Y de la costilla de Eva ..

Tres novelistas uruguayas del medio siglo

por Horacio Molano Nucamendi

Egresado de la Especialización en Literatura Mexicana del Siglo xx, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

 

Vivimos una época en que la participación de la mujer en la literatura tiende a ser revalorada, basta visitar una librería para percatarse de la presencia de las autoras en los anaqueles. El éxito editorial obtenido por escritoras como Isabel Allende, Angeles Mastretta o Almudena Grandes ha allanado el camino a muchas de sus compañeras de oficio. Asimismo, esa reivindicación de la mujer en las letras en gran medida ha sido labor de algunas estudiosas de la literatura como Marta Portal, Fabienne Bradu o Ana Rosa Domenella, sólo por mencionar a quienes ejercen su trabajo en México. El hallazgo de una veta nunca antes vista en los estudios literarios quedó al descubierto.

Si bien la presencia de grandes autoras como Gabriela Mistral, Rosario Castellanos o Victoria Ocampo ha trascendido en el mundo de las letras, no podemos negar que ellas representan la arista ostensible de una labor que no se había podido hacer evidente. Las mujeres han escrito a pesar de tener en contra una carga social que les suprimía su derecho a tomar la voz. Sin embargo, hoy la misma sociedad se presta a poner atención a esas voces femeninas que desde tiempo atrás han tenido algo que decir. El presente trabajo tiene la intención de dar muestra de ello a través de la obra de tres autoras uruguayas que no han recibido la suficiente atención por parte de la crítica: Clara Silva (1905-1976), Ofelia Machado Bonet (1908-1987) y Armonía Somers (1914-1993).

Clara Silva ya tenía una trayectoria como poeta cuando decidió escribir su primera novela: La sobreviviente (1951), un hito para las letras uruguayas, pues a partir de entonces “será habitual la publicación de narraciones escritas por mujeres”[1]. Ofelia Machado Bonet mandó al Concurso Internacional de Narrativa Editorial Losada de 1959 su obra Un ángel de bolsillo (1960) en el que obtuvo el segundo lugar, Hijo de hombre de Augusto Roa Bastos fue la novela ganadora. Armonía Somers publica La mujer desnuda en la Revista Clima durante 1950, al siguiente año saldrá en forma de libro con un prólogo de Carlos Brandy, la repercusión de su obra será constatada por varias reediciones. Estas tres novelas pueden ser vistas como tres maneras de enfrentarse a la escritura desde la conflictiva condición de ser mujer.

Existe una similitud bastante evidente entre La sobreviviente y Un ángel de bolsillo, sobre todo en la visión del conflicto de elaborar una identidad femenina en una sociedad urbana y en la forma de narrar después de la novela de experimentación. Si bien Clara Silva tiene una mayor cercanía con la época de la filosofía existencial desencadenada en tiempos de la posguerra, Ofelia Machado Bonet reelabora todas esas ideas que van configurando aspectos de su novela. El punto de convergencia entre ambas obras es la introspección de los personajes protagónicos, Laura Medina e Ilse D’Avignon, elemento base para narrar ese conflicto entre ellas y el resto de la sociedad.

La experiencia de ser mujer durante la mitad del siglo xx relatada en estas dos novelas deja percibir una concepción del mundo desde un ángulo nunca antes explorado. La mujer comienza a hacerse visible como miembro activo de su sociedad. El propio título de las obras: La sobreviviente, que hace referencia a una situación extrema donde se toca el límite de la muerte, y por otro lado, Un ángel de bolsillo con el cual se remite a una presencia sobrenatural para poder subsistir en un mundo material, establece la zona bajo la cual se ubica esta narrativa de tensiones. Cabe señalar aquí la diferencia sustancial entre estas dos obras: en la de Machado Bonet se deja sentir una carga humorística de la que carece la escrita por Clara Silva cuyo tono tiende a ser mucho más intelectual. No hay que olvidar la distancia temporal de casi diez años entre las dos obras, el panorama cultural difiere aunque el problema de la subyugación de la mujer permanezca. Sin embargo, ambas autoras se refieren en términos semejantes al ambiente literario:

En la librería, con una redundancia fatigosa, se apilaban los libros. Desaparecían los libros entre los libros. Sartre, Joyce, Gide, Hugo Wast, Constancio Vigil, Plutarco, Wells. Tres por 10 pesos. A elegir. A una sola firma. “Sorprendente. Asombroso. Oferta jamás vista. Increíble. Antes $80. Ahora ¡40!”... Nunca se había escrito tanto. Nunca se había traducido, se había impreso tanto, con esta inquietud vertiginosa.

Por siempre ámbar... Las estrellas miran hacia abajo...

La náusea... Flor de durazno... La cortina de hierro... Las llaves del reino. En aquella selva de libros se confundían, se desmonetizaban los nombres, se abarataban. Se llegaba a la idolatría del libro por el libro, a la muerte del espíritu por la letra. (La sobreviviente, p. 56)

La democratización de la cultura en su punto extremo, donde el mundo de la letra impresa alcanza un valor sobre todas las cosas. Los autores mencionados ubican a Clara Silva como miembro de una larga tradición de literatura sostenida por concepciones literarias sustentadas no sólo en una estética particular, sino en un sistema de pensamiento integrado a su expresión artística. Por su lado Machado Bonet, en una acotación a un diálogo sostenido entre los dos cultos de la familia de Ilse, enumera aquellos autores de una tradición alternativa a la nacional:

-¿Qué les gusta que valga más? -continuó desafiante el abuelo, olvidado del tema inicial sobre originalidad e imitación-Lo que sucede es que no leen para paladear una obra íntegramente por amor a la lectura; leen en actitud de críticos y por eso su visión es mutilada y unilateral.

-Bueno, pues me gustan todavía los novelistas rusos, Dos-toievsky, Andreiev, Cbejov; y los norteamericanos, Faul-kner, Hemingway, Dos Passos, Steinbeck; y el cine contemporáneo... y el teatro modernísimo. Me gustan Eliot, Prestley, O’Neill, Brecht.

-Todos indecentes y comunistas, por supuesto...

Ahora estoy segura de que si hubieran sido conocidas o ya escritas, habría citado, porque seguían las mismas líneas de sus preferencias, obras de Sartre, Camus, Fran^ise Sagan, Si-mone de Beauvoir, Peyreffite, Koestler, Pastemak... (Un ángel de bolsillo, pp. 54-55).

De las citas anteriores se desprende la poética de las autoras. Su concepción estética de la literatura mantiene un vínculo con

lo vivo y lo contemporáneo al momento de su escritura. De lo libresco prefieren la experimentación de la vida. Se sitúan en el debate de su momento, se inclinan por el deseo de expresión más que por lo meramente estilístico. No obstante, coinciden en sentirse herederas de esa rama literaria innovadora, preocupada no sólo en qué decir, sino en cómo decirlo. De ahí la tensión de la escritura en las novelas, el conflicto existencial de las protagonistas es fielmente trasladado al lenguaje narrativo.

Asimismo, nos damos cuenta de que estamos ante dos narradoras cultas que saben reconocerse en el terreno literario; el conocimiento de la palabra de los demás hace que tomen conciencia del uso de la propia. No se trata, pues, de escritoras que toman por impulso la voz, sino de dos mujeres preparadas para enfrentar el momento de la escritura de sus libros. Clara Silva tenía 44 años y dos títulos de poesía[2] (Cabellera oscura, 1945, y Memoria de la nada, 1948) cuando apareció La sobreviviente. Ofelia Machado Bonet fue una sobresaliente profesora y una ensayista notable; antes de la publicación de Un ángel de bolsillo tenía en su haber trabajos críticos y biografías como José Marti (1942), Delmira Agustini (1944), Ibsen (1949) o Federico García Lorca (1951), además muy joven a los 21 años había incursionado en la poesía con Allegro scherzando. De tal manera, las autoras de ambas novelas surgían de una labor consagrada a las letras.

En algunos pasajes de las obras se pone de manifiesto el conflicto de la escritura. El arte de contar unahistoria es enunciada:

“El gran defecto de las novelas de ideas está en que son una cosa arreglada artificialmente, necesariamente pues las gentes capaces de desarrollar tesis propiamente formuladas no son del todo reales, son ligeramente monstruosas. A la larga convivir con monstruos resulta un tanto fastidioso”...

(La sobreviviente, p. 14)

Se lee del libro que llevaba Laura Medina el día en el cual comienza su historia. Esa cita es una autocrítica a la intención de la narradora. La metaficción cumple con la función de meditar sobre la propia creación. De aquel hecho se desprende una concepción del sentido de la literatura para los humanos, ya que “Laura llevaba siempre para defenderse del asalto, para poner una cortina de ficción entre ella y aquel mundo, un libro en la mano. La presencia de algún ser mágico, el claro y ardiente equilibrio de un alma.” (La sobreviviente, p. 10) Visión muy similar a la relatada por Use D’Avignon: “Mi libro será, lector, tu ángel de bolsillo, tu refugio inconfortable, tu coraje más puro, tu vejamen disolvente, tu patria verdadera, tu verdugo y tu gloria.” (Un ángel de bolsillo, p. 130) Tanto Ofelia Machado Bonet como Clara Silva perciben que en la literatura existe un ejercicio practicado más allá de lo concreto, sostenido por la comunicación de dos seres humanos sin necesidad de la presencia de uno de ellos. Ponen bajo relieve el acto expansivo de la lectura y lo sobrenatural del hecho.

Ambas autoras ponen énfasis en el aspecto comunicativo de la literatura. La relación con el otro se torna el centro de la escritura. En La sobreviviente hay un capítulo, “Yo soy Laura Medina”, el cual se consagra al vínculo protagonista-ficción y, por ende, se indaga sobre la efectividad de la escritura como un medio para transmitir ese conflicto encamado por la entidad ficcional. En el llamado “Intermezzo” que divide las dos partes de la que se compone Un ángel de bolsillo se reflexiona sobre el acto de escribir:

¿Teatro? ¿Lírica? ¿Biografía? ¿Novela? Quizás. Universo, individuo, naturaleza, libertad, ángeles. Ángeles, caídos y de los otros. Novela, caos, efervescencia: caja de ahorros de los divinos sueños; depósito de basuras, te necesito, ¡abrázame!

Y ¿por qué este impulso frenético, este exabrupto de escribir un libro, en mí que no lo hice jamás? ¿Y la búsqueda tan artificiosa del molde de un género? ¿Y el propósito exacerbado y quijotesco de revolucionar el mundo, este mundo gastado y putrefacto? ¿Y por qué un libro cínico y obsceno? Exceso de preguntas... Nunca podré ordenar respuestas. {Un ángel de bolsillo., pp. 127-128)

La escritura para la narradora de esta novela se articula a través de las preguntas. Son aquellas cuestiones que los seres humanos nos preguntamos reiteradamente las que la ocupan. La interrogación permea la elaboración de su libro. No importa delimitar un género literario, lo relevante es alcanzar la expresión plena del interior. Escribir es una práctica interna, una exploración a través del lenguaje que va desenredando los nudos personales. El relato de Ilse D’Avignon es un ajuste de cuentas con la vida, se trata de una articulación de las inquietudes a lo largo de su paso por el mundo.

Las preocupaciones existenciales de las novelas se aprecian desde su inicio:

Todas las mañanas, al levantarse, ella sentía la misma vacía felicidad de existir, de estar viva entre las cosas. Ni júbilo ni agradecimiento. La felicidad simple y oscura de reanudar los vínculos, de establecer después de la ruptura del sueño, las relaciones vitaJes de la conciencia y el tacto.

Ser ella misma, y al mismo tiempo verse el cuerpo inaugurando sus sensaciones, sus movimientos claros y sencillos. Después de una ausencia, volver a su continuidad de cuerpo, sin estratagemas, ni modificaciones, a un equilibrio de novedad antigua, en que el caminar, el respirar, no eran más que eso. Caminar. Respirar. (La sobreviviente, p. 7)

Recuperar el sentido primigenio de las palabras. Volver sobre la misma sensación, la reiteración de la misma idea, adentrarnos así al universo del personaje. Clara Silva nos deja sentir el peso de cada término empleado. Cada vocablo es preciso. En cada línea se nos abre un mundo que se construye con la fuerza de la siginificación de las palabras. Quizá sea su práctica como poeta la razón por la cual su novela tiene ese uso de un lenguaje tan cuidadoso. Cualquier comienzo de narración dirige las intenciones de la obra, en este caso advertimos el interés por armar una historia sostenida en el descubrimiento de esos rastros que dejan ver la supervivencia de una mujer. Los sobrevivientes son aquellos que tienen creencias; la exposición de los pensamientos de la protagonista tendrá, pues, un lugar privilegiado en la novela.

Antes de convertirse en una sobreviviente, se debe de escapar de algún peligro. Esa amenaza de la que se salva el personaje puede avizorarse en el pasaje donde Laura tiene que enfrentarse al mundo social, en el cual la autora hace uso de esa capacidad para encontrar la expresión justa:

El Número era el signo de la época. Sus fuerzas frías y crueles traían la corrupción, las prostituciones del alma. El cuerpo sin intermediarios, traído, llevado en la polea del engranaje. El alma se acomodaba sin aventura. El número había sustituido al nombre. Dos cifras, cuatro cifras, cinco, miles, millones de cifras. Crecían, se desarrollaban. Piso 6. Apartamento 4. Número. Casa, teléfono. Número. Credencial Cívica. [...] Números. Números. El Número era la sangre de los pobres. El alma se adelgazaba. Estaba tísica. Vomitaba angustias. Empavorecida, se echaba en los vaciaderos y el desamparo. Guerras. Sabotajes. Huelgas. Erotismos. Sus derrotas hinchaban el Número. (La sobreviviente, pp. 11-12)

Desgarradora visión de la modernidad que niega la expresión de una identidad con la supresión de los nombres. De ahí la importancia de que la narración se detenga en los vocablos, como una manera de que el lector haga un alto para recapacitar en el valor de las palabras. Este regodeo en el lenguaje caracteriza al estilo de Clara Silva, quien se interesa más por detenerse a hacer explícita una sensación, una experiencia del mundo, que simplemente relatar acciones del personaje. Así, hay un balance entre el ámbito de lo concreto con la abstracción de la vida individual. El tiempo interno de Laura transcurre en distinto ritmo que el de su colectividad.

De esa escisión de la vida de la protagonista surgirá el final de la novela, anunciado en el penúltimo capítulo como “Laura contra Laura’', en el cual su sueño de verse presenciar su propio funeral hace que al siguiente día busque la integración con su sociedad. El epígrafe con el que comienza Un ángel de bolsillo dice: “...la angustia de sentirse leal a dos bandos contrarios”, esta frase de Koestler tiene resonancia también para La sobreviviente, pues la base del conflicto radica en esa sensación de no poder conciliar dos mundos: el propio y el social. Clara Silva cierra su obra con el surgimiento de una Laura que emerge de toda esa trayectoria narrada; se produce un nuevo despertar, de ahí el titulo de “Y otra vez la mañana”. La protagonista se reconcilia con lo mundano y de esa forma sobrellevará su cotidianidad. Ahora, veamos las primeras líneas del libro de Ofelia Machado Bonet:

Mi nombre es Ilse. Nací en una mansión solariega de Montevideo, en los alrededores del Prado.

Me consta que para otros hay opciones y privilegios. [...]

A mí, en cambio, tuvieron la desconsideración de arrojarme a la tierra, sin previa consulta: no me preguntaron si quería de veras nacer, ni siquiera el lugar y la fecha del acontecimiento. Ni qué sexo prefería.

Por el mismo motivo, otros presentaron querella antes que yo; por supuesto, sólo el primero que lo hizo pareció original y sincero, aunque de nada le valió parecerlo. Ahora es un lugar común reclamar, pero no por ello menos justo. De todos modos, en uno y otro caso, el juez competente se hace el desentendido. (Un ángel de bolsillo, p. 11)

El primer aspecto que salta a la vista es la presentación del yo. La voz narrativa se asume como la protagonista. Esta estrategia literaria consigue un efecto realista, sin embargo, la presencia del ángel hace que la historia transgreda ese nivel para instalarse en un plano ambiguo. Las contradicciones son fuente de la estructura de esta obra que se construye por medio de la indagación existencial. Estamos ante el recurso de la introspección para aproximamos al transcurso de una vida. Las confidencias hechas por Ilse D’Avignon estructuran la base del libro.

A pesar del tono humorístico, paródico, de la novela que libera de la solemnidad del conflicto existencial, su concepción se queda atrapada en el pantano anecdótico, sobre todo en la Segunda Parte en que el ritmo narrativo pierde consistencia al comenzar a sumar elementos sin sopesarlos. Si en la primera parte se teje un entramado consistente a través de las relaciones de la protagonista con los demás, en la segunda se pierde el punto concentrador para deshilvanar la historia y simplemente presentar sucesos intrascendentes. El asunto se desplaza de ese yo narrativo a fijar la atención en los otros. Parece como si la autora tuviera la intención de hacemos entender que los acontecimientos de la vida superan a la escritura y, en consecuencia, sólo queda registrar los hechos. Las subtramas de la historia se expanden debilitando el asunto central.

Estas dos novelas son prototipo del relato de la condición de la mujer. Cercanas en su cosmovisión del mundo, las autoras proponen una transformación social desde el ángulo particular de sus personajes femeninos. Para ello ambas recurren a la infancia de las protagonistas de la cual extraen momentos relevantes para la constitución de la trama. En el pasado encuentran materia para explicar las circunstancias actuales de las dos mujeres. Los roles que han tenido que asumir, tanto Laura como Ilse, son resultado de la distinción genérica bajo la cual fueron educadas desde la niñez.

Sin embargo, el tratamiento de los personajes es diferente, no sólo por el uso de distintas voces narrativas, sino por una distinta actitud de las autoras ante el lector, mientras que Clara Silva no tiene concesiones para el lector: Ofelia Machado Bonet se pierde en la facilidad narrativa, debido al afán por mostrar lo cotidiano, cae en el relato lineal. La regularidad de la narración en primera persona consigue ser amena y el humor le permite tener revelaciones instantáneas. En cambio la voz en tercera persona a la que recurre Silva se apoya en cambios del foco narrativo, que van desde la inserción de diálogos hasta la inclusión de pasajes relatados por la misma Laura.

A pesar de todo los patrones bajo los cuales se desenvuelven las protagonistas de La sobreviviente y Un ángel de bolsillo son similares. Hay una escena en que coinciden y a la vez se percibe el estilo disímil, se trata de cuando ambas se acicalan para proyectar una imagen de sí mismas:

Delante de su ropero abierto, miró sus vestidos, pensando cual le iría mejor, por su posible exactitud... Inevitablemente le atrajo aquel de terciopelo negro. El negro no es un color -pensó- es una sombra. Se lo puso. Se ceñía voluptuosamente a sus pechos y a sus caderas, cayendo con soltura, en pliegues esculturales, sobre sus piernas. (La sobreviviente, p. 66)

Yo me sentía satisfecha de mí misma, con un hermoso vestido azul bien ajustado al cuerpo, de elegante gusto y buen corte; tenía reflejos extraños bajo la luz de arañas que, con levedad, se movían exactamente sobre lo alto de nuestras cabezas.

(Un ángel de bolsillo, p. 108)

Atenta a sí misma, incapaz ya de sostener otra cosa que no fuera la sombra de su cuerpo, los pensamientos de su cuerpo, se encontró de pronto, casi sin darse cuenta, en un amplio salón, en un inmenso salón, rodeado de altos espejos venecianos. (La sobreviviente, p. 67)

Vemos las imágenes dispares. La construcción de las figuras femeninas se diversifica. Mientras que Laura busca ocultarse en las sombras interiores, Ilse resplandece en la exterioridad de la luz. Aún tendríamos un contraste mayor si pensamos en La mujer desnuda cuya imagen reside en la propia naturaleza.

Un caso aparte es Armonía Somers. Ella cristaliza esa angustia de la condición femenina con su primera novela La mujer desnuda. Recurre para ello a una estrategia basada en el plano simbólico. En el panorama total de su obra “existe una fuerte simbología bíblica, generalmente de interpretación poco sacra y más bien demoníaca.”[3] Ángel Rama fue de los primeros en comentar su obra, decía que la narrativa de Somers crea “un universo material sordo, disonante, una experiencia tensa de la crueldad y la soledad, acercándonos a las zonas del asco, a instintos devorantes, a un espectáculo feroz de descomposición.”[4] Rodríguez Monegal se muestra escéptico y declara: “No creo que Armonía Somers sea un gran escritor; creo sí que es una voz auténtica.”[5] De cualquier forma, La mujer desnuda[6] es un libro que ha trascendido y ha mostrado su permanencia en las letras uruguayas; “esta novela encierra en sí las claves simbólicas del universo narrativo de su autora.”[7]

Esta novela parte de una sencilla anécdota: una mujer de clase acomodada hastiada de su existencia vacía se lanza a un viaje sin más equipaje que un abrigo’que cubre su cuerpo desnudo; una vez que se encuentra en el tren Rebeca Linke salta del vagón dejando el abrigo, así es como irrumpe la tranquila vida provinciana de un pueblo. La mujer desnuda es un relato de la transgresión de la conducta social. La protagonista hace un autoanálisis de ella misma y rezuma una esencia de su género. De tal modo que, como ella misma, sintetiza su historia: ‘“Rebeca Linke, treinta años. Dejó su vida atrás, sobre una rara frontera sin memoria’.” (La mujer desnuda, p. 15)

La narración hecha en tercera persona permite incorporar un tono de leyenda a La mujer desnuda; buscar una naturaleza femenina a través de la abstracción. Así es como cuando la protagonista se refugia en la cabaña de un leñador, y éste entre sueños le pide que se identifique, ella sólo acierta a decir: “Eva, Judith, Semíramis, Magdala. Y un hombre que soñó con mi pie, que le excedía en siglos, me llamó Gradiva, la que anda.” (La mujer desnuda, p. 17) Después, el hombre en su desesperación tratará de recordar todos esos nombres que no tienen revés, que son invariablemente femeninos. La carga semántica de esos apelativos marcan el sentido del viaje introspectivo de Rebeca Linke.

Cuando los moradores de la comarca se percatan de la presencia de la mujer desnuda se desata un cúmulo de sentimientos encontrados. Todos los pensamientos ligados al pecado original se renuevan con la cercanía de esa Eva que descendió de una modernidad lejana. Aquí, entramos a un mundo transitado muchas veces por la narrativa hispanoamericana, se trata de la oposición civilización-barbarie. Los valores removidos en la conciencia de los pobladores serán puestos en evidencia por el sacerdote de la comunidad, quien en su prédica dominical les dice:

Y ella ha vuelto, sencillamente, puesto que ahora sabe que
Dios quería que comiera del fruto. y la mujer desnuda está de paso por la aldea, en busca de la revisión del juicio, y se burla de vosotros y de vuestras pobres mitades femeninas, prolijamente presentadas, pero incapaces del amor entero [...] quien no haya pecado anoche con esa sombra del paraísoque arroje la primera piedra.
...sois vosotros, pues, los suciamente desnudos, y no ella. (La mujer desnuda, pp. 63, 64)

El discurso del cura se resalta en mayúsculas por la propia autora, se trata de las imprecaciones de quien tiene la máxima autoridad espiritual de la comunidad. Después de sus palabras el sacerdote pierde su respetabilidad, ya que confiesa haber tenido sueños con aquella imagen seductora. Representa la perdición absoluta para los habitantes de la aldea. Sin la protección del poder religioso se encuentran desamparados, están a merced de 1 os deseos desbordantes hacia la mujer desnuda.

La perturbación colectiva alcanza niveles de violencia. Cada vez que van en pos de “ella” se arman con cualquier utensilio. La intolerancia se adueña de la situación. Rebeca Linke se ve cercada. En el pasaje final de la novela cuando ella se resguarda en un establo, esta mujer con un abanico de nombres encuentra el amor en un hombre llamado simplemente Juan. Este encuentro fugaz llenará su vacío interno por un instante, pues la muerte la aguarda en las aguas del río. Amor y agonía se juntan en el desenlace, ya que la muchedumbre mata al hombre que se atrevió a poseer a la mujer prohibida.

La novela hace suyos los mitos acerca de la figura femenina para relatar una experiencia que se unlversaliza. La liberación de la mujer, personificada por la protagonista de La mujer desnuda,, conduce a la fatalidad:

Rebeca Linke pasó por segunda vez junto al bosque, con su largo pelo suelto. Flotaba boca abajo, como lo hacen ellas a causa de la pesantez de los pechos. Fuertemente violácea en su último desnudo, en su definitivo intento de justificación sobre el féretro deslizante del agua. {La mujer desnuda, p. 111)

La reflexión sobre la condición femenina hecha por las mismas mujeres conlleva a una revisión de la conducta social. Hemos visto cómo en las tres primeras novelas de estas narradoras uruguayas funciona el autoanálisis de ser mujer. Ahora hagamos un somero acercamiento a la vida de las autoras. Clara Silva es más reconocida por su obra poética, en su narrativa exploró todavía más el terreno aquí apenas atisbado. Femando Aínsa señala que La sobreviviente (1951) es la primera parte de una trilogía de novelas, compuesta además por El alma y los perros (1962) y Habitación testigo (1967), cuyas protagonistas “son las diferentes facetas de un mismo tipo de mujer existencialmente angustiada y con tremendas dificultades de relación con el mundo que la rodea.”[8] Ofelia Machado Bonet dio un giro a su vida y se consagró a la defensa de los derechos de la mujer como activista política, publicó trabajos sobre el tema: Hacia la revolución del siglo (1972), La mujer y el desarrollo (1977), Situación actual de la mujer (1981) son algunos títulos de dichos ensayos. Armonía Somers se dedicaría con mayor empeño a la construcción de su propio mundo narrativo en el cual despunta lo erótico, en sus propias palabras traza el contorno de su obra: “En lo moral, por lo aleatorias de sus consejas hoy medievales, me complace inquietar, desacomodar a la estulticia humana. O sea que en literatura tengo mis propias reglas perfeccionistas, y en ultima ratio regum, perversas. Y por ello mil perdones.”[9] Cada una de ellas fue coherente con sus ideas y a su modo dieron continuidad a sus planteamientos vislumbrados en sus primeras novelas.

Así como los personajes de las tres novelas aquí analizadas llegan a una etapa de madurez en sus existencias, al alcanzar la crisis de los treinta años de vida, nosotros hemos obtenido la capacidad para escuchar las voces perdidas de aquellas mujeres que interesadas en narrar su experiencia han encontrado varias soluciones artísticas a un mismo tema.

BIBLIOGRAFIA

Aínsa, Femando. Tiempo reconquistado: siete ensayos sobre literatura uruguaya. Montevideo: Géminis, 1977.

Benedetti, Mario. Literatura uruguaya siglo xx. Montevideo: Alfa, 1963.

Machado Bonet, Ofelia. Un ángel de bolsillo. Buenos Aires: Losada, 1960 (Novelistas de nuestra época).

Picón Garfield, Evelyn. “Yo soplo desde el páramo”. Texto crítico, 6, Universidad Veracruzana, enero-abril, 1977, pp. 112-125.

Rama, Angel. La generación critica, 1939-1969. Montevideo: Arca, 1972.

Rodríguez Monegal, Emir. Literatura uruguaya del medio siglo. Montevideo: Alfa, 1966.

Rodríguez Villamil, Ana María. “Armonía Somers, La mujer desnuda”, Revista Iberoamericana, 160-161, Universidad de Pittsburgh, julio-diciembre, 1992, pp. 1238-1242.

Silva, Clara. La sobreviviente. Montevideo: Ediciones Tauro, 1966 (Narradores, 2).

Somers, Armonía. La mujer desnuda. Montevideo: Ediciones Tauro, 1966 (Narradores, 1).

_,“Carta desde Somersville”, Revista Iberoamericana,

160-161, Universidad de Pittsburgh, julio-diciembre, 1992, pp.1155-1165.

APENDICE

Obras de las autoras estudiadas.

Ofelia Machado Bonet (1908-1987). POESÍA: Allegro scherzando. Montevideo: Peña Hnos., 1929. ¡¡ Andante. Montevideo: Ed. de autor, 1941. NARRATIVA: Un ángel de bolsillo, Buenos Aires, Losada, 1960. ¡i Salir de la fila. Montevideo: Edit. Goes, 1964. ¡J La emboscada del sueño. Montevideo: Edit. Goes, 1964. ¡¡ Mujeres y nadie, Montevideo: Ed. de autor, 1967.

Clara Silva (1907-1976). POESÍA: La cabellera oscura. Buenos Aires: Nova, 1945. ¡¡ Memoria de la nada. Buenos Aires: Nova, 1948. ¡¡ Los delirios. Montevideo: Edit. Salamanca, 1954. \\ Preludio indiano y otros poemas. Caracas: Lírica Hispana, 1960. ¡¡ Las bodas. Montevideo: Atenea, 1960. ¡¡ Guitarra en sombra. Montevideo: Aquí Poesía, 1964. ¡¡ Antología. Pról. Carlos Brandy. Montevideo: Arca, 1966. ¡¡ Juicio final. Montevideo: Aquí Poesía, 1971. ¡¡ Los juicios del sueño. Montevideo: Arca, 1975. NARRATIVA: La sobreviviente. Buenos Aires: Ed. Botella al Mar, 1951. \\ El alma y los perros. Montevideo: Alfa, 1962. ¡¡ Aviso a la población. Montevideo: Alfa, 1964. ¡¡ Habitación testigo. Montevideo: Arca, 1967. " Prohibido pasar. Buenos Aires: Losada, 1969.

“Armonía Somers” [Armonía Etchepare de Henestrosa] (1914-1993). NARRATIVA: La mujer desnuda. Montevideo: Rev. Clima, 2-3, 1950. ¡¡ El derrumbamiento. Montevideo: Edit. Salamanca, 1953. ¡¡ La calle del viento norte. Montevideo: Arca, 1963. " De miedo en miedo. Montevideo: Arca, 1967. ¡¡ Todos los cuentos, 1953-1967. Montevideo: Arca, 1967. ¡¡ Un retrato para Dickens. Montevideo: Arca, 1969. ¡¡ Muerte por alacrán. Buenos Aires: Calicanto, 1978. ¡¡ Tríptico darwiniano. Montevideo: Ed. de la Torre, 1982. ¡¡ Viaje al corazón del día. Montevideo: Arca, 1986. " Sólo los elefantes encuentran man-drágora. Buenos Aires: Legasa, 1986. ¡¡ La rebelión de la flor. Montevideo: Edit. Linardi Risso, 1988.

Notas:

[1] Fernando Aínsa, Tiempo reconquistado, pp. 115- 116.

[2] Mario Benedetti al referirse a la poesía escrita por autoras uruguayas de la época, como Idea Vilariño, Amanda Berenguer o Ida Vitale, dice que poseían "Una actitud autoexigente y existencial, y demostró (con diversos lenguajes y en distintos niveles de calidad) que su poesía no era un mero pretexto. En realidad tenían algo que decir, algo que comunicar."
En Literatura uruguaya siglo XX, p. 117.

[3] Evelyn Picón Garfield, “Yo soplo desde el páramo”, Texto crítico, 6, enero-abril, 1977, p. 124. Sin duda, de las tres escritoras abordadas en este trabajo la más estudiada es Armonía Somers, ha despertado el interés en críticos de distintas partes del mundo. Existe un volumen que recopila algunas aproximaciones en tomo a su obra bajo el título de Armonía Somers, Papeles críticos, Montevideo, Editorial Linardi Risso, 1990.

[4] Ángel Rama, La generación crítica, p. 29.

[5] Emir Rodríguez Monegal, Literatura uruguaya de medio siglo, p. 219.

[6] Existe una edición reciente: La mujer desnuda, Montevideo, Editorial Arca, 1990.

[7] Ana María Rodríguez Villlamil, “Armonía Somers, La mujer desnuda” en Revista Iberoamericana, 160-161, julio-diciembre, 1992, p. 1231.

[8] Op. cit., p. 125.

[9] Armonía Somers, “Carta abierta desde Somersville” en Revista Iberoamericana, 160-161, julio-diciembre, 1992, p. 1158.

 

Horacio Molano Nucamendi
Originalmente en la Revista "Tema y variaciones de literatura" No 10

Universidad Autónoma Metropolitana

Departamento de Humanidades de la UAM Azcapotzalco

Link del artículo:  http://hdl.handle.net/11191/1457

 

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