso, dar oportuno consuelo a la doncella), en el poema védico la intención es asegurar el amor de un hombre, no para ver así correspondido el amor de una mujer, sino para que esta logre la devoción de él. Los versos dicen que la mujer desea enloquecer de amor al hombre, no que vaya a corresponder a ese amor; más bien todo lo contrario: “Que, así como me ame él, yo no lo ame nunca”. ¿Prevención, prudencia, venganza? Imposible saberlo.

He realizado la traducción directa del sánscrito védico al español. El sánscrito védico difiere del clásico, sobre todo, en algunas cuestiones morfológicas y prosódicas, pero en términos generales son mutuamente inteligibles. Utilicé el texto transliterado y transcrito que ofrece gretil (Göttingen Register of Electronic Texts in Indian Languages), a partir de la recensión saunaka del Atharvaveda. Consulté además las traducciones al inglés de Ralph Griffith y William D. Whitney, de fines del siglo xix e inicios del xx. La de Griffith procuraba emular hasta cierto punto el sabor literario, mientras que la de Whitney acusa un tono filológico y erudito. A mí me interesaba lograr versiones que pudieran leerse como poemas autónomos. No como miembros de un corpus escritural, sino como poemas por su propio peso, aunque en interacción lúdica.
 
Ninguno de estos cantos depende de rima, aunque el estribillo (afianzador del encantamiento) hace las veces de rima involuntaria. Dicha cantinela está destacada gráficamente en mi versión. No recurrí a verso medido, sino que decidí concentrarme en conservar las imágenes y juegos de palabras.

Vale la pena decir un par de cosas acerca de unas palabras de interés. En “No te vayas” he traducido como “pensamiento” y “mente” la voz manas, que posee estos dos significados, pero que a veces también puede entenderse como “corazón”. Interpreto que en este poema se trata más del ámbito mental puesto que el hechizo pretende hacer desfallecer a la amada, hacerle perder la razón, al igual que pasa en “Consúmete de amor”. La locución “para que me ames” traslada la expresión mām kāminy aso, literalmente “que seas deseosa/ amorosa de/ hacia mí”. Kāminī tiene simultáneamente el sentido de estar llena de amor y ser presa del deseo. En “Consúmete de amor”, el leitmotiv es smara (y derivados), que traduzco como “amor”, “poción de amor”, “amar”. La voz sánscrita deriva de la raíz smí, cuya primera acepción es “recordar”. En efecto: uno recuerda constantemente al ser amado. La voz poética de este poema pretende que él piense en ella incesantemente. Ya en el panteón del hinduismo clásico, varios siglos después, Smara será, precisamente, uno de los epítetos de Kāmadeva, el dios del amor.
 
Bibliografía de interés

Atharva-veda Samhitā. Traducción y comentario crítico y exegético de William Dwight Whitney. Harvard University Press, 1905.

Atharvaveda-Samhita, Saunaka Recension. Basada en la edición Gli inni dell’Atharvaveda (Saunaka). Transliteración de Chatia Orlandi, Pisa, 1991; cotejada con la edición de R. Roth y W. D. Whitney. Atharva Veda Sanhita. Berlín, 1856. Input de Vladimir Petr y Petr Vavrousek. TITUS Redaction de Jost Gippert, 31 de enero de 1997. El texto de los libros 11- 20 mejorado por Arlo Griffiths, el 18 de mayo de 2000 y Philipp Kubisch el 13 de marzo de 2007. Revisión de Arlo Griffiths, agosto de 2009. gretil.sub.uni-goettingen.de/gretil/1_sanskr/1_veda/1_sam/avs___u.htm Fecha de consulta: 7 de junio de 2021.

Basham, Arthur, ed. A Cultural History of India. Oxford University Press, 1983.

Basham, Arthur. The Wonder That Was India. Picador, 2014.

Macdonnell, Arthur. A History of Sanskrit Literature. D. Appleton and Company, 1929.

Mylius, Klaus. Historia de la literatura india antigua. Traducción de David Pascual Coello. Trotta, 2015.

The Hymns of the Atharvaveda. Traducción de Ralph T. H. Griffith. www.sacred-texts.com/hin/av/index.htm. Fecha de consulta: 7 de junio de 2021.

The Rig Veda. One Hundred and Eight Hymns. Selección, traducción y notas de Wendy Doniger O’Flaherty. Penguin, 1981.

Winternitz, Moriz. A History of Indian Literature. Oriental Books, 1977.

Presentación Libro "Primer amor. Antología poética"

Invitamos cordialmente a la presentación de libro "Primer amor. Antología poética" Francisco Segovia, Adrián Muñoz, Juan Carlos Calvillo (eds.) Comentan Antonio Bolívar, Juan Carlos Calvillo, Adrián Muñoz y Francisco Segovia Modera Silvia E. Giorguli Producción: Coordinación de Servicios de Cómputo / Departamento de Servicios Tecnológicos Digitales

 

Ensayo de Adrián Muñoz / Ciudad de México, 1975. Es indólogo, poeta y traductor del inglés y del sánscrito. Es autor de Radiografía del hathayoga (El Colegio de México, 2016) y Los versos satánicos de Blake (Ediciones de Educación y Cultura, 2012), entre otros títulos. Su primer poemario publicado se intitula Kintsugi (Cactus del Viento, 2019).

 

Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía | Ensayos, Traducciones 24 octubre, 2022

Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura,

Link del texto: https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/que-asi-como-me-ame-el-yo-no-lo-ame-nunca/

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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