La resignada rebeldía en la poesía de Alfonsina Storni ensayo de Esther P. Mocega-González Department of Foreign Languages and Literatures Northern Illinois University DeKalb, IL (EE.UU.)
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Como ya lo afirma la propia Alfonsina, tanto en prosa como en verso, ella es una genuina mujer del siglo XX, que se alza líricamente «frente a las tenazas todavía dulces, y a la vez enfriadas, del patriarcado[1]». Así es. La poetisa es una mujer que asume una vehemente actitud crítica frente al hombre a las normas establecidas por éste en la sociedad de todos los tiempos y en su tiempo. Esta es, como sabemos, la Alfonsina más conocida. Desde esta perspectiva hay que señalar, sin embargo, que la artista no adopta esta posición así de porque sí. No. Hubo numerosos factores que coadyuvaron para que la singular escritura argentina tomara esa posición de reclamo ante su mundo. Aunque su propia vida pudiera indicarse como una de esas motivaciones principales que ayudaron a moldear el espíritu y el pensamiento de la mujer, consideramos que existieron otros factores externos que alertaron su sentir y que decididamente conformaron, en buena medida, la visión última que del universo y del hombre tiene la poetisa. Y es que antes de que ella hiciera grito vibrante su cálida voz, otras mujeres ya habían discutido públicamente los mismos martirios femeninos que la escritora luego dejara marcados, con un acento muy persona], en sus palpitantes versos, A este respecto indica Lucrecio Pérez Blanco en el excelente libro que le ha dedicado a la escritora argentina: «a mediados del siglo, y de un modo más claro hacia 1880, nació en la mujer un anhelo de emancipación que se hizo más fuerte en la mujer escritora... Este anhelo, vivido desde 1880, se hace grito sin orillas en 1900 y contagia a la mujer argentina[2]». De este modo, pues, nace en esta nación el movimiento social feminista que conforma la conciencia de libertad tan reclamada en silencio por la mujer de todos los tiempos. Alfonsina que aparece en el umbral de este siglo XX siglo de la mujer va a acoger y a mimar con su sentir hecho canto la conciencia de emancipación creada y echada a volar por sus predecesoras. Aunque es también demasiado conocido, pensamos que no seríamos del todo justos, si en esas tierras del sur de América no sumáramos a su osada voz la de otras excelentes poetisas que ensayan al mismo tiempo sus atrevidas voces líricas para componer así el concierto poético más excelso de todos los tiempos dentro del campo de la poesía femenina hispanoamericana y universal. Nos referimos, ya se adivina, a la chilena Gabriela Mistral, y a las uruguayas Delmíra Agustini y Juana de Ibarbourou. Se ha indicado anteriormente que, como es sabido, la poetisa argentina recoge y fija en sus versos, con un lenguaje muy nítido, su rebeldía ante «el amo del mundo». Pero asimismo precisa señalar que la escritora, mujer sensitiva y de cerebro lúcido, es una gran conocedora del alma femenina, por serlo ella misma, y porque despojándose mentalmente de su feminidad, se convierte en observadora sagaz para conseguir conclusiones muy finas sobre el espíritu femenino[3]. Por demás, Alfonsina está impuesta de que existen leyes biológicas insalvables. Por eso a pesar de ese ferviente y genuino anhelo de emancipación del varón, la poetisa al cabo comprenderá que no habrá otro remedio que mantenerse girando a encontronazos en la órbita del hombre[4]. De donde proviene, en parte, esa resignación que subyace en algunos de sus textos o que se manifiesta bien evidentemente en otros. Por otra parte resulta imperativo destacar lo que a nuestro juicio ha sido bastante descuidado por los escasos estudiosos de su obra, y es que la lucha insurgente de esta mujer no se detiene de modo exclusivo en el hombre y ia mujer, sino que esa rebeldía suya contamina plenamente su visión del universo. De ahí que sea justificado dejar establecido que Alfonsina Storni es el alma más auténticamente rebelde de nuestro tiempo. Insatisfecha, la artista se empeña en una recia lucha lírica contra el hombre, la mujer, y, en general, el mundo, para, al final, instalarse en una posición de resignada rebeldía. En este trabajo nos proponemos examinar, primero, la dimensión rebelde de la artista en su percepción más amplia; segundo su desafío al hombre y a la mujer, que al mismo tiempo conlleva, en relación a esta última —la mujer—, su anhelo de liberación y redención universal, para concluir con su resignada y condescendiente aceptación de su mundo. No se nos escapa que el propósito es, a todas luces, inagotable. Desde la perspectiva de su auténtica insatisfacción, habrá que insistir que ese carácter combatiente de la mujer se transparenta en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, Alfonsina ama la libertad y sus ansias de ella no reconocen fronteras. Hay un anhelo bien patente en esta mujer por quebrar con todo orden. Es que otra vez, la autora es un producto de su tiempo[5]. De ese modo la escuchamos clamar por la libertad en su arte: «Libertad en el canto. Libertad, / Más libertad aún, toda la que haya, / Yo quiero así cantar!» y añade: «De todos mis martirios; llegarán / Al violoncello puesto en mi garganta / mis rebeldías rojas, como sangre!»[6] (El subrayado es nuestro). Pensamos que no se necesita ser muy perspicaz para descubrir que en estos versos radica el programa vital y a la vez poético de Alfonsina: Libertad para denunciar en su canto todos los martirios. Libertad en todas las facetas de la vida. Hasta su propio verso quiere la poetisa que sea «Sin compás, como el verso que no sabe / Rimas sin disonancias». (46) Cantar sin orden, «Sin orden, como yo, hasta las cosas / Que nadie explicará...» (47) Y es que Alfonsina es desorden, es Caos que no reconoce límites, que estalla contra las propias leyes que rigen el Cosmos. La artista ama, asimismo, lo desconocido, el cambio perpetuo, lo infinito, en fin, lo que está fuera de toda norma aunque esta sea de índole universal e impuesta por la propia materia. Por eso ella prefiere «...las sendas / Que no tienen finí ...los días / Que no tienen noche! ...las cosas / Que nunca se hicieron!...» Quisiera ella «¡Poder algún día / Quebrar con la marcha / De las cosas hechas!...» La escritura resuelve ese anhelo de cosas insólitas en un grito que lo sintetiza todo, porque ella quisiera «¡Detener la tierra!» (66-7). No es posible decir más. Es bien notorio, pues, que Alfonsina aspira a escapar a todo código, hundirse en el misterio, buscar lo prodigioso, tanto en la esfera cósmica, como en el sobado orden social que le presenta el hombre. Y ciertamente que si nos asomáramos a la línea de su vida podríamos prontamente descubrir que ella guardaba en su ser el vértigo que la seducía, porque decididamente esta mujer vivió a encontronazos. En ese vehemente deseo de huir de lo lamido, la poetisa proyecta a veces en sus versos la imagen de su antecesor más lejano: el hombre primitivo. En efecto, no hay en ella suficiente serenidad para adaptarse a los hábitos que cotidianamente rumia el hombre moderno. Por eso se impacienta frente el uso del paraguas que cobija y proteje al hombre del golpe de lluvia. Y es entonces q,_\e su prodigiosa fantasía cobra vuelo. A la artista le pesan en la espalda hasta las paredes de la casa. Le tienta el hombre primitivo, y canta: «...Mi antecesor, el hombre / Que habitaba cavernas desprovisto de nombre, / Se ha venido esta noche a tentarme sin duda, / Porque, casta y desnuda, / Me iría por los campos bajo la lluvia fina...» (126) Pensamos que no es necesario insistir en el inaudito deseo de la escritora argentina de superar a esa gente plana y gris que calca con asiduidad milenaria las mismas actitudes, los mismos gestos. Es precisamente esa «gente, recortada y vacía» la que le inspira su poema «¿Qué diría?», porque, efectivamente, ¿qué diría la gente si ella violentando las normas del diario vivir. Se tiñera el cabello de plateado y violeta, / Usara peplo griego, cambiara la peineta / Por cintillo de flores, miosotis o jazmines, / Cantara por las calles al compás de violines, / O dijera mis versos recorriendo las plazas / Libertado mi gusto de vulgares mordazas?» (127). Por esos versos corre la Alfonsina que se resiste contra los usos milenarios, a los que considera «vulgares mordazas», martirios que ella quiere, al menos, exorcisar en sus versos. Por demás, hay que poner énfasis en el movimiento, la gracia y los cambios inusitados del fragmento poético, que traducen de manera excelente el alma espontánea e inquieta de la poetisa. Ciertamente que en estos dos últimos poemas nos hemos asomado un tanto al alma de una mujer en la que se empoza el hastío que siente por un mundo condenado a la monotonía por su uniformidad. Más, esta rebeldía de Alfonsina no sólo se nutre del uso lamido. Su disconformidad, su desasosiego roza los límites de la angustia cuando ella se detiene a observar a Ja ciudad y a su gente. Es así que su percepción de la urbe moderna le refleja un cementerio de «huesos grises» en la que «las calles, / separan el osario, lo cuadriculan, lo ordenan, lo levantan.» (361) Un osario geométrico de color gris, visión altamente desoladora que se filtra y empapa el alma de la mujer, porque «En la ciudad, erizada de dos millones de hombres, / no tengo un ser amado...» (363) Pero conviene hurgar un poco más en este enfoque que la escritora argentina nos propone de la gran urbe, ya que a esa visión de muerte que ella percibe ahora, hay que sumar otra: la ciudad como selva gris de cemento y asfalto[7] que se multiplica hasta el infinito en líneas y ángulos, «Con las mismas ventanas / de juguetería. / Las mismas azoteas rojizas. / Las mismas cúpulas pardas. / Los mismos frentes desteñidos. / Las mismas rejas sombrías. / Los mismos buzones rojos. / Las mismas columnas negras. / Los mismos focos amarillos.» (364) Y, «Debajo de los techos», Alfonsina adivina «otra selva. / selva humana» que ella no puede pulsar en sus actitudes, ni de la que tampoco puede alcanzar la luz de sus ojos, porque «Son muy anchas las paredes; / [y] muy espesos los techos.» (365) Es bien notorio que no es posible proyectar una imagen más amargamente desgarradora de la ciudad y del hombre que la habita que la que nos regala en los versos precedentes esta mujer que la sufre. Pero aún hay más. Esa multitud uniforme y autómata, cuya alma ignora la artista, es la que cuando la encuentra en la calle la multiplica y desmiembra. Dice Alfonsina: «Todo ojo que me mira / me multiplica y dispersa / ...me separan la cabeza del tronco, / las manos de los brazos, / el corazón del pecho, / los pies del cuerpo, / la voluntad de su engarce.» (363) Nos parece interesante notar que la escritora con una gran habilidad y dominio del verso nos ofrece en este fragmento poético un cuadro de pintura moderna en el que visualizamos miembros que vuelan en direcciones diferentes. De manera que esa inconformidad de la escritora argentina pareciera impregnar todas las aristas de su mundo. Para comprobar esto habría sólo que explorar su idea sobre el mundo espiritual y divino. Porque si bien es cierto que la poetisa en algunos de sus versos tempraneros deja abandonado el nombre de Dios, también es verdad que ello obecede más a una fórmula poética que a una llamada a un Dios realmente sentido. Hay que subrayar, además, que desde el principio la artista había inscrito en su poesía su concepción material y finita del mundo en evidente oposición a la concepción espiritual e infinita del hombre cristiano[8]. Por eso expresará en su canto: «Hay en mí la conciencia de que yo pertenezco / Al Caos, y soy sólo una forma material, / Y mi yo, y mi todo, es algo tan eterno / Como el vertiginoso cambio universal.» (51) Lo que concreta muy cumplidamente su pensamiento filosófico sobre el universo y el ser humano: el hombre es materia que del cosmos viene y hacia el cosmos vuelve. «Volver a lo que fui, materias acaso / Sin conciencia de ser, como la planta...» (45) Toda la vida del hombre se ubica, pues, en el reino de este mundo. De ahí que ella se mofe de todo lo que no caiga dentro de este mundo natural. Dice: «Me río de todo: / Del Diablo hasta Dios, / Río de mi misma / y esto es lo peor.» (124) Versos que rigurosamente denuncian la falta de fe en sí misma que carga esta mujeT. Empero, fijémonos que dentro de este orden espiritual la risa de la mujer ha comenzado. De ahora en adelante continuará la burla preñando sus versos. En ellos se proyecta la imagen de un Dios irreverentemente caricaturizado, un Dios, «Huyendo de los hombres, por sobre algún tejado, / Habréis de verlo, en fuga, dejar la cruz vacía.» (287) Consideramos, sin embargo, que es en su poema «Dios-Fuerza» donde Alfonsina deja su pensamiento más logrado sobre el Creador. La composición es una singular protesta contra ese Dios engañador que no construye nada perdurable, porque «Echa a nacer un pueblo con la diestra, / y en la siniestra preparados tiene / descolorantes, y en las almas pinta / paisajes de colores y los lava». (412) Es bien evidente así que para la escritora argentina no existe ese Dios benevolente, de obra piadosa e imperecedera. Y la blasfemia concluye desafiando su propia existencia y su obra cuando manifiesta de manera desdeñosa: «Manteles cambia de su propia mesa, / que él sólo existe desmayando afirma / y hálitos le da al barro que son llamas.» (412) Traer a este estudio la constelación de martirios que en «rebeldías rojas» cantara Alfonsina sería dilatar demasiado este trabajo, además de machacar en lo ya conocido. Bastaría por tanto apuntar que su canto desafía al dolor[9], expresa su rebeldía contra el instinto del mal, porque «No vale, no, la pena soportar esta vida / Para no haber destruido el instinto del mal...» (78) Proclama su ira contra el «deseo que hostiga» (261) y que la hace su esclava; es voz que se lanza contra su propia impasibilidad frente al monstruo de la guerra que «...está quemando la Europa / Y estoy mirando sus llamas / Con la misma indiferencia / Con que contemplo esa rama.» (240) Y, en fin, contra la vida y la muerte. Aquélla que tiñe nuestras almas con la sangre del martirio: «¡Oh! la vida, zarpazo que desgarra / De un golpe al corazón...» (56) Luego la llamará imperativamente para ordenarle: «Apágame las rosas de la cara / y espántame la risa de los labios / y mezquíname el pan entre los dientes, / vida; y el ramo de mis versos, niega.» (401) Importa hacer notar que en estos versos el desafío a la vida comporta un desafío a la muerte, porque en ellos subyace una identificación entre una y otra. Pero vayamos aunque sea de paso a la faceta más conocida de Alfonsina, porque para nadie es un secreto que su vertiginosa personalidad va a dejar la impronta de su indignación ante un mundo que se le presenta ordenado únicamente por la mano del varón. Enojo, que, como se ha señalado anteriormente, conlleva un reto a la mujer que por milenios ha aceptado esa posición de sumisión al hombre que tanto desprecia la artista. En efecto, la poetisa manifiesta ese bien arraigado sentir femenino en numerosas composiciones. Por ejemplo, en uno de sus más conocidos poemas «Tú me quieres blanca» (120) la escritora declara valientemente, con claridad meridina, la igualdad del hombre y la mujer, ya que sólo puede el hombre pretender que la mujer sea casta y pura cuando él, que arrastra una suciedad de siglos en sí mismo, pueda purificarse en comunión total con la naturaleza. En «Fuerza blanca» condena las mañas del varón que tiene músculos de acero y enjundia de titán: «Hombre negro: ¿qué dices de la blanca paloma / Garra toda de lirios, fuerza toda de aroma, / Que con flores te dobla las manos de titán / ¡Oh! mátala si puedes, rey negro de la selva, / ¡Oh, mátala y que luego tu libre mano vuelva / Taladora a sus mañasl» (113) En otro de sus cantos el hombre es un «Rey devorantre, bello y devastador...» (296), cuyo cuerpo es hoguera que no reposa. Su «pasión desmedida, en su pura simpleza, / es torrente que arrastra y por ciega hace mal.» (296) Por eso Alfonsina que conoce que este hombre que ella percibe sólo busca «un poco de fiesta» en la mujer, se afanará por no quedar prisionera entre sus mallas. «Hombre pequeñito» es así el poema que señala las limitaciones del hombre cuando de comprender a la mujer se trata, pero es, asimismo, patente manifiesto del supremo anhelo de libertad inherente a todo ser humano. Empero el grito de libertad, de esa libertad suya que ella defiende del hombre, estallará más agudamente en su composición del mismo nombre. Ello es que al intentar la mujer refugiarse en el alma del hombre, se topa con que ésta es «...una habitación cuadrada / De aire grasiento y humedad salada.» (174) Fijémonos que curiosamente el alma del hombre no se diferencia en nada de la concepción que ya hemos anotado que la poetisa tiene de la ciudad, aunque claro, esta última, de especio más reducido. De ahí que la artista asfixiada por la atmósfera intoxicada que la envenena dispare «...un grito lúgubre y horrendo... “Aire, más aire para el alma mía / No puedo más, me estoy intoxicado’’». Y ya fuera de la prisión exclama: «¡Ah! ¡Me he salido ahogando y correteando / Estoy ahora por la selva umbría!..,» Versos estos últimos en los que retoza la inquietud y ligereza de la mujer que se siente libre. Creemos que estos ejemplos ilustran plenamente este sentir de la Storni. No menos desafiante es la escritora con la mujer pacata de su tiempo. Se ha repetido que la autora se considera «superior al término medio de los hombres que [la rodeaban]...»[10]. Pues bien, esa afirmación es válida también en cuanto se refiere a la mujer que tiene que andar con muletas y que, como ella misma apunta, pertenece al rebaño. Porque Alfonsina, bien se sabe no es «como las otras, casta de buey / [y] con el yugo al cuello... Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!». (59) Ovejitas que no pueden «caminar sin los dueños». (60) La expresión hasta ahora irónica deriva en reto mordaz y violento. Dice: «Yo soy como la loba. Ando sola y me río / Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío... La que pueda seguirme que se venga conmigo. / Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo, / la vida, y no temo su arrebato fatal / porque tengo en la mano siempre pronto un puñal. / El hijo y después yo, y después... ¡lo que sea! / Aquello que me llame más pronto a la pelea.» (60) La escritora se alza en estos versos como el soldado de todas las causas frente a la propia mujer. Ahora bien, como se ha repetido, esta es la vena más conocida de la poetisa. Sin embargo, no se ha destacado, que sepamos, que esta artista que se afana por conseguir un sitio más alto para la mujer en un mundo que se le representa absolutamente masculino, es una mujer lúcida que está consciente de que sus anhelos de libertad —de romper con todos los órdenes, incluso con aquellos impuestos por la naturaleza — , tienen su límite. De ahí pues, esa resignación, esa condescendencia fácilmente ad-vertible en algunas de sus composiciones. Así, si en los versos anteriormente citados hemos palpado sus ansias por lo desconocido, por lo infinito, por lo sorprendente, en otros a sabiendas de que no puede traspasar el misterio de lo ignorado quiere que su alma se resigne, se conforme, con lo que le ofrece el mundo que la rodea: «No sé lo que tengan los mundos de oro / Que mis ojos ven... /Alma que divagas, confórmate alegre / Con lo que te den. / Mira cómo es bella la noche que reza / Cómo es bello el mar... / Alma que preguntas, sobre sus oleajes / Echate a bogar. / Cae de rodillas, alma miserable / Que no sabes ver. / Cae de rodillas... Es todo sublime: / El ser y el no ser.» Y termina la recriminación a su alma: «Este cielo es tuyo, es tuya la vida, / Sábela tomar, / Aprende una cosa, la que menos sabes, / Aprende a gozar!». (168-9) Es bien obvio que la escritora ha descendido de «los mundos de oro» a un mundo más próximo a ella que puede proporcionarle goces a sus sentidos. Sólo que para conformarse la Mujer necesita aprender a buscar el sentido maravilloso de ese mundo que la circunda. Pero hay más ejemplos dentro de esta corriente conformista de la poetisa. Ya hemos insistido en la perspicacia de Alfonsina y tenemos que seguir insistiendo en ella, porque es esa sabiduría suya la que alimenta esta vena de su resignada rebeldía. Es precisamente su lucidez, y la vida, la que la conducen a la conclusión de que no es posible pedir imposibles ni alcanzar la perfección en la tierra porque «Sólo el cielo es perfecto; esta tierra es mezquina». (182) Tenemos, de esa manera, a la poetisa colocada de nuevo en la tierra, donde ya se ha impuesto de que no puede andar a saltos, porque aún los que caminan tropiezan: «Se cae quien va a saltos, tropieia el que camina.» (182) ¡Qué lejos estamos de aquella Alfonsina que desafiaba los caminos trillados, toda dispuesta a arrancarle el misterio al universol Y ahora con este nuevo enfoque de la vida, viene la nota de resignación: «Ya que es así mis manos se cubran de claveles, / Y deliciosas músicas encanten mis oídos; / Mis labios digan versos; se dobleguen vencidos / Los cabellos de rosas y los labios de mieles». O sea que la mujer insiste en olvidarse de los mundos lejanos y disfrutar de lo bello inmediato. Pero hay más en este fragmento poético. Hay una claudicación a su peculiar rebeldía. La poetisa se siente vencida y no vacila en doblegar al amor «los cabellos de rosas y los labios de mieles». Consideramos que vale la pena continuar con la lectura de estos versos porque en ellos se manifiesta de una manera cabal esa resignada protesta de Alfonsina que hemos propuesto. Dice: «No detendré ia Muerte ni torceré la Vida, / Mi palabra, mi acento, no tendrán consecuencia: / Por muy alta que sea, será errada mi ciencia; / Está bien. Me es lo mismo la muerte que la vida.» (182) Si todavía dudábamos de que existe una Alfonsina que se transparenta resignadamente rebelde estos versos pudieran ser la prueba más concluyente de ello, pues por ellos fluye una bien evidente resignación entremezclada con una sorda rebeldía. También es posible rastrear esa doble vertiente de la artista en algunos poemas dedicados a cantar la repugnante visión que le ofrecen la ciudad y el hombre. Como ejemplo podemos traer aquí el corto pero sustancioso poema «Cuadrados y ángulos» que, nos parece importante indicar, pertenece a su libro Irremediablemente. (1919). En él la poetisa desarrolla el mismo rechazo que siente por ellos, sólo que aquí se ha asimilado a la vulgar monotonía citadina. En efecto, su enfoque en este poema se fija en la línea recta y el ángulo. Por eso notamos que ella ve las casas ordenadas en filas y cuadrados y «Las gentes [dice] ya tienen el alma cuadrada, / Ideas en fila / Y ángulo en la espalda». (131) Pero lo sorprendente es que esa visión es una visión que ha calado profundamente en la mujer, a tal punto que nosotros afirmaríamos que a ella no le ha quedado otra alternativa que ver, andar, pensar, y, hasta llorar en rectas y cuadrados, porque esa «lágrima cuadrada» que con estupor, pero que también con cierta resignación confiesa haber vertido: «Yo misma [canta] he vertido ayer una lágrima, / Dios mío, cuadrada.» (131) se decanta, es bien concluyente, de un molde cuadrado, como el alma de los hombres cotidianos, como la monótona ciudad. Ellos pues, la han contaminado. Por demás es necesario indicar que su infinito amor y comprensión por la humanidad contribuyeron muy eficazmente para que ella pudiera tolerar con más condescendencia la uniformidad citadina. Es que la escritora es un ser sensible que entiende y perdona, por eso se siente hipotecada por la ciudad y el hombre, de ahí su confesión entre rebelde y resignada: «Vulgaridad, vulgaridad me acosa / Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.» (187) Más explícitos aún son estos versos que transcribimos seguidamente: «¿Ves al vulgar, Ese vulgar me apena, / Me falta el aire y donde falta quedo, / Quisiera no entender, pero no puedo: / Es la vulgaridad que me envenena.» (187) Por eso será en vano que le pide fiereza al mar, su amigo y homólogo, para que no la venza el dolor de la vida, para que la ciudad no tuerza su camino: «Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza, / ¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo! / Desdichada de mí, soy un abrojo, / Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza. / Y el alma mía es como el mar, es eso, /Ah, la ciudad la pudre y equivoca; ...» (188). Pero tras esta resignada protesta la asalta el deseo de escapar: «Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... / La vida mía debió ser horrible, / Debió ser una arteria incontenible / Y apenas es cicatriz que siempre duele.» (188) He aquí pues, que hay una bien expresa diferencia entre lo que la poetisa quisiera sentir por «la gente, recortada y vacía» y lo que ella verdaderamente siente por ellos[11]. Entre lo que debió ser su vida y lo que es. Y ciertamente que Alfonsina reta al hombre y a la mujer por la cómoda posición con que ambos se instalan en el mundo. Aquél sometiendo, ésta sometida. Ciertamente que como indica Lucrecio Pérez Blanco «Ella es intento supremo de ruptura de barreras milenarias[12].» Cierto también que como anota Helena Percas, «Las preocupaciones de Alfonsina giran en torno a los problemas íntimos de la mujer de este período de emancipación que comenzó a fines del siglo XX, de pensar y de sentir[13].» Sin embargo, hay que destacar que este sentir cobra una enorme resonancia porque nadie nunca antes había lanzado un manojo de poemas cargados de tanta agresividad. Y no es que neguemos la rebeldía de Alfonsina frente a la mujer y al hombre, ni sus obstinadas porfías frente a todo lo que le regala el universo. Lo que sí queremos anotar es que aún dentro de esta corriente, la autora, más sosegada, más atemperada, es capaz de comprender y derivar su pujante pelea hacia una posición de resignada rebeldía. Por ejemplo, la escritora puede llegar a entender que si la mujer ocupa esa posición en el mundo masculino, que ella severamente ataca, no es porque sí, es porque ella es el legado histórico que recibiera el siglo XX. Historia que además le dicta su comportamiento y su sentir. En otras palabras la mujer es el vasto depósito de penas acumuladas por los siglos. «Desde viejas edades, / ¿Quién se puede quejar? / Nos crían muy rosadas / Para el buen gavilán» (237-8). Es tarea de la escritora, entonces, recoger ese fardo ancestral y levantar su voz saturada de comprensión para cantar ese martirio de siglos. Mas hay que señalarlo, el canto de la poetisa, dada esa comprensión, resultará más conmovedoramente doloroso, especialmente en los momentos en que se erige, en sentida y profunda meditación, en testigo y protagonista de la historia de la vida de la mujer, ya que «Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido / No fuera más que aquello que nunca pudo ser, / No fuera más que algo vedado y reprimido / De familia en familia, de mujer en mujer». (188) Dígase lo que se díga ni el tono ni la expresión de estos versos caen dentro de la línea de recia agresividad que la artista ha exhibido en otras composiciones. Por ellos corre más dolor y comprensión que crítica mordaz. Empero de esa perspectiva histórica universal pasa a cantarnos la representación de la vida femenina en el tablado familiar: «Dicen que en los solares de mi gente, medido / Estaba aquello que se debía hacer... / Dicen que silenciosas las mujeres han sido / De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...» (188) Es fácil determinar que al aproximarse a su época no cambia su tono. Sus versos fluyen tristemente callados, dándonos el incesante quehacer femenino de antemano dispuesto en «los solares de mi gente». Pero hay más. Porque es que para nosotros la conclusión de esa bien avalada meditación no corresponde al grito rebelde que desde siempre ha caracterizado a la Storni. Veamos: «Y todo eso mordiente, vencido, mutilado / Todo eso que se hallaba en su alma encerrado, / Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.» (189) Y ahí se le va ¿o lo deja ir a propósito? ese «sin quererlo» como tratando de contemporizar. Es que la loba aquella que ya vimos que desafiaba al rebaño —su doble momentáneo— comprendió y desapareció porque la mujer dulce, sensitiva y Nena de todos los amores que es la escritora la mató para que en su lugar se alzara la imagen de la madre: «Se durmió para siempre en la noche de frío / Acariciando al hijo que en el regazo mío / Estaba silencioso... silencioso y quietito.» (62). Y en cuanto a sus peleas con el varón, es necesario apuntar que aunque a veces su voz se hizo grito rebelde contra el mundo masculino, también en ella se delata a una mujer que sabe que su yo indefectiblemente girará en su órbita. Por eso hay que decir que si su canto recoge todos los matices de la rebeldía contra el hombre en pos de la rendención de la mu: jer, también es imprescindible que digamos que el mayor volumen de sus poemas los dispone Alfonsina para cantar su apasionado amor por el hombre, brújula de su vida, la vivida. Así cantará ella: «Cuando me falta la palabra tuya / Suelo ser un sepulcro polvoriento / Alzado sobre piedras descarnadas: / Mundos arriba y en la piedra el viento / Oh, me estrujaran toda y ni una gota / Soltara el cuerpo como el alma seco; / Sepulcro sobre piedras, si me faltas, / Sepulcro milenario y polvoriento.» (174) Y aquí también se visualiza a Alfonsina, la otra Alfonsina, que es, asimismo, símbolo de la mujer universal «escombro milenario» sin la palabra y el amor del hombre. Ya lo había expresado la autora cuando se le denunciara por sus ataques al «bello animal»: «|Me he pasado la vida cantando al hombrel ¡Trescientas poesías de amor... trescientas, todas dedicadas al bello animal razonador[14].» Añadamos, además que esta mujer que posee un cerebro extremadamente alerta sabe que ella es una prisionera del león. En balde, pues, se ha afanado en defender su libertad, gritando asfixiada cuando se le figuraba estar presa en el alma del hombre, en vano ha saltado mil veces de su jaula porque, dice, «Mil veces, impotente, me volví a acurrucar / ¡Cárcel de los sentidos que las cosas me han dado! / Ah, yo del universo no me puedo escapar.» (197) La mujer está de vuelta. Se ha reconciliado, muy a su pesar, con la naturaleza. Es por eso que en algunos de sus poemas se percibe a una Alfonsina que en resignada protesta le reclama comprensión y dulzura al hombre: «Hombre, yo quiero que mi mal comprendas, / Hombre, yo quiero que me des dulzura, / Hombre, yo marcho por tus mismas sendas; / Hijo de madre: entiende mi locura...» (139). Sí, la Storni cantó en muchos de sus versos su incoformidad con un universo que se le manifestaba repugnantemente ordenado y uniforme, empero hemos comprobado que en otros poemas también se adivina a una mujer inteligentemente resignada que sabiamente esconde su muy justificada y contenida ira ante «el hombre y el universo»: «Vivo dentro (Je cuatro paredes matemáticas / Alineadas a metro. Me rodean apáticas / Almillas que no saben un ápice siquiera / De esta fiebre azulada que nutre mi quimera. / Uso una piel postiza que me la rayo en gris. / Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis. / Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo / Que yo misma me creo para farsa y estorbo.» (131-2) O sea que la «piel postiza» es el traje de disfraz que la ayudara a sobrellevar resigna-damente al mundo geométrico que habita un ser humano «recortado y vacio» que se empeña en que todos exhibamos «un ángulo en la espalda». Notas: [1] Son palabras de Alfonsina Storni que hemos recogido de Conrado Nalé Roxlo y Mabel Mármol en Genio y Figura de Alfonsina Storni (Buenos Aires: Ed., Universitaria de Buenos Aires, 1966), p. 151, En adelante citamos por este texto con Genio y el número de la página.
[2] Ver, La poesía de Alfonsina Stomi (Madrid: Artes Gráficas, 1975), pp. 16-7. El estudioso de la poesía de la Stomi hace un recuento muy explícito de! período que precedió y preparó el de esta poetisa. Usaremos este texto para las citas futuras con La poesía y el número de la página. Ver además Helena Percas, La poesía femenina argentina (1910-1950), (Madrid: Edición de Cultura Hispánica, 1958).
[3] Genio, p. 123. Tomo las siguientes palabras de Alfonsina Storni: «Al saíirme, pues, a mirar las cosas por mi cuenta, no con la limitación impuesta a mi sexo, sino como un ser que, mentalmente, se olvida de él —y pediría que fuera olvidado, ya que contribuye con su energía a la corriente social como el más decidido —, hallé a los hombres y a las mujeres en posición de lucha: ellos, por obtener golosinas de placer; ellas, por lograr quién las alimente, Encontré que, globalmente, las mujeres poseen tantas virtudes y defectos como los hombres, pero que aquéllas y éstos son, en ambos géneros, de naturaleza distinta... Comprendí que, en los diversos conflictos particulares, a veces es mejor la mujer, a veces lo es el hombre... No se me ocultó que si el hombre es más egoísta que la mujer, ésta es más deshonesta, en líneas generales, que aquél, ya que debe luchar con armas de ser sometido: la simulación, fa astucia, el cálculo.»
[4] Ver Julieta Gómez Paz, Leyendo a Alfonsina Stomi (Buenos Aires: Editorial Losada, S. A., 1966), p. 96. Señala ta autora que Alfonsina «Como mujer, se sintió atada, particularmente, al determinismo del sexo irrecusable. Era un misterio que la obsesionaba. Insiste sobre la fatalidad numérica de las leyes que se cumplen en el organismo femenino y gustaba vincularlas tradicionalmente, con los movimientos lunares». Julieta expone seguidamente dos de las poesías de la Storni donde se desarrolla esta idea: ^Tiempo de esterilidad» (396) y «Fuerzas» (598).
[5] Ibid.. p. 95. Dice: «La radical soledad de nuestra poetisa nace de su posición filosófl ca. El materialismo que se respiraba en Buenos Aires en las primras décadas del siglo en los medios intelectuales le ordenaron un universo durante muchos años, las teorías evolucionistas configuraron su enfoque del mundo. Si fue educada en la religión católica ¿en qué momento se apartó de ella? Muy temprano, porque al entrar en poesía su alma es descreída y lo es siempre con amargura y desasosiego porque tenía avidez metafísica. Es el tiempo de los poetas ateos y rebeldes. Alfonsina también lo fue con sarcasmo e ironía.»
[6] Citamos por e¡ texto siguiente: Alfonsina Storni, Obra poética completa (Buenos Aires: Ediciones Meridion, 1961), pp. 46-7. En adelante el número de la página del texto citado aparecerá entre paréntesis.
[7] La poesía, p. 294. Apunta Lucrecio Pérez Blanco en relación con este enfoque de la ciudad: «Esta visión pesimista que tiene Alfonsina de la ciudad desde su libro Languidez, y que se hace amargura en Mundo de siete pozos, es la misma que sienten un grupo de escritores que publican por este tiempo sus obras más representativas. Eduardo Mallea, que en 1936, con La ciudad junto al río inmóvil, intentó descubrir el secreto de Buenos Aires, poniendo de relieve la gran soledad y desesperación de los personajes que son conscientes de una y otra con las raíces morales en el aire. Ernesto Sábato, con Sobre héroes y tumbas, nos ofrece el pesimismo que envuelve a la sociedad de la gran ciudad, que se muere dentro de la asfixia producida por la pérdida de los valores humanos. Manuel Gálvez y B. Fernández Moreno trataron el tema desmoralizador y sombrío de la gran ciudad argentina.» Desde esta perspectiva aparece ia ciudad en muchas otras novelas hispanoamericanas de publicación más reciente. Entre ellas hay que mencionar Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, (1953).
[8] Remitimos al lector a la nota número 5 de este trabajo.
[9] Ver Ovalda Roveíli de Riccio, «El dolor en la poesía de Alfonsina Storni», Norte, Tercera Época (México), número 256 (1963), pp. 44-7,
[10] Tomado de Genio, p. 109.
[11] Ver Obra poética, p. 223. La composición «El obrero» revela la infinita comprensión humana que siente Alfonsina por el hombre cotidiano.
[12]
[13]
«Sobre la poesía de Alfonsina Stomi», Revista Educación (La Plata) año 5, núm. Illa, pp. 311-2.
[14]
Ver
Genio., p. 122. |
ensayo de Esther P. Mocega-González
Department of Foreign Languages and Literatures Northern Illinois University DeKalb, IL (EE.UU.)
Publicado, originalmente, en: Anales de literatura hispanoamericana 2016, vol. 45 135-144
Anales de literatura hispanoamericana es publicada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid
Link del texto: https://revistas.ucm.es/index.php/ALHI/article/view/ALHI8181110189A
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