Água viva: representación del paraíso y del caos

ensayo de Antonio Maura

Crítico y escritor

amauraba@gmail. com

RESUMEN

Entre otras posibles interpretaciones, la obra de Clarice Lispector acepta una lectura a la luz de la tradición religiosa judaica. En este sentido, supone una reflexión sobre los grandes temas bíblicos como es el caso de su ficción Agua viva, que describe algunos aspectos del Jardín del Edén y de la figura de Lilit, la mujer que habitó aquel lugar previo a la distinción entre el bien y el mal.

PALABRAS CLAVE: Clarice Lispector, narrativa brasileña

Se dice en Génesis que Dios plantó “un jardín en Edén, al oriente”, un jardín lleno de “toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida.” “De Edén”, continúa diciendo, “salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos.” (Génesis 1975: 2, 8) En aquel jardín del oriente había flores extrañas, dotadas con una rara vitalidad: claveles agresivos con un perfume de “algún modo mortal”: eran de color rojo que berreaban en “violenta belleza”, blancos que recordaban “el pequeño ataúd de un niño difunto.” Había también violetas “introvertidas y profundas”, que se escondían “para poder captar el propio secreto” que, contrariamente a los claveles, no gritaban nunca su perfume: “Violeta dice levedades que no se pueden decir.” En aquel jardín podían verse también margaritas alegres, de “gracia infantil”, orquídeas “antipáticas”, jazmines “de manos dadas” y crisantemos de “profunda alegría” que hablaban “a través del color y del despeinado”, porque el crisantemo “es flor que decabelladamente controla la propia salvajería.” Y había también rosas, cuyo perfume es “un misterio loco”, que “cuando es profundamente aspirado toca en el fondo íntimo del corazón y deja el interior del cuerpo todo perfumado.” (Lispector 1980: 55-57)[1]

Es así como nos describe Clarice Lispector, en su ficción Agua Viva, aquella rara floración del primer jardín, cuando las plantas alentaban libremente siguiendo sus propios impulsos, cuando había caballos sueltos y, de noche, “el caballo blanco -rey de la naturaleza- lanzaba a lo alto su largo relincho de gloria”, cuando el tigre lamía sus fauces después de haber devorado a su presa. Había pájaros, nos dice la escritora brasileña, en aquel lugar que, como místicos, levitaban con esa levedad que da desprenderse del suelo para entregarse a un aire cargado de perfumes. Y también un “tronco lujurioso” del que esta mujer, que se pasea por las raras frondas del origen, afirma que “está ligado a la raíz que penetra en nosotros en la tierra.”

Pocas veces tiene uno la oportunidad de descubrir en un libro tal bella descripción de paisajes y de seres moviéndose en completa libertad, tan íntimamente embriagados de sí mismos que nada necesitan para justificar su existencia. Clarice Lispector escribió este breve libro, que no alcanza las cien páginas, a lo largo de tres largos años. Alexandrino Severino[2], que estudió la génesis de la obra, nos cuenta que la primera versión es de julio de 1971 y que recibía el título de Atrás do Pensamento. Monólogo com a Vida. Un año más tarde la escritora decide interumpirlo porque “no estaba consiguiendo lo que quería alcanzar” y, entonces, se refiere al libro como Objeto Gritante. En agosto de 1973, la Editorial Artenova publicaba este original, bastante más reducido, con el título de Água Viva. Água Viva es, como nos recuerda Nádia Batella Gótlib en su biografía de Clarice[3], una suma de fragmentos tomados de una y otra parte, de relatos, de artículos previamente publicados en el Jornal do Brasil, donde la escritora trabajó siete años, e incluso de su anterior novela, Uma Aprendizagem ou O Livro dos Prazeres. Su biógrafa nos hace notar también que la voz narradora del libro parece ser la misma que la de A Paixao segundo G.H, sólo que en Agua Viva “se vale de un discurso que, se desliza en forma de fluído, fluídamente, queriendo captar la fuente primitiva.” (Gotlib 1995: 410) Y Hélene Cixous, en un espléndido ensayo sobre la obra, nos indica que el texto invita a ser leído como quien nadase o se deslizase por el agua. (Cixous 1990: 28) Lectura en el agua, porque el libro es un manantial de agua viva que brota como el llanto de un recién nacido, con su vitalidad y su inocencia: es agua discurriendo, voz aventándose, abriendo surcos en un espacio de silencio, es respiración, es fluído sanguíneo circulando en el incierto, inmenso organismo del Universo. “El texto es en sí mismo una metáfora, una metáfora que no es metáfora sino agua viva”, subraya Hélene Cixous. (Cixous 1990: 17) El intento de la escritora no es traducir al lenguaje una experiencia, sino escribir con el mismo gesto, con el mismo aliento de lo que se quiere expresar. No hay traducción, hay vida circulando en ondas, como agua y como música, como la melodía que podría interpretar un “cuarteto de nervios.” (Lispector 1980: 82)

“Un manatial brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo”, se dice en Génesis. De él nacerían los cuatro ríos que fertilizarían la tierra, que alimentarían los ganados y darían un espacio habitable a los humanos. Todas las aguas, pues, tienen un origen en ese manatial cristalino, cantarín, que borbotea en el origen de los orígenes, en aquel legendario Jardín de Edén.

Pero no todo eran pájaros en libertad que se despegaban, flotantes, del duro terruño al que les fijaba la gravedad, no todo eran tigres que, lúbricos, pasaban su larga y codiciosa lengua por sus fauces chorreantes de sangre, no todo eran flores despertando con frescura de doncellas. Había también en aquel jardín oscuros animales que se arrastraban por el limo, por el interior de “grutas extravagantes y peligrosas, talismanes de la tierra, donde se unen estalactitas, fósiles y piedras, y donde los bichos que han enloquecido por su propia naturaleza maléfica buscan refugio.” (Lispector 1980: 15) “Las grutas son mi infierno”, dice esa mujer que se pasea por las raras frondas del paraíso:

Gruta siempre soñadora con sus neblinas [...], espantosa, esotérica, reverdecida en el limo del tiempo. Dentro de la caverna oscura centellean colgadas las ratas con las alas en forma de cruz de los murciélagos. Veo arañas peludas y negras. Ratones y ratas de agua corren espantados por el suelo y por las paredes. Entre las piedras el escorpión. Cangrejos, iguales a ellos mismos desde la prehistoria, a través de muertes y nacimientos, parecerían bestias amanezadoras si fuesen del tamaño de un hombre. Cucarachas viejas se arrastran por la penumbra. Y todo eso soy yo.

¿Cuál es la identidad de esa mujer que habla con la frescura de una fuente y la pestilencia de un albañal, y que se pasea libremente por los paisajes del origen, por los jardines de Edén?

En el texto cabalístico del siglo XI, que se conoce como El Zohar o Libro del Esplendor, se nos explica:

El nombre de Adam comprendía al varón y a la hembra[4]. La hembra fue ligada al lado del varón hasta que Dios lo arrojó en un profundo sueño, durante el cual yació en el lugar del Templo. Entonces Dios la aserró de él y la adornó como una novia y la trajo a él, como está escrito: «Y tomó una de sus costillas, y cerró con carne en su lugar». En un libro antiguo encontré asentado que la palabra «una» significa aquí «una mujer», es decir, la Lilit original, que estuvo con él y concibió de él. (Zohar 1977: Tomo I, 113)

Como sugiere el autor del Zohar no fue Eva, sino Lilit la primera mujer que estuvo con Adán. En Génesis se dice también que, cuando Dios modeló a una hembra de la costilla que había arrancado a Adán, éste exclamó: “Esta vez sí que es el hueso de mis huesos y carne de mi carne.” (Génesis 1975: 2, 23.) Y si el primer hombre exclamó de la forma en la que lo hizo, es porque antes hubo otra mujer. Una mujer que, con la naturalidad de una fiera salvaje y la sensualidad de una flor, se paseaba libremente por los campos de Edén. Una hembra que estaba a la misma altura que el varón porque Adán, así lo recuerda El Zohar, significa tanto hombre como mujer.

Gerschom Scholem comenta que “la leyenda sobre la mujer anterior a la creación de Eva se fusiona con la leyenda más antigua de Lilit”, de la que el erudito hebreo encuentra rastros en la demonología babilónica y sumeria. “Aquella que vuela por las moradas de la oscuridad”, como reza en una inscripción del siglo VII u VIII encontrada al norte de Siria, es con el tiempo “la reina del ámbito de las fuerzas del mal [...], donde desempeña una función paralela a la de la Sehiná (Presencia Divina) en el mundo de la santidad: [...] Lilit es la madre de las gentes impías [...] y gobierna sobre todo lo que es impuro.” (Scholem 1996: 178-183)

Por su parte la voz que habla en Agua Viva dice:

...Conozco también otra vida. La conozco, la quiero y la devoro truculentamente. Es una vida de violencia mágica. Es misteriosa y hechizante. En ella las cobras se enlazan mientras tiemblan las estrellas. Gotas de agua rezuman en la oscuridad fosforescente de la gruta. En esa oscuridad las flores se entrelazan en un jardín feérico y húmedo. Y yo soy la hechicera de esa bacanal muda. (Lispector 1980: 72)

¿No es esta la voz de Lilit, la mujer que supo pasearse libremente por las frondas del origen, en aquel jardín en el que no había pecado ni santidad? Esa mujer que “con una alegría profunda”, con una “felicidad diabólica” nos cuenta, nos habla, nos grita, nos sugiere, nos embelesa, nos introduce en los misterios ocultos de la vida, se confiesa y usa nuestras palabras para confesarse con nuestra voz, así como lo hace con el suspiro de una violeta, con el rugido de una pantera o el relincho de una yegüa agreste. No es un hombre el que camina por este jardín clariceano, por este brillante y contemporáneo paraíso, sino una mujer, una hembra maldita porque es capaz de ser libre, de decirlo y de sentirlo, y como mujer y madre, es dueña de una sabiduría que no está en las palabras, sino en la sangre, en los nervios, en la placenta: “Yo me alimenté de mi propia placenta.” (Lispector 1980: 44)

Una Lilit que, siguiendo la tradición de la que habla Scholem, se confiesa hija de los medas y de los persas:

Soy todavía la cruel reina de los medas y de los persas y soy también una lenta evolución que se lanza como puente levadizo hacia un futuro cuya neblina lechosa ya respiro. Mi aura es de misterio de vida. Me sobrepaso abdicando de mi nombre, y entonces soy el mundo. Acompaño la voz del mundo con voz única. (Lispector 1980: 49)

Lilit, Clarice, sea quien sea la que habla en Agua Viva es también la voz del mundo, es la voz de un “átomo de tiempo”, y el libro ¿de qué trata? “Mi tema es el instante”, dice misteriosa y profunda esta voz que perfora la madeja del espacio-tiempo y se introduce en aquello que late “atrás del pensamiento”, en un lugar donde no hay palabras ni silencio, un espacio fronterizo donde se mueven nebulosas de sensaciones que son algo más que vacío y aún no han recibido un nombre.

Dice Génesis que “Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.” (Genesis 1975: 2, 19) Y es a este espacio de presencias que vagan sin nombre, de seres que se deslizan por la floresta, de vida que alienta al que se remite esta voz que nos habla en Agua Viva. Una voz que aún no ha balbuceado la pregunta que no halla respuesta, que tampoco teme a la muerte, porque la muerte es un momento más al que poder entregarse con la ferocidad de un instinto que no ha sido domado por la razón. De este ámbito salvaje y puro, maléfico y bello, contradictorio en su misma esencia porque nada, ningún concepto, puede todavía ordenarlo o catalogarlo, de esa cuarta dimensión de la palabra se habla una y otra vez en Agua Viva.

“El instante es simiente viva” (Lispector 1980: 12), afirma con sabiduría adquirida allí, en el jardín del origen, en un espacio mudo donde chocan unas partículas con otras, en la desestructuración abierta de un átomo sin contornos. Ella, la voz, que está “atrás de lo que está detrás del pensamiento” (Lispector 1980: 13) sabe que la palabra “tiene luz propia” y como un fotón está llena de energía, de vida salvaje.

Al irnos adentrando en este libro, descubrimos que el jardín primigenio se vuelve cada vez más inasible y se va transformando, poco a poco, en un espacio de puro movimiento, en un organismo vivo que crece y palpita. Así lo ha visto también Hélene Cixous cuando dice que “el texto sigue los movimientos del cuerpo, pero también desarrolla un tema. En cuanto que hay un orden narrativo, es también un orden orgánico. [...] Água Viva es la inscripción de un cierto tipo de placer.” (Cixous 1990: 15) Y la voz que nos habla en Água Viva apostrofa: “El mundo no tiene orden visible y yo sólo tengo el orden de la respiración. Me dejo suceder [...] y canto el pasaje del tiempo.” (Lispector 1980: 24) Ya hemos adelantado que esta obra aprovecha textos de aquí y de allí, pero no hemos hablado de cómo lo escribió Clarice Lispector. Olga Borelli, su compañera y amiga los días en los que este libro fue elaborado, nos explica que su autora anotaba las ideas que le venían a la cabeza en lo primero que encontraba a mano, ya fueran recortes de periódico, envoltorios, cuadernos, billetes, servilletas, etc. Su empleada doméstica tenía la orden de no tirar papel alguno que pudiera encontrar sea cual fuese su estado o calidad. (Borelli 1987: 82) Y todas aquellas frases sueltas, todas aquellas anotaciones, todos esos fragmentos de ideas, de historias, le servían de cimiento para dar forma a esta voz orgánica que habla en Água Viva, que brota incontenible, borboteante como un manantial, como la vida, pero que también desaparece en el mismo espacio mudo que lo generó, en el silencio calmo de lo innombrable.

David Bohm, profesor de física teórica de la Universidad de Londres, afirma que “lo que llamamos espacio vacío contiene un fondo inmenso de energía, y que la materia, tal como la conocemos, es una pequeña excitación «cuantizada» en forma de onda, que se eleva sobre este fondo de un modo bastante parecido al de un pequeño rizo sobre un vasto mar.” (Bohm 1987: 265) Para este teórico, el Cosmos es semejante al mar, algo en perpetua mutación, donde las cosas y los seres se generan y disuelven como las figuras que forma la espuma en la cresta de una ola, como las formaciones de nubes en un día de verano.

Así es la voz que nos habla en Água Viva, que entona una melodía de tiempo inscrita en el silencio como en una dura pared de granito. Una voz que late con el compás de un corazón. Una voz que, como onda, se expande por un espacio callado, donde, de tiempo en tiempo, logra concretarse en palabra, en partícula que no tardará nuevamente en disolverse en un ámbito inmenso y mudo.

Escribir es la forma de quien tiene la palabra como anzuelo: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra -la entrelínea- muerde el anzuelo, alguna cosa se escribe. Una vez que se pescó la entrelínea, se podría con alivio arrojar la palabra. Pero aquí cesa la analogía: la no-palabra, al morder el anzuelo, lo incorpora. (Lispector 1980: 21)

Clarice Lispector propone escribir como quien pesca en lo desconocido y se arriesga en este juego, en esta tarea. Y si, por suerte, llega a capturar “la entrelínea”, lo que aún no es palabra, el mismo anzuelo -la palabra- podría ser absorvida por ese espacio vacío, por esa marea energética en la que se sumergen los nombres, por ese caos germinativo donde todo es suceso sin palabras. David Bohm, por su parte, explica:

Necesitamos un acto de comprensión, en el cual veamos la totalidad como un proceso real que, cuando se realiza adecuadamente, tiende a producir una acción global armoniosa y ordenada, que incorpora tanto el pensamiento como lo que es pensado en un único movimiento, en el cual el análisis en partes separadas (por ejemplo, pensamiento y cosa) no tiene sentido. (Bohm 1987: 91)

Y Clarice especifica:

¿Qué soy en este instante? Soy una máquina de escribir haciendo sonar las teclas secas en la húmeda y oscura madrugada. Hace mucho que ya no soy persona. Quisieran que fuese un objeto. Soy un objeto. Que crea otros objetos y la máquina nos crea a todos. Ella exige. El mecanismo exige y exige mi vida. Mas yo no obedezco totalmente: si tengo que ser objeto que sea un objeto que grita. (Lispector 1980: 87-88)

Una palabra que sirve para pescar la palabra en la región de las no-palabras, en la marea innombrable. Un pensamiento que es, al mismo tiempo, cosa pensada y pensador. Una voz que habla por las teclas de una máquina de escribir, de un piano, que escribe como quien compone. Una palabra que tira de otra, y esta otra de otra, en la borrachera de una danza interminable. Un alentar en la oscuridad, en la placenta. Un corazón, cuyo tam-tam hace circular la sangre. La palabra salvadora y la palabra primigenia: Todo ello es Agua Viva.

“Lo que te escribo es movimiento puro”, “lo que te escribo no termina nunca y estoy hechizada”, dice esa voz que navega por espacios cósmicos donde el instante es la única vibración que se puede sentir, que se puede decir, que se puede escuchar y que se puede leer, porque sentir, ser, decir y escuchar viene a ser lo mismo. “El verdadero pensamiento parece no tener autor”, dice también. El verdadero pensamiento, anónimo, brota como partícula en la corriente de energía, estruendosa y muda que es el Universo.

Leyendo un libro como Agua Viva se descubre que la voz humana no es tan distinta del rugido de una fiera o del bramar incontenible de un mar encrespado. En Agua Viva la palabra es semejante a esa párticula única que adquiere todas las formas posibles, todas las dimensiones imaginables para generar la diversidad del mundo que habitamos. Un libro como Agua Viva permite descubrir que Dios es semejante al Universo y que la muerte no existe, pues no es más que un parpadear de la materia en ese generarse y disolverse en la energía rítmica, incontenible, semejante a una música sin final. Nada está quieto. “Las diferentes partículas se deben considerar literalmente como proyecciones de una realidad con más de tres dimensiones.” (Bohm 1987: 259) Lo que consideramos partículas son espejismos en el espacio conocido de nuestras dimensiones. Lo que llamamos palabras son articulaciones de un movimiento infinito, de una vida que se despliega sin nombres, que arde en cada individuo con su llama diminuta e inagotable. Y el texto de este libro es justamento esto: chorro de partículas que emerge y se disuelve en el vacío, sabia que asciende por el duro tronco de un árbol, sangre que circula por las venas de un organismo vivo, manantial que nace de las entrañas de la tierra, viento que recorre las cumbres, grito que perfora los muros de carne que nos aislan y aulla con nuestra voz el mensaje de la vida.

Pero Agua Viva es también la descripción de aquel lugar remoto, en el espacio y en el tiempo. Un lugar donde los animales compartían el mundo en armonía, sin jerarquías. Donde el primer hombre se paseaba de la mano de aquella Lilit, la primera mujer, siendo ambos la misma carne palpitante, la misma libertad manifiesta y salvaje.

Agua Viva sugiere que lenguaje y energía son lo mismo, que lo que llamamos paraíso es también caos, que el origen es también final, que el momento es tiempo pleno, que la eternidad está en nosotros, que la muerte es una explosión interna que nos devuelve a lo que fuimos siempre, que el paraíso terrenal existe y se manifiesta en el instante como lo hizo en aquellas regiones de oriente, en aquel paraje que regaba la fuente primera, el manatial del que nacerían los cuatro ríos: El Pisón, “que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro”, el Guijón, que “es el que rodea el país de Kus”, el Tigris, que “es el que corre al oriente de Asur”, y el Eufrates. (Génesis 1975: 2, 10-14) Hasta allí nos ha llevado una sacerdotisa a la que conocemos con el nombre de Clarice o de Lilit: hembra primordial, suma de momentos y de átomos en movimiento que constituye un ser humano: hombre o mujer, tanto da, porque a ambos los antiguos cabalistas llamaban con el mismo nombre de Adám.

Referencias bibliográficas

Bohm, David, La totalidady el orden implicado. Barcelona: Kairós, 1987.

Borelli, Olga, Clarice Lispector, esbogo para um possível retrato. Río de Janeiro: Nova Fronteira, 1987.

Cixous, Hélene, «Água viva: how to follow a trinket of water» en: Cixous, Hélene, Reading with Clarice Lispector. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1990.

Génesis. La Biblia de Jerusalén. Bilbao: Grijelmo, 1975

Gotlib, Nádia Batella, Clarice Lisepctor, uma vida que se conta. Sao Paulo: Ática, 1995.

Lispector, Clarice, Água viva. Río de Janeiro: Nova Fronteira, 1980.

Scholem, Gerschon, Grandes temas y personalidades de la cábala. Madrid: Siruela, 1996.

Severino, Alexandrino, «As duas versoes de Água viva». Remate de Males [Campinas] 9 (1989): 115-118.

Zohar, El. Buenos Aires: Sigal, 1997.

Notas:

[1] Las traducciones de Agua Viva, como de los otros libros citados en este trabajo, son del autor de estas páginas.

[2] Alexandrino Severino, «As duas versoes de Água Viva» en Remate de Males, Campinas, 1989.

 

[3] Nádia Batella Gótlib, Uma vida que se conta. Sao Paulo, 1995.

 

[4] Ideas parecidas defiende Yosef Chiquitilla en su obra, del siglo XI, El secreto de la unión de David y Betsabé. Existe una versión española (Barcelona, 1994). Gerschom Scholem habla de las influencias recíprocas que unían a Moisés de León (posible autor de El Zohar) y Yosef Chiquitilla.

 

Ensayo de Antonio Maura
Crítico y escritor

amauraba@gmail.com

 

Publicado, originalmente, en Espéculo n° 51 julio-diciembre 2013 - UCM

(del lat. speculum): espejo. Nombre aplicado en la Edad Media a ciertas obras de carácter didáctico, moral, ascético o científico

Espéculo Revista Electrónica Cuatrimestral de Estudios Literarios
Facultad de Ciencias de la Información
Universidad Complutense de Madrid (España)

Link del texto: http://webs.ucm.es/info/especulo/Clarice_Lispector_Especulo_51_UCM_julio2013.pdf

 

Ver:  Clarice Lispector en Letras Uruguay

 

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