Shelley. Poeta del mundo renovado

por Ardoino Martini

El poeta es una cosa etérea, alada

                                         Platón

 

“Des sa naissance, il eut “la visión" de la beauté et du bonheur sublimes, et la contemplation du monde ideal, 

l´arma en guerre contre le monde réel”.

                                            Taine

ES difícil hallar en toda la literatura universal otro poeta que haya expresado, como Shelley, con una elevación espiritual tan singular, con una potencia emotiva tan subyugadora y una belleza de forma tan fulgurante, los ideales sublimes de una nueva y más dichosa humanidad, libre de prejuicios y errores ancestrales, apartada por completo de las fuentes envenenadas del mal y de la miseria y redimida para siempre por el Amor eterno y soberano. Los biógrafos y críticos, al través de los cuales han llegado hasta nosotros los episodios culminantes de la vida del lírico más grande que ha producido Inglaterra, después de Shakespeare el Único, admiten todos por igual la imposibilidad de separar la obra de su autor, de disociar las acciones del poeta de las creaciones de su fantasía, ya que un vínculo sutil y misterioso parece unirlas en un todo perfecto e indisoluble. Si no fuera así, resultaría extraño e inexplicable a veces el comportamiento de Shelley en su vida exterior; raros e incomprensibles a la vez, sus gestos, por momentos bruscos y sorprendentes, en el trato diario con sus semejantes. Con frecuencia él aparecía a sus amigos y familiares como un peregrino de un mundo irreal, envuelto como Ruy Blas en su sueño hermoso; ajeno a las preocupaciones del cotidiano vivir; aislado de los demás, en la plenitud de sus construcciones imaginarias, al par de un asceta en acto de adoración, en comunión mística con lo divino.

Su tragedia íntima, que le persiguió de continuo como un Hada maligna e implacable, en su breve paso sobre la tierra, debe en parte atribuirse a su desdén absoluto y a su incomprensión manifiesta por las pequeñas cosas vulgares, de que se compone la trama de la vida mundana; a su irreverencia innata por el respeto a la tradición y a la jerarquía, que él consideraba intolerables, no obstante su cuna privilegiada y su noble alcurnia. Más que todo, empero, a su deliberada e irreductible inadaptación a la moral hipócrita y convencional, que él despreciaba; a la mentira tolerada e impúdicamente justificada, por mutuo y tácito consentimiento, de la sociedad en que vivía, tan diversa y tan lejana a la vez de la que habitaba su Ciudad Ideal, creada por el poeta en un momento de éxtasis lírico y vestida de belleza por la elevación y musicalidad de su verso potente.

Eran dos mundos: el real y el ideal, que luchaban en su espíritu para imponer su primacía y predominio. De un lado: la renuncia, por cobardía moral o simple mimetismo social, a ser lo que uno es para adoptar, en cambio, el modo de ser y el continente uniforme y estereotipado del tipo medio humano, que no debe desentonar con la vulgaridad dominante; la claudicación paulatina, por coacción soportada con supina resignación, de ideas o creencias insólitas o audaces, que podrían ofender los oídos delicados de un puritanismo falso y ocasional; el conformismo sumiso y total a reglas de conducta impuestas por una mayoría mediocre e intolerante y el egoísmo crudo, helado y agresivo. Por el otro, en cambio, la rotunda afirmación de la propia personalidad, en cualquier momento y en toda situación; la libertad absoluta de emitir doquiera el propio pensamiento, sin reservas ni cortapisas humillantes; el no conformismo a la mentira, a la hipocresía y al cant vetusto y tradicional; el altruismo amplio, generoso y exquisitamente humano. Dos mundos, dos concepciones de la existencia antagónicos e inconciliables para un espíritu puro y sensitivo como el poeta de Epipsychidion, imbuido de las ideas de justicia y libertad, y que creía de verdad que la bondad, la belleza y el amor fueran entes reales; formas sublimadas sí, pero humanísimas, de nuestra vida emocional.

Sobre este aspecto del arte shelley ano tuvo una feliz y acertada intuición Macaulay, quien en su bello ensayo sobre Bunyan, al establecer cierto paralelismo entre el autor del "The Pilgrim's Progress" y Shelley, en el sentido que ambos dieron a lo abstracto igual interés que a lo concreto, dice que nuestro poeta hizo de un sistema metafísico duro, frío y oscuro, un Panteón magnífico, lleno de formas hermosas, majestuosas y vivientes. El mismo ateísmo, según el ilustre crítico e historiógrafo inglés, él lo trasmutó en una rica mitología, con visiones tan gloriosas como los dioses que viven en los mármoles de Fidias o las vírgenes que nos sonríen desde los lienzos del Murillo. El Espíritu de la Belleza, el Principio del Bien, el Principio del Mal, evocados por el poeta, cesaban de ser abstractos; tomaban forma y color. Tampoco eran meras palabras, sino "intelligible forms", "fair humanities", "objets of love, of adoration, or of fear".

* * *

El conflicto entre los dos mundos: el de la imaginación y el de la vida real, de que habla Taine al referirse a Shelley, tuvo, como era dable esperar, una influencia decisiva y preponderante en las producciones de mayor significación y de más alto vuelo lírico del prodigioso poeta. Tal, entre otras, el pequeño poema titulado: Alastor o El Espíritu de la Soledad, que revela ya, según Symonds, la grandeza de su genio. E. W. Edmunds, a su vez, en su breve e interesante biografía del poeta, reconoce que es el primero de sus poemas, que contiene la nota inequívoca de una grande y duradera poesía. La elección del título, que es, en griego, el nombre de un genio infernal y vengativo, quien llevaba sus víctimas a lugares apartados y desiertos, se explica por haber querido Shelley describir la Némesis de las almas solitarias. En el prefacio, en prosa, que precede al poema, dice el poeta que "Alastor" representa un joven de sentimientos incorruptos y de espíritu aventurero, quien viene llevado en alas de una imaginación inflamada y purificada por lo grande y majestuoso, a la contemplación del universo. Bebe en las fuentes del conocimiento, pero no queda, sin embargo, satisfecho. Llega, empero, un momento que sus bellas construcciones mentales, las figuras aéreas y cambiantes de su fantasía, no apagan ya su deseo siempre tenso e inexhausto. "He images to himself the Being whom he loves". La visión a la cual da vestidura corpórea su propia imaginación y reúne en sí todo lo que el poeta, el filósofo o el amante han podido idear de bello, sabio o maravilloso, no existe en la tierra. La amargura y el desencanto de la triste comprobación, agosta sus energías vitales y le lleva prematuramente a la tumba. "Alastor", que, al decir de Symonds, aparte de su mérito intrínseco como obra de arte, tiene también un gran valor autobiográfico, expresa, efectivamente, la idea del amor ideal, exaltada más de una vez por el lírico incomparable: tal como la concebía en sus luminosas abstracciones y repetía, luego, en una de sus últimas cartas. "Yo creo, así escribía Shelley, que uno está siempre enamorado de una u otra cosa; el error, y confieso que es difícil de evitar por un espíritu de carne y huesos, consiste en buscar en una envoltura mortal la imagen de lo que, acaso, es eterno." Este error, sin embargo, él le llama "generous", porque, según la ética shelleyana, la búsqueda persistente de superiores estados de alma, en que el sentimiento se purifica y afina; el intelecto plasma de humanidad sus creaciones más nobles y todo el contenido de la conciencia se vuelve sustancia de amor, es digno de los seres de excepción, que sienten en sus propias entrañas repercutir hondamente los dolores o los goces de sus semejantes.

Los que son incapaces de una solidaridad afectiva con todo lo humano; los que ignoran las divinas inquietudes y el deseo permanente por todo lo que eleva y sublima la existencia, son para el poeta, moralmente muertos. Ellos no son, para decirlo con sus propias palabras, ni amigos, ni amantes, ni padres, ni ciudadanos del mundo, ni benefactores de su propio país. El error de Shelley, como observa justamente Clutton-Brock, ha sido el de confundir sus sueños de amor con los sueños del milenio. Su ideal femenino, que él creía ver realizado en "a beautiful girl", no podía concebirlo de otra manera sino en forma de un alma gemela que compartiera con él su misión redentora. No le movía solamente su propia felicidad, sino el bien, la dicha de los demás. No era el ego móvil de sus actos, sino "los otros", los que sufren y esperan un mundo mejor.

El poema tiene pasajes de indiscutible belleza. Escrito en versos libres, en los que adviértese a veces reminiscencias de Milton y Wordsworth, perfílase ya en ellos por la entonación grave y majestuosa, leve y suave por momentos como el insinuante susurro de una overtura de violines, las excelentes cualidades musicales de la lírica shelleyana. Tanto en la invocación inicial: "Earth, ocean, air, beloved brotherhood!", en la que celebra el poeta la fraternidad esencial de los tres elementos: la tierra, el mar y el aire, que tanta parte tienen en el panteísmo luminoso de Shelley, y cuya participación en la vida universal ningún otro como él ha desentrañado con visual más penetrante, ni revelado con mayor profundidad su sentido esotérico, como en el curso de la narración poética, cortada a menudo por vaporosas divagaciones, a las que el color, el alma y el embrujo del paisaje maravilloso confiere una substancialidad permanente, se presiente ya el creador del "Prometheus Unbound", de "The Witch of Atlas", de "Helias" y del "Epipsychidion".

* * *

Lo que singulariza la poesía de Shelley y da un valor único a su música interior es la emoción y ternura que circula en ella, con tensión inigualable y conmovedora; que atrae y subyuga con su oculto y dulce poder de simpatía; que eleva el pensamiento y dulcifica el corazón. Es el sentido de la fraternidad universal, expresado en forma insuperable y extendido a todas las cosas, como un vibrante e incontenido anhelo de paz, de justicia y de armonía mundiales.

La semblanza del poeta, que nos han transmitido Hogg, Medwin y otros, nos revela ciertos aspectos de su carácter, que explican la virtud magnética y el poder sugestivo de sus líricas, como también el interés fascinador por las ideas de redención social que él ve realizadas por su inquebrantable voluntad de amor y su fe ciega y absoluta en el despertar del ángel que duerme en lo más profundo de todo ser. Para el puro, en efecto, como dice uno de los versos de "The Revolt of Islam", todas las cosas son puras. La figura de Shelley era alta y esbelta; sus facciones no regulares, pero delicadas, casi femíneas, realzadas por una cabellera bruna y fluente; los ojos azules, profundos y brillantes. Su continente todo, revelaba su distinción espiritual y captaba de inmediato la simpatía de quien le veía por primera vez. Su voz, que solía adquirir, a veces, tonos agudos y estridentes ante una injusticia o un acto innoble y repugnante, se volvía dulce y tomaba inflexiones cautivadoras cuando leía versos o platicaba, al estilo platónico, en rueda de amigos de ambos sexos, sobre la amistad, el amor, la justicia u otros temas trascendentales. Como todas las naturalezas finamente templadas, él vibraba, según Symonds, en perfecta armonía con los sujetos de su pensamiento. En ningún otro sér, agrega uno de sus biógrafos, era dable encontrar el sentido moral tan bien desarrollado como en Shelley; en ningún otro, a la vez, tan aguda la percepción de lo justo y lo injusto. Cuán vehemente era el deseo de la elevación intelectual y celestial el vigor de su genio, de igual modo visibles eran la pureza y la santidad de su vida. Dos principios fijos primaban en su espíritu: un fuerte e indomable amor por la libertad, en sentido absoluto, y un amor igualmente ardiente por la tolerancia de todas las opiniones, y, especialmente, de las religiosas una tolerancia entera, completa, universal e ilimitada. Como un corolario necesario, él sentía también un aborrecimiento profundo por las persecuciones, de cualquier clase que fueran. Pero, la fuente originaria de donde emanaba su pureza de alma y su alto sentir, era el amor, connatural a su espíritu. Nacido primero al calor de los afectos familiares en la intimidad del hogar; ampliado, después, y enriquecido de sensibilidades nuevas en la convivencia con los amigos, tornóse, luego, delicado, soñador y alado al revelársele en todo su esplendor el eterno femenino. Al agrandarse más tarde e intensificarse siempre más, de grado en grado, y en círculos más vastos, como las olas sucesivas del mar ligeramente encrespado, a medida que se afinaba y elevaba su intelecto de amor, llegó, por último, a abarcar e involucrar en sus espiras a todo el género humano.

* * *

Es este aspecto de la psyquis shelleyana que comunica a su arte un sello personal inconfundible. Ha habido, seguramente, otros poetas, que, conmovidos y entristecidos a la vez por las miserias y las injusticias humanas, han encontrado en su lira acentos sublimes de ternura y de piedad para los oprimidos, o estrofas flageladoras para los verdugos y los opresores. No hay quien no recuerde el apasionado y estremecedor 'The Cry of Children" de la Barrett Browning, en donde la exquisita poetisa presenta, en una serie de cuadros reales y aterradores, el cruel destino de los pobres niños abandonados o condenados a trabajos duros y agotadores, que los lleva antes de tiempo al sepulcro: "That we die before our time". Así también "The Song of the Shirt" de Hood, que es la dolorosa odisea de las infelices costureras, sin juventud ni ventura; "Les Tejedores" de Heine y tantas otras poesías circunstanciales, que son expresiones varias y diversas de estados emotivos intensos sí, mas fugaces; de vibraciones sentimentales, que en el mismo acto creativo hallan su plenitud y disipación paulatina. No así la poesía de Shelley. Toda ella está permeada, iluminada y sublimada por la belleza de la idea, que arde como una llama en el corazón del poeta y vive invicta en su espíritu, no obstante el desmentido o la negación de los hechos, las burlas y delusiones que encuentra a su derredor y las inevitables amarguras de la incomprensión: la idea de la perfectibilidad humana y de la posibilidad de una vida superior, tan luego sean destruidas por la potencia invencible y avasalladora del amor las raíces del egoísmo y de la maldad en los corazones de los hombres.

Se ha reprochado al poeta su inclinación a lo fantástico y lo sobrenatural; su soledad espiritual; su reverente amor por los mitos; su fe platónica en la anamnesis, sin darse cuenta que estas diversas facetas de su genio son las que dan a sus versos su peculiar sortilegio y su inmarcesible juventud. ¿Cómo podía comprender y penetrar los sutiles argumentos, inspirados en gran parte por la "Vita Nuova" del Dante, sobre la mística del amor del Epipsychidion, una mente positiva y escéptica como la del crítico y ensayista Hazlitt, quien censura a nuestro poeta el apartarse del sistema de realidades y del conjunto de sentimientos, que regulan la existencia común, para refugiarse en las puras regiones de la especulación y la fantasía, en donde su espíritu encantado flota en "seas of pearl and clouds of amber"? Y un escritor como Bagehot, cuya especialidad son los temas de economía y de finanzas, ¿con qué autoridad podía juzgar, como él lo hace, en forma despectiva y suficiente, una poesía como la de Shelley, que es toda una urdimbre complicada y misteriosa de pensamientos altos ccmo el cielo, y de visiones celestiales, que al "despertarnos del sueño inquieto de la vida" nos hacen presentir en toda su grandiosidad y magnificencia el divino e insondable misterio? Browning, en cambio, que es un alto y noble poeta, al preguntarse cuál es lo que caracteriza en grado máximo la poesía de Shelley, responde que es "su simultánea percepción de la Potencia y el Amor en lo absoluto y de la Belleza y la Bondad en lo concreto", reconociendo, además, que la especial función del poeta fué la de tender un puente desde la realidad, tal como comúnmente la entendemos, hasta la realidad más alta, que solemos llamar el ideal.

P. B. Shelley: El romántico revolucionario

6 may 2019 Esta conferencia trata sobre P. B. Shelley: el romántico revolucionario 

Ensayo de Ardoino Martini


Publicado, originalmente, en: Revista Paraná nº 2, primavera 1941

Revista Paraná fue publicada en Rosario entre 1941 y 1943, bajo la dirección de Ricardo Ernesto Montes i Bradley  

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/parana-no-2/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Ardoino Martini

Ir a página inicio

Ir a índice de autores