Aprehensión hermenéutico – semiológica del signo.
Dr. Perucho Mejía García.

Un solo camino narrable queda: que es. 
Y sobre este camino hay signos abundantes.  
(Parménides). 

Tanto las formas de comunicación como las de significación e interpretación operan en la praxis humana bajo el acontecimiento de los signos. Por tal razón, con los signos se busca explicar el universo de la comunicación a través de los variados ámbitos del mundo del lenguaje.

En efecto, con ellos se señala, que desde el mismo momento en que un enunciado entra en relación con el sujeto, la significación se ordena, se articula y se despliega en función del fenómeno  comunicativo, lo cual viene a confirmar el sentido interpretativo del lenguaje.

Se puede hablar entonces, que interpretar, es siempre una acción, un comprender y un modo del “ser humanos” que se legitima y se convierte en sentido a causa de las vinculaciones establecidas en el fundamento del lenguaje, como objeto configurado de interpretación, en un dispositivo de conocimiento expresado en las instancias de la comunicación.

Esta interpretación, que se pone de relieve en la hermenéutica contemporánea, se sitúa en un “hacer suceder” comprensivo que requiere de la relación dialéctica en una urdimbre significativa de signos manifestados en un texto.

Por consiguiente, si se trata de comprender, se requiere una explicación en el orden puramente hermenéutico, porque el hombre es, si queremos entenderlo en su habitus social, en su dimensión social, homo parlante y homo symbolicus; alguien que se dirige desde las palabras y la condición humana a la dimensión simbólica y ontológica de las acciones comunicativas.

Naturalmente, la correspondencia producida en la hermenéutica por medio del lenguaje está destinada al hecho de crear y descubrir el sentido del texto en términos “de juego del lenguaje” mediado por los signos, y convertirse en una unidad que produce y propicia en las consideraciones de lo real, lo vivencial o lo virtual, la experiencia dinámica en el escenario de las interrelaciones enunciativas de la comunicación en la sociedad. 

Sin duda alguna, la hermenéutica del signo, la hermenéutica en general y la semiótica, transdisciplinariamente se dirigen entonces desde lo que llamamos el ser del signo al ser objeto de la interpretación por medio de las acciones interpretativas del lector en un proceso acontecido en el cuerpo del texto por medio de los signos del lenguaje, manifiestado en un “continuum de complejidades” que exige aprehender la realidad para acceder al saber de cara a las experiencias del mundo.

En este mismo horizonte se puede decir que el hombre se redefine como zoé comunicatio bajo la misma relación de soma comunicatio implicado en un modo de ser conferido a la mediación dialéctica de la realidad de una manera dualéctica para estar en el mundo, para reinterpretar el mundo, implicado sin duda en un sentido lenguájico-sígnico a través de la referencia del yo-tú (bivocal).

Hay que admitir, pues, que el signo requiere de la explicación causal y de la vinculación con las acciones y acontecimientos particulares del enunciado o mensaje (kerygma) en la comunicación, expresado en un sistema dinámico, y como tal, sometido y circunscripto en un razonamiento pragmático latente, pero fundado en una relación dialéctico-ontológica. De esta manera, el enfoque de dicha complejidad se debe situar en el núcleo semántico del enunciado y en el proceso global de sus prácticas para abrir y cruzar mediante diversos procesos comunicacionales que se proyectan desde el ámbito dinámico de los bordes hacia el propio sentido de su polivalencia semántica.  

Desde aquí, desde esta condición fundamental, se hace necesario acceder a una hermenéutica compleja, en la aprehensión interpretativa bajo las huellas culturales de la historicidad de su ciencia para reconstruir en un contexto más universal las teorías del signo asignadas esencialmente a la diversidad y unidad de los lenguajes y poder tener una mejor comunicación de la realidad de nuestro tiempo.

A decir verdad, en lo concerniente a la hermenéutica, las mismas aporías interpretativas del signo han surgido de la semiótica, en la medida en que por ella misma circulan acciones de lenguaje expresadas dentro de una dimensión epistemológica amplia y compleja que emergen en el hablar, el leer, el entender y consecuentemente con el sujeto, el texto y la significación.

Debe decirse entonces, que la noción de signo distingue los acontecimientos de la designación de la pragmática con lo significativo de la acción. Con él se puede explicar y comprender el modelo semiológico, porque aquí la explicación en el sentido ricoeuriano, es tan sólo una comprensión desarrollada por preguntas y respuestas, porque siempre aparecen nuevos puntos de vista, cuando se plantean nuevas preguntas y respuestas, en sentido gadameriano que aplazan todo una y otra vez. Por eso, según Heidegger y Gadamer, el preguntar abre un camino, y es aquí entonces donde se empieza a comprender. Además, en el sentido heracliteano, el comprender es la suprema perfección, y la sabiduría se revela en el hablar.     

Por otra parte, se puede comprender al mismo tiempo, el acercamiento de la semiótica con la comunicación desde la referencia hermenéutica del signo, lo cual nos permite dilucidar y establecer las complejas relaciones comunicacionales con las diversas funciones narrativas del lenguaje-texto en una red implicativa de signos manifestados fenomenológicamente en el acontecimiento comunicativo.

Se ha demostrado, que la eficacia de la interpretación en sentido abierto del término, se da en un acto extratextual que sitúa a la obra, al texto local en un fuera de sí que crea sentido, mostrando que en la apertura de la comunicación el horizonte del lenguaje no tiene límites, y que en la interacción trinitaria, sujeto, objeto y/o texto y signo, la configuración de la hermenéutica se ha de enunciar y consolidar desde la aprehensión diádica del ipse versus el alter (alteridad) del sujeto con el objeto, pero bajo la referencia del objeto del signo, del lenguaje y la sociedad como base de dicha comunión dialéctica.

Es necesario mostrar en esta distinción siguiendo a Peirce, que cuando se piensa en alteridad, naturalmente se piensa en dos objetos o en dos sujetos, reaccionando, un primero y un segundo, que son entonces, primeridad (primarily) y segundidad (secondly) en plena interacción, porque la ipseidad, en efecto se hace posible, si se significa en correspondencia a la alteridad, para dar lugar al acontecimiento comunicativo a través del lenguaje.  

En lo particular, la búsqueda y el constante cuestionamiento acerca del acto de la enunciación del signo en la comunicación, conduce a la determinación de esbozar en el “ juego complejo del lenguaje” su fundamento filosófico, en una especie de nóus del ser social entre distintas acciones-funciones del lenguaje escrito e icónico, determinando que al representar el acto en un enunciado, se puede implicar a la misma vez un sujeto al que se comunica el texto enunciado o al que se enuncia sobre dicha comunicación.

Puede entenderse, que en cualquiera de sus acepciones, el signo revela ser el principio fundamental del lenguaje que hace posible la función dialéctica en tanto pueda ser acción y manifestación social producida en el significado. Sin duda alguna, se le puede atribuir el carácter interpretativo general de todo fenómeno a partir del hecho social que constituye la naturaleza del proceso colectivo de reunión-comunión (chrésis en el sentido platónico), caracterizado en la relación y organización de la experiencia comunicativa en un “hacer-ocurrir” a la manera de Ricoeur.

Entonces, la investigación llevada a cabo en esta tesis, da respuesta a la interrogante científica al mostrar con fuertes fundamentos la caracterización de la hermenéutica en la interpretación del signo considerando la compleja distinción comunicativa acaecida en lo enunciado, es decir, cómo se despliega desde la hermenéutica la trascendencia y devenir del signo en la comunicación, destacando su centralidad, pero sin reducirlo a su único objeto.

En este sentido, la hipótesis prueba que la función hermenéutica del lenguaje adquiere desde la filosofía una función de organon con una traductibilidad discursiva contextual muy significativa, que despliega en el mismo plano y en el mismo orden de la narración del texto las respuestas a las preguntas, es decir, desde el enfoque hermenéutico, es posible entender el signo como fundamento de la comunicación en su relación articular, ontológica y holística.

La tesis, cumple los objetivos propuestos, al revelar el devenir histórico del signo, su fundamento filosófico y sus funciones comunicacionales, así como la determinación filosófica del mismo, en tanto acto de enunciación, vinculación, narración, comprensión e interrelación en el discurso comunicativo, y por todo ello, al mostrar las posibilidades del discurso hermenéutico del signo en la comunicación.   

Al mismo tiempo, se demuestra, que en la inmensa diversidad del lenguaje, el tema hermenéutico no se agota en los términos de remisión- asociación, y que es mediante su vinculación histórica que se pueden mantener vivas las mediaciones performativas sígnicas que constituyen la expresión y la comprensión de los actos comunicativos. 

Desde aquí, queda entonces por formular y completar en un amplio terreno social las diversas acciones narrativas (interpretar un libro, interpretar un poema, interpretar una imagen, interpretar la tecnología o interpretar la realidad, por ejemplo) que conciernen al discurso enunciado considerado como texto en el cual la palabra al operar como vehículo del conocimiento hermenéutico-semiológico-filosófico, y en esta misma medida el signo sirva como intermediario real para la sustancia de la conciencia a su forma espiritual en el sentido cassirereano, de la comprensión del mundo, el lenguaje se sitúe entonces en la conexión lógico-hermenéutica y posibilite el continuum de la relación entre signum y res en un campo abierto hacia el despliegue de lo que está y de lo que no está dado mediante la designación de un espacio y lugar enunciados sujetos a posibles definiciones e interpretaciones.

Desde luego, también se puede sugerir rememorando a Dilthey, que sólo a este proceso por el cual se conoce un interior a partir de signos dados sensiblemente desde fuera, es decir, orientados hacia lo real se le llama “comprender”.

No obstante, y a pesar de todo ello, en las expresiones de la manifestación, la hermeneía busca en el juego de las formas de lo enunciado, múltiples formas y referencias de interpretación para abrir el sentido del texto, y es fundamentalmente bajo la forma lógica de los signos del lenguaje que puede expresar ad infinitum la naturaleza de lo comunicado.

Por lo tanto, interpretar siempre será entonces la transposición de signos petrificados en una corriente fluida de ideas e imágenes en el sentido gadameriano, que no son solamente un conjunto instructivo con fines de interpretación y comprensión, sino que, como formas de conexión espiritual interior o exterior atañen al horizonte de la filosofía.

En cuanto a los signos entonces, también hay que tener en cuenta que el modo de interpretar no siempre se establece en su propia constitución, sino que es a partir de los propios indicios del texto en los cuales el signo se sitúa como mediador en presencia de lo enunciado. 

De esta manera, siguiendo el pensamiento de Ricoeur, se puede concluir que comprender a un autor es mostrar el poder de revelación implicado en su discurso más allá del horizonte limitado de su propia situación existencial, porque el acontecimiento de la comunicación es en sí mismo un intercambio intersubjetivo que está tamizado por el hablar, el leer y el escuchar. De ahí que la interpretación de la res scripta presuponga una comprensión expuesta esencialmente en el eje mismo de su representación, en cuyo telos, el proceso de significación vincula el carácter medial del lenguaje propiciando en la articulación dialéctica el giro lingüístico de la comunicación.

Desde luego, si somos logos unos con otros, también somos logos en la unión del nosotros con el nosotros en el lenguaje, que es donde quedamos ya ontológicamente (existencialmente) representados y desde donde podemos elevarnos al mundo con y desde la palabra, ya que la palabra es siempre un mecanismo mutuo entre el sujeto y el mundo.

Por supuesto, somos mundo, al constituirnos nosotros mismos en dialogía, en lenguaje y realidad, porque el hombre al inscribirse en logos (razón) en correlación al lenguaje, le confiere a su ser constitutivo particular el sentido de su implicación en la palabra. En efecto, con la palabra ya constituida, se puede concretar eminentemente el proceso de descripción e interpretación que el propio lenguaje le confiere a la representación y a la realidad del mundo. Más aún, la presencia de la realidad se ve reflejada en el discurso del lenguaje que es el instrumento que constituye de forma general el ser de su representación. Por eso, el lenguaje como medio originario de comunicación se explica como objeto interpretando la complejidad de la realidad del mundo. En este sentido, lo real se caracteriza como discurso conceptualizado de expresión y se despliega en la interpretación-representación sobre el eje mismo de los hechos que surgen bajo el sentido codificador de los signos en virtud de la manifestación del lenguaje.

Así pues, desde la interpretación, y hablando entonces históricamente, “el dios Hermes” (Mercurio), mensajero alado de la movilidad e intérprete elegido por Zeus, se eleva mitológicamente como el traductor de los dioses, pero también desde esta dimensión, como el servidor y hacedor de las conexiones de la comunicación entre los hombres bajo el orden semántico de la representación-significación, para acceder desde su referencia al sentido fundamental de la comprensión de los signos desde de lo verbal a lo no verbal del lenguaje que no puede llegar a constituirse sin el acontecimiento de la hermenéutica, pues en todo caso, a través de ella estamos expuestos como sujetos activos a la accesibilidad aprehensiva de lo nuevo y del mismo objeto común de nuestro mundo en la praxis del lenguaje: la communis o koinoonía-comunicación.

De este modo, entonces, el individuo entra en la relación social, en la interacción del uno con el otro, de acuerdo al ejercicio interpretativo o, si se prefiere, al inmanente reencuentro del ser con el lenguaje, mediado por la praxis; lenguaje asignado a nosotros como espacio y condición trascendental de conocimiento que nos prepara y nos conduce hacia el discurso y comprensión de la comunicación y del mundo.

Cabe advertir que comprender el ser es comprender el “ser y el estar” en el mundo, en la praxis y en el lenguaje. Esto implica como consecuencia, la validez de una hermenéutica universal indispensable en la interpretación y reconstrucción de un proceso argumentativo comunicacional, guiado y fundado en la centralidad de los signos. Lo que no significa en modo alguno, que las varias interpretaciones estén permeadas por la cosmovisión del sujeto que interpreta.     

Ahora bien, en la medida que el lenguaje comprometa su instrumento como objeto social valiéndose de funciones descriptivas y discursivas, establecidas en virtud de diversas perspectivas textuales, no podrá limitarse únicamente a un modelo semiológico genérico, sino que siempre se deberá situar en un centro donde se recepcione un número indefinido de sistemas comunicacionales enriquecidos de signos y sentidos, y de diversas interpretaciones de la realidad en un continuum cognoscible y valorable, que se hace realidad desde los signos, y por tal razón, reductibles a la consideración de los hechos existenciales, comprensibles en la fundamentación hermenéutica del lenguaje, por cuya coexistencia se representa y convalida el mundo.

Desde lo semiótico entonces, se proyecta la explicación y la interpretación de los signos, de los textos enunciados bajo el funcionamiento plausible del lenguaje. Sin embargo, en el comprender se reconoce la activación hermenéutica del sujeto manifestada en la relación existencial, representada en el ámbito social comunicativo bajo la estructura dialéctica de un yo asociado a un “con nosotros mismos”.

Por lo tanto, conviene dinamizar en la praxis humana, el universo lenguájico (verbal, escrito o icónico) que permite circunscribir en la acción social la comprensión del signo más allá de la consideración del círculo hermenéutico. En realidad, el mismo círculo obliga a comprender en la vertiente del discurso enunciado la manifestación dialéctica inagotable y enriquecedora del lenguaje.

Con los signos, queda pues el objeto propio del ser pensado de la comunicación en términos del acontecer y de la experiencia del mundo, bajo el ámbito y la orientación pragmático-hermenéutica de lo interpretado, desde el cual se puede descubrir y comprender las funciones complejas y plurales del lenguaje.

De este modo, si el objeto de la hermenéutica es interpretar y hacer comprensible el lenguaje, es tarea de la semiología desarrollar mediante los signos el enigma de la comprensión.

Estos resultados pueden abrir cauces para futuras contribuciones, en tiempos que claman por nuevos enfoques interpretativos, discernimientos profundos, pero sobre todo, comprometidos con la realidad social, en un mundo dominado por la globalización neoliberal, que poco a poco va matando la razón existencial humana, a través de la enajenación y su consecuente crisis de valores y vacíos existenciales. En estas circunstancias, la hermenéutica humanista tiene mucho por decir, señalar, proponer y hacer (…) Sencillamente seguir los “latidos de los hechos de la realidad” con ansias e intenciones de significación, interpretación y comprensión humana.

Dr. Perucho Mejía García

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