Caravaggio y la miseria del arte 
Floriano Martins

Al instalarse en Europa el Tribunal del Santo Oficio se irradió, entre otras estrategias condenables, una concepción de vínculo entre belleza y opulencia; o sea, la de que el clero y la nobleza deberían promover una verdadera orquestación de pompa y grandiosidad,  de tal manera que los súbditos experimentaran una igualmente doble sensación: respeto y éxtasis. Este sería el primer momento de un artificio hoy hartamente conocido: la espectacularización de la vida.

La belleza debería provocar, bajo todos los aspectos, una verdadera conmoción. Veo exactamente en este periodo de la historia el equívoco de que el arte debe ir donde está el pueblo; o sea, la falacia establecida entre dimensión humana y populismo. Claro está que la Compañía de Jesús no buscaba identificarse con el pueblo, sino antes subyugarlo. Como parte del plan instituyó los santitos, generalmente distribuidos entre los niños durante la obligatoria catequesis. Algunos historiadores llegaron a confundir esta imposición con las propuestas de consubstanciación de los aspectos sagrados y profanos que regían la existencia defendida por Giordano Bruno. Otro equívoco lamentable: Bruno destacó la esencialidad de esa comprensión unificada de dos fuerzas complementarias y pagó con la propia vida, en tanto la Contrarreforma se interesaba solamente en una vulgarización de estos dos mismos aspectos.

Entre los artistas en connivencia con tal actitud, había una familia italiana de pintores: los Carraci. Estos facilitadores de los principios jesuíticos, cuya pintura se masificaba a través de los santitos, fueron  co-responsables, en pleno siglo XVI, de una cultura de adorno, instancia que asumió, a lo largo de la historia, innumerables denominaciones: desde el belletrismo parnasiano hasta la bestial degeneración tomada en cuenta hoy por pos-vanguardia.

En medio de este escenario preparado para la sumisión, surge un insurrecto nato: Michelangelo Merisi (1573-1610), que adoptaría posteriormente el nombre de su ciudad natal -Caravaggio-, en la Lombardía (Italia). En su época, Caravaggio anduvo por el camino más difícil, como cabe siempre a todo artista, oponiéndose a la banalización sistémica del arte promovida por el Santo Oficio. Se dedicó a la ampliación de una técnica ya introducida, un siglo antes, por Leonardo da Vinci (1451-1519) -el chiaroscuro (claro-oscuro)-, que consistía originalmente en la incisión de la luz  sobre determinadas áreas oscuras, de manera de destacar en la tela las formas surgidas a partir del contraste.

Si todo gran arte reside exactamente en ese entendimiento de los contrastes, Caravaggio no se limitó, con todo, a un tratamiento formal, sino dando al mismo una notable complejidad dramática. Su pintura ambienta la miseria humana, atribuyéndole el indispensable aspecto ontológico. Creaba así una atmósfera tenebrosa que influiría en la pintura de Rembrandt (1606-1669) y Velásquez (1599-1660), entre otros. La idealización de la figura humana propuesta por Caravaggio se contraponía a la grandiosidad defendida por Buonarroti (1475-1564). Si éste igualaba al hombre con Dios, Caravaggio resaltaba la condición humana en todos sus aspectos mundanos. Para él, el hombre era el gran modelo, sin que esto propiciara la hechura de un arte miserable.

Caravaggio no desvinculó el arte de los aspectos divinos de la existencia humana, sino que antes buscó ambientar tal existencia en una complejidad real, recurriendo al claro-oscuro como una forma de revelación sutil del sufrimiento humano. Más allá de eso, la exposición de detalles formales era precisa y sugería que no hay detalle sin importancia en una obra de arte. La textura de una tela asume la connotación del verbo en un poema. La luminosidad define la ambientación y también el clima psicológico. Más que simplemente desacralizar los abusos conceptuales del arte que le era contemporáneo, el pintor italiano proponía una carnalidad insurrecta, una irreverencia del hombre a favor de sí mismo.

Caravaggio era un cristiano que se rebelaba contra la degradación del cristianismo llevada a cabo en su época por la Iglesia. Sus obras fueron en gran parte relegadas, y vivió una vida de bohemia y descrédito. Casi no hay registros de sus técnicas de trabajo. Aunque conocido como un naturalista, el pintor barroco tiene mayor importancia por la relectura que hace del Renacimiento, imprimiéndole una ontología indispensable. En un momento en que el arte se halla enteramente sometido a los intereses mercadológicos, Caravaggio nos entrega a todos la lección de que el artista sólo reflejará críticamente la época en que vive, si no se convierte en subalterno de las instancias del poder.

 

por Floriano Martins

Versión traducida del portugués por Saúl Ibargoyen

 

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