Los ojos de mi madre

poema de Claudia Melnik

  Había en esa casa de melenas de ataúd un jardín de margaritas cuyo cáliz arrancaba para verter gozosamente en la rejilla cloacal. Creer que aquel pozo inmundo llevaría esos ojos de pistilos al Rhin me dejó sin flores.

 

  Más tarde descubrí —por azar— que sus afluentes eran brazos de tinta, alquitrán donde habían quedado grabados los tacones.

 

  Los ojos de mi madre son dos piedritas que se hundieron en el Rhin.

 

  En ese mar de fondo crecí. Atrás, el alcázar y la carpintería donde construían ataúdes. “Acariciá la muerte, querida. ”

 

  Los guijarros se jactan de su brillo.

 

  Mi madre estaba ausente y erguida. Yo sabía que buscaba sus ojos en Lambspringe. Por alguna razón no pude extenderle el mapa de localización del tesoro.

 

  Mi madre es impenetrable, sus piedras están en el fondo de su hueco.

 

  Mi bisabuela Magdalena, moneda corriente de la India, vivía en un cuarto de la Place Saint Sulpice. Entre los cuernos de carnero de la Madeleine trenzaba alambres y pedía a los paseantes.

 

  Creí, durante un tiempo, que mi madre no tenía ojos. La mirada de amor amarra, una boca de pez en sopapa contra el vidrio, el círculo de aliento que acompaña.

 

Si pudiera imprimirse esa huella de labios semejaría rayones de alfiler en un pastizal de pastitos rojos.

 

  Rojos como los sueños que se repiten, las volutas de tierra al paso de la carreta.

 

  Cuando la avispa se satisface, muere.

 

  La boca de mi madre ha devorado mis cartas.

 

  Sus ojos ultralacustres no sólo fueron el misterio de lo invisible sino la gran pizarra, un universo de astros nocturnos.

 

  Sus ojos me indicaron el camino hacia la noche, la disparidad de la luz. Flechas de orientación, lazos de familia, esa línea negra en el centro de la ruta.

 

  Los ojos ausentes de mi madre fueron fuente de frutos oscuros, vasijas hundidas, bolitas de vidrio con retazos del ala de una mariposa, fragmentos de ojo del vitraux de la virgen de las brujas, un botón de acrílico, ojitos egipcios de magia negra que vendían en el mercado de Madereira, ojos y ojos que recortaba y pegaba sobre tu rostro en lugar de jugar a vestir muñecas.

 

  Madre del oscuro Rhin, desfiladero de la lengua.

 

  Dos piedras hundidas en el fondo del Rhin deparan un yacimiento.

 

poema de Claudia Melnik
 

Publicado, originalmente, en: Diario de poesía Año 6. Nº 25. Diciembre de 1992

Link del texto: https://www.ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-25/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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