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Opinión - Argentina / Aguafuertes ambientales
 

Otra óptica sobre la inseguridad
por Ricardo Luis Mascheroni

 
 

“El crítico, como el verdadero profeta, no puede aspirar a ser el favorito de la corte” Etzioni, Amitai [1]

 

Rebanadas de Realidad - Santa Fe, 03/04/13.- En los últimos tiempos, el delito, la violencia y la inseguridad, se han constituido en una constante entre las preocupaciones centrales de todos los ciudadanos, pero también de estudiosos, investigadores, funcionarios políticos, educativos y policiales, sin dejar de mencionar la repercusión estelar que tienen en todos los medios de comunicación.

La comunidad sin excepciones, frente a esta amenaza real o supuesta, tiene miedo, angustia y se desespera en la búsqueda de soluciones o paliativos para un problema que no comprende, pero que de golpe, lo tiene como potencial víctima de la locura y la irracionalidad de inadaptados, ante la falta de respuestas por parte del poder estatal.

En la creencia de que algunas iniciativas pueden colaborar para superar este mal trago, que aspiran que sea temporal, los vecinos exigen legítimamente: más policías, más equipamiento para ellos, cámaras de vigilancia, además se enrejan, ponen alarmas comunitarias o individuales, concurren a marchas, piquetes, debates, reuniones con funcionarios políticos o policiales, firman petitorios pidiendo una batería de medidas, entre ellas, leyes más duras, menos permisividad de los jueces en las excarcelaciones y todo aquello que cada uno pueda imaginar.

Lamentablemente, pese a todas las acciones, discursos, estudios, proyectos y propuestas, las soluciones se hacen cada vez más ilusorias y lejanas, y la metástasis de la inseguridad se expande por todo el cuerpo social.

En paralelo con ello, en las distintas jurisdicciones del Estado, los dirigentes y las bancadas políticas se inculpan mutuamente, transformando a la cuestión en un botín de las miserias políticas, cuando no electorales.

Salideras, motochorros, arrebatos, robos y palabras del mismo tenor pasan a engrosar nuestro léxico diario y se constituyen junto con el ascenso del dólar blue, en motivo de las charlas cotidianas.

En sintonía con lo expresado, los expertos exponen sus diagnósticos, las unidades académicas confeccionan mapas del delito y desde el Estado se anuncian reformas legales, policiales, procedimentales y todas las que quiera imaginar, sin que nada cambie.

Todos deberíamos preguntarnos: ¿qué ha pasado en unos pocos años y en un país que ha tenido un crecimiento económico a tasas chinas (como a muchos le gusta decir), para que el delito y la violencia se hayan desmadrado de la forma que lo han hecho? ¿Qué maldición bíblica ha caído sobre nosotros para que ocurra tal transformación?

Estas cosas, no ocurren porque sí, sino que atrás hay un entramado previo que lo ha permitido.

La magnitud del problema, hace que las miradas habituales sobre el mismo deban ser revisadas y mejoradas.

Muchos se hacen los idiotas

Desde que en el país se difundieron las salas de juego, permitidas por el Estado Nacional, provincial o municipal, en acuerdos con empresas extranjeras y nativas, los índices delictuales no han parado de crecer.

Pero, en este debate sobre la inseguridad, rara vez, se pone en el centro del mismo, la relación directa entre el juego y criminalidad, quizás para no desnudar toda una red de complicidades que abarca una gran parte del quehacer social.

Si bien este flagelo reconoce múltiples causas, como la exclusión social, la pérdida de valores, la droga, la ausencia de expectativas de vida; la señalada, no es la más abordada ni explorada por los analistas del tema.

El juego como generador de delito, no es extraño o una anomalía imprevista, ya que mucha de la bibliografía específica sobre la temática, deja patente la relación lineal, constante y estrecha entre juego e ilícitos.

Quienes por acción u omisión convalidan estas actividades, saben o deberían saber de las consecuencias lamentables de sus decisiones, pero se hacen y siguen haciéndose los idiotas y nos quieren tomar por tales.

Algunos estudios dejan claro la cuestión: INSEGURIDAD Y CRIMINALIDAD[2]: Investigaciones de la Universidad de Illinois EE.UU., determinaron que en un periodo de 20 años los condados estadounidenses que han contado con casinos aumentaron en 44% su índice delictivo.

El periódico, New York Times en un artículo, señala que en la ciudad de Delta Town, EE.UU., a partir de que se establecieron nuevamente casinos, no se erradicó la pobreza, ni ha mejorado el nivel de vida; en cambio sí subió la criminalidad en esa área urbana.

Un análisis realizado en Nueva Zelanda, estableció que si se abren casinos en las zonas urbanas de este país la criminalidad aumentaría un 52%.

Una encuesta a funcionarios de servicios sociales de Carolina del Sur, Montana y Oregón, en EE.UU., culpan al juego por abuso de drogas y alcohol y de otros impactos sociales negativos.

“Atlantic era el lugar número 50, en los EE.UU. en materia de seguridad. A tres años de que se autorizó el juego en Atlantic, pasó del 50 al primer lugar en materia de inseguridad”.[3]

Estos estudios, son un espejo donde mirarnos, sobre todo en una ciudad con altos índices delictuales y frente a un reclamo legítimo y creciente de toda la sociedad por este flagelo, al que hay que darle una satisfacción.

Los medios de Santa Fe, días atrás reflejaron que la mayor cantidad de casos de trata y prostitución se dan, casualmente, en los 3 departamentos de la provincia que tienen casinos, ligado a ello van muchas otras actividades delictivas.

Si lo expuesto es tan así, estamos al horno, sino lo fuera, me alegraría que muchas voces se alcen para demostrar lo contrario.

Ascensor para el cadalso:[4]

Mientras muchos se rasgan las vestiduras y hacen oír sus catilinarias contra la inseguridad, nada hacen para desarmar una de las causas del problema y cada día se involucran más en las actividades conjuntas con las salas de juego.

Casi podemos decir que funcionarios y casinos son socios; unos programan, difunden, hacen planes, carreras, obras y otros ponen la plata, lo que es un decir, ya que a la misma la pone la pobre gente que juega.

Estos “juegos”, lejos están de ser un divertimento, ya que perder es la regla, y encierran un nivel de tensión y crispación muy alto, lo que sumado a la frustración de la pérdida económica, disparan la violencia a escalas peligrosas.

Las 24 horas del día sin control, los jóvenes y sectores de menores recursos dejan en esas salas sus magros ingresos y deben volver a sus casas con los bolsillos flacos, el ánimo por el piso y la desesperación a flor de piel.

En ese contexto, el aumento de la delincuencia es un daño colateral, que nadie quiere afrontar y menos desarmar una trama de la que muchos forman parte y reciben sus beneficios.

En el circo romano, el saludo de los gladiadores era: Ave César, los que van a morir te saludan, por lo que parafraseando el mismo, los que van a los casino podrían decir: Ave César, los que van a perder te saludan, unos y otros jugaban y juegan todo; el resultado es el mismo, más violencia.

En Santa Fe, el casino y su entorno, es la Meca y centro estelar de todas las actividades, recreativas, políticas, hasta educativas y culturales. Tan es así, que se le construyó para que nadie se quede afuera, un ascensor y una escalera mecánica, ausentes en centros asistenciales o sanitarios, donde serían mucho más útiles y necesarios. Ahora ante el colapso del estacionamiento en la zona, se cede una plaza pública para una playa subterránea.

Jorge Volpi, en un artículo titulado “El casino y sus metáforas”, - Reforma -11 Sep. 11, lo dice descarnadamente: “Casino, pues, en el sentido italiano: un gigantesco enredo, un desmadre que, más que contaminar al sistema, lo retrata. Un sitio donde quienes pretenden ganar unos cuantos pesos -los ciudadanos- son meros peones al servicio de quienes en verdad se enriquecen: quienes otorgan las concesiones, los dueños de éstas,(con frecuencia otros políticos) y el crimen organizado que lava su dinero o cobra "derecho de piso".

“En su banal atrocidad, simboliza (...) la falta de auténticas políticas sociales, la desvergüenza de quienes deben vigilar los centros de juego, la hipocresía en la política sobre las adicciones, la impunidad de las mafias y la irresponsabilidad de una clase política que, ni siquiera frente al deterioro socioeconómico, político, y moral que representa este hecho, deja de lado sus intereses para concentrarse, por una vez, en el interés común.”

Si algún funcionario o candidato habla de combatir la inseguridad y omite el tema, no le crea, ya que nada se logrará sino no controlan estos negocios, que según algunos vivos, traen desarrollo a la zona.

Esta situación, no sólo afecta a la ciudadanía, sino también pone en riesgo la viabilidad del estado y por ello es necesario abrir un debate superador de las habituales miradas sobre la inseguridad, que dé cabida a la esperanza y la posibilidad de una vida en paz, igualdad y libertad. El periodismo responsable tiene mucho que aportar para ello, ya que los obscenamente amigables seguirán haciendo la plancha y contando víctimas.

Lo dejo para que reflexione y me despido hasta la próxima “aguafuertes”.

Referencias:

[1] Capón Filas, Rodolfo, “Apuntes para una praxis alternativa”, M Ediciones, pag. 5, Buenos Aires 2012.

[2] “Casinos: Efectos sociales negativos y ludopatía”, del Dr. (c) Juan Martín Sandoval De Escurdia, Investigador Parlamentario en Política Social y la Lic. María Paz Richard Muñoz, del Servicio de Información y análisis, División de Política Social, Cámara de Diputados de México;

[3] HERNÁNDEZ, Oscar, “Beneficios y perjuicios de los casinos”, Televisa, 09-11-07, Mex.

[4] Novela y film de: Noël Calef y Louis Malle

 

por Ricardo Luis Mascheroni
Docente e investigador de la Universidad Nacional del Litoral

Agracemos la gentileza a Rebanadas de Realidad

 

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