Caravaggio y la miseria del arte |
Al instalarse en Europa el Tribunal del Santo Oficio se irradió, entre otras estrategias condenables, una concepción de vínculo entre belleza y opulencia; o sea, la de que el clero y la nobleza deberían promover una verdadera orquestación de pompa y grandiosidad, de tal manera que los súbditos experimentaran una igualmente doble sensación: respeto y éxtasis. Este sería el primer momento de un artificio hoy hartamente conocido: la espectacularización de la vida. La
belleza debería provocar, bajo todos los aspectos, una verdadera conmoción.
Veo exactamente en este periodo de la historia el equívoco de que Entre
los artistas en connivencia con tal actitud, había una familia italiana
de pintores: los Carraci. Estos facilitadores de los principios jesuíticos,
cuya pintura se masificaba a través de los santitos, fueron
co-responsables, en pleno siglo XVI, de una cultura de adorno,
instancia que asumió, a lo largo de la historia, innumerables
denominaciones: desde el belletrismo parnasiano hasta la bestial
degeneración tomada en cuenta hoy por pos-vanguardia. En
medio de este escenario preparado para la sumisión, surge un insurrecto
nato: Michelangelo Merisi (1573-1610), que adoptaría posteriormente el
nombre de su ciudad natal -Caravaggio-, en la Lombardía (Italia). En su
época, Caravaggio anduvo por el camino más difícil, como cabe siempre a
todo artista, oponiéndose a la banalización sistémica del arte
promovida por el Santo Oficio. Se dedicó a la ampliación de una técnica
ya introducida, un siglo antes, por Leonardo da Vinci (1451-1519) -el chiaroscuro
(claro-oscuro)-, que consistía originalmente en la incisión de la luz
sobre determinadas áreas oscuras, de manera de destacar en la tela
las formas surgidas a partir del contraste. Si
todo gran arte reside exactamente en ese entendimiento de los contrastes,
Caravaggio no se limitó, con todo, a un tratamiento formal, sino dando al
mismo una notable complejidad dramática. Su pintura ambienta la miseria
humana, atribuyéndole el indispensable aspecto ontológico. Creaba así
una atmósfera tenebrosa que influiría en la pintura de Rembrandt
(1606-1669) y Velásquez (1599-1660), entre otros. La idealización de la
figura humana propuesta por Caravaggio se contraponía a la grandiosidad
defendida por Buonarroti (1475-1564). Si éste igualaba al hombre con
Dios, Caravaggio resaltaba la condición humana en todos sus aspectos
mundanos. Para él, el hombre era el gran modelo, sin que esto propiciara
la hechura de un arte miserable. Caravaggio
no desvinculó el arte de los aspectos divinos de la existencia humana,
sino que antes buscó ambientar tal existencia en una complejidad real,
recurriendo al claro-oscuro como una forma de revelación sutil del
sufrimiento humano. Más allá de eso, la exposición de detalles formales
era precisa y sugería que no hay detalle sin importancia en una obra de
arte. La textura de una tela asume la connotación del verbo en un poema.
La luminosidad define la ambientación y también el clima psicológico. Más
que simplemente desacralizar los abusos conceptuales del arte que le era
contemporáneo, el pintor italiano proponía una carnalidad insurrecta,
una irreverencia del hombre a favor de sí mismo. Caravaggio era un cristiano que se rebelaba contra la degradación del cristianismo llevada a cabo en su época por la Iglesia. Sus obras fueron en gran parte relegadas, y vivió una vida de bohemia y descrédito. Casi no hay registros de sus técnicas de trabajo. Aunque conocido como un naturalista, el pintor barroco tiene mayor importancia por la relectura que hace del Renacimiento, imprimiéndole una ontología indispensable. En un momento en que el arte se halla enteramente sometido a los intereses mercadológicos, Caravaggio nos entrega a todos la lección de que el artista sólo reflejará críticamente la época en que vive, si no se convierte en subalterno de las instancias del poder. |
por Floriano Martins
Versión traducida del portugués por Saúl Ibargoyen
Editado por el editor de Letras Uruguay
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