Acerca de la ironía

por Rodolfo Modern

Como la ironía se asienta sobre un terreno resbaladizo, intentaremos en esta comunicación que los acuerdos predominen sobre los desacuerdos.

Según el DRAE la tercera acepción de ironía expresa: “Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice”. Pero esta definición, como muchas otras, no siempre devela sus rasgos. Matices, detalles, fisuras y cambios permiten que sus costuras revienten por algún sitio, que parte de lo importante se le escape. Es decir, que el resultado final no satisfaga del todo.

La ironía es al mismo tiempo un procedimiento y un modo de ser. No llama la atención que sus adversarios sean refractarios o directamente hostiles a la ironía y a sus efectos, lo que constituye un factor irritante para el logro de una convivencia en paz. En cuanto al ironista siente una profunda aversión ante la existencia de una mentalidad monolítica en el contrario. Es cierto, hay ironías sangrientas, y son más propias de quienes proceden en el linde con la sátira. Es lo que podría llamarse una ironía negativa. Allí, el autor sitúa al otro como objeto, y degrada su condición humana. Y aunque sus alfilerazos o magulladuras no destruyen totalmente ese objeto, sus víctimas difícilmente alcancen a borrarlos del todo. Asimismo la ironía, casi siempre, posee una referencia histórico-cultural, y es propia solo del ser humano. En los animales que llamamos superiores hay señales inequívocas de sensaciones como la alegría o la pesadumbre, vista desde ojos humanos, por supuesto. Pero nada de ironía. Esta se sitúa en un estadio mental de otra índole. ¿Podría un chimpancé inteligente compararse en tal sentido con un ironista?

Por otra parte, dijimos, la ironía, una de las ramas del humorismo no apta, por lo común, para la aniquilación definitiva de nadie. Es que la ironía supone una confrontación con cualquier realidad percibida en forma inmediata. De aquí resulta una perspectiva ubicada en una inversión de la percepción general. Entonces, en los espíritus afines, es capaz de originar una sonrisa de comprensión o de complicidad. Supone, con otras palabras, poner patas arriba la visión de lo habitual. Intenta mostrar el otro lado de la luna, por así decirlo. Y, en su alusión invertida, facilita la aprehensión de lo verdadero. De ese choque nace la ironía. En cuanto a la inmensa mayoría de la gente, asume que la captación directa, abierta, inmediata de la realidad es lo verdadero y puede, en consecuencia, dormir con una conciencia tranquila. Aunque debe advertirse que los esfuerzos del ironista para llegar a una verdad que coincida exactamente con la realidad se halla condenada al fracaso. El rodeo, la aproximación son sus armas preferidas. Pues lo otro es una tarea reservada a los dioses solamente. Y para una efectiva elección de su instrumento, la palabra, el ironista debe manejarse con una gran sutileza.

La ironía se ejecuta desde el punto de vista de un marginal, que se alimenta de una situación capaz de captar el factor de lo ridículo, o de lo que es en el fondo incoherente o absurdo. El ejemplo de Erasmo resulta así poseer un carácter emblemático. La ironía transforma el mundo que toca, lo que significa su oposición a lo comúnmente aceptado a tenido por sabido. Su estructura basada en el predominio de la mente es lo que la salva de situarse junto a la conformidad manifiesta con lo que existe. Asume una posición crítica. O, de otra manera, puede considerarse como un foco que ilumina en forma intermitente ciertas zonas de lo que se considera cierto y hunde a otras en un cono de sombras. Ese mundo ajeno no la comprende. O rechaza las proezas de sus piruetas intelectuales. O las relega. Por eso los auténticos cultores de la ironía no abundan. Muchos la confunden con la burla, una categoría inferior del seudohumorismo. A diferencia del dogmático, el ironista comprende, aunque de una manera sesgada. Esa es la causa por la cual está a favor de la tolerancia. En este sentido, Voltaire es otro ejemplo.

Pero a no alarmarse demasiado, sus intenciones son relativamente buenas, por más que no llegue a cumplimentarlas plenamente. Y que suponga la existencia de zonas de poder que se establecen entre el ironista y su, por llamarla así, víctima. El señalamiento del ridículo ajeno o el absurdo al que puede llegar, la actitud de denuncia de una impostura que tiene su asiento en la injusticia, no alcanza a la destrucción del adversario. Solo a una exposición de sus defectos más ostensibles. Es que el ironista es también capaz de ver la paja en el ojo propio. Su visión se ha ensanchado. El ironista acostumbra asimismo a frenarse, a ejercitar una especie de autocontrol, no da el paso decisivo. Y allí asoma lo que sus adversarios consideran una cobardía. Y al cabo, perdona las debilidades de los otros, de la mayoría, como que él también tiene las suyas. Prefiere desembocar en la sonrisa.

Esta circunstancia le permite florecer en tiempos en que las costumbres, las mores, han degenerado como productos de un desarrollo cultural discontinuo, inarmónico.

El ironista es una persona de rápidos reflejos mentales, pero no actúa directamente, contraactúa. No es un temperamento frío sino enfriado y analítico, también por definición. Combate a la defensiva. Y si hay lucha es debido a que los afectados por sus dardos son quienes empezaron. Si existiera un mundo donde la verdad pudiera prevalecer, o aceptarse sin miedo, la ironía no existiría. Por lo demás, el ironista puede manifestarse en un clima donde por lo menos algún tipo de libertad es posible. Lo que no sucede con las dictaduras inflexibles. Allí donde la flexibilidad en el juicio no ha desaparecido del todo, la ironía se convierte en un arma eficaz. Como se ha visto hasta el cansancio, en los tiempos más o menos actuales. Mussolini, Hitler, Stalin y Franco dentro del mundo occidental, no la toleraban. Por eso la ironía termina en el silencio o en la prisión. Cuando no en el suicidio de sus cultores.

En el campo del humorismo, la ironía examina a su modo y con lupa, el revés de la trama que conforma la realidad. Y en esa forma sesgada que le es propia, saca a la luz las fibras que afrentan la dignidad humana. Y baja a ciertos personajes del pedestal que se han autoerigido. Quien la ejercita está lejos de ser un héroe, lo que contribuye también a acusarlo de poco serio o poco profundo. Es que el ironista debe poseer un equilibrio intelectual y una fortaleza mental a toda prueba. Si no, no hay ironía, tampoco humorismo.

En este sentido la frecuentación de ironistas adquiere, en quienes son proclives a ella, una experiencia fecunda, para lo cual la mención de Montaigne se hace obligatoria. En cuanto a la índole de los géneros literarios fundamentales, lo trágico, por definición, prescinde de la ironía. Como también la lírica en sus exponentes relevantes, dado que esa especie de lírica aspira sí a lo serio, en lo que hace a la intimidad del poeta, a sus sentimientos y emociones. Respecto a la novela, resulta archisabido que se la tiene como un cajón de sastre donde puede darse cabida a numerosas cuotas y modos de ironía. En estos casos, la frecuentación de algunos de los más eminentes escritores da prueba de ello. En la época contemporánea son de estricta mención Joyce y Proust, y antes en el tiempo, Charles Dickens, Thomas Mann y Franz Kafka. También debemos agregar los nombres de Italo Calvino y José Saramago. Mann acuñó términos básicos como el de “distancia”, que todo ironista debe respetar. Pero a efectos de llegar a la posesión de su naturaleza y proyecciones es necesario ostentar un espíritu que, sin significación política alguna, podemos denominar como “aristocrático”.

Cerraré esta sumaria exposición con Miguel de Cervantes. El creador de la novela moderna despliega los artificios de la novela en su también terapéutico abordaje comprensivo y compasivo, enorme y bondadoso en el Quijote.

Cervantes ha disimulado, o por lo menos atenuado, sus desilusiones y desventuras, escondidas bajo el disfraz de la ironía, en los fracasos, frustraciones de sus personajes, y que parte de su juego de contrastes, al que su época, como todas, está sometida. Muchos episodios testimonian su aptitud para otorgarle un ropaje irónico. Así, metamorfoseados, desfilan a través de sus páginas, no solo el que responde a su héroe, sino también a la galería multicolor de sus personajes predilectos, y que ha extraído de sus lecturas de las novelas de caballería. Esa es, se ha repetido, su principal fuente. Más que exagerar sus rasgos -y ridiculizarlos- en contraposición con un mundo que le fue tan hostil en el desmonte de sus irrealizables ilusiones, los quiere, los admira, a pesar de su fracaso reiterado trátese de la gloria conquistada por el brazo o de su carrera literaria, y que abarca también un mundo íntimo y decorosamente expuesto.

A los príncipes, reyes y héroes, como también a sus enamorados, Amadís y compañía, los ha estimulado, salvando obstáculos, el emprendimiento de las más altas aventuras, esas que el éxito y la fama posterior acrisolan. Así son lícitas las revistas a unos Pentapolines y Caraculiambros ficticios, pero con su realidad intrínseca, en el cumplimiento de sus claras hazañas. O que aparezcan en sus páginas los galeotes, los marginales, un espléndido outlaw, Roque Ginart, o la historia del desdichado Ricote, el morisco, tan ensalzada y admirada por Thomas Mann en su recorrida del Quijote que se inscribe en su “Travesía marítima”, víctima de lo que llamamos destino. O en el celebérrimo choque, literalmente, con las aspas de los molinos en los campos de Castilla. O en esos encantamientos en que es perseguido por el mago Festón, maestro en metamorfosis de toda índole. O en las derrotas, aparentes y reales, del vapuleado héroe, pero siempre con fuerzas para reincorporarse hasta que la cordura hace presa de su espíritu. En esa misma clave puede leerse también, entre tantas, su encuentro con los “leones”, desdeñosos de su carne magra y vieja, espejismos todos que lo reflejan y le agregan matices a su figura. Y así podríamos proseguir, lo que de ninguna manera haremos, en parte de su recorrido por la Península Ibérica, ejemplar y también discreta, como amante platonísimo de una Dulcinea a la que no concibe como labradora.

En todas estas páginas, como en muchas otras, campeará este adalid de la comprensión de la naturaleza humana, como artista cabal de la palabra y los sentimientos que fue y que sigue siendo don Miguel de Cervantes.

 

por Rodolfo Modern

Comunicación leída en la sesión ordinaria 1320 del 26 de mayo de 2011.

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXVI, mayo-agosto de 2011, N.os 315-316 - Buenos Aires 2012

Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras

 

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