Figuras femeninas en la Eneida
Female Figures in the Aeneid

ensayo de Martha Elena Montemayor Aceves

montemayor.martha@gmail.com

Universidad Nacional Autónoma de México

 

Pierre-Narcisse Guérin: Eneas describe a Dido la caída de Troya
(Énée décrit à Didon la chute de Troie, 1815). Museo del Louvre

 

Resumen: En este trabajo se pretende hacer una reflexión sobre la visión que Virgilio tenía de las mujeres que presenta en su Eneida. Personajes mortales como Creusa, Dido o Lavinia, incluyendo a las diosas inmortales Venus y Juno, son un reflejo de las mujeres representativas de la sociedad romana, en calidad de matronas ejemplares, ya sea como esposas o como madres de hijos notables.

Palabras clave: Virgilio; Eneida; Dido; Lavinia; mujeres romanas

Abstract: This paper aims to make a reflection about the Virgil’s point of view related to women represented in his Aeneid. Mortal characters such as Creusa, Dido or Lavinia, including the immortal goddesses Venus and Juno, are a reflection of the representative women of Roman society, as exemplary matrons, either as wives or as mothers of illustrious sons.

Keywords: Virgil; Aeneid; Dido; Lavinia; Roman Women DOI: 10.19130/iift.nt.2018.36.1.784

Introducción

La sociedad romana era androcéntrica y la mujer considerada más digna era la “matrona romana”, es decir, la mujer casada en legítimo matrimonio[1]. Ella era dueña (domina) de su casa, salía de compras a la calle acompañada de sus esclavas o esclavos[2], asistía a espectáculos públicos[3] y a fiestas religiosas propias de mujeres, como las Matronalia, el culto a Ceres o a Bona Dea, por ejemplo. Ella administraba su casa, se encargaba de la educación de los hijos, hilaba lana ayudada por las esclavas para confeccionar ropa a su marido e hijos. Su mayor misión era ser madre y con ello proporcionarle al Estado buenos ciudadanos.

Hubo matronas ejemplo de virtud como Cornelia, la madre de los Graco, quien vio morir a sus hijos que participaban en política, con la cabeza en alto soportó las adversidades, enviudó y nunca se volvió a casar[4]. Una tal Arria, esposa de un condenado a muerte, se clavó un puñal en el pecho y al sacárselo se lo ofreció a su marido diciéndole: “Peto, no hace daño” (Paete, non dolet) y murieron abrazados[5]. La esposa de Séneca, cuando su marido se suicidó por órdenes del emperador Nerón, trató de cortarse las venas igual que su marido, pero los soldados del gobernante la detuvieron[6]. La esposa de Cicerón, Terencia, fue la única heredera de su padre, su dote consistía en 400 mil sestercios, tenía en Roma viviendas, granjas, parcelas; todas sus propiedades le generaban ingresos anuales considerables. Ella se casó sine manu y su tutor se llamaba Philotimus, Cicerón tenía menos poder económico que su esposa. Aurelia Cotta, madre de Julio César, y Accia, madre de Augusto, fueron reconocidas, entre otras cosas, por haberle dado al pueblo romano hijos ejemplares[7].

En este contexto, el presente trabajo tratará sobre la visión que Virgilio tenía de las mujeres que presenta en su Eneida, principalmente de las madres y esposas, representativas y equiparables a las matronas romanas. Para este propósito hay que tomar en cuenta, por un lado, que Virgilio estaba vinculado a los políticos más importantes de su época, incluido el propio emperador, y las mujeres que conocía eran de la alta esfera social romana; por otro lado, que, aunque escribió esta obra para alabar a Augusto y enfatizar su origen divino, su poema resultó una obra grandiosa, muy popular en su época, que le dio identidad al pueblo romano al contar su origen, costumbres e ideología, y que es un referente obligado en la actualidad para entender la cultura de Occidente. Con base en estas reflexiones, será interesante tratar de descubrir el conocimiento que tenía el poeta sobre el tema de la mujer, pues su genio creó personajes femeninos romanos que trascendieron en los siglos venideros para ser inmortales.

I. Dos diosas: Juno y Venus

Juno

Ella es la diosa principal de los romanos, considerada la reina de los dioses. Es el símbolo de la matrona romana por ser la esposa de Júpiter y la madre de Marte, por eso protege la santidad del matrimonio y la condición matronal de la mujer. Indica la fuerza vital de las jóvenes, de ahí que su nombre se asocie a iuvenis y el mes de junio se llame así en su honor. Acompaña a la mujer desde su niñez y durante toda su vida[8], pues es el equivalente del genius que acompaña al hombre[9]. Ella regula todos los fenómenos del cuerpo femenino: en los cultos arcaicos se le invocaba como fluonia para la menstruación; como iugalis para la asistencia del matrimonio; como pronuba era madrina en las nupcias; como februa purificaba a las mujeres después del parto. También era antiguo el culto de Juno Moneta, celebrado en el mes de junio. La palabra moneta viene de moneo, “advertir”; Tito Livio cuenta que una vez los galos se desplazaron silenciosamente hacia su templo, sin ser vistos ni por los centinelas ni por los perros, pero no pasaron desapercibidos para los gansos sagrados de Juno, quienes con su clamor y el ruido de sus alas advirtieron a los centinelas[10]. Livio también refiere que, en el año 345 a. C., el dictador Lucio Furio Camilo le erigió un templo en la ciudadela capitolina, por haber salido victorioso en la batalla contra los auruncinos[11].

En general, Juno representaba el principio femenino de la luz celeste, por ello se presenta como la luna que preside los matrimonios y los nacimientos. Su fiesta principal era el 1 de marzo y se llamaba Matronalia, durante el festejo las matronas se ceñían la cabeza con guirnaldas, subían a su templo en el Esquilino y le ofrecían ramos de flores rogándole por la prosperidad de su matrimonio. La festividad, a la que las solteras no asistían, comenzaba en medio del bosque que rodeaba el altar y terminaba en el seno familiar. Las que iban a parir la invocaban con ofrendas como Juno Lucina[12]. Se debía asistir a estas ofrendas “sueltos los nudos y sueltos los cabellos” (solutis nudis et soluti crinibus)[13], porque la carencia de nudos facilita el parto, la presencia de un lazo o cinturón anudado podía impedir el alumbramiento de la mujer por la cual se ofrecía el sacrificio. Después de un parto feliz, la casa se ilumina en reconocimiento a Lucina y se dispone una mesa servida en su honor. Ovidio cuenta el difícil nacimiento de Hércules: cuando Alcmena estaba a punto de parir, el peso le tensaba el vientre y no podía soportar los dolores, durante siete noches y otros tantos días invocó a Lucina, ella se presentó hostil debido a los celos, se sentó en el altar ante la puerta y “detuvo el parto con la rodilla izquierda oprimida por la rodilla derecha y con los dedos unidos entre sí como peine”[14].

Su sacerdotisa era la llamada flaminica (como el flamen dialis de Júpiter); aparecía vestida con el flammeum azafranado, cintas sagradas en el cabello y en la frente, y una varita de granado tradicional para los novios; su ropa estaba ceñida a la cintura por el cingulum, distintivo de Juno.

Desde la época de la monarquía romana formaba parte de la Triada Capitolina y era venerada como Juno Regina, se encontraba al lado izquierdo de Júpiter Óptimo Máximo[15], y al lado derecho estaba Minerva.

Es interesante recordar que la Triada Precapitolina estaba integrada por tres dioses: Quirino, Marte y Júpiter. Fueron los reyes etruscos, los Tar-quinios, quienes tuvieron la idea de que la triada fueran dos diosas y un dios. El primer Tarquinio empezó la construcción del templo en el monte Aventino, de acuerdo con Vitruvio, “en los lugares más elevados, donde puedan contemplarse la mayor parte de las murallas”[16]. Lo concluyó su hijo, el último rey de Roma, de ahí que Tito Livio apunte que fue construido “por ambos reyes Tarquinios, el padre lo ofreció como un voto y el hijo lo terminó”[17]. Tarquinio el Soberbio fue expulsado y la inauguración la hizo Marco Horacio Pulvilo, el primer cónsul[18]. El templo fue enriquecido con obras de arte, se archivaban contratos, ahí se celebraban las mayores solemnidades. Fue el lugar más representativo de la vida social, política y religiosa en la época de la república.

Virgilio llama a Juno “la reina de los dioses” (deum regina)[19] Es el personaje antagónico con respecto a Eneas, hace todo lo posible para impedir que el héroe llegue al Lacio y cumpla con su destino: fundar una ciudad. Se opone, por tanto, a la voluntad, deseos y proyectos no sólo del héroe, sino de los dioses mismos, quienes han fijado ese destino. Juno no puede soportar que un troyano vaya a ser el fundador de lo que en el futuro será la gran urbe, su ira contra ese pueblo se debe a tres causas que el poeta explica: ella había oído que su amada Cartago sería destruida por sangre troyana; permanece en su mente el juicio de Paris, quien escoge a Venus como la más hermosa, dándole la manzana de oro, despreciándola a ella; por otro lado, Júpiter prefirió como copero, en lugar de su hija Hebe, al niño troyano Ganimedes, a quien rapta por considerarlo el más bello de los mortales[20]. Su figura en la epopeya es la de una diosa que representa a la matrona romana, por ser esposa del mismo Júpiter, el padre de los dioses; sin embargo, el poeta la muestra con características negativas muy comunes a las humanas: no es precisamente obediente ni sumisa con su marido; al contrario, es una esposa que desea imponer su voluntad aunque de antemano sepa que va en contra del hado. Es la personificación de la venganza, de la soberbia, de los celos y de la obstinación.

Se vale de su poder como reina de los dioses para lograr que Eolo provoque una tormenta con la intención, de ser posible, de desaparecer a Eneas, pero el héroe logra sobrevivir y arriba a las playas de Cartago. Juno logra desviarlo del camino al Lacio y retrasar su tarea. Eneas había llegado a Drépano, Sicilia, ahí sufre la pena de la muerte de su padre Anquises. Su estadía en Cartago duró un año, tras el cual regresa a Drépano y, en ese lugar, como un homenaje a su padre por su primer aniversario luctuoso, organiza para los teucros certámenes deportivos de carrera de naves, carrera a pie, lanzamiento de saetas y pugilato[21].

Es importante señalar que en estos cértamenes participan únicamente hombres; las mujeres ni siquiera presencian el espectáculo, ellas permanecen apartadas en la playa. Juno, vengativa, vuelve a intervenir y, mientras observa desde el cielo las actividades de los troyanos, decide enviar a su mensajera Iris, quien bajando por un arco de mil colores (per mille coloribus arcum)[22] se mezcla entre las mujeres troyanas transformada en Beroe, una matrona que había gozado de fama y de hijos (nomen natique)[23], y las persuade para que quemen las naves. Nuevamente la actitud obstinada de la diosa Juno detiene el camino del héroe. Júpiter envía lluvia y logran salvarse cuatro naves[24]. Debido a este hecho, por consejo de la sombra de su padre, Eneas decide dejar en esa tierra a las matronas y a los de avanzada edad, y funda la ciudad de Acesta[25].

A pesar de las intervenciones vengativas de la diosa, el héroe avanza en su viaje, después de pasar por Cumas, donde conoce a la Sibila con cuya ayuda logra visitar a su padre en el Averno, llega finalmente a la zona del Lacio. Ahí, para ganarse la mano de Lavinia, enfrenta una guerra feroz contra Turno, el prometido de la joven. Precisamente es Juno la que inicia esa guerra, pues ahora mediante la erinia Alecto, hermana de la Gorgona, le arroja a Amata, madre de Lavinia, una serpiente que se introduce en sus entrañas y le provoca odio contra Eneas[26], y a Turno le clava en el pecho ardientes antorchas provocándole un enorme deseo por la guerra[27]. En un momento en que Eneas deja solos a los troyanos, porque va a concertar alianzas con Evandro, se presenta Turno incitándolos al combate, ellos cierran las puertas y se niegan a luchar; pero él, enfurecido, arremete contra las naves incendiándolas, sin saber que estaban hechas con pinos sagrados de Cibeles, la madre de los dioses. Se oye la voz horrenda de Cibeles por los aires, y las naves se convierten en Nereidas, diosas del mar, como Júpiter lo había prometido[28].

Ambos episodios de las naves quemadas son significativos, pues se puede interpretar que, al no tener navíos, Eneas ya no podrá continuar su camino y se instalará en el lugar donde queden éstos. Las dos situaciones son diferentes, ya que en Sicilia, como se dijo, se queda a vivir una parte de la gente, la de más avanzada edad. En cambio, en el Lacio, efectivamente Eneas no necesitará las naves para continuar su camino, sino que ya llegó a su destino y allí fundará la ciudad destinada por el hado. Turno, personaje que con su actitud está en contra del destino, interpreta lo contrario: que Eneas está acorralado y que ya no podrá huir. Se pueden apreciar las diferentes percepciones y los distintos intereses de cada uno. Juno, la matrona, la reina de los dioses, también se equivoca en esta ocasión al incitar a Turno a la guerra. El destino es inexorable, está fijado por el hado, es inútil cerrar los ojos ante lo inminente.

Cuando Turno mata a Palante y Eneas enfurece por tal hecho, Juno cambia de actitud, pues teme por la vida del que ha estado protegiendo en esta guerra. Ahora se muestra sumisa y suplicante con su esposo Júpiter, quien ante la inaplazable situación le prohíbe terminantemente que vuelva a intervenir. Contra su pesar ella abandona a Turno[29], accede a que Eneas se case con Lavinia y a que ambos pueblos se unan; pero le pide a su marido ciertas condiciones que se verán reflejadas en la historia de los romanos: que los latinos no cambien su viejo nombre (vetus nomen); que no cambien su lengua (vocem), ni su vestido (vestem); que, así como cayó (occidit) Troya, así su nombre caiga[30]. Júpiter le concede lo que pide y dice que añadirá la costumbre y el rito de los cultos (morem ritusque sacrorum), hará que todos sean latinos con una sola lengua (ore), surgirá una raza que sobrepasará a hombres y dioses en piedad (pietate)[31]. De este modo, Eneas deja de ser troyano para convertirse en latino, adorador de la Juno Itálica. Juno, por su parte, conserva sus características griegas: ayuda a las mujeres en el momento del parto; es la hermana y esposa de Júpiter; pero, además, se presenta formando parte de la Triada Capitolina junto con Minerva y Júpiter, y como madre de Marte. Se constituye así en la expresión más alta de la matrona romana y de la reina de las naciones.

Venus

Su culto en el Lacio fue muy antiguo. Tenía santuarios en Ardea y en Lavinium. Se le rendía culto en el bosque sagrado de Libitina, cerca del Circo Máximo. Hubo un primer santuario, pero sólo se conoce la fecha de la construcción del segundo, en el año 295 a. C. En su origen era la protectora de campos y jardines, pero al asimilarse a la Afrodita griega pierde su naturaleza agrícola y se convierte en la diosa del amor y la belleza, con este carácter se le rindió culto en la Magna Grecia, donde tenía un Santuario situado en Eryx, Sicilia.

Sila la veneró como Venus Felix, Pompeyo como Venus Victrix. César le construyó, en el año 45 a. C., poco antes de la Batalla de Farsalia, un templo en el Forum Iulium y la veneró bajo el nombre de Venus Genetrix[32], recogiendo así las leyendas como madre de Eneas y abuela de Iulo, por tanto, origen de la Gens Iulia, es decir de Julio César y Augusto. Virgilio refiere así el origen de Augusto:

Nascetur pulchra Trojanus origine Caesar,

Imperium Oceano, famam qui terminet astris,

     Julius, a magno demissum nomen Iulo.

Nacerá de hermoso origen el Troyano César,

quien terminará su imperio en el Océano, su fama en los astros,

     Julio, nombre que desciende del gran Iulo[33].

En el lectisternio del 217 Venus se le unió a Marte. Ella quedó entonces como madre de la dinastía Julia, Marte como padre de Rómulo y Remo. Ambos dioses regirían los destinos de Roma. Fabio Máximo, en el Capitolio, construyó un templo a Venus, la diosa de Eryx, como filial del templo siciliano[34]. Augusto continuó con el culto de Venus Genetrix y, durante su imperio, Virgilio escribió la gran epopeya de la Eneida, que le dio identidad al pueblo romano.

En el libro III de las Geórgicas, Virgilio anuncia su futura obra, comparándola con un templo que tendrá a César Augusto como centro[35] y al fondo las gestas troyanas. En ella, recoge la tradición de que Venus es hija de Júpiter, madre de Eneas, y de que éste es el padre de Iulo, de quien desciende la familia Julia, como ya se mencionó. Así, el poema es una alabanza a la estirpe divina del emperador, pues a través de Iulo el emperador es descendiente del mismo Júpiter. Este origen divino quedó plasmado en la muy conocida estatua del emperador[36], que lo presenta de cuerpo entero, de pie, vestido de militar, levantando la mano derecha. En su coraza hay relieves alusivos a Apolo y Diana, en el centro aparece un jefe parto devolviéndole un emblema a un legionario romano, pero el rasgo característico, a propósito de su origen divino, es el cupido que se encuentra abajo a un lado de la pierna derecha. El cupido cabalga sobre un delfín y simboliza la condición del Emperador como descendiente de la diosa Venus a través de Eneas. Otra obra artística digna de mención es el Ara Pacis, que el propio Príncipe decidió erigir para consagrar la Pax Augusta. En esta construcción, se localiza el panel de una diosa sentada sobre unas rocas con la cabeza velada y vestida con un ligero quitón, sosteniendo a dos niños. Aunque la interpretación más común es que se refiere a la diosa Tellus, no se descarta que pueda referirse a la diosa Venus[37], pues la política de Augusto se distinguió por ese culto a Venus Genetrix.

Así es como la presenta precisamente Virgilio, con su principal característica, la de madre, sobre todo la de madre de un hombre ejemplar. En este sentido, la vemos como una gran matrona, defendiendo y protegiendo incondicionalmente a su hijo, encaminándolo para que cumpla su destino de héroe fundador de una nueva ciudad que será la futura Roma.

En el inicio del poema, Eneas llega a Cartago después de la tormenta provocada por Eolo. Venus se le aparece en la figura de una doncella espartana, con arco, cabellos esparcidos por el viento, desnuda de rodillas, aljaba y piel de Lince[38]. Lo envuelve en una nube para protegerlo de los posibles ataques de los habitantes de Cartago.

En otra escena, en plena guerra, Eneas encuentra a Helena escondida tras un altar, la diosa interviene para que el héroe no cumpla su deseo de matarla y no pierda su condición de héroe, pues él estaba destinado a realizar cosas mayores[39]. Uno de los episodios más significativos es la entrada al Averno auxiliado por otra figura femenina, la Sibila de Cumas. Ésta le solicita una rama dorada que será la llave para entrar y poder visitar a su padre. La ayuda de Venus, en este trance, consistió en mostrarle el lugar donde se encontraba la rama dorada: dos palomas llegaron volando desde el cielo y se posaron en el verde suelo, ellas le mostraron el camino[40].

Aunque no se hablará de la Sibila más que en estas líneas, por no ser representativa de las matronas romanas, es importante señalar que este personaje es muy interesante debido a su simbología: se encuentra dentro del ámbito misterioso y oracular, tiene la dignidad de ser sacerdotisa de Apolo y la cualidad de ser vidente, esto es, de conocer el futuro. Ella representa la necesidad imperiosa de la humanidad, en todas las épocas, de querer conocer de antemano lo que sucederá[41].

En la misma línea de madre protectora, la diosa Venus le pide a su esposo Vulcano armas para Eneas: un terrible yelmo crestado, coraza de acero, una espada alada y un escudo[42]. Éste tiene labrada la historia de Roma, la loba, el rapto de las Sabinas, la guerra de Tito Tacio, Rómulo, Catilina, Catón, Augusto, Antonio y Cleopatra. Tales escenas son las que Bonifaz Nuño llama “la eternidad”; es decir, Eneas no sabe esa historia; sin embargo, el poeta y el lector ya la conocen, pues Virgilio relata dos tiempos: el tiempo real en que Eneas va realizando sus hazañas, y el tiempo de la eternidad, en el que Roma ya existe[43].

Su actuación en la guerra contra Turno es la de una madre angustiada por la vida de su hijo y de su nieto Ascanio. Cuando el héroe es herido con una saeta, la diosa recoge del monte Ida de Creta el díctamo para dárselo al médico Japix, quien reconoce que no fue él quien lo curó, sino un dios[44]. Al final, ella le reclama a su padre Júpiter que, si a los troyanos no les está permitido vivir en el Lacio, les permita retornar a Troya. Pero cuando finalmente Juno acepta su derrota y llega a un acuerdo con su esposo, deja de ayudar a Turno, se enfrentan los dos enemigos y Eneas finalmente lo mata. Todas las actuaciones de Venus, en la epopeya, muestran a una matrona, madre ejemplar, que simbolizó el origen divino del primer emperador romano.

II. Las esposas del héroe: Creusa, Dido y Lavinia Creusa

Ella es la primera esposa legítima de Eneas, es una mujer amorosa, fiel y paciente, hermana de Héctor e hija de Príamo. Cumple su misión como una matrona ejemplar al ser la esposa del héroe y al dar a luz a un hijo ilustre, el pequeño Ascanio, también llamado Iulo, quien será el fundador de la ciudad de Alba Longa. Es mencionada por Venus, quien, cuando Eneas siente el deseo de matar a Helena en medio de la destrucción de Troya, le dice a su hijo que si no quiere mejor mirar dónde dejó a su fatigado padre, si sobreviven su cónyuge Creusa y el niño Ascanio[45]. Creusa aparece abrazada a los pies de su esposo, llorando y suplicándole que, si él va a morir en la Troya incendiada, los lleve a todos consigo[46]. Cuando Eneas huye, lleva en la espalda a su padre, quien carga a los Penates, el hijo va a su diestra y la esposa detrás[47]. Con esta imagen familiar, el héroe se convierte en uno de los personajes representativos de la piedad romana. En ese camino de huida, ella muere a manos de los griegos; al no verla Eneas, desesperado, se regresa a buscarla desafiando todos los peligros para hallarla, mostrando un gran amor, pero no la encuentra, en cambio, lo que ve es su sombra que se le aparece en el momento de la vigilia, quien resignada le dice que ella se queda y que él llegará a Hesperia, donde fluye el lidio Tíber, ahí ganará una cónyuge regia[48]. Con esta actitud Creusa se muestra piadosa, pues ve por el bien de la patria y no por el de ella misma.

Dido

Desde el primer libro, Virgilio introduce el personaje de la reina fenicia Dido, de acuerdo con lo que le cuenta Venus a su hijo: el impío hermano de la reina, Pigmalión, mató a su esposo Siqueo; éste se le aparece a Dido en sueños para revelarle el crimen y le indica el lugar donde se encuentran las riquezas y la persuade para que huya. Se le unen los que sienten coraje y temor hacia el hermano, cargando las naves de oro. Dido llega a la zona de Libia, allí gobierna el rey Jarbas, en ese lugar compra un terreno del tamaño que pudiera abarcar la piel curtida de un toro (taurino quantum possent cincundare tergo)[49]. Funda ahí la ciudad de Cartago, donde ella es la reina. Dido es viuda, no se ha vuelto a casar, no es madre de hijos ilustres; sin embargo, al hacerse cargo de su pueblo, al construirles una ciudad, al dictar leyes para que haya orden y al construir templos para adorar a los dioses se convierte en una especie de matrona de su propio pueblo.

Sus apariciones en la epopeya son múltiples y variadas, por ejemplo, se le puede ver en el templo que se está construyendo, en la nueva ciudad, en honor a Juno, donde hay unas pinturas sobre la guerra de Troya, las cuales provocan en Eneas mucho dolor, por lo que Virgilio lo describe así: “gimiendo mucho baña su rostro con un largo río” (multa gemens, largoque umectat flumine vultum)[50] El héroe va envuelto en una nube protectora, hecha por su madre, y recorre la ciudad de Cartago junto con su amigo Acates, cuando ve a la reina hablando, en actitud hospitalaria, con sus amigos Sergesto, Anteo y Cloanto.

Dido ofrece, entonces, un banquete a los troyanos en su palacio, es el séptimo estío desde que salieron de Troya, todos están sentados cómodamente y escancian vino. La anfitriona le pide al héroe que le relate sus aventuras desde el principio. Cuenta la caída de Troya en el décimo y último año de la guerra; los dos héroes principales, Aquiles y Héctor, ya están muertos; refiere el viaje de huida en busca de fundar una ciudad, recorrido que hace desde Troya hasta Sicilia, pasando por Macedonia, Creta, Butroto, el estrecho de Mesina, el Etna, Agrigento, Selinunte y, finalmente, menciona a Drépano, lugar donde les sorprendió la tormenta.

Como Venus teme la casa ambigua y a los tirios de doble lenguaje (domum timet ambiguam Tyriosque bilingues)[51] hace pasar a su hijo Cupido, el más terrible de los dioses según opinión de algunos afectados, por Ascanio. Cuando Dido lo abraza, queda profundamente enamorada de Eneas. Esta alusión a la casa ambigua y a los tirios de doble lenguaje evoca la falsa fe púnica, es decir, la falta de lealtad que Haníbal cometió al violar el tratado del Ebro y declarar la Segunda Guerra Púnica. Esta doble cara se presenta, por ejemplo, en el personaje de Pigmalión, el hermano de Dido[52].

A raíz de este inevitable enamoramiento, Venus y Juno, enemigas acérrimas en todo el poema, urden juntas un plan: la unión de Dido y Eneas. Juno quiere que el héroe se establezca en Cartago y no llegue a Italia a fundar la ciudad que servirá de cimiento de la futura Roma; Venus quiere que los cartagineses no ataquen a su hijo y que, por el contrario, le brinden hospitalidad.

Esta negociación entre las diosas, la de arreglar la unión entre Dido y Eneas, tiene ecos en la vida real de los matrimonios en Roma, como el tercer matrimonio de Tulia, la hija de Cicerón, con Dolabela, en el año 51 a. C.;[53] o el matrimonio entre Julia, la hija de Augusto, y Agripa, amigo muy cercano del emperador, quien era 24 años mayor que ella[54], sólo por mencionar dos ejemplos.

El plan de ambas diosas se cumple cuando ellos salen de cacería, Dido va muy elegante, con una clámide sidonia, aljaba, fíbula de oro y un vestido color púrpura[55]. El rostro de Eneas irradia el mismo esplendor que el de Apolo[56]. Empieza la comitiva a cazar cabras y venados, cuando de pronto el cielo se turba de tempestad y granizo. Los amantes se refugian en una cueva; la diosa Tierra y Juno, la que propicia los matrimonios, dan la señal (Tellus et pronuba Juno dant signum)[57] y ocurre la unión. Pero Virgilio describe dos malos indicios: los fuegos brillaron siendo conocedor el cielo de los conubios (fulsere ignes et aether cons-cius connubiis)[58], las ninfas ulularon en la cima más alta (summo ulula-runt vertice nymphae)[59] Es decir, por la tormenta había rayos en el cielo y las ninfas aullaron colocadas en la cumbre de una montaña.

El matrimonio en Roma era una situación de hecho, una situación meramente social. El Derecho regulaba, por ejemplo, la constitución de la dote o que los contrayentes gozaran del ius conubii[60] para que se considerara iustum matrimonium; pero, en realidad, no regulaba la forma como debían celebrarse las ceremonias del matrimonio. Generalmente éstas se iniciaban en la casa de la novia, donde el paterfamilias entregaba la novia al novio. Éste la trasladaba por la calle hacia su casa, con una comitiva integrada por parientes y amigos. Ella iba velada, la precedía una antorcha que representaba al dios Himeneo, la comitiva entonaba cánticos: “Al llegar a la casa del novio, se detenía el cortejo y para que la joven entrara en la domus, solía simularse un rapto, de tal suerte que el novio la levantaba en brazos, sin que los pies de ella tocaran el umbral de la casa”[61]. A toda esta ceremonia se le llamaba deductio in domum mariti.

En el caso de Dido y Eneas, él no la lleva ante una comitiva a su casa, sino que se dirigen a una cueva (spelunca) para cubrirse de la lluvia; la antorcha del dios Himeneo está representada por los rayos de la tormenta, y los cantos que debía entonar la comitiva están representados por el aullar de las ninfas, símbolos ambos de mal augurio, que llevarán esta unión al fracaso.

Se podría considerar, de acuerdo con el Derecho, que hubo matrimonio entre ellos, pues, por una parte, eran de una misma clase social, de condición libre y, al menos durante todo el largo invierno, como lo pregonó la fama[62], ambos consintieron de buen grado en convivir como marido y mujer ante los ojos de los demás, lo que constituía un rasgo importante del matrimonio, es decir, la affectio maritalis[63]. El jurista Ulpiano podría reafirmar esta idea cuando dice que la unión carnal no hacía al matrimonio legítimo, sino lo que lo hacía iustum era el consentimiento de ambos[64]. Sin embargo, es precisamente en este punto cuando la unión conyugal se termina, pues Eneas deja de estar de acuerdo después de la aparición del mensajero de Júpiter. En efecto, Mercurio baja a hablar con el héroe y le dice que ahora está colocando los cimientos

de una elevada Cartago y que se olvida de su reino. Le pregunta “¿Qué construyes?” (quid struis?) para terminar diciéndole: “vuelve la vista a Ascanio que surge y a las esperanzas del heredero Iulo, a quien se deben el reino de Italia y la romana tierra”[61].

Esta intervención del dios implica dos asuntos de fundamental trascendencia, que conllevan dos características de la piedad romana: una, el respeto y deber hacia la religión, es decir, su destino de fundar una ciudad ha sido trazado por los dioses y él lo ha de cumplir voluntariamente, por eso no debe detenerse más tiempo construyendo otra ciudad que no es la suya; la otra, su deber hacia la familia, en este caso, hacia su hijo y los descendientes de su hijo, quienes han de formar la familia Julia.

Eneas se horroriza y enmudece ante el mensaje de Mercurio, en palabras de Virgilio: “se le erizan de horror los cabellos y la voz se le pega a la garganta”[62], ordena a sus hombres aparejar las naves para la partida, pues está decidido a cumplir con su destino, abandonando, por lo tanto, a Dido y terminando así con la unión. Al percibir lo que va a suceder, la reina se lanza en delirio por la ciudad entera como una ménade. Lo llama traidor, le pide que se quede porque teme a Jarbas y a su propio hermano Pigmalión. Lo insulta, como lo hacemos en la actualidad, haciendo alusión a su madre: “ni una diosa es tu madre... sino que el Cáucaso horrendo te parió entre sus duras rocas y las tigres hircanas te acercaron sus ubres”[63] Eneas llora. Dido manifiesta un amor ardiente, impetuoso, apasionado y personal (a diferencia de Creusa y Lavinia), y no quiere darse cuenta de que con su actitud se opone al designio de los dioses, es un amor que no le permite encontrar un sueño plácido.

Ambos personajes son antagónicos en este punto de la historia, el héroe está dispuesto a cumplir los designios de los dioses y Dido, en cambio, está aferrada a un destino que de antemano sabe que no le corresponde. Ella escuchó, en el mismo relato de Eneas, que la sombra de Creusa presagiaba para él una esposa regia en la región de Hesperia, en el Tíber. Por otro lado, el oráculo de Apolo, en Delos, indicó que buscaran a la madre antigua, y los Penates anunciaron en sueños que se trataba de la tierra donde nació Dárdano, de quien surgió la estirpe troyana, esto es, Hesperia, Italia. Incluso el adivino Heleno, quien vive en Butroto, le presagia que, cuando llegue a Italia y encuentre una puerca blanca con 30 lechones, ahí fundará la ciudad. Son varias señales que Dido debió atender, pero su pasión no la dejó pensar. La inminente partida de Eneas, su impotencia, desolación, miedo y el reproche a la memoria manchada de su esposo muerto la conducen al suicidio y se convierte así en una víctima. Decide hacer una pira y junto a ella se deja caer sobre la espada del héroe. Cuando Eneas sale de Cartago, al mirar hacia atrás, ve un resplandor producido por las llamas, esto evoca el incendio que destruyó Cartago, después de la victoria romana, al final de la Tercera Guerra Púnica[64]. Finalmente, Dido aparece en el inframundo, donde encontró la paz junto a su esposo Siqueo.

Nevio, en su obra Bellum Punicum, ya había contado la tradición de la reina fenicia, pero la Dido como un personaje emotivo y conmovedor, la Dido enamorada profundamente del héroe troyano es una invención de Virgilio, quien la insertó en su epopeya para evocar las guerras púnicas y así engrandecer la memoria de Roma[65].

Lavinia

Es el motivo de una cruenta guerra[66] entre Eneas y Turno, y será el premio para el vencedor. Es un personaje singular en la narración, pues aparece en muy pocas ocasiones; es mencionada siempre en relación con otros personajes y llama más la atención que nunca habla[67].

Entre sus pocas intervenciones se puede citar la escena donde ella pone fuego en los altares, estando presente su padre, y parece que sus largos cabellos se prenden, que todo su vestido (omnem ornatum) se quema por las llamas, así como su insigne corona de gemas (coronam insignem gemmis) es envuelta por la luz amarilla (lumine fulvo involvi) y esparce a Vulcano por todos los techos (totis Vulcanum spargere tectis). El mismo Virgilio explica: ella sería ilustre, pero el pueblo tendría una gran guerra[68]. Su padre Latino, ante tales sucesos, consulta el Oráculo de Fauno, quien le indica que no una a su hija en connubios latinos, pues yernos extranjeros vendrán (externi veniunt generi) que con su sangre a los astros su nombre llevarán (qui sanguine nostrum nomen in astra ferant)[69].

A pesar de la horrible guerra y de todos los sucesos adversos que ocurrieron, la virgo Lavinia será la segunda esposa legítima del héroe, y la tan esperada y buscada ciudad que se fundará llevará su nombre: Lavi-nium. Como prometida del héroe, ella debe encarnar los máximos valores atribuidos a la mujer romana, por lo tanto, será una matrona y esposa fiel del héroe. Muestra recato, pureza, sumisión, no discute, es obediente, acepta las decisiones tomadas por los hombres y por los dioses.

Junto a ella hay un personaje femenino muy fuerte, se trata de su madre Amata, esposa del rey Latino. Amata es atacada por la harpía Alecto, enviada por Juno, quien le arroja una serpiente de sus cabellos (unum de crinibus anguem), la cual se mete hasta sus entrañas ocasionándole un odio inmenso hacia el extranjero Eneas[70]. Su hija Lavinia estaba prometida a Turno; esta situación es un eco de la realidad romana, como ya se mencionó, en la que los padres arreglan los matrimonios de sus hijos. Pero por medio de presagios como el del enjambre de abejas venidas del mar por el que un vate interpretó que vendría un varón extranjero que dominaría la urbe[71], o el de la flama en la cabeza de Lavinia, el rey Latino sabe de la llegada de Eneas, sabe de la fundación de la nueva ciudad y está de acuerdo en entregarle a su hija en matrimonio.

Amata, cuando ve que sus deseos no se cumplirán, sale por la ciudad como una bacante, convocando a otras madres a que se subleven y tengan piedad de ella, pues su hija va a ser entregada a un extranjero. Se lleva a Lavinia al bosque para esconderla. Su actitud pasional la lleva a tener un odio ciego hacia Eneas y la conduce finalmente al suicidio. Cuando el héroe asalta la ciudad y ella ve al enemigo que escala los muros y prende fuego a los techos, piensa que Turno ha muerto y, demente, dispuesta a morir, desgarra con sus manos los mantos purpúreos (purpureos montura manu discindit amictus) y de una alta trabe ata el nudo de su horrible destrucción (et nodum informis leti trabe nectit ab alta)[72] Esta actitud irracional la conduce a una muerte inminente, al igual que Dido; ambas tienen un final igual, pero con causas y circunstancias diferentes.

El poeta describe el dolor que le causó a Lavinia el suicidio de su madre: “Lavinia se lamentó tanto que desgarró su florido cabello y sus rosáceas mejillas con las manos” (manu floros Lavinia crines et roseas laneata geneas)11 A pesar de ser una escena tan emotiva e impactante, la virgo Lavinia siguió sin palabras, pues sólo la vemos a través de esta descripción del poeta.

Por Anquises, quien está en el inframundo hablando con su hijo Eneas, nos enteramos de que Lavinia tendrá un hijo póstumo, al que llamará Silvio y será rey de Alba Longa[73].

Conclusiones

Algunas de las mujeres en la Eneida toman sus decisiones por las emociones personales y no por la mente, es decir, están vinculadas con la irracionalidad, como Juno, Dido y Amata. Por el contrario, otras actúan de manera más racional, son pacientes, tratan de ser justas, inteligentes y, sobre todo, están de acuerdo con el destino que han fijado los dioses y que sería el orden del mundo: que Eneas debe fundar una ciudad, la cual en realidad será la futura Roma. Éstas son Venus, Creusa y Lavinia.

Juno es mostrada en la epopeya con características humanas a pesar de ser una diosa, está obsesionada por el odio hacia los troyanos, comete constantemente acciones negativas contra Eneas y es tan irracional que pretende cambiar el destino, aunque ella misma sabe que es imposible. Virgilio presenta el tema del suicidio como otra decisión irracional, es el caso de Amata, quien es mostrada como una mujer llena de pasión y sin esperanza, a tal grado que ella misma se causa la muerte. Por su parte Dido, la reina de Cartago, que no fue precisamente una esposa “legítima” del héroe si se le compara con Creusa o Lavinia, siente un deseo que la quema por dentro y su insensatez la hace vagar por la ciudad, gemir de dolor, desesperarse y por último suicidarse. La pasión no es un sentimiento positivo; al contrario, acumula desgracias, lleva a la desesperación, a la desilusión, ofusca la mente y al final conduce a esa decisión que causa un daño irreparable.

Venus contrarresta la maldad de Juno y, por su inmenso amor de madre, muestra un carácter fuerte e inteligente para ayudar a su hijo en todo momento. Creusa respeta los designios de los dioses y tiene un final digno, muere a manos de los griegos antes de servirles como esclava. Lo mismo se puede decir de Lavinia, su respeto hacia las disposiciones de los dioses y de su padre la llevan a ser la esposa legítima del héroe, por eso la tan deseada ciudad llevará su nombre.

Estas mujeres son personajes de una de las más grandes obras de la literatura latina, están situadas, dentro del relato, en un tiempo anterior a la existencia de Roma y son eco de la realidad de su autor. Todas juntas, racionales o irracionales, con actitudes positivas o negativas, que respetan o no los designios de los dioses, todas tienen el rasgo en común de ser mujeres representativas de la sociedad romana en calidad de matronas, ya sea como madres o como esposas.

Bibliografía

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Padilla, Gumesindo, Derecho romano, 3a. ed., México, McGraw Hill, 2004. Rossini, Orietta, Ara Pacis, Milan, Mondadori Electra, Comune di Roma, 2006.

Notas:

[1] D, 23, 2, 2: “Nuptiae sunt coniunctio maris et feminae [...] Nuptiae consistere non possunt nisi consentiant omnes, id est qui coeunt quorumque in potestate sunt” (“Las iustae nuptiae o iustum matrimonium es la unión de un hombre y una mujer [.] No puede haber matrimonio sin el consentimiento de todos, esto es de los que se unen y de los que bajo cuya potestad están”).

 

[2]  Era considerada un tipo de injuria separarlas de sus esclavos. Coll., 2, 5, 4: “fit autem iniuria [.] cum dignitas laeditur, ut cum matronae uel praetextatae comites abducuntur” (“se comete injuria cuando se ofende la dignidad de la mujer, como cuando los acompañantes son separados de la matrona o de la adolescente”). Véase Comparación de leyes mosaicas y romanas en la Bibliografía.

 

[3] Plauto, en el prólogo del Poenulus, vv. 18-32, da una descripción del público asistente al teatro: “que ni el lictor ni sus varas hagan ruido [...], los esclavos no se sienten para NOVA TELLVS, 36/1, Enero-Junio de 2018, pp. 43-64 dar el lugar a los libres..., las nodrizas acudan sin ninos..., las matronas vean calladas (matronae tacitae spectent)”, etc.

 

[4] Cf. Plu., CG, 19.

 

[5] Plin., Ep, 3, 16, 6; Mart., 1, 13.

 

[6] Cf. Tac., Aun., XV, 63-64.

 

[7] Tácito menciona a Cornelia, a Aurelia y a Accia como madres que tuvieron hijos notables y que estuvieron al frente de su educación. Tac., Dial, 28: “Corneliam Grac-chorum, sic Aureliam Caesaris, sic Atiam Augusti [matrem] praefuisse educationibus ac produxisse principes liberos accepimus”

 

[8] Cuando Tibulo se queja de las traiciones que le hizo Neera, una joven amada por él, alude a “su Juno” y también a “su Venus”, simbolizando así a la matrona y al amor. Tib., 3, 6, vv. 47-48: “Etsi perque suos fallax iuravit ocellos / iunonem suam perque suam Venerem” (“y aunque falaz haya jurado por sus ojos y por su Juno y por su Venus”).

 

[9]  El genio (de gigno, “nacer”) es un dios tutelar que cuida y acompaña al varón desde su nacimiento hasta su muerte, a veces es representado por una o dos serpientes. Cf. Guillén 1980, pp. 65 ss.

 

[10] Cf. Liv., V, 47.

 

[11] Cf. ibid., VII, 28.

 

[12] Cf. Plaut., Aul., 692, y Ter., Ad., 487.

 

[13] Ov., Fast, III, 257.

 

[14] Ov., Met, IX, vv. 298-300: “Dextroque a poplite laevum pressa genu et digitis inter se pectine iunctis sustinuit partus”.

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[15] De acuerdo con Cicerón, el pueblo romano lo llamó Óptimo por sus beneficios y Máximo por su poder (Cic., Dom, 144: “...propter beneficia populus Romanus Optimum, propter vim Maximum nominavit...”).

 

[16] Vitr., Arch, I, 7: “in excelsissimo loco unde moenium maxima pars conspiciatur”.

 

[17] Liv., I, 55: “Tarquinios reges ambos patrem uouisse, filium perfecisse”.

 

[18] Los primeros cónsules de la república, después del episodio de la violación de Lucrecia, fueron Bruto y Lucio Tarquinio Colatino, en el 509 a. C. En ese mismo año Bruto murió en una batalla contra Arrunte, hijo de Tarquinio el Soberbio. Lo suplió Espurio Lucrecio Triciptino, padre de Lucrecia, quien murió enseguida por edad avanzada. Éste fue sustituido por Marco Horacio Pulvilo, quien gobernó con Publio Valerio Publícola, ya que Colatino se había retirado a Lavino renunciando a su cargo, persuadido por Bruto. Cf. Liv., II.

 

[19]  Verg., Aen, I, 9.

 

[20]  Cf. ibid., I, 19-28

 

[21] Cf. Verg., Aen, I, 66-69.

 

[22] Ibid., V, 609.

 

[23] Ibid., V, 621.

 

[24] Se recomienda consultar a S. Georgia Nugent, quien afirma que tanto el episodio de las naves, como los juegos funerarios y la muerte de Palinuro contribuyen “to definition and affirmation of Aeneas’imperial mission”, 1992, p. 259.

 

[25] Se trata de la antigua Segesta y actual Castellamare di Golfo, provincia de Trapani en Sicilia. Nota de Bonifaz 2006, “Introducción”, p. CDXIX.

 

[26] Cf. nota 74.

 

[27]  Cf. Verg., Aen, VII, 457.

 

[28] Cf. ibid., IX, 112-122.

 

[29] Turno muere a manos de Eneas, quien primero le arroja una lanza (telum, hasta) que le traspasa el muslo, finalmente le hunde su espada (ferrum) en el pecho. Cf. Verg., Aen., XII, 918-952.

 

[30] Cf. Verg., Aen, XII, 823-828.

 

[31] Cf. ibid., XII, 833-840. Sobre la piedad, es necesario señalar que ésta es la cualidad más importante para los romanos, cuyo ejemplo es precisamente Eneas, quien, de acuerdo con Virgilio, reúne todas las piedades del ser humano: hacia su padre, hacia su hijo, hacia su esposa, hacia sus dioses y hacia su ciudad.

 

[32] Lo construyó poco antes de la Batalla de Farsalia para el pueblo romano, y lo dedicó no para cosas vanales, sino para hacer negocios públicos. Cf. App., BC, II, 102.

 

[33] Verg., Aen, I, 286. Iulo, es decir Ascanio, el hijo de Eneas. Cayo Julio César Octa-viano, quien a partir del 27 a. C. fue llamado Augusto, era hijo adoptivo de Julio César.

 

[34]  Tito Livio cuenta que, durante la guerra contra Aníbal y la segunda dictadura de Quinto Fabio Máximo, los decemviros tras consultar los Libros Sibilinos informaron que debían dedicarse grandes juegos a Júpiter y templos a Venus Ericina y a la Razón (Iovi ludos magnos et aedes Veneri Erycinae ac Menti), todo esto para vencer en la guerra y conservar la república. Cf. Liv., XXII, 9-10.

 

[35] Verg., G, III, 16: “In medio mihi Caesar erit templum...” (“En medio de mi templo estará César...”).

 

[36] La estatua, que mide 2 m, fue encontrada en 1863 en la Villa de Livia, su esposa, cerca de la prima Porta en Roma.

 

[37] Galinsky 1992, apud Rossini 2006, p. 36.

 

[38] Cf. Verg., Aen, I, 315-324.

 

[39] Cf. ibid., II, 594-620.

 

[40] Cf. ibid., VI, 191.

 

[41] Se recomienda la lectura de Bauzá 1999.

 

[42] Cf. Verg., Aen, VIII, 620-625.

 

[43] Para el tema del tiempo y la eternidad, consúltese la obra homónima de Rubén Bo-nifaz Nuño 1976.

 

[44] Cf. Verg., Aen, XII, 355.

 

[45] Cf. Verg., Aen, II, 596-598.

 

[46] Cf. ibid., II, 675.

 

[47] Cf. ibid., II, 725.

 

[48] Cf. ibid., II, 781-784.

 

[49] Ibid., I, 367.

 

[50] Verg., Aen, VI, 465.

 

[51] Ibid., I, 661. Virgilio intenta describir a los cartagineses como gente falsa, de ahí los términos ambiguam y bilingues; es decir, ellos podían mostrar una doble actitud, una verdadera y otra falsa al mismo tiempo.

 

[52] Cf. Grimal 1992, p. 53.

 

[53] Cf. Cic., Att, 6, 4, 2.

 

[54] Suetonio cuenta que Augusto casó a Julia primero con su sobrino Marcelo, hijo de su hermana Octavia. Cuando éste murió, la casó con Agripa, a pesar de que él estaba casado. Cf. Suet., Aug, 63.

 

[55] Cf. Verg., Aen, IV, 136.

 

[56] Cf. ibid., IV, 150.

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[57] Ibid., IV, 166.

 

[58] Ibid., IV, 167.

 

[59]  Ibid., IV, 168.

 

[60] El derecho a contraer matrimonio legítimo se llama conubium, sólo lo tienen los ciudadanos romanos y algunos extranjeros privilegiados. Dentro de los ciudadanos romanos, en un principio, sólo lo tenían los patricios, pero a partir del 445 a. C., con la aparición de la ley Canuleia, se autoriza el matrimonio entre patricios y plebeyos. Cf. Padilla 2004, § 40, 1.

 

[61]  Ibid., § 55. Cf. D, 23, 2, 5.

 

[62] Cf. Verg., Aen, IV, 193.

 

[63] La affectio maritalis era la intención inicial y continua de los contrayentes de vivir como marido y mujer.

 

[64] D, 35, 1, 16: “Nuptias enim non concubitus, sed consensus facit” (“el concúbito no hace las nupcias, sino el consentimiento”).

 

[65] Verg., Aen, IV, 274-276: “Ascanium surgentem et spes heredis Iuli / respice, cui regnum Italiae Romanaque tellus / debentur.”.

 

[66] Ibid., IV, 280: “Arrectaeque horrore comae, et vox faucibus haesit”.

 

[67] Ibid., IV, 365-366: “Nec tibi diva parens...; sed duris genuit te cautibus horrens / Caucasus Hyrcanaeque admo[ve]runt ubera tigres”. Es decir, Eneas fue parido por una montaña rocosa y amamantado por monstruos feroces, lo que indica que el héroe es duro como piedra y feroz como un tigre.

 

[68] Cf. Grimal 1992, p. 53.

 

[69] Así encontramos a Dido en la Heroida VII de Ovidio, como un eco del personaje de Virgilio, como una mujer apasionada y desesperada ante el abandono de su amante.

 

[70] Al igual que lo fue Helena entre griegos y troyanos.

 

[71] Se recomienda leer la novela de Ursula K. Le Guin 2009, quien, oponiéndose tal vez a Virgilio, le da voz a Lavinia para que narre su propia historia en primera persona.

 

[72] Cf. Verg., Aen, VII, 71-80.

 

[73] Ibid., VII, 96-99.

 

[74] Cf. ibid., VII, 346

 

[75]  Cf. ibid., VII, 58-70.

 

[76] Verg., Aen., XII, 601-603.

 

[77] Cf. ibid., VI, 760-766. La misma información la proporciona Dión Casio (IV, 7), aunque Tito Livio menciona que ese hijo fue Ascanio (I, 1, 12). Otra fuente que da noticia de una Lavinia celosa de Anna, la hermana de Dido, es Ovidio (Fast, III, 595 ss.).

 

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Martha Elena Montemayor Aceves es doctora en Letras Clásicas por la Universidad Nacional Autónoma de México e investigadora titular del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas. Sus líneas de investigación son el Derecho romano y la Lengua y Literatura latinas. Ha publicado libros sobre Derecho romano como Comparación de Leyes Mosaicas y romanas, también artículos en revistas especializadas sobre temas de Literatura y Derecho, basándose en autores como Apuleyo, Tito Livio, Cicerón y Suetonio. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 

Martha Elena Montemayor Aceves

montemayor.martha@gmail.com
Universidad Nacional Autónoma de México

 

Publicado, originalmente, en Nova tellus vol. 36 no.1 México ene./jun. 2018 

Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)

Link del texto: https://revistas-filologicas.unam.mx/nouatellus/index.php/nt/article/view/784

 

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