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Hablar el marxismo en quechua
Arguedas  y Flores Galindo

por Gustavo Montoya Rivas

Historiador de la UNMSM

“José María tenía los

 ojos color manzanilla”

Humberto Dahamonte  

Sobre las cenizas de la reciente guerra civil se yergue un nuevo icono intelectual cuya intervención aún se está gestando: José María Arguedas. El mestizo con alma de indio, el héroe cultural sobre el que casi como en un gesto de incertidumbre, se introducen intelectuales que provienen de diversas disciplinas. Arguedas representa una suerte de esperanza aplazada, de solución feliz para unos y  de fatalidad para otros. Su obra y biografía traspone y da tela para todos los gustos y modelos de urdimbres, de tocados y representaciones culturales. Nuevamente como con Garcilaso, se cree ver en la figura trágica del ilustre andahuaylino, el emblema de la identidad de los peruanos.  Aún los títulos de algunas de sus obras más sobresalientes contribuyen a este fenómeno,  “Yawar fiesta” “Los ríos  profundos”,   Todas las sangres”, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”.

 

Sobre el fondo ensangrentado de la reciente historia política del país, la figura de Arguedas crece y se extiende segura, sólida. Aparentemente existe cierto consenso entre los académicos. Pero su lugar en el imaginario de las mayorías aún es incierto. Además la propia naturaleza de su obra da pie a todas las formas de identidad que cobija el actual rostro del Perú contemporáneo. Pero con una elemental salvedad. En la obra de Arguedas los principales actores son las mayorías sociales de origen andino. Su obra se presta a todo tipo de intervenciones. El detalle es quienes y con qué tipo de estrategias lo realizan. Cuenta además el combate silencioso que irremediablemente se viene produciendo entre sus hermeneutas. Me parece que  para una tendencia del pensamiento peruano ejemplarmente encarnada en Vargas llosa,  Arguedas es una suerte de esfinge andina que los espera con enigmas indescifrables. Una suerte de juego malévolo del propio Arguedas a medio camino entre el misterio,  la ironía y la exigencia. Una esfinge, un ser que con su escritura puso límites muy precisos para definir a su auditorio.  Como si dijera que Arguedas hizo el esfuerzo de escribir para un auditorio sobre el que él, Arguedas, cifró sus esperanzas.  Quizás sea la “venganza” cifrada que Arguedas dejó para la posteridad.

 

Hay una frase de Alberto  Flores Galindo  que a mi juicio resume su lectura sobre Arguedas. Dice Tito que Arguedas intento hacer “hablar el marxismo en quechua”. ¿Que significado tiene esta metáfora? En esta exigencia es visible el papel determinante que tiene la imaginación, y por supuesto la utopía. Y es lo que me interesa anotar, el contenido que Tito le dio a la palabra utopía. No como algo inexistente, sino como la posibilidad de asentar un modelo de sociedad alternativa sobre la propia historicidad de un país, una comunidad o una cultura. En este caso las sociedades andinas. Debo insistir en algo que ya fue señalado, la actitud de Tito por incorporar  con nuevos contenidos a algunos conceptos. Por ejemplo a la noción de andino, la utopía y revolución. Entonces estamos frente a una obra y a un pensamiento en permanente movimiento, una suerte de proceso acumulativo en el que se van diseñando nuevos horizontes  e inéditas posibilidades de reflexión. Por supuesto que este proceso obedecía a un programa de investigación al servicio de un proyecto político de carácter transformador y abiertamente identificado con la construcción del socialismo en el Perú. Esto hay que decirlo con claridad puesto que fue el motor que animaba y vitalizaba su propia existencia. Como comprenderán aquí la ideología cumple una centralidad decisiva. No digo que su reflexión y obra estaba sujeta a una determinada ideología y por lo tanto a interpretaciones predeterminadas.

 

El lugar que cumplía la ideología marxista y socialista en el caso de Tito fue el de proveerle una explicación global no tanto de lo existente sino del sentido y curso que podía tener la historia por efecto de la intervención política sobre la misma. O para decirlo con otras palabras, su propósito era sustentar los sueños y la posibilidad de imaginar el futuro con contenidos materiales, con experiencias históricas, nutrir el horizonte utópico con la arcilla de tradiciones vivas, en permanente movimiento, que lograban recrearse y adaptarse a las necesidades del futuro. Sobre todo le interesaba cómo, Arguedas, habiéndose reconocido como militante del marxismo, del leninismo y del socialismo, había logrado producir una obra libre y creadora, distante de los imperativos ideológicos que el canon marxista imponía.  De ahí proviene  la expresión de Arguedas en el sentido que el socialismo no liquidó en él lo mágico. Es decir la extraordinaria diversidad humana, ecológica, cultural,  espiritual y  estética del mundo andino y de la que Arguedas era muy consciente. A este respecto J.M.A señalaría contundentemente: “no hay país más diverso”

 

En lo que sigue intentaré dar una respuesta provisional y formular algunas hipótesis sobre la lectura que Flores Galindo tuvo de Arguedas. Es conocido que el acercamiento a su obra fue temprano, de modo casi paralelo a su interés por Mariátegui y Túpac Amaru II. Y conocía profundamente la obra de Arguedas, ahí esta como testimonio los textos que publicó y los eventos académicos y políticos sobre Arguedas y en los que Tito  participó. Pero también el testimonio de Cecilia Rivera quien señala que cuando conoció a Tito en 1975, le sorprendió el gran conocimiento que tenía de la obra de Arguedas.

 

La valoración hacía Arguedas y el permanente interés de su obra proviene de su certidumbre de que Arguedas, como nadie, había logrado retratar en toda su complejidad el mundo andino y las sociedades campesinas en sus diversas y contradictorias experiencias y escenarios. Y fue esta comprobación empírica la que terminó por definir todo un programa de investigación. Entonces la dimensión utópica estaba anclada en experiencias y realidades históricas y materiales empíricamente verificables. Debía ser construida sobre la reflexión de determinadas comunidades, pueblos y sociedades. En efecto, la obra de Arguedas contenía para Tito, la argamasa y el sustrato empírico para acceder sobre todo a la subjetividad del mundo campesino. Hacía la subjetividad por el elemental hecho que la obra de Arguedas se movía en el terreno de la literatura y la ficción.

 

Pero también prestó mucha atención a sus estudios antropológicos y etnográficos. Por ejemplo el interés con que leyó la tesis de Arguedas sobre las comunidades del Perú y España, o sus estudios sobre el valle del Mantaro que presentaba el perfil de sociedades campesinas diferentes al sur andino. Mientras en el valle del Mantaro se retratan a comunidades vitales que conviven con el mercado y se adaptan afirmativamente a los cambios por efecto de las modernizaciones y sin perder su identidad, en cambio en el sur andino, los colonos de hacienda presentaban un perfil distinto. Comunidades sujetas a violentos mecanismos de dominación y explotación que habían terminado por convertirlos en seres sin esperanza, abandonados a su suerte y con un fatalismo que solo podía ser revertido por intermedio del Yahuar Mayu. Aquí se refería a esas crecidas de los ríos en los andes que en su curso terminaban arrastrando todo lo  que encontraban a su paso. Estas imágenes están presentes por ejemplo en Los ríos profundos, una de las novelas más bellas de Arguedas.

 

Un aspecto decisivo en la obra de Arguedas fue su permanente preocupación por transmitir toda la riqueza y posibilidades de conocimiento que cobija el mundo andino. Por ejemplo en Todas las sangres. Existe en esa novela un poderoso despliegue panteísta cognoscitivo.  Un actor omnisciente y omnipresente en el relato  es efectivamente la naturaleza. La historia natural como estrategia de conocimiento. A lo largo de sus páginas es posible acceder a formas de conocimiento y percepción en las que el sujeto cognoscente termina envuelto por fuerzas espirituales que fluyen de la naturaleza humana anclada en la flora y fauna del mundo andino. La condición histórica y sincrónica de la naturaleza “anuncia” las realizaciones humanas, presienten el acontecer social e individual. Flores, animales, huacas, cerros, ríos, aves y “cosas” parecen poseer una memoria a la que solo se accede por intermedio de una particular sensibilidad, que tiene como condición ese “vínculo intenso” entre las palabras y las cosas y que Arguedas dejó por desarrollar en su relato de  los Zorros. Una tarea pendiente sin duda. Un “encargo” que Arguedas  conscientemente transmite a determinados sujetos y actores que en el relato de los Zorros aparecen como portadores de la nueva nación que parece emerger.

 

Otro aspecto que le interesaba profundamente de Arguedas era su biografía familiar, intelectual, la identidad del propio Arguedas, su origen social, étnico, su filiación política e ideológica, la lectura y su militancia en el marxismo y el socialismo. Es decir, nuevamente como con Mariátegui reconstruir al personaje en toda su complejidad, sus circunstancias materiales y espirituales, sus odios y querencias.  Sobre estos temas destaca por ejemplo la complejidad que encontró en la identidad social, cultural y étnica de Arguedas. ¿Quién era Arguedas? ¿Acaso era el ser abatido, pesimista, lleno de complejos, triste y  hasta opacado como a veces el mismo Arguedas se presentaba? Surge así la idea del sujeto puente, una suerte de articulador y facilitador para la comunicación y sobre todo el entendimiento entre dos mundos y realidades profundamente enfrentadas durante siglos. El indio y el criollo, la urbe y el campo,  la costa y la sierra, lo hispano y lo andino. Tensión, oposición y enfrentamiento entre razas, sociedades, tiempos, culturas, regiones, costumbres y hasta formas de recrear la existencia. Y en medio de aquel combate dantesco, el mestizo, es decir el propio Arguedas, jaloneado por uno y otro espacio, sujeto a la mutua influencia y exigencia de ambas realidades. Y esta línea de reflexión en Tito era tanto más vital, porque en última instancia, se trataba de entender a través de un sujeto tan emblemático como Arguedas, la condición del mestizo, su subjetividad, sus filiaciones esenciales,  el pulso de su identidad y los espacios de hibridez que cobijaba su existencia.

 

Entonces la idea de puente, de espacio de encuentro y de comunicación orientó los últimos trabajos de Tito sobre Arguedas. Y como podrán darse cuenta, este programa de investigación obedecía a un evidente objetivo de carácter político. Político porque en última instancia se trataba de acceder por intermedio del conocimiento histórico, al hallazgo de mecanismos que permitan entre otras cosas, cancelar el racismo por ejemplo.

 

El desafío era obviamente acercarse e ingresar a la penumbra de la identidad de Arguedas, a esas zonas oscuras,  poco visibles y por ello mismo, celosamente resguardadas por una personalidad profundamente conflictuada, escindida, con recuerdos traumáticos provenientes de su infancia. Y por intermedio de aquello, ingresar al alma y la subjetividad del mestizo contemporáneo. Recuerdo por ejemplo su entusiasmo por Robert Musil y su libro El hombre sin atributos ambientado en Viena a principios del S. XX.  Musil fue un intelectual austriaco que vivió durante el ocaso del imperio austrohúngaro, de origen social aristocrático, Musil consumó una suerte de desclasamiento programado. Y si uno lee ese texto y que además quedó inconcluso como los zorros, encontrará las mismas preocupaciones de Arguedas.

 

Es decir, la tensión que significa la pertenencia a dos mundos y a dos sociedades histórica y estructuralmente enfrentadas. Pero también estamos ante dos sociedades que asisten a violentas alteraciones y transformaciones de su estructura social, política, económica y cultural. Sociedades en las que sus clases dominantes no terminan por convertirse en clases dirigentes. Aristócratas que se niegan a transformarse en burgueses en el Imperio Austrohúngaro, y una oligarquía que persiste en usos y costumbres de carácter premoderno y patrimonial en el Perú. A este respecto me parece pertinente el uso de la noción de pasajes, y umbrales desarrollada por W. Benjamín. En estos escritos de Benjamin sobre la vida urbana en París a fines del S. XIX e inicios del XX, existen un conjunto de procedimientos metodológicos precisamente para reflexionar sobre esas zonas fronterizas, una surte de escenarios movedizos, altamente volátiles, en permanente mutación y movimiento.

 

A mí me parece que Tito vio en la obra de Arguedas el arquetipo de las mayorías sociales del Perú contemporáneo. Se trata de un personaje que habiendo salido del mundo andino a pesar que étnicamente no pertenecía a él, se incorpora a la sociedad occidental, y por esta vía fue desarrollando una particular identidad social tensada por las fricciones y mutuas oposiciones que entre ambas sociedades se fueron acumulando a través del tiempo. Y fue esta comprobación que condujo a Arguedas a ensayar una formula de entendimiento, una estrategia de comunicación para derribar esas “murallas” – esa era su expresión- que los enfrentaban y los separaban. Sobre este fenómeno Arguedas decía ser “un demonio feliz que habla en quechua y en cristiano”  Y fue la identificación por parte de Tito de este problema y que además Arguedas lo hacía consciente y visible en su obra, lo que lo condujo a  ensayar por intermedio de Arguedas, una explicación de la historia ontológica del mestizo peruano durante el siglo XX. Es decir la dramática búsqueda de las claves para establecer puentes y mecanismos de articulación entre todos los peruanos.

 

La importancia del  fenómeno reside en que también estaba presente en la relación que tuvo Arguedas con el mundo académico, con las ciencias sociales, con la antropología, con la literatura, la etnología, el arte y otras disciplinas. Aquí el punto de conflicto era la crítica de Arguedas hacía los investigadores que se acercaban al mundo andino como a una sociedad exótica, pieza de museo, miradas y reflexiones desde “fuera”, intermediadas por mil prejuicios y limitaciones. Son emblemáticas las disputas que Arguedas sostuviera con los indigenistas de su época, por ejemplo con López Albújar, su inicial cercanía y posterior crítica a uno de sus mentores como fue Valcárcel. Pero también su posterior distancia con la antropología cultural en la que inicialmente militó, con la sociología funcionalista y aún el estructuralismo.

 

Por ejemplo la célebre mesa redonda organizada en el Instituto de Estudios Peruanos con motivo de la discusión de su novela Todas las sangres, o su polémica con Cortazar y Vargas Llosa sobre lo nacional y supranacional. O sus criticas a Rodrigo Montoya recientemente conocidas con motivo de la publicación de una parte de su correspondencia.

 

Entonces también le interesaba a Tito la posición de Arguedas en el escenario de las ciencias sociales del Perú de los años 50 y 60, la forma en que era leída su obra, el lugar que le asignaban sus detractores. Y efectivamente, no pocos lo retrataban como a un trasnochado neo indigenista y que estaba atrapado en la idealización de una sociedad y de una cultura que en realidad ya no existía. Eran estos temas los que preocupaban a Tito Flores. Después de todo, los mismos fenómenos pero con diferente magnitud venían desencadenándose durante la reciente guerra civil, y en donde una vez mas, las sociedades andinas estaban situadas en medio de dos fuegos y por lo mismo la centralidad de su conocimiento era decisiva.

 

¿Pero acaso no era aquello, guardando las distancias, lo que acontecía con el propio Tito? Las acusaciones que le hacían de ser un neo indigenista, y peor aún, de ser el mentor o aliado ideológico del senderismo. Fíjense cómo este fenómeno es un clásico ejemplo en el que las tensiones contemporáneas definen un programa de investigación. Alguien o muchos podrían observar y decir que lo que afirmo es puro historicismo. Y tienen razón. Ocurre que el historicismo en el Perú es por la propia naturaleza de nuestra historia, un oficio profundamente irreverente, sus efectos tienden a cuestionar lo establecido, posee un filo social de tipo transgresor. La comprobación empírica de lo que afirmo, es el abandono y el desprestigio en el que ha caído la historia social y económica. Que son las dos grandes matrices explicativas para esclarecer el carácter de una comunidad, su estructura social, los mecanismos de dominio material y subjetivo, la conciencia social dominante, la cultura política de los explotados y las instituciones funcionales al modelo de gobernabilidad existente. Y es obvio que el conocimiento por parte de las mayorías sociales de estos temas, generaría movimientos sociales de carácter renovador.

 

Ya para concluir quisiera referirme al estudio de los zorros por parte de Tito, estudio en el que estuve directamente involucrado. Aún cuando sus publicaciones sobre los zorros hayan quedado inconclusas  interesa señalar algunas de sus líneas  de investigación.

 

Tito retomó la propia certidumbre y expectativas que Arguedas tenía sobre los zorros. Como se sabe, luego de la mesa redonda en el IEP nuevamente Arguedas cayó en una fuerte depresión y sumamente inseguro sobre la utilidad de su oficio y de su propia existencia. Sin embargo, sobreponiéndose  a esa carga, Arguedas se embarcó entusiasmado en el proyecto de los zorros, combinando el registro etnográfico y el registro propiamente literario. Se trasladó primero a Supe y luego a Chimbote, lugares en donde realizó un intenso trabajo de campo, con entrevistas y observaciones a los pobladores de ambos lugares. Poco a poco se iba acumulando el material que luego se convirtió en los zorros. Y este texto era el último intento por parte de Arguedas para retratar la realidad social y cultural del Perú contemporáneo. Puesto que su novela Todas las Sangres, que para Arguedas era un fresco social del país,  había sido fuertemente criticada, pues ese país que retrataba en la novela – decían sus críticos-  ya no existía. Entonces intentando una respuesta, se propuso mostrar lo  nuevo del país y que estaba ausente en su novela Todas las Sangres. Existe una carta conmovedora de Arguedas a J. Murra donde le dice que si no entiende lo que pasa en el Perú entonces la vida para él no tiene sentido.

 

El propósito de Arguedas era entender que estaba pasando con el Perú, cual era el pulso vital de sus mayorías postergadas, hacía donde se orientaba, la naturaleza del cambio social, la identidad de los diferentes grupos y clases sociales y su universo espiritual y estético. Y fueron estas preocupaciones de Arguedas, es decir su programa de investigación,  lo que llamó poderosamente la atención de Tito. Entonces fiel al su estilo, había que reconstruir en este caso lo que era Chimbote durante aquellos años. Me refiero a lo desencadenó el auge de la pesca de exportación,  sobre todo los años 60, cuando esta ciudad asistió a un crecimiento geométrico en todos sus escenarios. Una sumaria revisión y comparación entre los censos nacionales  de 1940 y 1972 mostrará los cambios estructurales que se produjeron en Chimbote.

 

Para empezar pasó de ser una caleta de pescadores a fines de los años 40 con menos de 4,000 habitantes, a la gran ciudad con cerca de 200,000 habitantes hacía los últimos años de la década de los años 70. Pero además en Chimbote se podía encontrar a seres humanos provenientes de todas las regiones y departamentos del país, literalmente. Multitud de usos y costumbres heterogéneas, de idiomas y dialectos, de fiestas y celebraciones, hábitos de convivencia, formas de asociación, variedades de cultos católicos y protestantes, confluencia de diversas agrupaciones políticas. En una palabra Chimbote reproducía de manera abreviada y concentrada en un solo escenario a un país diverso, múltiple, fragmentado, casi inasible e impredecible. De ahí la expresión de Arguedas cuando dice “El Perú hirviente de estos días”.

 

Fíjense cómo es que Tito  se remonta hacía el sustrato empírico y la argamasa informativa sobre la que Arguedas levantó los zorros. Lejos de admitir como absolutas las imágenes y escenarios que aparecen en el relato, Tito se propone tomar el camino inverso y realizar un contrapunto entre lo que Arguedas proponía en los zorros y el basamento material que daba lugar al mencionado texto. Bueno, eso es lo que yo observo en la reflexión de Flores Galindo. Por supuesto, tienen y debe existir otro tipo de explicaciones. Además ahí están los escritos de ambos para ser revisados.

 

Otro foco de interés que me parece fue insinuado por Tito pero que no lo desarrolló es sobre los actores y los principales personajes que aparecen en los zorros. Y este es un tema que particularmente me interesa y sobre el que he publicado algunos ensayos. En efecto, se trata de realizar una suerte de inventario humano de cada uno de los personajes y reconstruir sus biografías con los mismos datos que aparecen en el relato. Existe ahí la posibilidad de arribar por intermedio de cada uno de estos personajes a la representación de vastos grupos sociales cuyo protagonismo en la historia social del Perú aún es decisivo. Solo como ejemplo nombraré a algunos de ellos. Don Esteban de la Cruz, Cecilio Ramírez, Chaucato, Hilario Caulama,  Doble Jeta Apaza, Asto, el Loco Moncada, Crispín Antolín, el Cura Cardoso, Maxwel, Paula Melchora, la Narizona, doña Frebisbunda......

 

Lo sorprendente es que la mayoría de estos personajes realmente existieron en Chimbote, fueron conocidos por Arguedas y entrevistados. Pero por la forma en que son presentados en el relato sugiere el propósito de Arguedas por constituirlos en una surte de tipos reales que encarnan la identidad ya no de individuos, sino de grupos sociales. Más aún, interesa los puntos de encuentro y la mutua oposición entre ellos, la interacción que experimentan, la subjetividad colectiva, su imaginario religioso, sus concepciones sobre la nación y el estado, el lugar que ocupa por ejemplo en su conciencia histórica la sociedad inca, sus expectativas y frustraciones.

 

De manera que  la centralidad de Arguedas en la reflexión final de Tito Flores está directamente vinculada con el tema de la utopía. Utopía entendida como una aventura intelectual y política que partiendo del conocimiento de las sociedades andinas, pueda sustentar modelos de organización alternativos. Pero en los zorros, las sociedades andinas aparecen con un contenido novedoso, múltiple y que la posteridad ha confirmado plenamente. Es decir, aquello que se insinuaba en Chimbote ha terminado por ser el perfil de las actuales mayorías sociales. Un país eminentemente mestizo, múltiple, abierto al cambio, con una capacidad extraordinaria para reinventar sus propias tradiciones, manteniendo la singularidad de sus identidades, como decir el justo y equilibrado contrapunto entre modernidad y tradición, cambio y continuidad, lo nuevo y lo antiguo en un dialogo salpicado de tensión ciertamente, pero también con posibilidades de entendimiento.

 

Los zorros quedarán en la historia intelectual del Perú, como la marca cruel de un relato que condujo hasta  límites sobrecogedores, la múltiple e inasible palpitación de un país diverso y muy antiguo. Un país en el que han coexistido  naciones, Estados y comunidades diversas. El texto se presenta como una danza, y como tal, en permanente movimiento. A pesar de la violencia del tiempo, pareciera que su contenido se transfigura y agota las más disímiles lecturas. Ningún otro texto escrito en el Perú, logró representar tantos escenarios y dar vida a una sorprendente variedad  de actores. Seres y escenarios desde donde florecen experiencias límites. Como si su autor se hubiese propuesto embriagar a sus lectores. Escarmentarlos para que aprendan a sintonizarse con el país en el que han nacido. Arguedas pues se propuso mostrar todo aquello que latía en la conciencia pero que difícilmente podía ser representado, explicado y entendido. Y en el camino de elaborar el texto, su autor terminó arrastrado por las mismas fuerzas que aún siendo su hechura, muy pronto cobraron vida propia, como para impedir que la realidad ahí retratada pueda ser detenida por el hallazgo de sus claves ontológicas.

 

Concluyo este ensayo con el párrafo de una carta de Arguedas a Fernando de Szyszlo que no necesita comentarios:

 

“sin duda el mayor peligro que amenaza a la humanidad es el materialismo brutal, la prosperidad económica, tomada como único fin, como único ideal(…)tiemblo ante cada caso de artista que se vende, que empeña su alma para ganar dinero y comodidad que acabaran por pudrirlo más pronto. Creo que he llegado a amar, acaso en exceso, mi bien amada pobreza. Te confieso que me siento bien en los sucios ómnibus de Lima, junto a los cholitos y zambos. Me parece que así no me faltarán nunca, lo que en mí hay de humildad y de popular; ha de ser espantoso, creerse distinto y mejor que ellos”. 

Gustavo Montoya Rivas 

Gentileza de Jorge Paredes -  jgparedesm@gmail.com 

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