El mito, alba y niñez

Tomado de

“Flecha en la niebla. Identidad, palabra y hendidura”.

Hugo Mujica

Editorial Trotta. 1997 (3ra edición 2003)

Sonoridad del silencio. Ecos de la primera vez.

Escribir es sentir pasión por el origen; es tratar de llegar al fondo. El fondo siempre es el comienzo.

El más allá fue, en el dédalo del signo, la llamada angustiosa de los orígenes, percibida de aurora en aurora. 

Me remonto al origen del signo, a la escritura no formulada que esboza el viento sobre la arena y sobre el mar, a la escritura salvaje del   pájaro y del pez revoltoso. 

Edmond Jabès

I.

 

La vida, la viviente, se inaugura, arde, cada día.

 

Toda a-parición es parto.

 

Lo esencial nace, es dado a luz, después vive. Lo posterior es historia, no ontología. Rodar, no punto inicial.

Proceso, no acontecimiento.

Sombra.

 

Sobre la amplitud de un valle, valle sin vallas, apertura bajo lo abierto, nace el sol.

Tea fulgente.

 

Sobre el horizonte que enciende nace, bajo él, todo lo que estaba sin mostrarse, sin saber de su ser.

Cada día nace, encendiéndose, un mundo intacto.

 

Hacia adelante el vacío, el paisaje de toda aparición, el de la posibilidad pura, hacia atrás, el vasto silencio del ser.

 

Arriba y abajo lo único, lo posible.

La luz inicial que inicia.

 

El atardecer, como el alba, sólo necesita una estrella.

Iniciación de la luz: sentido. Sentido de un comienzo, emergencia de un sentido, origen.

Mito.

 

               (No en su cenit. Saliendo o poniéndose el sol asombra, 

                maravilla.

               Por oculto el misterio habla.)

                  

Todo mito habla de la instauración de una realidad, de cómo algo se revistió de ser.

O, como el ser lo revistió, desnudándose él. Sustrayéndose.

 

Se va dejando: símbolo. Representación de una ausencia. Mitad perdida.

Despedida de todo encuentro.

 

El origen es verbo. Es originando: dejando ser. Ausentándose. Se ausenta irrumpiendo, oriundez vertical: abriendo el espacio que ausentándose regala.

 

El origen no es inicio: inicia.

Es iniciático.

 

Origen y mito se dicen separándose. No son lo mismo: el mito es la separación.

La diferencia en y de lo originado.

 

El origen es expresión: mito. El mito comunicación: fundación. El mito origina.

Origen desbordante, transgresivo y excesivo de sí mismo...

Gratuidad: sin por qué ni para qué.

(Razón o sin razón del milagro.)

 

Niñez. Ronda que juega, no anillo del tiempo. Sin desde ni hacia. Ni a partir de, ni en función de.

 

Olvido de sí.

 

El origen no responde más que a sí mismo. Se conjuga en sí mismo, desde sí: es, dijimos, gratuidad.

No utilidad.

 

Alba: anuncio y presencia.

Palabra inicial.

Relato de lo indecible. Lo que al decir es narración, ya no inicio. Tiempo, no instante.

 

Horizonte, no tajo.

 

Origen perdido. O encuentro: originar lo perdido.

Crear.

Nombrar.    

                      Lo callado

 

 

Agua en el agua.

 

Hay que traducir lo intraducible: lo que nunca fue                                       

pronunciado.

 

La creación de lo imposible.

La palabra quebrada, el inicio.

 

(El vacío vaciado, pero de espaldas a la búsqueda: lo que                           

se calla.

 

La búsqueda, no su eco:

                                    lo buscado.)

 

Agua en el agua, no lluvia.

O lluvia en la lluvia, no sobre las espaldas.  

II.

 

El origen se dice, su palabra original es el mito.

 

El mito dice al origen.

Al origen que se dice mito. Mito de origen: de fundación. Sobre esa palabra se fundamenta el mundo.

Las épocas, las culturas. También, cada hombre.

 

Y las palabras.

Origen de lo poético que es lo poético como origen.

 

Palabra o símbolo, que expresa una potencialidad del fondo inagotable del origen, del origen como lo inagotable.

Lo imposible.

Pero no lo imponderable.

 

El mito, como alba y niñez, no pasa. No es pasado, es hondura. Venero.

 

Hondura que aflora cuando encuentra espacio, para surgir: un hueco donde manar.

 

Relato de lo indecible (lo indecible no como lo que no se puede nombrar, como lo que pide ser escuchado), el mito busca una escucha donde exponerse.

Paradigma de la vida, busca un espíritu donde hacerse carne.

Desde y en donde inscribirse.

Labrarse realidad.

 

III.

 

Mito de todo mito, mito fundacional, es el de la fundación del mito: la cosmogénesis.

La experiencia originaria del ser.

 

Acto inaugural de lo humano, en lo humano. Irrupción de la conciencia: toma de conciencia de lo otro.

Sagrado o numinoso.

Creador.

 

Manifestación de lo cualitativamente distinto, ajeno a las percepciones habituales. Original.

Alteración fundamental dentro de la continuidad de lo vital. Ruptura cualitativa. Herida, manantial.

Salto.

 

El mito no instaura un sentido mostrándolo de forma explícita, unívocamente, lo hace haciendo surgir nuevos símbolos.

Dando a la existencia nuevos enigmas.

Dilatando interrogantes.

 

Acto fundador que rompe el círculo del orden establecido, sedimentado, y abre la escena a la actualización de un sentido o un valor, la valoración de un sentido o el sentido de un valor.

Inauguración de un orbe de valores en torno a los cuales, y en los cuales, se inicia y pone en marcha una comunidad de destino.  

(Escuchar en el mito una interrogación es volverlo a                          

narrar una y otra vez desde el principio, y es narrarlo                             

manteniendo la pregunta que fue: narrar sin cerrar ni                                

cesar.

 

Narrar el inicio de la narración.

Iniciarse en una narración que desmitifica todo final.

 

Narración sin fin, siempre comienzo de un origen.

Origen sin posible verificación fundativa y, por lo                                      

mismo, justificativa fuera de su propia narración.

 

La fabulosa narración que lo desentraña y despliega. Lo                                

interroga y desmitifica...

Para volver a comenzar.

A preguntar.)

Cada apertura cultural, ya desde lo histórico y no lo ontológico, se inaugura y alumbra desde esa aurora, habita esa apertura.

Plexo de sentido.

Núcleo ético-mítico.

 

Punto fijo, eje. Gozne.

Centro.

Lejanía o cercanía: jerarquía.

 

Reservorio de sentido del cual se extraen las valoraciones, los ideales. La comprensibilidad. La significación.

 

Experiencia de radical alteridad, recepción, desde la cual se ponderará toda experiencia de lo religioso.

Lo donado.

 

Lo que no se infiere ni suma, sumando todas las virtualidades de la historia, la existencia, mi vida.

 

La que no se paga sumando, la insobornable gratuidad.

 

Lo que se tiene mientras no se retenga, mientras se vuelva a pedir: rito, liturgia.

Memoria del origen. Actualización de lo sido pero no ido, de lo mismo que no es lo igual. Presente de un pasado que no es pretérito: es hondura.

Potencia.

Entrega.  

(Suprema apuesta religiosa: religados a la recepción. Y                        

su reverso y condición: abandono del yo.

 

Soltarme.

 

Un soltar que no suelta nada pues nada tenía, pero que                               

soltando nada, abre las manos.)  

IV.

 

Mito: la concepción original y originante del mundo sustentada por el hombre para sustentar su mundo. Dar un sentido a su existencia.

 

La luz inaugural también enciende caminos. El símbolo se da al pensamiento. La imagen se narra.

Mientras el mito, su sentir y percibir, sentir y reaccionar, creer y expresar, tiene vigencia, dispensa vida, el hombre se siente seguro en su existir.

El hombre hace casa.  

          (Lámpara en el sucesión de las noches, su sombra en la                 

repetición de los soles.  

Dolmen, templo... hito en el vértigo del espacio, orientación. Y fiesta, lo mismo, pero en el remolino del tiempo.)

 

Con el andar y narrar el origen se aleja, la narración se enajena. El pensamiento se distancia. Se reifica.

 

La construcción cultural se resquebraja, la forma se hunde en el vacío que contiene.

El rito repite al rito. Cada día al anterior. (Calcos de una ausencia.

Desandar de lo perdido.)

 

El símbolo se opaca signo.

La palabra se cosifica codificándose. Dice, pero no vibra. Canta, pero sin música.

 

El centro -que lo es mientras nada lo ocupe, mientras sea su vacío el que dé suelo, arraigo- se cubre con puentes, se acalla con seguridades.

 

(Centro que no es centro, es central. Como el de la danza, que bailando lo crea.

Danzándolo lo es.)

 

Vuelve la noche sobre el alba inaugural. Gracia de la desgracia, la noche pide luz.

Lo cerrado intemperie.  

(El alma inmensidad.)  

Escucha. Respuesta. Camino.

Una marcha hacia lo desconocido, intemperie inapropiable, incolonizable.

Indisponible.

 

Hasta que en el afuera no se haga pie. Hasta que la brecha del afuera se abra por dentro.

 

V.

 

Atrás, o mejor aun, en lo hondo de la hondura, en el pasado que no pasa, en la maternidad de nuestra conciencia originante, nace y crece el símbolo, y desde lo remoto se extiende por el tiempo histórico.

 

Se despliega vida.

Presencia configurante.

Poética de la transfiguración. Figuración del sentido. Mito.

 

Un mito instituye, no porque produzca e imponga un sentido único a todos los hombres, habla porque sugiere sentidos diferentes, inagotables, a un hombre único.

Al hombre.

 

A su espíritu.

Lo único del hombre, lo que hace a cada hombre único.

 

Su apertura.

Su facultad de comenzar. Su libertad.

 

Lugar inaugural, no ya cósmico, humano.

Inaugural y destinal.

 

Sin el mito una dimensión de la vida -la que se sustrae al pensamiento, la que se escurre entre los agujeros de la malla racional, la que se apaga cuando se enciende la luz de la razón-,   una dimensión del ser que da vida expresándose, quedaría sin expresión.

Sin donación.

 

El mito, como el símbolo, el lenguaje, el hombre y dios, como todo lo esencial de la existencia, abre y prodiga sus virtualidades significativas a quien lo asume y habita.

 

A quien es en él, en su sombra o su luz, no frente a él.

A quien se abre a él y en él para acogerlo como epifanía del misterio original.

Como lo originado por el misterio.

 

Es este abrirse, dejándose abrir por la pulsión que busca expresarse en la apertura que abre, abre expresándose, lo que llamamos, ya no mítica sino ontológicamente, espíritu.  

CAPÍTULO CUARTO  

DESIERTO...  

No hay ningún nombre que no sea un desierto. No hay un desierto que no haya sido, en otro tiempo, un nombre.

 

El desierto es distancia de nuestros destinos. Nuestra voz se consume en la distancia.

 

En alta mar, arrójate.

Oirás a Dios.

En el desierto, adéntrate.

Dios te oirá.

La muerte sólo es audible para la muerte.

 

Toda claridad nos ha llegado del desierto. Mi obra es libro de las arenas, no por la luz sólo, sino por la desnudez austera.

 

El desierto está en la palabra que no puede ser escuchada.

 

Edmond Jabès  

I.

 

Entre un alba y otra alba, una época y otra época, está la noche.

 

Y el alba de la noche: los sueños. Metamorfosis, raíz o bosquejo de toda posterior libertad.

 

El cántaro y la sed.

La espera y esperanza.

La esperanza fraguando realidades en la espera.

 

Entre palabra y palabra el silencio, o más aun, la escucha.

Entre el absurdo y el sentido, la esperanza.

 

O la noche sin día.  

     NOCHE ADENTRO Y NO DUERMO

 

 

A lo lejos, en un atardecer

en que el otoño

es un lugar en mi pecho,

comienzan a encenderse las ventanas,

 

mi nostalgia

por estar donde bien sé que al llegar

volvería a estar afuera.

 

Me duelen los ojos de soñar

tan a lo lejos

la frente de pensar

lo impensable de tanta vida

que no he abrazado,

tanta deuda de lo que no he nacido.

 

Poco a poco se apagan las luces,

es el lindero de una noche y otra noche,

la frágil vecindad

del miedo y la esperanza.

 

El último día podría ser éste que termina,

esta noche

en la que aún escribo,

 

igual, pero sin una ausencia nueva

para seguir esperando.  

II.

 

Desierto. Ocre, amarillento.

Llama horizontal de las arenas.

 

Si hay un paisaje que dibuja este territorio, el de la espera, el del frágil interregno entre el miedo y la esperanza, es el desierto.

La desnudez hecha paisaje, o el paisaje de la desnudez.

 

No la desnudez todavía carne. Desnudez sin ser de un cuerpo, ni no serlo.

Afuera sin que sea afuera, tampoco adentro.

Ausencia.

(Desollado, más que desnudo.)  

(Tú hablas. Yo callo: digo un desierto a medida del                               

infinito humano. Nos digo partidos por la mitad del otro.

 

-La página en blanco no busca ser escrita, pide ser                                       

leída-.

 

Dices, y callas: nosotros.)  

Sin el desierto algo de la inmensidad, algo de nosotros, permanecería oculto, sin paisaje que lo muestre.

(Muestre sin demostrar: desnude.)

Sin campo abierto para la presencialización. Sin espacio para la decibilidad.

Sin vastedad para profundizarlo.

 

Sin hombres que se adentren en el desierto, que se hayan perdido en ellos, sin las marcas que esos pasos dejaron sobre la arena, no habría escritura.  

(Pasos pasados. Huella borrada. O lo borrado como                                     

huella.)  

Tinta en la página.

Cincel, tatuaje en la vida.  

(Desierto: paisaje sin márgenes: o todo margen;                                           

página en blanco.

Paisaje de nada: horizonte de todo.

Sudario.

Blancura a mediodía: ceguera.)  

Herida de arena.  

          (Página en blanco, desierto del poeta: el que alivia del                         

exilio del mund o. 

                      Página sobre la que escribe -dice la intimidad del                           

desamparo, la fecundidad del exilio-, no para huir del                    

desierto: para tener derecho a él.  

Derecho a otra página.

 

-Ausencia de esa palabra que quisiéramos callar a                                 

gritos.-

 

Toda página es espejismo: fascinación con lo imposible.

 

También esperanza.

Y su imposible realización.)  

(Al final, también el libro se deshoja abandonado sobre la arena, borrado por el viento.

 

Leído por la noche.

Se deshoja letra a letra, ritmo del rito.)

 

III.

 

Toda situación límite se fundamenta en el derrumbe de los límites: es su desfundamentarse.

O, ya en su radicalidad, el derrumbe del fundamento sobre el que todo límite, todo muro, ancla.

(Locura, o la locura sin la locura como límite: genialidad. Iluminación: más allá de los límites de la noche, pero no hacia el día.)

 

Límites que encerraban nuestra seguridad: lo conocido, lo asible. Lo controlable.

Lo reducido.

Los que nos encerraban en su seguridad. Lindes de la inmovilidad: identidad.

 

Mi yo idéntico a mí: cerrado, emparedado en la seguridad. O el otro derrumbe, el de su paisaje: la casa y su fundamento humano.

El fundamento sostenido y sostén de lo humano: el techo. El cielo humano.

 

Finitud y traición.

Descanso y claudicación.

 

Bajo él lo incierto se suspende, se domestica.

Fijo y fijado entre las cuatro paredes de la casa, lo incierto se calma posesión.

 

Lo fugaz da tregua: se repite.

 

Sin techo ni umbrales, sin apoyos ni espejos, lo opuesto a lo limitado es lo ilimitado, lo abierto.

A la casa, concreción primera, fundamento y posibilidad de posesión, de protección, lo desposeído: el desierto.

 

Tierra de paso, no de siembra.

En el desierto el hombre enfrenta lo otro: nada.

 

La nada que es lo irreductible que encuentra el hombre cada vez que cree ser un ser absoluto.

La nada no es, mide. Dice que todo lo que es no es más que todo. Apenas todo.  

          (Que todo se nos volverá a pedir: sin nada de lo que nos                          

fue dado.)  

IV.

 

Desierto, paisaje de esa nada, imagen de la libertad.

Su don y su exigencia.

Su extensión y su posibilidad: su ser sin forma, sin límites.

Todo posibilidad.

Errancia...

 

Arena: imposibilidad de esculpir estatuas, de aferrar imágenes. Símbolos, aún palabras.

 

Sin imágenes o imagen por antonomasia: vacío.

Paisaje despejado.

 

Sin lámparas ni faro. Sin otro tiempo que el tiempo: sol y luna. El tiempo que no se somete a la razón: al número.

Sin otro control que la aceptación.

Sin otra mesura que la desmesura, sin medida que impida que se cumpla lo ilimitado.

 

Sin vara que mida y divida.

 

El desierto es piso de lo abierto, tierra de cielo. Hay una única salida: hacia arriba.

La altura de mi hondura.

Lo imposible o el recibir. Recibir sobre el desierto: sobre lo incolmable.

 

Nos desnuda: no somos nuestras manos, nada hay allí para ser aferrado, salvo arena que se escurre o el viento que no cesa. Traza ondas en la arena: esculpe la sed.

Y borra.

 

No somos nuestros pies: sin caminos más que caminar.

Sin más metas que buscar.  

(En el desierto de cada día el viento borra las huellas    

de todas las caravanas, barre los pasos de dios en el paso de cada hombre. 

Borra las huellas de todos ellos en el desierto de cada mundo.    

 

En el desierto de cada vida hay una huella que nada                                     

borra: la del desierto de cada vida.

La huella que el viento traza.)  

Es el paisaje de la trashumanacia, el que, paradójica y pedagógicamente, por no tener caminos todo él es camino.

 

            No el horizonte ni frontera, el viento abriéndose arena.  

(Donde no hay meta no hay el estar perdido.)  
Somos nuestra marcha, también su sentido: transfigurar el destino en destinaci ón. 

(Alquimia del desierto de la fe, en fe en el desierto.

Pasaje de la ausencia de fe, a la fe en la ausencia.)  

El desierto comparte el destino, la gracia del laberinto: perderse para salir.

Salir en el perderse.

Cerrar los ojos para no demorarse en espejismos.  

           (Perderse en uno mismo: hasta reunirse con alguien                            

distinto.

 

            Ahogarse de uno en uno. Naufragar: despertar en otras                  

playas.)  

Los espejismos que me espejan: no me es dado darme a mí.  

(Como ver el reflejo en la copa de la que se bebe,

como verse hecho de sed:

            de la sed de reflejarnos.)  

Lo que no depende de nosotros es lo único que nos salva: la lluvia, la que allí no cae.

Queda lo que nos queda: abrir la mano.

Esperar la lluvia.

 

Es el gesto más humano, el que nos humaniza: mostrar la mano vacía, inerme. Desasida.

El gesto de la fe cuando se desnuda, cuando es desierto.

 

El gesto del desierto, del propio: extender la mano reseca para que beba el cielo.

El valor de cargar en ella lo negativo de la existencia, su indeterminación y vacío. Es la intuición, la ciega intuición, la que no se ve reflejada en nada, la de la nada que desborda todo: abriendo.  

La desesperada confianza de padecer el vacío por una positividad más plena. Tan plena como lo abierto. 

Tan desconocida como lo sin borde: la intuición de que afirmar nada no es nombrar el vacío.  

Aunque nos vacíe. O, más aun, por ello y en ello mismo.

(Como una iglesia que al derrumbarse 

abre sus naves al rocío. 


O una vida que vaciándose 

abre su vacío a la vida.) 

Es la esperanza desnuda: sostener sobre la palma vacía la ausencia de la vida. 

(Mano abierta: la que hace de lo opuesto cercanía, proximidad de lo otro. Aún lo ausente.)Es la seguridad más humana: contar con lo que no es, pero esperando nada. Nada de lo que se tiene, nada de lo perdido. 

El gesto supremamente humano: el abandono. 
 
Desierto es estar sin buscar atravesarlo.  

El desierto es una apuesta, un brinco: una esperanza sin fe. 

O su reverso: una fe que sea absoluta. Una fe sin esperanza.
 

 

V.  

Todo es llegar hasta no poder más. Hasta empezar. Pero no ya desde uno, por uno ni en uno. Empezar por lo que empieza allí, donde terminamos.

 

No poder es el primer cierne de otra fuerza, la que se insinúa en la debilidad, la que se intuye y narra fracaso a fracaso.

                      

Caída a caída: tajo enhiesto. Horizonte de otra orilla, aquí.  

                                                                                                       Es perder lo que tenemos: perdiéndonos. Y es perder lo                                                                                                 que nunca jamás tuvimos.  

Es el vuelo de caer en picada, hasta el fondo.

Hasta lo último.

El más acá.

 

Hasta donde no podemos más.

 

Hasta donde se enciende una luz nueva.

Indomable: apagada.

 

Como la vigilia de un ciego.

Como lo que se cumple solo, sin error.

Como lo inútil.

 

lo gratuito, lo absolutamente.)

 

VI.  

DERROTA.

 

 

Derrota: triunfo imperceptible de haberlo perdido todo.

Corona de intemperies, arenas preciosas, tesoro de nadie    

                                           enterrado en los destierros.  

La tierra nunca es tierra de nadie (los conquistadores                                                              sobran), abandonada florece. Destierro es destierro de                                                             arenas: arena de nadie, a nadie retiene, arena de paso                                                  

(no de siembra) donde el exilio se ampara, donde nadie                                                            

reina y cada uno es cada monje. Jardín de semejanzas:                                                         

arena de nadie.

 

Afuera, donde todo entra, corona de intemperies: don de                                                               

la conquista de haberlo perdido todo.

Hugo Mujica

Tomado de “Flecha en la niebla. Identidad, palabra y hendidura”

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