Transgresión. Un acercamiento semántico al poema “¡Qué costumbre tan salvaje. .. ” de Jaime Sabines

Ensayo de Blanca Aurora Mondragón

A su memoria

Las sociedades occidentales, de una enorme tradición judeocristiana impuesta hace casi quinientos años, han implantado dentro de su cultura un sinnúmero de costumbres, preceptos y rituales que, ahora, ya forman parte de la vida cotidiana; sobre todo aquellos que tienen que ver con los acontecimientos más relevantes de la vida humana: el nacimiento, la iniciación (matrimonio) y la muerte.

En la religión católica existe el ritual del entierro de los muertos como parte fundamental del cierre de un ciclo que inició con el nacimiento de un ser humano, producto de un proceso natural que, naturalmente también, debe regresar al origen. Sin embargo, es en este último aspecto -el regreso al origen, a la Tierra- en el que disienten dos de las producciones simbólicas más importantes: la religión y el arte, específicamente la literatura.

Se sabe que la producción simbólica de los pueblos no se genera espontáneamente, es determinada, o por lo menos encauzada, por la sociedad: las manifestaciones de la lengua, la religión y las artes están condicionadas socialmente; por lo tanto, de una u otra manera, dan cuenta de acontecimientos que suceden alrededor de los seres humanos, en interacción continua, en un tiempo y un espacio determinados.

La religión imperante en México establece normas y hace que la gente las cumpla sin reflexionar en ellas, automáticamente; sin embargo, siempre existe esa especie de “conciencia social” que, de pronto, resulta estar constituida por los poetas, para desfamiliarizarnos (desautomatizarnos), como decían los formalistas rusos, de una realidad que puede parecemos normal pero que, a fin de cuentas, tiene una diversidad de formas válidas de interpretación. Y una de ellas, en forma de poema, nos la ofrece el escritor mexicano Jaime Sabines, respecto a una realidad siempre cercana y que nos atañe a todos: la muerte y sus rituales.

El texto poético del chiapaneco Sabines "¡Qué costumbre tan salvaje...”, incluido en el libro Poesía, nuevo recuenco de poemas, editado por la Secretaría de Educación Pública, en la colección Letras Mexicanas (1986), es una fuerte sacudida a la tradición: una crítica a los usos y costumbres sociales en México, basados en la religión, cuyo referente inmediato es el entierro de los muertos. Es, a la vez, una transgresión a las normas en todos los órdenes, a saber:

Él, como otros de su generación, es representante de una ruptura en la poesía que se da en el siglo XX, en la cual se dejan a un lado las reglas rígidas del verso y de la rima, incluso del verso blanco y libre, y se da paso a la llamada poesía en prosa, que tiene la característica de utilizar un lenguaje llano, casi cotidiano, para expresar las ideas, sin la necesidad de utilizar una gran cantidad de figuras retóricas.

Sin embargo, a pesar o a favor de ello, la fuerza de los actos locutivos, ilocutivos y perlocutivos del poema es muy intensa, desde el inicio:

¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!

¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la faz de la tierra!

El tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.

Sabemos que el significado de los enunciados y oraciones está condicionado por el contexto extralingüístico, de acuerdo con las circunstancias y con la experiencia del grupo social en que se emite. El significado, en todo el poema, no es meramente descriptivo, aunque da cuenta de un estado de cosas: se está efectuando, se efectuó o se efectuará un entierro, sino que es fundamentalmente emotivo, y social en cuanto está inmerso en el contexto anotado.

El acto locutivo del escritor (aunque sabemos que “locución" se relaciona directamente con el habla, con la “enunciación": pero que llevaremos a la palabra escrita: las oraciones) se ajusta a las reglas gramaticales del español hablado en México (en algunos casos semánticamente inaceptables); las oraciones declarativas, exclamativas e interrogativas que existen en el poema son aceptables desde el primer punto de vista, sin embargo, no tienen aceptabilidad social, por los motivos que veremos adelante.

No obstante, también resultan fundamentales los actos ilocutivo y perlocutivo. La intención del escritor es protestar en contra de un acto al que considera salvaje y poco digno de la civilización; lleva implícita esa razón de ser: enfocar la atención del lector en otro punto de vista que él considera más válido y razonable. Veamos de nuevo la primera estrofa:

¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!

¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la faz de la tierra!

El tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.

Estas líneas iniciales reflejan ya toda una ideología. En primer lugar, se presupone que hay hubo o habrá un entierro: hay un muerto para el ritual. En segundo lugar, se enuncia "¡Qué costumbre tan salvaje"; la palabra “costumbre” implica una comunidad organizada, con reglas determinadas, que ha adquirido hábitos y tradiciones, por la continua repetición de actos que han tomado fuerza de preceptos; de entrada se contrapone con la palabra “salvaje" que remite de inmediato al reino animal o a los pueblos que viven en estado primitivo y a los que no ha llegado todavía la civilización; por lo tanto, el poema empieza con una contradicción en el significado: el entierro de los muertos es un hábito establecido en las sociedades organizadas pero es un acto animal, primitivo; sin embargo habría que considerar que entre los animales lo natural es dejar a sus muertos a que desaparezcan por sí mismos, como plantea el poema en la penúltima estrofa.

Más bien cabría apegarse al significado de “salvaje” como violento, irrefrenable, lo cual también implica una contradicción en el contexto, pues en una sociedad “civilizada", cuyo estado ya no es salvaje, aquello puede evitarse o controlarse, lo cual no sucede en el entierro. Esta paradoja significa la falta de capacidad de la sociedad actual para establecer sus valores en uno u otro punto, puesto que está siempre en medio de un contrasentido que, por otro lado, es característico del ser humano.

“Qué costumbre tan salvaje esta [...] de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la faz de la tierra. Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir”. Aquí tenemos oraciones declarativas semánticamente inaceptables puesto que a un cadáver no puede matársele; sin embargo, desde el texto literario, desde el sentido figurado, estas frases sinonímicas pretenden expresar lo antinatural que resulta un entierro, con una intensidad que va en ascenso dan a conocer la interrupción, aunque sea temporal, del ciclo de vida: de la naturaleza vienes y a la naturaleza regresarás, pero directamente en el aire, el agua o el fuego, no en un ataúd que retrasará el proceso.

Esta primera estrofa está fuera de toda lógica desde el punto de vista descriptivo: los muertos, estrictamente, no pueden ser aniquilados ni tienen la posibilidad de revivir; por lo tanto socialmente no se acepta y religiosamente resulta una herejía.

Sigue el sujeto lírico: “Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?”, estas oraciones se apegan a lo propuesto en el párrafo anterior.

Continúa el autor su acto locutivo (e ilocutivo), a través del sujeto lírico: “Por eso me sobrecoge el entierro"; con significado altamente emotivo enuncia lo que, en realidad muchos sienten durante el ritual, el estremecimiento por la profundidad del abismo en el cual, alguna vez les tocará estar. Con un proceso de gradación ascendente sigue: “Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra”. Se obvió la mezcla de cemento que también suele colocarse. Todo esto tiene una connotación muy profunda: el abismo, lo desconocido, la indefensión, la vulnerabilidad del ser humano que no sabe a lo que va a enfrentarse, la obscuridad, el miedo, la angustia de saber que: “ahí te quedas, de aquí ya no sales”, el sujeto lírico toma la voz de la sociedad que, por no saber hacer otra cosa, ejecuta, cual verdugo implacable, la condena que algún día se le revertirá.

“Y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada”, la reduplicación (del nivel fónico fonológico) tiene que ver con un efecto sonoro que provoca en el lector (parte del acto perlocutivo y a la vez una connotación) la sensación tan estremecedora que se produce al momento en que cae la tierra sobre la caja; los hipónimos: “terrones, polvo, piedras", y los sinónimos “apisonando, amacizando” completan esta sensación.

Las oraciones declarativas de la estrofa anterior se contraponen con la siguiente, puesto que de lo patético se traslada, de inmediato, a la risa, a la burla debido a las convenciones sociales: “Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados”, frases inaceptables socialmente que significan el desacuerdo del sujeto, quien, de muchas maneras tiene razón, ¿cuántas veces se asiste a un entierro por conveniencia social?, ¿cuántas más es hipocresía la que se manifiesta?, ¿cuántas veces se llora más por sí mismo o por los muertos a los que nunca se termina de llorar, que por el muerto?; no obstante la sociedad alienta estas prácticas. Por otro lado, el adjetivo “derramados” sólo es aplicable, en todo caso, al llanto; pero al lado de los sustantivos “coronas, flores, besos”, implica una condición de cantidad, a veces de exageración en la manifestación de emociones durante el ritual.

Se continúa con una serie de interrogantes que expresan otras alternativas para que el cadáver vuelva a la naturaleza más directamente: “¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?” Esto implica, por parte del poeta, una posición ante la vida muy distinta a la de la religión católica, una herejía ¿o una razón? Sería más racional que el cadáver pasara por el proceso de purificación que implican el fuego, el agua o el sol, o bien, que transitara dentro de otro ser vivo que lo llevara a reintegrarse al origen.

Y aquí volvemos al principio: “costumbre-salvaje”, “social (artificial)-natural”. Lo anterior es lo natural; sin embargo, ya no puede hacerse, por convención social. Aquí queda flotando una duda: ¿quién tiene razón?, ¿los “civilizados" por tener costumbres salvajes o los “salvajes" por apegarse a lo natural? El poeta afirma lo segundo.

De hecho, lo anterior significa la evidencia de qué tanto le teme la sociedad a la muerte y a los muertos, ¿qué podría hacerse con un muerto, a plena luz, en el jardín de la casa?; para una comunidad moderna esto es imposible: hay que deshacerse del muerto inmediatamente, no podemos convivir con él, aunque fuera lo más natural. Resulta una transgresión total a lo que se acepta como válido y correcto.

La última estrofa sintetiza el poema a la vez que hace una gran ironía del ritual católico del entierro, pero ¿por qué no? “Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir”. Por supuesto que esto violenta la regla, los muertos no reviven, si usamos la lógica más elemental; para los creyentes sí lo hacen, en otro mundo y en la presencia de dios, pero no en la tierra y de esa manera tan mundana. En la literatura esta posibilidad puede ser real, aceptable y congruente.

La intención -el acto ilocutivo- del autor al lanzar una propuesta tan violenta, sorpresiva y fuera de lo común es la de provocar reacciones diversas, puesto que la exposición de motivos que es el poema, incita al lector a reflexionar acerca de un rito que había sido mecánico y artificial; otra posibilidad de ¡locución es mostrar la inconformidad de ciertos grupos sociales, o, incluso, sólo del autor, al respecto; o bien, una posición disímbola de la de las masas e, incluso, un acto de vanidad intelectual; sin embargo estas intenciones pueden lograr su cometido o no, de acuerdo con la concretización lectora y el horizonte de expectativas del receptor.

El acto perlocutivo tiene mucha relación con el contexto social en el que se encuentra el lector, de acuerdo con su posición ante la vida y su ideología en general, incluyendo la religión. Pueden existir tantas reacciones externas como polisémico es el poema y como lectores-receptores y lecturas existan.

Pongamos por ejemplo que el interlocutor es un ministro eclesiástico de fuertes convicciones, para él todo el poema puede ser inaceptable dogmática, lógica, semántica y socialmente, y, a pesar de la lectura, no cambiará de opinión; entonces no se concreta el acto ilocutivo, sólo se pretende pero no logra el cometido final. Si es un intelectual puede provocar un efecto real; es decir que esté de acuerdo con la posición ideológica del poeta; entonces se concreta la intención, se logra una acción sobre las creencias y actitudes del destinatario. A otros puede causarles gracia o simplemente parecerles "muy bonito”, depende de muchos factores, sobre todo por la subjetividad de cada hablante, en este caso, lector.

Sin embargo, debido a la masificación de las religiones y el impacto que tienen los preceptos y rituales sobre los feligreses mexicanos, podemos concluir que el poema, en general, -como se ha venido anotando- es una violación de la norma social: el pecado; una transgresión semántica, desde las perspectivas anotadas y una herejía, desde la religión. A pesar de todo, el universo literario en el que todo es posible, debido al contrato de veridicción, se extiende hasta la conciencia del lector, dejando su huella indeleble, sembrando la duda acerca de las tradiciones y costumbres, y cuestionando la propia actitud frente a los rituales, aquélla que, quizá, pueda ser más reflexiva, a partir de la comprensión del mundo de significados de “¡Qué costumbre tan salvaje...”, del poeta mexicano Jaime Sabines, muerto, velado, homenajeado mil veces, con su ataúd, su cortejo y su “salvaje” ritual.

 

Ensayo de Blanca Aurora Mondragón


Publicado, originalmente, en:
La Colmena, Núm. 34 (2002)

La Colmena, revista de la Universidad Autónoma del Estado de México - Instituto Literario

Link del texto: https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/6469

 

Ver, además:

Jaime Sabines en Letras Uruguay

 

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