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El caminante ha muerto
Antonio Mora Vélez

El caminante ha muerto. Detrás de sus huellas

hay un centenar de valles irrigados

con su mensaje de palabrero zenú.

Era su estirpe la del guerrero que cree más

en el fuego, en el filo y en la contundencia

del verbo iluminado.

La del cantor que decidió  contagiar

el paisaje de alegría con sus cantos

y decirles a las golondrinas y a los camajones

que no todos los hombres se miden

en la vara de los sueños.

El caminante ha muerto. Y con su muerte

se recienten las cuitas de las ceibas

milenarias y de los bocachicos rebeldes

que luchan en silencio contra la tempestad

de las palmeras salvajes.

El caminante ha muerto y con él muere

el porro del hermano

y la risa antídoto de la mala ventura.

Y por él están llenos de flores negras

los montes y veredas,

el río de sus padres ancestrales corre

con la velocidad de la tristeza

y un espasmo sacude la epidermis del valle

de Melxión, como si la tierra toda con sus hijos

sintieran su partida y reclamaran su querencia.

El caminante ha muerto porque

después de recorrer tantos caminos

con sus cuentos

y de sembrar tantas semillas de verdad

con sus voces,

decidió abonar con su cuerpo y con su luz

la tierra que hoy lo llora. 
 

Montería, febrero de 2011 

Antonio Mora Vélez
amoravelez@yahoo.com
 

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