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El Juani Politano, perdón…El Ingeniero 
por Juan Carlos Modesti
juancamodesti@hotmail.com
 

 

En la residencia universitaria, a las 7:10 de la mañana sonó un despertador, al cual apagó con un rutinario y exacto movimiento.

Se estiró en la cama, con su clásica elongación de desperezo, y a esto le siguió un sonoro bostezo.

 Se levantó y camino en calzoncillos a la ducha, mientras se rascaba su prolija barba.  

Antes de entrar al baño, dirigió su mirada a una lámina pegada en la pared, que ilustraba al jugador Palermo, que por aquel tiempo usaba el cabello bicolor, también había un banderín  de su otra pasión, el club Deportivo Moto Kart Jovita y una fotografía con los chicos de la escuela municipal de deportes, lugar  en donde enseñaba educación física durante el verano, por pura pasión, nomás.  

Luego, se vistió con un clásico Jean y remera gris, mientras se ajustaba el cinturón miraba hacia la Universidad, su desafío de todos los días.

Inevitablemente pensaba en su primer día y cuando llegó a la Universidad, desde su pueblo natal. Atrás estaba quedando un rendimiento académico en el que conjugaba el esfuerzo y la brillantez.

Ese día era una jornada ventosa y cálidamente pesada.

 Calentó agua para tomar mate amargo, ese compañero silencioso de todos los estudiantes.

No le gustaba usar termo, mientras se cebaba unos cimarrones, abrió su computadora portátil, en ella repasaban unos cálculos y notas para: el proyecto final de industrias, única materia que le faltaba aprobar, ya era un responsable ayudante de segunda, de la materia operaciones unitarias I.

Miró la hora y abrió su teléfono celular y le habló a su novia quien estudiaba en la ciudad de Córdoba.

Salgo para Córdoba a las 12 horas, me pasa a buscar “el perro”, Lovagnini -nos encontramos en el lugar convenido, no te vas a olvidar las entradas- le dijo.

Es que por fin había llegado ese 5 de diciembre, día en que iban a asistir a un recital de Sabina y Serrat en el Orfeo, para el que habían adquirido con mucha anticipación sus entradas.

Soñaban con escuchar del mismísimo catalán: “No hago otra cosa que pensar en ti”

Calentó nuevamente el agua y fue a despertar a su hermano, Fabrizio, pero él no dormía estaba estudiando, porque un examen final se le avecinaba. Sí…, las medallas en Química que aquilataban estos hermanos, no eran producto del azar.

 Mientras le cebaba unos mates a su hermano le comentó sobre lo avanzada que estaba la investigación en la Planta Piloto. El director proyecto decía:-  estamos cerca, muy cerca de disminuir el nivel de hexano  en el aceite de soja.

Es muy importante para el país que los chinos y demás mercados  mundiales sigan comprando nuestro aceite.-

Se despidió de su hermano, tomó su computadora y unas carpetas y se marchó.

Salió de la residencia universitaria rumbo a la Facultad, en el camino tarareaba una canción, “hoy puede ser un gran día” ¡duro con él!

No era para menos se dirigía a entregar el tramo final, proyecto de industria, con el cual se graduaría como: Ingeniero Químico, además ese día iba a disfrutar de Serrat.

Llegó a la planta piloto, se dirigió a firmar el registro de asistencia, en el lugar se encontró con su “mamá” de Rio Cuarto: Gladys Baralla y Liliana Giacomelli a quienes saludó con un beso, quiso el trapero destino que fuera el último.

Posteriormente, se equipó con su guardapolvo blanco, gafas de seguridad y guantes e ingreso al sector operativo de la planta, en  donde lo esperaban los investigadores: Carlos Ravera y Damián Cardarelli.

Luego ese fatídico momento gris, en que nadie sabe que sucedió o peor aún, nadie sobrevivió para contarlo.

Un accidente, un derrame tal vez, las llamas se encendieron con fiereza.

Un infierno se desató en segundos, por lo volátil de ese remaldito solvente, llamado  hexano.

Juani tuvo la suerte de estar cerca del portón y alcanzo a salir.

Los gritos de desesperación, de dolor retumbaban por doquier.

Alcanzó a ver cómo alumnos y Profesores se tiraban por las ventanas. Los alaridos lastimeros no cesaban.

Pero él tenía atados a su cuello, sus principios de vida, sus ideales. Ese jugarse sin palabras por otros. Renunciando a su suerte volvió a entrar a la planta, para socorrer.

-No pibe, -¡no!- le gritaron unos operarios.

Ya en el interior de la planta la explosión de un tanque, lo recibió de furiosa manera.

Esos seis carbones en cadena mostraban su faz más destructiva. Una lengua de fuego que superaba largamente el nivel del techo, mientras el intenso humo negro con escalas descendientes en gris, escapaba de la planta a bocanadas.

Ese cinco de diciembre un cuadro de dolor se pinta en mi mente: bomberos, ambulancias, policías, el llanto de tantos alumnos y Profesores.

La confusión y el pánico se generalizan, todos quieren ayudar y se instaló el caos.

No sé si Juani sale por sus medios, pero lo cierto es que lo veo en el suelo, a su lado hay una enfermera y un estudiante de veterinaria cortándole la ropa con un bisturí, para que la misma no se le adhiera a la piel quemada.

Cuando le quieren cortar su paño menor, levantó levemente su cabeza, pidió por su pudor y por agua, la enfermera accedió y no se lo quitó.

Sólo unos instantes después lo suben a una ambulancia, ya no lo volveré a ver.

Aún se escuchaban las sirenas de las ambulancias, cuando su hermano Fabrizio se abría paso entre la multitud corriendo. Y salimos al encuentro y lo contenemos.

Le decimos que tiene quemaduras en su piel, pero, que habla y camina.

Nos miró ya agitado y  con sus ojos desorbitados. Salió corriendo tras la ambulancia, como si quisiera alcanzarla. Un móvil de la Policía Federal se percata de ello y salen tras él; lo alcanzan, lo suben al móvil y raudamente con sirenas y balizas se dirigen al hospital.

Nosotros no sabíamos que sus lesiones eran interiores.

Luego de un largo tiempo de estupor, comienza la desconcentración en el lugar, pero yo me quedo sentado en el césped.

Después me asomo por una ventana y lo primero que veo es una puerta impregnada de hollín tan negro como el día. Veo nítidas dos manos de alguien que quiso salir por una puerta cerrada, luego el desgarrante dibujo toma dirección del piso, inequívocamente, la caída final  de alguien.

Veo un  termo azul, el mate derramado, papeles en el suelo y un vapor con un olor que no voy a olvidar.

Entre las pertenencias que están diseminadas por el suelo alcanzo a ver el trabajo final de Juani, mojado. Un sentimiento de pertenencia me invade y quiero entrar a buscarlo, pero un policía me franquea el paso.

Su novia lo espera en Córdoba con los boletos del recital en su bolsillo.

Llegará a Córdoba, de otra manera, en una forma que ella no esperaba.

A pasado el tiempo, esa cosa que dicen que da resignación, que todo lo puede.

Se habla de culpas, de responsabilidad, que ya nadie quiere discutir. Un accidente de investigadores y alumnos, que dieron su todo, sin retaceos, hasta llegar al extremo límite de la vida.

Hoy me conmueve ver a los alumnos que rinden su última materia, de cualquiera de las carreras dirigirse hasta el lugar donde están esos  árboles de homenaje, los alumnos la llaman la “placita del Juani”. Aún no tiene mástil.

 Sí estuve allí, cuando le entregaron a sus padres su diploma post mortem. El aplauso fue tan emotivo por el dolor que llevaba insito.

Todos estaban con los ojos enrojecidos, nos mordemos los labios por angustia e impotencia, pero muchos no logran esquivar el llanto.

Los Politano estaban sentados en primera fila y vieron pasar a cada uno de los graduados.

Cuando convocaron  a sus padres, apreté los dientes, la lengua se me pega al paladar y la saliva no me fluye.

Su madre dice que el está muy cerca, que ha venido vestida para la ocasión tal cual el se lo había pedido

Es un homenaje venir a retirar su diploma, porque el: nunca dejo una tarea sin concluir, nunca hizo algo a medias - dijo

Me quiebro, ya sin disimulo.

Cuando se retiraron sus padres y hermanos  me mantuve lejos, se que deseaban estar solos, pero los sigo.

Los veo caminar hacia el auto, cabizbajos.

Tenían el diploma pero faltaba nada menos, que el factor humano.

 Su madre llevaba el diploma en la mano, su esposo la llevaba del hombro, dos pasos atrás sus otros hijos.

Antes de abrir la puerta del automóvil, su madre, Adriana, le entregó a su hijo menor, Mariano, el diploma.

Este abrazó a su madre fuerte y largamente. Intuyo en ello un mensaje, un pacto, algo que no logro descifrar.

Fabrizio  sería quien conduciría, se dio vuelta nos miramos lento desde lejos y sin mediar palabras, porque éstas sobran, me levantó la mano, como saludándome.

Me quedo allí buscando una explicación que no voy a encontrar.

Pero me prometo una y otra vez ser mejor hijo, mejor compañero y alumno.

Decido regresar a la residencia universitaria, y en el camino recuerdo, las veces que golpeo mi puerta con la excusa de unos mates, aunque la finalidad era siempre la misma: ayudarme en alguna materia.

No lo dudes; el amaba la química.

Hoy no me entienden,  cuando en ocasión del día del amigo brindo con dos copas y luego la rompo contra el piso.

No olvido lo que me dijo la enfermera que le quitó el calzado. Sus medias habían quedado pegadas a su calzado y dentro de sus medias había quedado adherida su piel.

Por eso ahora los alumnos decimos que, en Ingeniería, se muere con los zapatos puestos.

Sí,  catalán ¡es cierto!, no hay caminos… se hace camino al andar.  

También lo es, que todo pasa, que lo nuestro es pasar, pero Juani, dejó huellas en la Universidad… no estelas en el mar….        

                             Agradezco la colaboración de: Carlos Ruiz y Jorge Yorlano 

 

 

Hoy...Desde el Ayer - Juani Politano -

 

 

por Juan Carlos Modesti  
juancamodesti@hotmail.com
 

La ciudad ficcional
Diario Puntal de Río Cuarto
5 de diciembre de 2010

 

Texto recibido en papel diario, el 10 de diciembre de 2010, digitalizado y editado, al igual que la imagen. Posteriormente se agrega el enlace al video, por mi, editor de Letras Uruguay

Twitter: https://twitter.com/echinope / email: echinope@gmail.com / facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

 

 

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