Piñera en los sesenta: crítica, política y ficción

ensayo de Modesto Milanés

mode65@gmail.com

Virgilio Piñera

Justo a partir de los primeros años de la década del 60 se observan una serie de rasgos diferenciales en la obra narrativa de Virgilio Piñera; el conjunto de estos rasgos no solo tiene que ver con nuevos e inusuales temas en los cuentos y novelas del autor cubano sino también con elementos de construcción narrativa como el tratamiento del espacio, los niveles de verosimilitud y la configuración de los personajes. Nuestra hipótesis de trabajo es que todos los componentes de esa nueva variante estilística (el predominio de un código realista de escritura sobre los habituales códigos de lo absurdo y lo fantástico; la proliferación indiscriminada de datos que apoyan los "efectos de realidad" y los "anclajes" realistas e históricos; la inserción en la trama de los textos de una gran cantidad de cubanismos y giros coloquiales; el cambio en la perspectiva de los espacios, que pasan de ser vacíos y cerrados a abiertos y públicos; el cambio de tono en los relatos, que pasa de ser neutro y objetivo a tener una coloración más afectiva) tienen su explicación en el cambio de perspectiva ideológica que se operó en el autor por esos años. Para decirlo con mayor precisión: esa "variante estilística" de los primeros años del 60, esa solución estética enrarecida y por momentos tan poco convincente, fue el resultado directo del compromiso ideológico piñeriano con la naciente Revolución cubana, hecho que puede verificarse en su modo más explícito y programático en los textos críticos publicados por Virgilio Piñera en Revolución y Lunes de Revolución.

Así, este ensayo pretende esclarecer —con el apoyo de la crítica literaria y la correspondencia de esos años— una zona de la narrativa piñeriana que apenas ha recibido atención: el compromiso de Virgilio Piñera con la Revolución cubana en los primeros años de la década del 60;el reflejo de ese compromiso en sus obras de ficción y, por último, la naturaleza de ese reflejo y sus equívocas recepciones en la crítica de la época: en pocas palabras: los complejos vasos comunicantes entre ideología, crítica literaria y ficción que se verifican tanto en los cuentos como en las novelas del escritor cubano. 

En septiembre de 1958, después de doce años de un exilio intermitente en Buenos Aires, Virgilio Piñera regresa a La Habana y aquí lo sorprende el triunfo revolucionario en enero de 1959. Este hecho revistió, a lo largo de los años, numerosas y a veces contradictorias implicaciones para el autor de Cuentos fríos. La primera de ellas y sin duda la más importante es la relacionada con su obra literaria, pues esta, a juzgar por las publicaciones de esa década, recibió un gran impulso (Teatro completo, 1960; Pequeñas maniobras, 1963; Cuentos, 1964; Presiones y diamantes, 1967; Dos viejos pánicos, 1968; La vida entera, 1969 y una enorme cantidad de artículos periodísticos publicados en Revolución y Lunes de Revolución entre los años 1959 y 1961[1]). Sin embargo, y a pesar de su importancia, esta década aún espera por los estudios críticos que pongan "cada cosa en su lugar", pues salvo muy pocas excepciones[2] la mayor parte de la crítica percibe la literatura piñeriana de esos años en función de sus resonancias biográficas[3] y descuidan el estudio de las obras literarias en sí, o la relación mayormente dislocante entre la génesis y naturaleza de esas obras con los contextos de recepción.

Para empezar por el género narrativo que mejor lo identifica, puede afirmarse sin demasiado riesgo que los años 60 son los más pobres en la cuentística de Piñera y que no encontraremos en esa década relatos comparables a los de los años 40 y 50, como los excelentes minicuentos incluidos en Poesía y prosa (1944) o los textos más extensos recogidos en Cuentos fríos (1956). Varias podrían ser las razones de esa relativa pobreza: desde un momento de transición hacia otros temas y formas compositivas, hasta el natural y comprensible agotamiento creativo en un autor que se expresaba en varios géneros. Sin embargo, quizá existan otras causas menos "naturales" para explicar este hecho; por lo pronto, y en lo que nos toca, vale anotar que en muchos de los relatos de esa época Piñera abandona el tono neutro y el tratamiento espacial[4] característico de sus mejores textos y se impone la extraña tarea de "hablar en cubano", narrar en un estilo de "cháchara casera". Este cambio —tan visible y al mismo tiempo tan poco atendido por la crítica— explica otras variaciones a lo largo de esa década y las extrañas y contradictorias recepciones de esos años. Fernando Valerio-Holguín, en uno de los pocos artículos que aborda este asunto, afirma: "El realismo, a diferencia del absurdo que caracterizó la producción anterior de Piñera, es el estilo predominante en estos cuentos del temprano período revolucionario"[5], y más adelante completa y matiza su idea: 

En estos cuentos, proliferan las referencias a calles famosas de La Habana como Galiano y Obispo, barrios como El Vedado y La Víbora. También, abundan las menciones de sujetos históricos y políticos como Fulgencio Batista, Prío Socarrás, el Chino Zayas y Fidel Castro. Todo lo anterior, así como también la inclusión de cubanismos como "guagua," de frutas tropicales como "mangos" y "cocos," de expresiones populares como "comemierda" y "hacer cerebro", y de metáforas como "pollito", referidas a una muchacha joven y bonita; como referentes de la realidad, constituyen "efectos de realidad" que contribuyen a conformar una densidad realista en los textos, no sólo para algunos lectores cubanos sino también para aquellos lectores que no conocen Cuba, pero que aceptan como concreción real los efectos del discurso[6].

Efectivamente, muchos de los relatos de esos años aparecen "enriquecidos" y enrarecidos por una gran cantidad de giros coloquiales del habla popular cubana[7] ("Frío en caliente", 1959; "El caramelo", 1962; "El balcón", 1963; "El caso Baldomero", 1965) así como por una cantidad desmedida e injustificada de datos históricos y de la vida cotidiana ("Frío en caliente", 1959 y "Un jesuita de la literatura", 1964). Pero de la misma manera, vale subrayar que esa "densificación textual", esa exacerbación de los "anclajes históricos" y los "efectos de realidad" no aportaron nunca un tono más realista a esos cuentos; lo más que consiguió esa rara "variante estilística" fue unos textos en los que el argumento, el espacio y el discurso de los personajes se encuentran en una violenta discordancia con el lenguaje empleado para describir los escenarios y narrar las acciones; el efecto final que deja esta combinatoria es una fuerte sensación de parodia involuntaria o de incoherencia textual.

Sin embargo, sería una gran simplificación suponer que con el triunfo revolucionario Virgilio se impuso un programa narrativo de "escribir cuentos cubanos"; la actitud de Piñera ante la Revolución, sus ideas sobre lo cubano y el reflejo de su posición ideológica en textos de ficción son el resultado combinado de numerosas razones individuales y circunstancias históricas de las que solo podemos mencionar unas pocas en este trabajo. Así, un primer escenario nos daría que el entusiasmo de Piñera por la revolución triunfante y su sistema político era sincero; entonces, el componente ideológico de esa "variante estilística"(lo cubano y la cubanidad como moldes lingüísticos sobreimpuestos, como señal de anuencia y aceptación del nuevo régimen político) representaría nada más que una clara y no bien resuelta intromisión política en los predios de la estética piñeriana[8]; otro escenario posible es que Piñera, a pesar de su oficio como escritor, nunca hubiera concretado —más allá de su labor periodística— su real simpatía en una obra de verdadero valor artístico, y entonces todos los cambios que hemos apuntado arriba pueden verse bien como un fracaso estético o bien como una forma de enmascaramiento, una estrategia de supervivencia (esta es la hipótesis defendida por Fernando Valerio-Holguín). Queda, entre muchas, una tercera posibilidad: y es que Virgilio fuera realmente sincero en su compromiso político de los primeros años 60; que la intromisión de ese compromiso perjudicara la calidad de muchos relatos de esos años y, por último, que dejara de sentirse "comprometido" en la medida que arreció la situación de aislamiento y "muerte civil" a la que fue sometido. Paradójicamente, esos años de marginación sí dejaron algunos "testimonios" de gran calidad artística: los relatos "La salud de los enfermos" (1965) y "El que vino a salvarme" (1967) y dos extraordinarias piezas teatrales: El No, de 1965 y Dos viejos pánicos, de 1968. Habría que esperar hasta finales de esa década y principios de la siguiente para que Virgilio, con viejos y nuevos temas, recuperara el laconismo y la eficacia de su escritura.

Virgilio novelista o las pequeñas maniobras

Aunque atendidas por la crítica con diverso grado de lucidez y fortuna, las novelas de Piñera —en sentido general— han debido afrontar dos dificultades en su recepción: la primera, la mayor claridad temática y perfección estilística de los cuentos, lo cual a menudo hace identificar la narrativa de Piñera solo con esta parte de su obra; la segunda, el hecho de que esas novelas "desarboladas" y llenas de imperfecciones formales no parecen constituir un mundo novelesco ni traducir con la suficiente coherencia o nitidez una particular poética personal —tal como pudiera afirmarse de la vasta obra de Alejo Carpentier, de las dos novelas de José Lezama Lima o de los mismos cuentos de Virgilio Piñera. 

Sin embargo, y a pesar de lo que hemos afirmado más arriba, es fácil constatar que la década del 60 fue más afortunada para el Virgilio novelista que para el cuentista. Dos novelas publicó el autor por esos años: Pequeñas maniobras en 1963 y Presiones y diamantes en 1967, que si bien no pueden equipararse a otras grandes novelas de la literatura cubana de esa década —como El siglo de las luces (1962) o Paradiso (1966)— sí constituyen piezas importantes en la narrativa de nuestro autor.  

Como es sabido, la primera de esas novelas fue redactada en los años 1956-1957 en el exilio argentino de Piñera, pero su año de publicación fue 1963. Pequeñas maniobras que tiene una especie de continuidad ideológica con su predecesora La carne de René (1952) pues entre otras cuestiones enriquece y complejiza los temas del compromiso y los revestimientos figurativos de la fuga cuenta como línea central la historia de un personaje llamado Sebastián que va pasando por distintos escenarios (desde una Casa de Huéspedes hasta un Centro Espiritista) y ejerciendo diferentes oficios (desde maestro de escuela hasta fotógrafo ambulante) y que ha subordinado todo el empeño y el talento de su vida a un solo objetivo: pasar por el mundo sin ser notado, no sobresalir, no comprometerse.  

A pesar de que las novelas piñerianas se nos muestran visiblemente diferentes unas de otras, es posible establecer ciertos rasgos comunes entre ellas: el primero es el tema central de la fuga, que aparece en las tres novelas con diversos revestimientos figurativos; el segundo, la imposibilidad del afecto, que es como la derivación principal de los temas de la fuga y el no-compromiso; el tercero, la gran cantidad de elementos dispares que coexisten en sus marcos de interpretación. De ahí que puedan asumirse sin extrañeza desde la interpretación alegórica de La carne de René hasta la percepción violentamente política de Presiones y diamantes. En el caso de Pequeñas maniobras, lo que convierte a las operaciones de interpretación en un trabajo particularmente dislocante y por momentos irónico es que su contexto de recepción está definido por elementos de tan difícil conciliación dentro de un mismo marco que hace casi imposible fijar un resultado de lectura "estable" o "satisfactorio": en primer lugar, y como trasfondo, los avatares de una progresiva radicalización política, que en el plano artístico fue derivando desde el sueño romántico de los primeros meses del triunfo revolucionario hasta un momento de polarización extrema, tal como quedó plasmado en el encuentro de Fidel con los escritores en junio de 1961 y en las célebres "Palabras a los Intelectuales"; en segundo lugar, el accionar de un Piñera "comprometido" con la realidad social del país y "periodista militante" en Revolución y Lunes de Revolución (1959-1961), un Piñera, recordemos, que está exigiendo desde su columna el compromiso social del escritor y la aparición de los nuevos temas literarios que den fe de esta nueva realidad; finalmente —y este es el componente más difícil de armonizar dentro de cualquier marco—, la propia textura y naturaleza ideológica de las obras piñerianas, que a pesar de lo apuntado más arriba, a pesar de sus prédicas y exigencias, no tuvo ningún cambio sustancial con respecto a décadas anteriores y cuando los tuvo ello fue en desmedro de su calidad estética.  

Es notable entonces, y muy significativo, el esfuerzo de "recuperación ideológica" que realiza Ediciones R cuando publica esta extraña y descomprometida novela. Así, en la nota de solapa puede leerse:

 La presente novela de Piñera fue escrita en Buenos Aires entre los años 1956-1957. En Pequeñas maniobras se narra la historia personal de un hombre constreñido a vivir en una sociedad desajustada. En alguna parte de esta novela el autor dice que su héroe es un cobarde nato; empero esta cobardía se refuerza frente a la sociedad en que le ha tocado vivir. El héroe de este relato comprueba a diario la explotación, el servilismo, el peculado, el dolor, la hipocresía y hasta el crimen. Temeroso de las consecuencias recurre, a fin de escapar de las mismas, al ocultamiento, a un constante pasar desapercibido; en una palabra, sus actos estarán destinados al perpetuo sacrificio de sus posibilidades vitales en aras de un anonimato "salvador"[9].  

En las primeras líneas de esta nota se informa que la novela fue escrita en Buenos Aires entre 1956 y 1957; es decir, que lo contado en este relato (las aventuras de un ser temeroso y calculador que huye todo el tiempo del compromiso) nada tenía que ver con la "realidad revolucionaria" de ese momento (1963). Más adelante se nos dice del protagonista: "El héroe de este relato comprueba a diario la explotación, el servilismo, el peculado, el dolor, la hipocresía y hasta el crimen"; también se le describe como "un hombre constreñido a vivir en una sociedad desajustada" y finalmente se nos dice que "sus actos estarán destinados al perpetuo sacrificio de sus posibilidades vitales en aras de un anonimato salvador". Es lo bastante obvio como para tener que explicarlo, pero todo el peso de la nota se ha cargado no en el carácter o las peripecias del héroe, sino en el escenario social donde todo transcurre; para decirlo con más precisión, esa nota se encarga de "justificar" aquel carácter y aquellas peripecias con la existencia de este escenario. Para que este mensaje de "recuperación" ideológica, que es también una estrategia de "conciliación-neutralización", quede lo suficientemente claro, la nota de solapa, que es el primer marco de lectura con que se enfrenta el lector, finaliza de la siguiente manera: 

El lector seguirá entre indignado y regocijado, entre compadecido y molesto estas "pequeñas maniobras" que, empezando en una casa de huéspedes terminan en un centro espiritista —al parecer, último refugio en el cual nuestro héroe espera escapar a las acechanzas de un medio social sofocador. En Pequeñas maniobras veremos desfilar a muchos de los representantes de tal sociedad liquidada —un ministro ladino, un director-caco, un librero bonachón, un tenorio-asesino, etc., etc., que nuestro héroe se encarga de desenmascarar, es decir, de presentarlos al lector tal y como ellos eran detrás de sus máscaras. 

Con este marco de interpretación, y como un resultado casi inevitable, hubo críticos que hicieron una lectura "social" y "revolucionaria" de la novela, superponiendo el temeroso personaje Sebastián de la historia a la temerosa persona del escritor Virgilio Piñera. Para ver esto con cierta claridad debe leerse una reseña de Ambrosio Fornet publicada en septiembre de 1963[10] en Revolución (y republicada después en dos de sus libros) y que lleva el sugestivo título de "Anatomía de una cucaracha". El texto comienza con una frase lapidaria que dará la pauta del resto: "Pequeñas maniobras es la historia de un cobarde". Dos páginas más adelante, Fornet ofrece una caracterización precisa sobre la novela y su lugar en la literatura cubana: 

El estilo de Pequeñas maniobras es directo, el lenguaje sencillo. Stendhal decía que el que escribiera corcel en lugar de caballo era un hipócrita; Piñera parece compartir esa opinión. Por eso, por la violencia de las situaciones que plantea, por su rechazo a las convenciones, a las descripciones inútiles, a los esquemas más o menos románticos y, sobre todo, por su búsqueda de lo universal en lo cubano, Piñera enlaza con la nueva novelística cubana.

 

También son dignas de la mayor atención las observaciones sobre la conformación psicológica de Sebastián, el carácter moralista de Piñera y sobre el tono satírico de la novela:

 

Sebastián no huye por instinto sino por cálculo, a su manera es un verdadero Napoleón de la retirada. Por algo el título del libro sugiere una estrategia militar. [...] Y como Piñera es ante todo un moralista, aprovecha los trajines de su personaje para satirizar. Sebastián es testigo de situaciones absurdas y grotescas, descubre la vanidad, la hipocresía y la sórdida ambición de los demás.

Pero casi al final de la reseña, en un pasaje que es como el "corazón central" de ese texto, se pregunta el crítico:  

¿Qué será de Sebastián hoy, en la Cuba revolucionaria? Si pudiéramos preguntarle qué ha hecho durante estos cuatro años, seguramente se encogería de hombros y se limitaría a contestar como Siéyes en un caso semejante: "He sobrevivido". Revolucionario no puede ser; ¿será gusano? No. Después de todo, ser gusano supone haber tomado posición, estar comprometido[11]. 

Aunque parezca cuestión de sutilezas, hay que notar que el crítico no pregunta con una forma hipotética o condicional del modo indicativo (¿Qué sería de Sebastián hoy, en la Cuba revolucionaria?) ; Fornet pregunta: "¿Qué será de Sebastián hoy..?", y este pequeño desliz, al mismo tiempo que otorga carta de naturaleza a un personaje de ficción crea una inconveniente y molesta equivalencia entre el Sebastián de la novela y el Piñera de la vida real; un Piñera que ya había sufrido los embates de "la noche de las tres P" (una redada contra, las prostitutas, los proxenetas y los pederastas) y había confesado en una célebre reunión de 1961 que tenía mucho miedo...

Ese esfuerzo de "conciliación", esa misma lectura "social", equiparando ahora la denuncia de la picaresca cubana con la del existencialismo francés, asoma también con fuerza en la reseña de Rogelio Llopis publicada por la revista Casa de las Américas en 1964:

En cierto sentido, es lícito ver en Sebastián una versión cubana de Meursault, el protagonista de la novela de Albert Camus El extranjero. Los dos son seres alienados que viven una realidad existencial, y que en último análisis, encarnan una protesta patética, que aunque de muy distintas implicaciones y magnitudes, no deja de suscitar en ellos un estado de ánimo harto similar. El asco de Sebastián por el medio, y por la mayor parte de las personas que lo rodean, llega a ensoberbecerlo hasta un extremo tal que voluntariamente acepta la degradación que para un maestro de escuela, ducho además en contabilidad, es lógico que signifique tomar una plaza de criado. Él nos dice que actúa así por tácita cobardía, pero tamaño acto de castración social no se puede realizar sin que medien otros sentimientos tan potentes como la cobardía. En todo caso, estos ingredientes psicológicos simbolizan la actitud de un hombre que ha decidido no exponerse al contagio de las lacras y corruptelas que pululan a su alrededor. No olvide el lector que la acción de la novela discurre en plena dictadura batistiana[12].  

Es realmente difícil negar cierto parentesco entre El extranjero y Pequeñas maniobras, pero afirmar como se hace en esta reseña que "es lícito ver en Sebastián una versión cubana de Meursault" sustentado en el hecho de que "Los dos son seres alienados que viven una realidad existencial, y que en último análisis, encarnan una protesta patética" equivale a ignorar que más allá de ese "aire de familia" hay una profunda diferencia entre esas dos obras: El extranjero es una novela sombría, escrita con un estilo preciso y glacial, en la que el protagonista no parece comprender el mundo o haber olvidado las reglas por las que se rige; Pequeñas maniobras es una novela picaresca escrita en un estilo casero y descuidado, y en la que su protagonista a diferencia de Meursault parece comprender demasiado bien el mundo en que vive. Esto, y hablar de "el asco de Sebastián por el medio, y por la mayor parte de las personas que lo rodean" representa, de alguna manera, patentar el "procedimiento de lectura" que se nos daba en la nota de solapa: en vez de leer las historias, leer e interpretar los escenarios sociales de ellas.

A modo de cierre y de contraste, comparemos las anteriores "críticas sociales" y "revolucionarias" con otra más "despolitizada", libre de las presiones del contexto; veamos el análisis ejemplar que hace Julio Cortázar de la novela. En carta del 10 de septiembre de 1963, le escribe a Virgilio:

Recibí hace unas semanas Pequeñas maniobras [..] Casi enseguida me puse a leer tu libro, y casi enseguida no me gustó. [..] Los primeros capítulos me parecieron de estudio, de preparación a algo que finalmente estallaría. Pero llegué al final sin dar con esa explosión, y aunque es evidente que tú te has propuesto mantener a todo trance esa atmósfera de "pequeñas maniobras" (en ese sentido el título es todo un acierto), lo que no he podido entender es la finalidad profunda de ese método, de ese itinerario del narrador[13].

Cortázar, que obviamente está haciendo una lectura de escritor, pasa por encima del compromiso político del autor o del protagonista de la novela. Le está diciendo a un colega por qué su obra no le parece bien, no le funciona:

En cierto modo tu novela es una novela picaresca, sobre todo en lo que se refiere a los personajes que rodean a Sebastián. Pero la picaresca de un Quevedo tiene una trascendencia, una intención última —ética o metafísica o social, lo que quieras—que se me escapa en tu libro.[…] Los primeros tres capítulos me hicieron pensar esperanzadoramente que ese miedo del personaje, esa sensación de sentirse perseguido, desembocaría en una visión nueva del mundo, como pasa con algunos personajes de Dostoievski; pero, a menos que me equivoque, ocurre al revés: la segunda parte del libro se va empobreciendo, como si ya no supieras qué hacer con Sebastián, y siento como si los dos últimos capítulos fueran forzados, casi inútiles para ti mismo. Lo siento en los diálogos, en las situaciones, en las reflexiones[14].

Aunque las conclusiones que arroja esta carta de Julio Cortázar sobre la novela de Piñera son mayormente negativas, ella constituye —por la precisión y sagacidad de sus observaciones— un ejemplo valiosísimo acerca de cómo llevar un análisis crítico literario. Al mismo tiempo, y por contraste con sus pares cubanos, se revela como un recordatorio de los problemas que genera la intromisión del discurso político en las operaciones interpretativas de las obras literarias; de las enormes dificultades que tuvo que enfrentar la obra narrativa de Virgilio Piñera en su propio medio natural. Una obra cuya recepción, al margen de sus imperfecciones formales, recibió todo el tiempo una especie de "torsión política" o "neutralización ideológica" para ser asimilada; una obra que a pesar de pagar tan alto precio resultó, finalmente, incomprendida y mal valorada. 

Presiones y diamantes o los peligros de la conspiración

La última novela de Virgilio Piñera, aunque no fue su preferida ni la más representativa de su visión del mundo, fue sin embargo la de gestación más larga y accidentada: su redacción y reescritura llevaron nueve años (desde 1958 a 1967); tuvo tres títulos sucesivos ("La última conspiración", "La conspiración" y "Presiones y diamantes"); fue enviada a dos concursos literarios (el Losada en 1958 y el de Biblioteca Breve en 1964); tuvo adelantos en dos revistas (Casa de las Américas y Lunes de Revolución) y es la que más menciones acapara en la correspondencia publicada del autor. Como dato de interés para nuestro trabajo, habría que agregar que es también la novela piñeriana que ha soportado las interpretaciones más contradictorias y diferentes entre sí.

Si el sello característico de La carne de René es la reescritura grotesca de una novela de formación —con personajes a medio camino entre la parodia y la alegoría , escenarios inverosímiles, y la agobiante repetición de la palabra "carne"— y el de Pequeñas maniobras los lances tragicómicos de un Sebastián temeroso en fuga permanente, la marca distintiva de Presiones y diamantes lo es sin duda su rareza; una rareza que comienza con el título, sigue con el argumento y termina con las interpretaciones. ¿En qué consiste esa rareza?

Empecemos por el argumento. El primer capítulo de la novela abre con estas palabras:

Nunca se podrá saber cómo empezó la gran conspiración contra la Tierra. Se sabe, sí, que esta conspiración fue urdida por sus propios habitantes; también se sabe que no tomó parte en ella ningún habitante de cualquier otro planeta. [...] Si hablo de una conspiración contra la Tierra entiéndase bien que los agentes de la misma fueron los propios terrícolas. Ahora bien, la confusión se produce por el hecho mismo de no saber cómo empezó exactamente ese gran movimiento. ¿Fue el resultado de una cabeza genial? ¿Fue, por el contrario, una venganza colectiva contra las miserias que este planeta nos depara? [...] En mi opinión todos estos debates eran ociosos. Ninguno de ellos revelaba el origen de la conspiración; ninguno de ellos puso coto al despoblamiento de la tierra.[15]

Se nos habla en esta primera página de una "gran conspiración contra la Tierra"; se nos dice también que los participantes fueron los propios terrícolas; se nos dice finalmente que el resultado de esta conspiración fue el despoblamiento del planeta. El planteamiento de la novela es una investigación en tiempo real sobre las causas de una catástrofe (despoblamiento) ocurrida en la Tierra, y lo que sigue después es la exposición y desarrollo de los hechos que presuntamente la originaron. Hasta aquí no hay nada raro, solo un tema inusual en la obra del autor. Todavía se está recuperando el lector de este comienzo cuando nos dice el narrador: "Según mi modo de ver las cosas, la conspiración se produjo por sí misma y como resultado de grandes presiones".[16] Y a partir de este momento comienza a cristalizar lo verdaderamente "piñeriano" de la novela.[17] Tomando como punto de partida las "grandes presiones" y con una especie de inexorable "lógica del absurdo" se va desarrollando la trama, que es en realidad la crónica de un desastre. Con la precisión y la fatalidad de un silogismo, de las insoportables presiones se sigue a la muda masticación de chiclets; de ahí, al silencioso juego de canasta; de este al encogimiento; del encogimiento a la hibernación; de esta, al miedo incontrolable generado por un ubicuo "Presionador"; de este miedo, al ocultamiento; del ocultamiento a la incomunicación total (las personas respondían a todo con dos palabras sin sentido: rouge melé) y de esta, finalmente, a la fuga de la tierra en capsulas infladas que semejaban grandes preservativos. Tenemos, entonces, un tema de la ciencia-ficción, una distopía, el escenario de un desastre; pero todo investigado, explicado y narrado con la peculiar óptica virgiliana.

Vayamos al título. Desde el momento de su concepción y cuando Virgilio solo tenía presumiblemente unas pocas páginas (1958), este le escribe a sus amigos José Rodríguez Feo y Humberto Rodríguez Tomeu para comentarles sobre su novela "La Conspiración". Después, en junio de 1960, sale a la luz en el número 1 de la revista Casa de las Américas un capítulo de la novela. Este se publica como "Presiones y diamantes", primer capítulo de "La Conspiración". Unos meses más tarde, con el título de "La Conspiración" y como parte del dossier "Obras en construcción: 5 capítulos de 5 novelas", se publicaron los cinco primeros capítulos en el semanario Lunes de Revolución (no. 128, 23 de octubre de 1961, pp. 16-20). El fragmento se publicó con esta sugestiva presentación:

 En esta novela se contraponen dos mundos: el del escepticismo y el de la fe en los valores humanos. Son los propios hombres sin fe los que conspiran contra ellos mismos, lo cual es visto con horror y asco por un modesto joyero —el protagonista de este relato.

Se ha realizado aquí la misma operación de "recuperación ideológica" (esa oposición entre dos "mundos antitéticos"; ese modesto joyero que mira con horror y asco a los hombres sin fe) que se haría en la nota de solapa de Pequeñas maniobras, de 1963; y el lejano lector que esperaba a esta novela en 1967 se preguntaría asombrado qué tenían que ver estos 5 capítulos con esa introducción.

En el año 1964, Virgilio decide mandar su novela al concurso Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral; para esas fechas ya la novela —cuyo argumento, espacios y personajes se ajustaban tan bien al título de “La conspiración”— se titula Presiones y diamantes, ¿qué pudo haber pasado? Hay que recordar que si La carne de René y Pequeñas maniobras tienen numerosos problemas de construcción, diseño de los personajes, verosimilitud, ritmo, lenguaje, etc., no tienen en cambio problemas con sus títulos, pues ellos se ajustan perfectamente a lo que narran dichas obras. Entonces, ¿qué sucedió con esta última novela? ¿Pudo Virgilio haber pasado por alto algo tan importante como el efecto que tendría un cambio de título, o este cambio fue un resultado más de las terribles, insoportables presiones? Para comprender de alguna manera la forma en que ese nuevo título cambia la percepción de la novela, solo debemos imaginar otro escenario en el que Los pasos perdidos se titulara, por ejemplo, "Rosario y el Musicólogo"; o Paradiso, "José y sus amigos"; o Biografía de un cimarrón, "Esteban Montejo y la grabadora". ¿Qué sería de esas grandes obras con semejantes títulos? Finalmente la novela se publicó en mayo de 1967, ya con el definitivo y dislocante título[18] de Presiones y diamantes. En la nota de solapa de esa edición puede leerse:

En Presiones y diamantes [...] la acción se desarrolla, como es forzoso que ocurra tanto por el ambiente físico —rascacielos, subway, chiclets— como por los problemas morales que plantea, en una comunidad altamente industrializada y en su más alto estrato económico, el burgués, y nos describe un mundo hastiado, una sociedad que ha perdido el don de la comunicación entre sus componentes, en la que el hombre se halla perdido en una multitud indiferente, sin ideales, que no encuentra su razón de vivir y en la que sentimos que todo llega al vacío absoluto. Ahogado en este mundo, sin posibilidad de optimismo, el protagonista encuentra su razón de ser en la fatiga por sobrevivir.

Si comparamos esta nota con la de 1961, veremos otras cuestiones de interés. Si en la presentación de los capítulos en Lunes hay una traducción esquemática y politizada del argumento de la novela —la oposición de dos mundos: "el del escepticismo y el de la fe en los valores humanos", y la explicación de la catástrofe que representa el abandono de la tierra con el hecho de que "son los propios hombres sin fe los que conspiran contra ellos mismos"— también debe decirse que el "esquematismo" de esa "traducción" no ha borrado las trazas ni la coherencia del sentido porque, a fin de cuentas, ¿qué mejor traducción podría tener el argumento de una conspiración que el de dos bandos en pugna? Sin embargo, la nota que presenta esta otra novela —porque en realidad, aunque tenga el mismo texto, es otra novela— de 1967 se queda en la ambigüedad de los escenarios y las vagas generalidades: nos habla de "rascacielos, subway y chiclets"; se dice que la acción "nos describe un mundo hastiado, una sociedad que ha perdido el don de la comunicación entre sus componentes"; se nos dice al final: "Ahogado en este mundo, sin posibilidad de optimismo, el protagonista encuentra su razón de ser en la fatiga por sobrevivir". ¿Dónde ha quedado aquí el tema central de la catástrofe que sufrió la Tierra, el de la conspiración, el de la fuga de ocho millones de sus habitantes? Por último, ¿cómo explicar la transformación del protagonista, que en 1961 era un modesto joyero que mira con horror y asco a los hombres sin fe que conspiran contra ellos mismos y en 1967 solo alguien que encuentra su razón de ser en la fatiga por sobrevivir? Basta leer unos capítulos de la novela para percatarse del falseamiento que supone esa transformación, pues ese joyero sin nombre es el único héroe positivo de todas las novelas piñerianas: su modalización como ser deseante, su voluntad de servicio y su afán de salvación constituyen otras de las rarezas de Presiones y diamantes. Si la "recuperación ideológica" de 1961 todavía respeta el argumento y las ideas centrales de la novela, esta de 1967 la desnaturaliza por completo, pues los elementos que se ofrecen al lector para elaborar su marco de lectura no solo están dispersos y dislocados por obra del mismo título, sino que además han sido notoriamente omitidos o falseados.

Aún con todos los elementos que tuvo en su contra ─un título dislocante, un argumento silogístico, una trama defectuosa─, Presiones y diamantes tuvo una buena acogida, pues en julio de 1967, a solo un mes de su salida, tuvo cuatro reseñas en la prensa cubana: una de Luis Agüero en Juventud Rebelde; otra de Raúl Plazuelos en El Mundo; una tercera del poeta chileno Enrique Lihn en el resumen semanal de Granma; y ,finalmente, una de César López en la revista Unión. De estas nos interesan con particular interés las dos últimas.

El poeta chileno Enrique Lihn, que había ganado el premio Casa de las Américas en 1966 y que estaba viviendo en La Habana por esas fechas, publicó una atenta reseña sobre Presiones y diamantes. Luego de una reflexión introductoria sobre la narrativa de Piñera y la función social de la literatura del absurdo, Lihn analiza la novela recién publicada, señalando que puede verse como "la sátira de una sociedad opulenta, pero que es precisamente su contenido satírico lo que le resta efectividad, por apuntar a un blanco demasiado general y difuso"[19].

La reseña de César López presta una rigurosa atención tanto a los elementos textuales —en los que se detiene largamente—como a los extratextuales (literarios, biográficos, políticos). Entre sus señalamientos más valiosos se encuentran los posibles componentes simbólicos del texto y las futuras interpretaciones que podrían generarse a partir de ellos:

Piñera repite a lo largo de su novela la denominación situación-límite y efectivamente la descrita es una situación límite. Dentro de la literatura una situación-límite puede tener diversas interpretaciones, sobre todo en este género del absurdo y el delirio. Lectores y críticos pueden organizar enormes estructuras interpretativas a partir de ciertos elementos que adquieren así (o lo tienen previamente) carácter de símbolos. Presiones y diamantes no escapa a este riesgo, y consecuentemente pueden venir las clasificaciones rápidas y festinadas[20].

En la línea de lo señalado arriba, como si previera lo que podría ocurrir en un futuro cercano, el reseñista se detiene en el análisis de uno de los capítulos finales del libro:

A través de los años Piñera se ha burlado de infinidad de cosas y no es de suponer que de pronto, así por las buenas, haya decidido quedarse tranquilito en el limbo de una cultura de aplausos aburridos. Pero de ahí a imaginar otras connotaciones en el texto, hay un gran trecho. Rouge Melé, la palabra que repiten los enloquecidos habitantes de la ciudad en el estadio previo a la fuga no tiene una semántica exacta, pero si se la quiere conectar con lo rojo, el arrebato rojo, el comunismo galopante, entonces tendría un sentido de acto de contrición en aquellos seres aterrados quienes naturalmente tendrían un miedo pánico a la más leve presencia de revolución. (No es conveniente, pues, corresponder a ese miedo pánico con otro y echarnos a temblar ante la posibilidad de cualquier jugada satírica)[21].

Pero lo más interesante y productivo en términos de interpretación es lo planteado por César López casi al final de su reseña, un final en el que parece aprovechar y revertir exactamente las vaguedades y generalidades de la nota de solapa, adelantando de paso otras interpretaciones que aprovecharían la posibilidad abierta por esta:

Piñera generaliza, su acción puede suceder en cualquier parte, fundamentalmente en los países capitalistas... pero ya sabemos que los países socialistas no son ni pueden ser el paraíso. Y toda vida humana tiene su riesgo. Varios tipos de enajenación pueden existir. Así presiones y diamantes. Pero también presiones sin diamantes[22]

La conclusión que acabamos de transcribir es fundamental: César López realiza una lectura tan atenta y minuciosa, que ni los problemas de la novela ni el título dislocante, ni siquiera las vaguedades y abiertas manipulaciones de la nota de solapa lo pudieron desviar de su correcto ejercicio interpretativo.

La lectura crítica que ha recibido esta novela en trabajos posteriores ha sido coherente con los azares y percances de su trabajosa composición, con los marcos semánticos derivados de su título y con su rara estructura narrativa. Así, tenemos la lectura de Perla Rozencvaig[23] (1985), quien propone un nexo directo entre autocensura y neobarroco y hace una interpretación en clave política, asignándole al famoso diamante “Delphi” el anagrama de la palabra “Fidel”. También el trabajo de Luis Álvarez[24] (2012), quien ve en esta novela no solo “una de las grandes novelas insulares, sino también uno de los textos de alto relieve en los años sesenta en lengua castellana”, y “posiblemente, la novela más personal del autor”. Finalmente, queremos mencionar —entre otros— dos ricas y sugerentes interpretaciones: “Presiones y diamantes: la imaginación del desastre como conspiración indefinible” (2015), de Alan West-Durán[25], y “Piñera preferiría: aburrimiento y revolución” (2016), de Karina Miller[26]

Al margen de la gran atención crítica que ha recibido en los últimos años (focalizada mayormente en los elementos biográficos), la obra narrativa de Virgilio Piñera —especialmente sus novelas— todavía contiene parcelas muy extensas que son verdaderas tierras vírgenes. Una de las más interesantes y productivas, por su conexión con el resto de la obra y por su relación con otras figuras y procesos del campo literario cubano, es precisamente la de los vasos comunicantes entre recepción crítica, política y ficción. A unos pocos pasajes de esa importante zona (los años sesenta) hemos dedicado este esfuerzo preliminar.

Notas:   

[1] Ahora disponibles en Las palabras de El Escriba. Artículos publicados en Revolución y Lunes de Revolución (Compilación, prólogo y notas de Ernesto Fundora y Dainerys Machado), La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014; y recogidos nuevamente en Carlos Aníbal Alonso y Pablo Arguelles Acosta (comps.): Virgilio Piñera al borde de la ficción. Compilación de textos, La Habana, Editorial UH, 2015, pp. 261-523.

[2] Entre esas excepciones cabe destacar tres artículos: Fernando Valerio-Holguín:"Las estrategias narrativas de Virgilio Piñera durante la Revolución cubana", Romance Quarterly, Vol. 45, no. 2, 1998, pp. 89-97; Thomas F. Anderson: "Piñera y la política. Escritos en Revolución y Lunes", Revista Iberoamericana, vol. LXXV, no. 226, enero- marzo 2009, pp. 71-94 y "Piñera corresponsal: una vida literaria en cartas", en Jesús Jambrina (ed.) Una isla llamada Virgilio, USA, Stockcero, 2015, pp.51-76.

[3]Una cuestión biográfica que hasta cierto punto ha descentrado el estudio de la literatura virgiliana y que ha convertido el estudio de esa literatura en una "vindicación personal" de la figura de su autor es el de la homosexualidad connotada y teatral de Virgilio Piñera y la intolerancia de esa homosexualidad dentro de la política cultural cubana, dándole un valor icónico y mayormente político a una circunstancia que en realidad tiene escaso reflejo en la obra del autor cubano.  

[4]Sobre este punto ver dos agudos artículos de Carmen Ruiz Barrionuevo: "Antiestética y disidencia en los Cuentos fríos de Virgilio Piñera", en Cuba: un siglo de literatura (1902-2002). Ed. Anke Bikenmaier y Roberto González Echevarría, Madrid, Colibrí, 2004, pp. 191-206 y "El espacio urbano en los Cuentos fríos de Virgilio Piñera", en Literatura y otras artes en América Latina. Ed. Daniel Balderston, Brian Gollnick y otros, Iowa City, Universidad de Iowa, 2004, pp. 181-188.

[5]Fernando Valerio-Holguín: "Las estrategias narrativas de Virgilio Piñera durante la Revolución cubana", Romance Quarterly, Vol. 45, no. 2, 1998, p.90.

[6]Ibidem, pp.90-91

[7]Otro rasgo que aparece por esos años en los cuentos de Virgilio: los personajes masculinos o están casados o tienen una marcada tendencia heterosexual; esto puede verse también en la novela Presiones y diamantes. Si el René de La carne de René retrocede espantado ante el contacto sexual con Dalia y el Sebastián de Pequeñas maniobras utiliza a Teresa pero se niega a cualquier compromiso afectivo con ella, el protagonista sin nombre de Presiones y diamantes añade a la rareza de su profesión— uno se pregunta aquí qué sabía Virgilio de joyas o joyeros— la de su estado civil: es un hombre casado.

[8] Claro que nos estamos refiriendo mayormente al ámbito de la narrativa, pero hay momentos en que el talento piñeriano encontró soluciones muy felices a esa "discordia de linajes" entre el "compromiso" artístico y el político; pensamos, por ejemplo, en el poema "Los muertos de la Patria"(1962).

[9] Virgilio Piñera: Pequeñas maniobras, La Habana, Ediciones R, 1963.

[10]Rotativa de Revolución, 9 de septiembre de 1963.

[11]La reseña apareció en el libro En tres y dos, La Habana, Cuadernos R, 1964, pp. 73-78; republicada en Ambrosio Fornet: Rutas críticas, La Habana, Letras Cubanas, 2011, pp. 86-89.

[12]Rogelio Llopis: Pequeñas maniobras, en Casa de las Américas no. 24, mayo-junio 1964, p. 107.

[13]Virgilio Piñera de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932-1978, p. 233

[14]Ibidem, pp. 233-234

[15]Virgilio Piñera: Presiones y diamantes, La Habana, Ediciones Unión, 1967, p.7

[16]Idem

[17]El tema de "las presiones"lo toma Virgilio del Ferdydurke de Gombrowicz y es desarrollado con distintas variaciones en tres relatos: "Muecas para escribientes"(1947); "Concilio y discurso" (1950) y "El gran Baro"(1954).

[18] Quizá un marco posible para justificar y recolocar ese nuevo título sería pensar en los niveles a los que remite la palabra “diamante” en la novela: el negocio —trust joyero— de los hermanos Rosenfeld se llama, precisamente, Diamond [p.13]; en otra parte[p.24] se nos dice que al lado del Club Canasta 86 — edificio de 20 pisos donde pueden jugar, sin estorbarse, 20000 personas— se encuentra la sala de proyección más grande del mundo: el nombre de este cine es El Diamante; por último, habría que anotar que una de las líneas argumentales más importantes de la novela gira alrededor de la subasta del famoso diamante Delphi, un diamante que es comprado por apenas 100 dólares y después arrojado al inodoro y descargado. De modo que tendríamos, por un lado, el mundo asfixiante de las presiones y las fugas; por el otro, el de los niveles figurativos y simbólicos al que remiten los diamantes; pero esta lectura podría ser acusada, con cierta justicia, de demasiado sutil.  

[19]Enrique Lihn: "Autoescritura de Virgilio Piñera", Granma (Resumen semanal), 29 de julio de 1967, p.11

[20]César López: "Chiclets, canasta, presiones y diamantes", Unión no. 3, julio-sept. de 1967, p. 133

[21]Idem.

[22]Idem.

[23] Perla Rozencvaig: “Presiones y diamantes: lectura inversa”, Linden Lane Magazine no. 4, 1985, pp.14-15

[24] Luis Álvarez: “Presiones y diamantes o la angustia del ser”, Cubaliteraria, junio 2012

[25] En Jesús Jambrina (ed.) Una isla llamada Virgilio, USA, Stockcero, 2015, pp.167-179.

[26] Revista Iberoamericana, num. 257, oct-dic 2016, pp.819-836.

Contemporáneos: Virgilio Piñera.

29 ago. 2013
Programa radial sobre literatura conducido por Darío Zangrandi y Pablo Grasso. Por La Mosquitera FM Radio Comunitaria, El Bermejo, Mendoza, Argentina. www.contemporaneoszero.blogspot.com  contemporaneoszero@gmail.com

Modesto Milanés
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