Nunca creí en
esas madres. Quizá durante mi adolescencia los leí con atención, tratando de
constatar cualquier parecido con mi familia y amigos. La hormona en
crescendo. ¡Pura pendejada! Me alegraba saber que ciertos días jugaba a
mi favor el dinero, la salud, el amor, la amistad, incluso el sexo. Si me
gustaba una tal Lupita Multitudes, todo consistía en compatibilidad. Échale
agua al fuego, por ejemplo, y obtendrás un divorcio sádico y risible. De
esos donde la exesposa abandona su cuero cabelludo o el exmarido descubre el
ascetismo.
Nací bajo el signo de Virgo. Los virgones somos seres modestos, inseguros,
buenos para las cuestiones intelectuales. Claro, eso dicen los astros porque
no han bajado a esta bancarrota llamada mundo. ¡Que no bajen! Mi perfect
match se encuentra con mis semejantes. Los terrosos nos entendemos
mejor, como quien dice. Y pienso en tierra porque el exotismo de dedicarle
todo un año a un animal me parece publicidad pro natura. Los chinos
así lo visualizan y me dan fobia esas consideraciones. ¡El año de las ratas!
¡El año de los cerdos! Los dragones ya no existen, por suerte.
La culpa fue del periódico. Ese papel cafetero donde la comunicación social
es lo de menos. Para mí y para muchos, la compra de este artículo de primera
necesidad se debe a su calor por la mañana. El periódico es la paja del
siglo XXI en medio de puro animal granjero. En inglés la etimología es
clarísima: new/paper. El error radicó en que leí. He olvidado el
pronóstico pero no las palabras finales: “cada problema que se nos presenta
es un reto para nuestra inteligencia”. A partir de ese momento consulté mi
destino cada día, sin falta. Me entregué como rata zen al escrutinio astral,
buscando vínculos entre las predicciones y mi vida. Los primeros pasos
fueron sencillos. El abandono de una o dos amistades que no me dejarían nada
bueno. Sin embargo, la locura me sobrepasó. Los planetas van y vuelven muy
seguido, quieren recontar sus pasos. Quizá jueguen al avioncito; el tablero
de nebulosa lo ha marcado Dios Niño. Su juego, hasta ahora, consiste en dar
menos de diez saltos: se cansa muy rápido el chiquitín. Y con razón si los
brincos celestes influyen en siete billones de mamíferos mal peinados.
A veces las predicciones estaban en mi contra. En esos casos se dice que los
planetas están retrógrados. Nada de malas vibras, simplemente esos cuerpos
que gravitan se alejan los muy cabrones. O mínimo eso nos dice la óptica.
Entonces mi atención se volvió excesiva hacia mi salud, mis relaciones
personales y el dinero. Viví de las palabras de otros, de la paja donde leía
mi destino y no me gustaba. Mi peso disminuyó como devaluación, sin ganas de
estabilizarse. Mi novia me abandonó por celos excesivos. En todos lados veía
palabras, profecías por cumplir, un camino en piedras.
Entendí que me pasaría toda la vida anhelando un buen agüero si no le ponía
un alto a mi obsesión. De alguna forma tuve que parar. Escogí una ruleta
rusa de palabras. No es inusual esta manera de proceder, ya que son muchos
los temerarios que abren un libro en cualquier página y leen el primer
párrafo como oráculo. Por lo tanto, el ejercicio sería simple y contundente.
El domingo 27 abriría el periódico en la sección de horóscopos y escogería
al azar una frase corta. Después de esta consulta no volvería a buscar los
designios astrales, nevermore!
Llegó el día en que descansó Dios. Por la mañana había salido a comprar el
periódico, dos cigarros de clavo y un sobre de capuchino. Mi caminata de
regreso fue conscientemente lenta. Al llegar a mi departamento abrí la
sección esperada, recorté el párrafo de Virgo y lo puse en mi mesa de
cristal. Inmediatamente fui a la cocina a hervir agua y vacié el sobre de
café. Tenía claro que esa frase sería mi predicción definitiva. Me dejaría
de cursilerías. Tomé el recorte y leí: “podrás poner en práctica las ideas
que hace tiempo te vienen dando vueltas en la cabeza”.
Nunca comprendí lo que debía hacer con esa predicción, sólo sé que desde ese
día leo mi horóscopo camino a casa.