Amigos protectores de Letras-Uruguay

Poseía de Víctor Coral dialéctica y hermenéutica de la ausencia

por Gustavo Montoya Rivas*

Historiador de la UNMSM.
http://luzdelimbo.blogspot.com/2011/04/poseia-de-victor-coral-dialectica-y.html

Mientras espero que publiquen en el extranjero una magnífica y sobria reseña de Paul Guillén sobre mi libro, Poseía (2005-2010), los dejo con este ensayo del historiador sanmarquino Gustavo Montoya. (Tienen que leer su libro sobre la Independencia publicado por el IEP). Abrazos para toditos ;)

“Y si al recuerdo
sólo lo cura la presencia,
¡ven de nuevo a mis
brazos para olvidarte
un poco!”
Alberto Hidalgo

Para Manuela Montenegro.
Celebrando su presencia.


¿Cómo definir la naturaleza de la ausencia? ¿Cuál es su principio activo? ¿Cuándo transita ese peligroso o feliz tránsito de potencia al acto? ¿Cómo asir y representar la historicidad humana o natural de la ausencia? Un casual encuentro en el centro de Lima –verano del 2011- con mi amigo Víctor Coral desvió mis ocupaciones -casi obligaciones-, que por voluntad propia he asumido con el lumpen ilustrado de esta urbe que amenaza, una vez más, con despejar llamaradas de indignación y de señales ciertamente conocidas, pero que suelen ser peligrosas.

Su poemario, estratégicamente titulado: POSEÍA (2005–2010), y que distraídamente me obsequió antes de un mediodía, me ha conducido a reconsiderar algunas certezas de mi reciente conversión al neoprovidencialismo. Es decir, hallar señales, signos, visiones, que el azar y esas circunstancias misteriosas que la vida -a veces, y solo a algunos- nos visitan de improviso.

Una aclaración más, no es una advertencia, es la precaución propia de un sujeto que intenta reflexionar con una mínima honestidad. Lo que sigue ha sido escrito en medio y seguramente impregnado de esta ciudad de la impaciencia y de la dádiva espontánea. No es este un texto redactado en la placidez de una biblioteca. Ha sido pensado, ponderado y sentido con el bullicio de esta urbe que contiene promesas y amenazas.

Precoz madurez
El tema es vasto, inasible, avasalla aun al lector avezado; y sin embargo, este poeta, al que conozco hace décadas y, seguramente por efecto de la violencia del tiempo que se ha impregnado en su piel y sensibilidad, indaga sobre un aspecto medular de la naturaleza humana. Mejor sería decir, sobre sus carencias, sobre las pérdidas, sobre las derrotas, en una palabra: sobre las ausencias.

Existen diversas vías para razonar o sentir las ausencias. Ciertamente, es un texto que exige interlocutores atrevidos, parricidas, peligrosos, audaces, aventureros. Como la actual generación de jóvenes rojos, rebeldes y creativos. No es casual nada, absolutamente nada en el texto. Por ello, el poeta eligió el justo título a su primer ensayo, a su primera exploración sobre la miseria de la condición humana contemporánea. Y eligió bien: razona, reniega, sopesa, mide, observa, y luego de cinco años eligió una de las experiencias humanas más sobrecogedoras. Terrible y temible. Pero también es un fiero desafío, una provocación; más aún, es el atrevimiento estético de un artista que pone a prueba las certidumbres éticas y morales instituidas entre nosotros. El título es una disculpa, es la precaución de un sujeto que ha ingresado a una precoz madurez, propia de escenarios históricos y contemporáneos que distinguen a países que han padecido sistemas de dominio colonial y sus consecuencias materiales y espirituales que le son inherentes.

El poeta, desde los iniciales versos de su poemario y armado de esa olvidada estrategia cartesiana, desnuda metódicamente las carencias espirituales contemporáneas. Las ausencias entonces cobran una autonomía que el poeta es incapaz de administrar y sujetar. Fluyen por encima de su voluntad, se impregnan en sus versos acumulados en un lustro que muchos ignoran, prefieren no rememorar.

El olvido, a diferencia de la ausencia, conduce al domesticamiento, a esa placidez espuria, a las concesiones y a la ausencia inicial de la orfandad humana, y luego, paliada por la centralidad de la espiritualidad humana, a la confianza en los dioses, la ética, la moral y los valores superiores. La confianza en fuerzas superiores que sabiendo que existen –existen porque las obras y acciones bondadosas y terribles de sus feligreses han sido consumadas en su nombre- han sido dejadas de lado por la banalidad, el espectáculo, el mercado y el bastardo capitalismo que aún sobrevive e impone sus razones y veleidades sobre las mayorías sociales. Es la vieja alcahueta: la mercancía.
[1]

El poemario se inicia con una certeza demoledora: “todo aquí se derrumba”. El escenario es la decadencia, el hastío, la rutina. Y más adelante: “su incapacidad de escapar los convierten en figurines perfectos de la ausencia”. Es la referencia trágica a la resignación, a las derrotas de la condición humana. Ni siquiera la naturaleza es capaz de mitigar esta imagen desoladora: “y el agua que, desde muy arriba, cae y cae sin renovar ni cambiar nada” Entre líneas se hace referencia a la lluvia, a esa experiencia natural y que milenariamente está asociada a lo que el poeta niega: la regeneración, la innovación, la renovación, la creación, las estaciones. Los calendarios primarios y, por ello mismo, sagrados y certeros.
A continuación, el poeta acomete contra la memoria. Aunque, como veremos más adelante, duda. Pero vayamos despacio por este texto que exige lectores avezados, pensadores estratégicos que logren captar lo que se avecina: Digo, quizás: “la casa, abandonada desde siempre –pero no había memoria, no había palabra fijadora- permitía las no voces como la madre ve alejarse a sus hijos, ya crecidos del trizado hogar”.

La memoria sigue siendo objeto del poeta. Se trata de expresarse con el corazón descubierto, nombrar las cosas por su nombre: “no sublimación, no lírica: los no demás emitían ayes, gruñidos, ruidos de casas empolvadas”. Convocar a los no nombrados, a los invisibles, al “otro”; a los marginados pues. ¿Suena contemporáneo? Este reclamo será en adelante una de las vigas centrales que articulan su reflexión. Y en un movimiento audaz, invita al lector a mirar los abismos republicanos singularizando territorialmente su reflexión: “pero el fantasma sureño – que escribió- miraba hacia atrás, terco, y pensaba, en voz alta de espectro, que el tiempo del racismo, el honor, el prejuicio, fue incluso mejor”.

Por supuesto, esta imagen da lugar a múltiples lecturas. Se trata de dos formas complementarias y antagónicas donde se desenvuelve la memoria. Una memoria individual, familiar, y su complemento, la memoria social y colectiva. La historia -como registro y discurso- a diferencia de la memoria, sujeta lo vivido, apenas registra con arbitrariedad lo acontecido, se congela en el discurso del sujeto que lo enuncia, ensambla los eventos humanos. Posee un registro de propiedad. Por el contrario, la memoria está en permanente movimiento, se renueva, interviene sobre lo acaecido y sobre el presente, moviliza voluntades propias y ajenas. Sobrevive y, cuando arriba a una autonomía situada, se enfrenta, corrige y derrota el registro que la oprime. Por ejemplo, el país desde donde el poeta “piensa y siente”. ¿Remite aquella imagen a la memoria social que el poeta posee del sur andino y lo que ello representa? Una suerte de hipoteca andina visible en el reciente espectáculo electoral: “allá van las negras constelaciones de mi tierra: la llama, el zorro, el quipu, en el vacío”. Conozco al autor y no estoy autorizado para exponer sus certidumbres políticas e ideológicas sobre este tema. La dureza se respeta.

Lenguaje renovado
Existe en el poemario desde las iniciales imágenes el anuncio y la advertencia sobre los hallazgos expresivos del poeta. Un lenguaje renovado. Es el resultado de búsquedas y desgarramientos internos. Después de “pecharse” consigo mismo y sus colegas, se revela en contra de los cánones y lugares comunes de la poesía: “con demasiada frecuencia en cromática superficie fugaz me hacen hablar de la anulación del lenguaje”.

Pero el lenguaje, la impronta de la comunicación, siempre se ha valido de múltiples estrategias y recursos. Y es esta comprobación empírica lo que le permite dar rienda suelta a su imaginación y a nuevas “presencias”, que es la contraparte estructural de las ausencias. He aquí el resultado. Mejor aun, la dialéctica de la ausencia se transfigura en el marco de las revelaciones y las epifanías: “es que no han visto el caballo pálido casquetear justo detrás del horizonte”.

La epifanía como estrategia. Es, desde este punto de vista, el retorno a lo clásico, antesala de la modernidad que todo lo renueva sobreviviendo y prolongando los orígenes. Por ello, apela a la mordacidad para hacer visible y descubrir las convenciones y alienaciones: “preferimos las anécdotas, claro, las lecciones, el logos espermátikos;  no con de pantera piel (…) y la vergüenza nos copa hasta la acidia (…) piel para acá, piel para allá; sentido para acá, sentido para allá”. En efecto, lo políticamente correcto se traslada a todos los escenarios de la convivencia, domesticando el instinto creativo. La razón instrumental oprime a la razón liberadora. La moda y el espectáculo doblegan todo intento por recrear la vida.
[2]
En las breves y fugaces concesiones que el autor otorga a las presencias, estas irrumpen en el texto de manera inequívoca. El mensaje es evidente: “y ahora que hemos abandonado la claridad de una presencia, hay que oler la estela de desastre que el viejo atoq nos ha legado en su huida, como la propia noche que genera en nosotros formidables fantasías y más demonios de los que el infierno puede albergar, nos hace ver…”.

Se me ocurre que lo anterior puede estar vinculado a experiencias espirituales reveladoras y decisivas de la mitología andina. En efecto, hay un pasaje revelador donde la ausencia es derrotada fugazmente por su antagonismo ontológico: la presencia. La imagen ha sido construida con demasiado cuidado. Remite a una metáfora andina, no interesa aquí si ha sido inspirada por la obra de Arguedas
[3], interesa más bien el giro, el tratamiento de la imagen. Interesa la pérdida, el recuerdo, el precedente, la posibilidad en suma de levantar nuevas presencias, nuevas formas de existencia, y estas se remiten a la historia por intermedio de la memoria.

A mi juicio, este párrafo remite al célebre pasaje escrito por el extirpador de idolatrías, el dominico

Francisco de Ávila, que hacía mediados del S. XVII, redactó, en quechua, la declaración y el severo interrogatorio a que fue sometido un sacerdote prehispánico de la región de Huarochirí. El poeta desliza una imagen poderosa y perturbadora. La disputa por las almas de los colonizados.

En ese texto se narra el encuentro de un zorro de arriba y un zorro de abajo; este encuentro se produce en Cieneguilla; territorio privilegiado que constituye una tregua ecológica, un lugar de encuentro neutral y armónico entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Entre Yungas y Quechuas. La Costa y la Sierra. ¿Suena anacrónico? No, es la ausencia que hilvana el poemario. Los zorros convienen en reflexionar y comentar eventos acaecidos entre pueblos cautivados por el conflicto, la fatalidad. La lucha por el poder, la guerra y las sucesiones de la autoridad.

Entonces, la región padecía una disputa por el poder, la guerra en suma, la tragedia espiritual que carcomía a esos seres prehispánicos; hacia la medianoche, los dos zorros meditan y charlan, comentan los trágicos sucesos que agobian a la región. Hay un personaje crucial en el relato, es Huatyacuri, el héroe dios disfrazado de mendigo que accede a la información que fluye del diálogo entre los dos zorros, y es sobre esta información que Huatyacuri obtiene las claves que luego le permiten resolver el “desorden” y el caos existente. De modo que esa “estela” que el viejo atoq ha dejado en su huida debe ser “olida”; la poesía cobra aquí una autonomía y poder que avasalla al “pensamiento”; oler, sentir, intuir, sospechar, insinuar, temer, amar y odiar son pues experiencias primarias -¿ hoy ausentes?- de la condición humana. El poeta habla desde el corazón, los afectos y sentimientos:

“ah, el corazón: ¿cómo algo puede ser el gran motor y el culpable de todo?

Y ello, una vez más, nos remite a las ausencias, a las pérdidas, a la confusión, a la demencia de estos tiempos.

No a la visión domesticada
Entonces el desafío es evidente, hay que imaginar nuevas situaciones, hay que reinventar lo acontecido, hay que liquidar esos “demonios”, y reinventar esas “formidables fantasías”. En medio de la desoladora reflexión del poeta es posible hallar resquicios que dan lugar a la esperanza, al deseo, al poder de la memoria y la imaginación; pero todo ello está condicionado a la intervención sobre lo que acontece, a abandonar esa placidez del observador domesticado y que lo conduce a la resignación:

“Qué es ser alguien? (…)¿ Qué fue ser? Ser fue construir para no temer, producir para no confundirse; pero esa confusión era al menos un centro, y la construcción devino en abandono (…) ¿qué fue ser, dije?”

La imaginación y el trabajo creativo. Un horizonte es lo que reclama el poeta, un centro, un orden, un pensamiento situado: “para no temer”; ¿no es visible acaso en estos pasajes el reclamo por edificar una coexistencia justa, ética y moralmente superior para la convivencia humana? ¿No es notoria la invocación y el reclamo para edificar un tipo de comunidad ideal? Es el reclamo a un país –¿a una clase social?- ausente de su historia y de su memoria, carente de identidad. La crítica a la sombra ambigua y amenazante de la nación es filuda.

El texto es un desafío, es una lúcida y sobrecogedora inquisición a la pobreza expresiva de las diferentes estrategias discursivas. Existe un célebre libro de un historiador francés que muchos citan y pocos han entendido. Su libro titulado “Las palabras y las cosas” cobran en este texto una actualidad válida. En efecto, las palabras avanzan más rápido que las cosas. La significación de la materialidad humana es más lenta que la enunciación de su naturaleza. En este poemario, las palabras intentan anticiparse y derrotar el posible desastre que se anuncia en las cosas:

“las palabras ocultan las cosas (…) son falsedades con las que armamos un mundo regidor en fuga; y las cosas…las cosas solo están a la mano cuando lo más a la mano es lo más lejano y solo la palabra es nuestro prójimo (…) sí, nuestras palabras son creaciones de sombras, símbolos de la falta que nos carcome; y sin embargo nos sirven, y peor, nos engañan”.

Los colores son otra estrategia para abundar en la crítica a la razón convencional del lenguaje. Es la rutina y la simulación expresivas que convienen en transitar sobre sus mismos pasos una y otra vez hasta el extremo de cubrir cualquier otra forma de representación:

“¿colores? La convención y la luz se repelen (…) lo que pocos saben –pero todos viven- es cómo prolifera la nada entre nosotros: expreso algo y recibo a cambio otra expresión: miserable milagro (…) tristeza de tener solo expresiones (o sea, simulacros) y no un rayo que supere y conecte el soledío (…) soledad y vacío; solo vacuidades que se filtran en expresiones presionantes, deseos desaseados de un yo que ya no pega ni grita”

La angustia por la representación es demoledora. ¿Por qué el poeta acomete y se subleva en contra de lo establecido y lo convencional del oficio que practica? “Tristeza de tener solo expresiones ( o sea solo simulacros) y no un rayo que supere y conecte el soledio”. “Simulacros”, dice, una vez más la ironía revestida con la capa de la denuncia, la mordacidad, hasta de la burla. “Simulacros” es la “medianía del habla” que ya fue instalada en su memoria crítica y el desconcierto que padece el poeta, que lo oprime y le exige hacer visible las ausencias, los vacíos estéticos. El abandono de las viejas y vitales tradiciones de escritura que lograron conmover mentes y corazones, que existen, pero que han sido asimiladas a la banalidad, al espectáculo, a la frivolidad, en suma. Por ello el texto confirma la sospecha: “soledad y vacío”; y ese “yo que ya no pega ni grita”, es con toda seguridad el sujeto contemporáneo, derrotado, incapaz de levantar nuevas utopías, nuevos horizontes.

El deseo es, quizás, el último reducto de la vitalidad humana; es, después de todo, la experiencia biológica y social de la condición humana que logra desencadenar tragedias como también alegría, fiesta, creación; el deseo de la mano con la imaginación ha sido, son, las fuentes infinitas del ¿progreso, del desarrollo, de la modernidad? No lo sé, pero la forma en que el tema se proyecta en el texto ya es suficiente. Utopía, Ucrania y entelequia asisten como convidados de piedra a una danza peligrosa a la que el poeta ingresa desprotegido. Una orgía crítica y creativa. Dionisiaca.

Existe en el texto un bello pasaje que remite a la biografía de Víctor. Si se me permite exponer esta confidencia. Es, en efecto, su niñez y adolescencia en el viejo Barranco. En estos pasajes el poeta desborda de optimismo y extrañeza; de añoranza. La ausencia es derrotada por la memoria. “poseía: la noviecita que salía por su ventana marrón, con su blusa celeste y amarillo bajo, de gasa, dejando ver, por un momento, las tiras de su pequeño brasier (…) no salgas, quédate, no nos encontrarán”.

El sentido de pertenencia, el anclaje ontológico, su identidad, su filiación territorial y de linaje. Es una evocación del terruño, del pueblo, de su pueblo urbano. Relata con instinto los juegos infantiles, las fijaciones primarias de su posterior identidad como poeta. Los amores puros.

“el rumor de los ficus por la tarde y encontrar cuculíes tibias o muertas cerca de los rieles del pasmado tranvía; juegos sencillos y hermosos: bata, canga, el perverso lingo, las canicas a tres hoyos y con unver: los vinilos de mi hermano mayor, slade en vivo, astral weeks, whos next, the White album, originales y sacros, que apenas podía tocar en su ausencia; la belleza del sol de enero iluminando la cometa roja y azul –un soberbio avión de dos metros hecho entre todos en el barrio- que veíamos pequeñito y muy solo, tan lejos que la cuerda con que lo volábamos desaparecía en el azul del aire; el desprecio a los cobradores, los salseros, los aucheros, los delatores, las chicas ambiguas, las películas sin acción, las zapatillas modestas, los peinados simétricos, las jergas pasadas de moda (…) poseía a mi madre…”.

La memoria intenta reconstruir su identidad y sus futuras opciones de vida y de creación. Intenta recuperar experiencias decisivas que expliquen sus actuales carencias discursivas, la angustia que lo envuelve por no poder expresar lo que siente y entrevé: “¡libros!, libros intonsos, subrayados, quemados con pavesas, con manchas de vino y/o de café, libros que no te dejan nada sino una historia que se recuerda o se olvida”.

Es, por supuesto, esa misteriosa inclinación de un sujeto que no proviene precisamente de una estirpe adocenada por la ilustración, pero que por efecto de su infinita curiosidad y sensibilidad, se inició desde la infancia en la fantasía, en esas aventuras imaginarias y silenciosas que son íntimas y que, a veces, en ellas nadie repara; remite a una biografía singular, no ajena al grupo, a la mancha del barrio, pero íntimamente distinta y quizás mantenida y sostenida en la penumbra: “poseía demasiados no y unos pocos sí que se fueron quedando en el camino hacia este acre libro que nunca hubiera leído a esa edad: poseía. Y acaso poseía entonces aquello que intento, en ilusión, ahora recuperar”.

¿Job contemporáneo? Antiurbanismo…
Ni siquiera la divinidad escapa a la duda metódica del poeta. Ese ojo es efectivamente la divinidad con la que el poeta discrepa, le pregunta, reniega, pero sin llegar a la blasfemia. Es la vieja amargura del Job bíblico que no entiende las desgracias que acontecen al ser humano. La angustiosa búsqueda del dios escondido, del dios no conocido
[4], va hilvanando imágenes precarias. Bordeando los abismos:

“el ojo con que veo la ausencia, es el mismo con que la ausencia en la que nada mi ojo, es la misma en que la nada nadea. La ausencia con que yo veo a dios, es la misma con la que él me olvida. el ojo con el que yo veo lo mismo, es el dios mismo que no ve nada. Solo hay ausencia y dios, esquinados, los mismos, siempre, y una nada que quiere ser yo y decir algo, pretencioso, al respecto”.

No interesa aquí la filiación doctrinal, confesión religiosa o la referencia a una iglesia en particular. Interesa, más bien, la equilibrada y audaz respuesta al ateísmo práctico convenido y oportunista que prevalece y domina en las bravuconadas líricas de cierta poesía que reniega de la dimensión metafísica de la existencia humana.

La ausencia cobra múltiples orientaciones, sentidos; puede confundir al lector desprevenido. La materialidad de la existencia, de las cosas y las edificaciones, en suma, el acondicionamiento territorial, el urbanismo y las ciudades no escapan a la demoledora crítica del poeta:

“ausencia de noche. ¿Quién puede oír la sirena de guerra, el silbo de los cohetes, estruendo bronco de las calles que se desbrozan y los muros cayendo o desgranándose, cuando uno se ocupa de la ausencia? (…) la ciudad apenas entre en la oquedad, nada se mueve (…) para volver a nacer en la imagen, muros millones de muros tasajeados con nombres, fechas, apodos, refranes, amores, sexogradaciones…al final, columnas de sombra rodean la palpitante ausencia con el sol dorando con rayos de cerveza el escenario nadal”.

La urbe, las ciudades, lo citadino, la condición cosmopolita de la intervención territorial del capitalismo es develada y desenmascarada con método. Por cierto, no existe aquí una referencia o añoranza a la memoria urbana del bien perdido. Más bien es el reconocimiento de la dialéctica urbana de la ausencia. De las fundaciones y refundaciones citadinas. De lo mudable y la sustitución que la modernización exige. La idea del progreso es cuestionada: “¿Cuantas ciudades hay que imaginarse antes de aceptar el vacío?”

Pero la ciudad también es escenario de la aventura, del amor, de las superiores realizaciones ontológicas. De la fraternidad y el heroísmo laico, anónimo y, por ello, universal, comunal. La ciudad como promesa y posibilidad:

“ciudades de la noche tirado en la penumbra, alucinado, donde una callejuela nos entrega a quien amamos , o donde uno se imagina salvando a un niño de un atropello, o siniestros enrevesados y arduos de donde se sale héroe y confortado”.

La urbe es una jaula de hierro acompasada por la rutina cotidiana que obliga a la trasgresión, la traición, la bohemia y el hedonismo:
“ciudades del hombre serio que va, sin desviarse, de la oficina al motel, del motel –mierda- a la casa; ciudad invertida, esa contraciudad que se desmaraña sin maña bajo el asfalto, con sus millones de ojillos”.

Es la ciudad sumergida, la que todos ven y de la que nadie habla, más bien la gozan, a hurtadillas, sigilosamente. La culpa se instala: “como quien se entrega solitarísimo, solipsísimo a una puta que se desvanece con ella”.

La ausencia no es la simple prolongación y negación dialéctica de la memoria, de una memoria que extraña lo perdido. La ausencia tampoco puede ser nombrada como el sinónimo de lo que se sabe que existe pero que no se posee. El poeta sabe que el “deseo” es más poderoso que las ausencias: “pero escribir…esperando el milagro…magro. Vivir el espacio entre posesión y deseo”. Quizás por ello se niega a nombrarlo, salvo en una brevísima concesión –que el lector interesado habrá de hallarlo- , e instalarlo en esta sinfonía trágica, pensada al detalle para criticar con método las carencias éticas y morales de sus contemporáneos.

“Testigo irreverente de esta pérfida época”
Ciertamente, este poemario nos es el texto de un filósofo que ha meditado académicamente las dimensiones de las ausencias. Es más bien el texto de un ser humano singular, excesivamente sensible cuando escribe, es el texto de un testigo irreverente de esta pérfida época; como todos, como algunos, seguramente el poeta ha hecho concesiones al poder, al que niega y denuncia en su texto; a ese tipo de existencia que carcome el viejo hábito de pensar, de reflexionar, de ver pasar la vida e intervenir sobre ella, de ser padre, ser ciudadano, ser soldado, existir, ser y cumplir en suma los imperativos que la comunidad a la que uno pertenece no le exige, sino que estas obligaciones fluyen espontáneamente. Es, pues, la angustiosa búsqueda del individuo soberano.

El descomunal propósito del poeta invita a interpretar su propuesta, como lo que suele ocurrir entre pensadores que arriban a una esquina peligrosa, a un abrevadero. Pero también puede ser esa atracción por los abismos que interrumpió a múltiples trovadores y juglares –de los tiempos heroicos- que tenían el delicado encargo de comunicar lo acontecido en una época y lograr una suerte de diálogo edificante entre comunidades a veces en conflicto. Por ello no es casual ni retórico el punto de vista de un poeta fino y erudito como José Pancorvo, para quién este poemario es un anticipo: “previo a un Big Bang social”.

“y están las ciudades de la muerte, de la pena, del dolor (…)…y raro: sí, la alegría se instala (como siempre, efímera), no lo hace como una ciudad –más bien es su negación instantánea, efervescente presencia de lo iluso, olvido de todo en la precaria constitución de un flujo vivífico, perentorio. la ciudad desaparece cuando llega ella (…) mas no, no es de esta desaparición de la que se habla, ni siquiera un cataclismo, apocatástasis local: cubículos intactos donde al ocaso brillan tristes sus huellas, edificios que expelen abandono y deshumor, calles irreconocibles porque nunca se vieron sin el espejo deformante de ellos; metros, tranvías, coches, buses, bicis, todos aún tibios, algunos desfallecientes todavía (…) pero todos, todos enloquecida y fulminantemente solos bajo la noche iniciática…”

Como ya ha sido señalado, conozco al autor hace décadas; pertenecemos, en efecto, a la generación de la guerra civil, el conflicto armado interno, el terrorismo; y bla, bla, bla. Por cierto, debo aclarar que aquí se aborda al texto como a su autor, no como individuos, sino como una tendencia. En muchos sentidos, somos hijos de la ira. Nuestra memoria social está impregnada por el conflicto, la transgresión, la intolerancia étnica y el delirio ideológico entre clases sociales antagónicas. ¿Es la premonición del posible fascismo social que se avecina; o al que ya hemos ingresado?

Una época que explica muchas de las ausencias y miserias -espirituales y materiales– contemporáneas: “¿debo decir algo más sobre nuestro tiempo, ¿debo hacer otra pregunta aquí? (…) ¿entre suicidio, ciudad y ausencia hay algo más que una sibilante coincidencia, el cauce que líe, acaso, las broznas hebras de este libro?

Sospecho que el poeta ha tomado conciencia del tiempo histórico en el que existe. Siente eventos, sospecha de acontecimientos que se avecinan. Y su instrumento, la palabra, es acaso incapaz de mostrar lo que siente.
“las palabras ocultan las cosas (…) sí, nuestras palabras son creaciones de sombras, símbolos de la falta que nos carcome; y sin embargo nos sirven, y peor, nos engañan”.

Porello el epígrafe, intentar conciliar “pensamiento y poesía”: “giran desmesurados poemas invisibles (…) al lado de este poema hay otro poema” es una advertencia, se expresa con el corazón descubierto, sabe que otorga un flanco débil, y sin embargo, lo expresa: “dentro mismo de este poema, de cada palabra de cada línea, de toda imagen, se puede disparar un nuevo mundo, una tiara de ideas, un pámpano de imágenes (…) giran desmesurados poemas invisibles; y como fondo maravillante y turgente, la ausencia, la nada venidera y su canción áfona, átona, ágrafa, veraz..” .

Son estas imágenes que el poeta transmite, lo que a mi juicio convierte a su poemario en un texto destinado a eso que se nombra como “masa crítica”; está destinado a una minoría de lectores, de pensadores estratégicos que ojalá logren hallar las claves de un programa ideológico y político. Sí, ideológico y político, ausente entre los publicistas de las diversas corrientes y cenáculos de especialistas que se ocupan de la “cosa pública”, apenas interesados en las coyunturas electorales. Precisamente sobre esta realidad, el poeta despacha con un aforismo lo que intento hacer visible: “lo contrario de la presencia no es la ausencia, sino la medianía del habla”. Desde mi pensamiento situado, lo que el poeta expresa con belleza es la hipocresía estructural que envuelve, nos envuelve a los que fungimos de pensadores e intelectuales.

Es la derrota de las estrategias convencionales de la poesía y que el poeta se atreve a exponer para insinuar, para invitar, para trazar las huellas de una posible solución de continuidad entre historia y poesía: La conocida metáfora aristotélica. Entre lo mudable y lo permanente, la humanidad y las clases sociales cambian, permanentemente, es la esencia de la historia como reflexión y como experiencia: “más cuidado con las palabras –advierte el poeta-, sí, más cuidado en el pensar, ¡pero cuidado, la poesía no está en las palabras, ni siquiera debajo o detrás de las palabras; la poesía tampoco en la calle o en las cosas (…) la poesía en el vórtice de la desaparición y la presencia: ese espumoso presente que mengua la brisa continua de la duración”.

Poesía y pensamiento
La ausencia intenta ser exorcizada desde la poesía; ¿pero qué es la poesía para el poeta? Su respuesta ocasional se halla en la combinación entre poesía y pensamiento. Sin embargo, las abundantes reflexiones sobre la poesía sugieren una búsqueda, remiten a una angustiosa reflexión sobre la poesía, como si el poeta quisiera fundar nuevas estrategias. Y en sus búsquedas, se reencuentra con la naturaleza que le provee respuestas precarias, a veces provocadoras, pero siempre teniendo como fondo irreductible la ausencia que cobra un nuevo sentido: “avisiones. Porque entonces las piedras serán nuestros poetas, y aún las ciegas rocas verán los signos tardíos de nuestra desaparición”.

Las piedras y las rocas simbolizan la permanencia que el poeta elige como el sustituto de la poesía, del testigo mejor; su confianza en la naturaleza es visible. ¿Por qué? Pues la humanidad, las relaciones sociales entre clases en conflicto lo conducen a dirigir su mirada a la naturaleza.

La inquisidora búsqueda es desoladora. Sabemos que cuando ello acontece en un contexto histórico específico, en un territorio, significa el anuncio de nuevas propuestas de expresión, de nuevas estrategias de intervenir sobre el presente, y desde ese punto de vista, es la lúcida y acusadora rebeldía de un creador que no se siente satisfecho con su tiempo. Por supuesto, ello es común a los creadores, pero cuando este gesto es acompañado por una obra, por un vestigio de esas búsquedas y que quiebra los lugares comunes del género, entonces debo admitir las dificultad que tuve para asir uno de los múltiples hilos de este texto y expresarme con el corazón dogmático.

La memoria, de la mano del deseo, agobia al poeta. Quisiera recuperar las ausencias que le han dado sentido y organizado este poemario. Por ello, cuando intenta definir la naturaleza de la ausencia, el fracaso es la seña que impone al lector, hallar en el contenido del texto lo que inútilmente intenta definir:

“detrás de la ausencia no hay sangre de pato, detrás de la ausencia, ni deseos ni distancias, solo palabras rellenas de ti orbitando una piedra que no eres tú (…) detrás de la ausencia no llueve en los corazones ni en las ciudades (...) la rueda descentrada de la vida, y un poco más allá, un ojo que mira, detrás de la ausencia”.

¿Desde qué lugar puedo uno explicar todas estas demoledoras y desoladas imágenes que el poeta irreverentemente publica? El lugar común es ciertamente su tiempo. ¿Pero quienes se atreven a desnudar las miserias contemporáneas con el método estético que el poeta practica? Estamos, pues, ante un memorándum a quienes fungen de creadores, de publicistas, de políticos, a esa franja, a esa costra vergonzosa que se ha hecho piel en nuestro país. Sí, en nuestro país, por efecto de eventos traumáticos y militares que ha costado demasiadas vidas inocentes; esa es mi lectura del poemario. La lúcida y acusadora denuncia en la que ha devenido la masa crítica contemporánea.

El intento de abolir y refundar la escritura, las figuras, las palabras y los signos conducen al autor por terrenos sombríos, precarios y frágiles. Una suerte de entropía expresiva. ¿Cuál es el anclaje epistemológico de estas “avisiones”? En realidad es uno de los múltiples intentos por definir el sentido de la poesía:

“escribir es el intento de que el sentido no se desate; hallar un sentido es errar en la búsqueda. escribir: delinear el contorno de lo impensable con figuras que pueden ser alcanzadas por el pensamiento. el lenguaje ordinario es un agujero negro; se traga las cosas quitándole su fuerza; aquello aún más misterioso que se resiste alegre a la gravedad y profundiza sin pensar, aquello es la poesía, y no hay quien diga lo contrario”.

Todos estos “pensamientos y poemas” remiten a un problema crucial de la epistemología contemporánea. Hacen visible y de manera descarnada el agotamiento de la escritura para representar de un lado las “novedades”, y también lo que ya pertenece al basurero de la historia. La búsqueda de expresión es dramática, inquisidora, el poeta deja pocos márgenes para ser refutado; cubre los posibles ángulos desde donde uno podría recusar su reclamo, la ausencia que padece porque no posee ni encuentra los signos, las palabras y las imágenes que desearía representar. Por ello las expresiones son “simulaciones”. Pero entonces: “solo queda la revuelta contra la rebeldía de los signos que no quieren plasmarse”. Sobreponiéndose al “antiguo miedo”, lucha, busca, se cae para volver a levantarse: “y sin embargo hay un preguntar”.

Apertura, iniciación, reto
El poeta ingresa a las entrañas de la escritura, a los usos que se le ha asignado por el canon, intenta abrir una ventana, he ahí la respuesta a los neologismos estratégicos que abundan en su poemario; sopesa, mide, calcula, tantea. Los que conocen la biografía de Víctor saben de sus densas experiencias, lecturas y búsquedas; saben que posee un tipo de erudición inédita, precisamente por su trayectoria. Y es seguramente desde esa experiencia, desde esa comprobación empírica, una suerte de idealismo objetivo –es una categoría pasada de moda, lo sé– que anuncia su derrota. Porque POSEÍA (2005 – 2010) es el intento, destinado de antemano a fracasar, por conciliar la poesía con el pensamiento; pero las declaraciones, sus confesiones escritas con violencia, con tino, con sutileza, son quizás, a mi juicio, la apertura, la iniciación, mejor aún, la invitación a crear novedosas estrategias de comunicación y representación, es un reto para poner a prueba las capacidades infinitas de la imaginación:

“no es que todo desaparezca; peor: los seres y las cosas vuelven a su estado natural (…) nada existe más que cuando se ha ido; nada pesa en la vida como lo que se ha perdido”.

La abundancia de neologismos, concurren a fijar la naturaleza del texto y los propósitos del autor. Las “avisiones” se repiten en algunos de los versos capitales. ¿Pero qué significan las avisiones? ¿Son anuncios? ¿Advertencias? ¿Premoniciones? ¿Sospechas? ¿Alarmas? ¿Paranoias? La respuesta puede estar en este pasaje:

“¿no se oye el sonido y la furia de un cuento demasiado contado por el poeta, que solo no significa nada, sino que se refugia en el rumor de aliteraciones y neólogos que sostienen una intrincada construcción a la nada, una estatua de ausencia para un pedestal jamás erigido?

Notas

[1] La metáfora pertenece a Héctor Flores. Texto inédito.

[2] Véase a este respecto la formidable novela de Leonardo Sciascia: El archivo de Egipto: “ Porque bajo el curso de la moda justamente es eso lo que yace: lo sentimental como elemento de igualdad, como elemento de la revolución”

[3] Véase “El zorro de arriba y el zorro de abajo”,  J.M. Arguedas, Ed. Horizonte, Obras Completas.

[4] Un despliegue histórico de esta propuesta teológica puede hallarse en la conocida experiencia y derrota de Pablo de Tarso con motivo de su visita con fines proselitistas a Atenas. Véase: Hech. 17: 16-34.  También en Nicolás de Cusa: En busca del Dios no conocido.                                                                                      

Gustavo Montoya Rivas 

Gentileza de http://luzdelimbo.blogspot.com/ 

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