Conversación sobre Federico García Lorca 
Juan Marinello

Quien no conoció a Federico García Lorca quedará siempre a medio camino en el entendimiento de su singularidad. Desde luego que la firme excelencia de su obra, que lo sitúa entre los grandes poetas de su tierra y muy en la línea con Manrique y Garcilaso, Góngora y Quevedo, no amenguará con el paso del tiempo. Los que lo lean hoy o mañana sentirán sin duda la presencia de aquella fuerza rebelde y fiel hecha de milagrosa encarnación de los viejos jugos de su tierra; pero no gozarán del espectáculo prodigioso de sentir nacer esa fuerza del hombre profundo y radiante. 

La presencia de Federico queda como la evidencia y la fatalidad de su poesía. Aquella irradiación de niñez defendida, aquella sabiduría inspirada, aquella vieja y naciente alegría no podía desembocar sino en su poema y en su farsa. Nunca ante un escritor he tenido la revelación de que había nacido para darnos la obra que le conocíamos y la impresión de que su llegada al mundo se justificaba por ello. De ahí viene que no lo pueda leer sino en su misma voz y en su mismo gesto, en aquel asombro infantil de su propia pena, que fue su encanto mayor.

En otra parte he dicho como la estancia habanera de Federico García Lorca fue el más gozoso deslumbramiento. Había muchas razones para ello. Federico estaba en un instante hermoso, gozaba la conciencia de su victoria, la sabía de auténtica hondura, porque la había alcanzado como hijo legítimo de su tierra; sentía crecer bajo su sangre las conquistas futuras, había dado con raros hallazgos, pero sabía que le esperaban otros mayores. Había tocado el gusto de una gloría que sabía duradera, pero nadaba en el gozo de una adolescencia prolongada que recibía cada triunfo con virginal alborozo. A lo radioso de su instante hacían coro las gracias del ambiente. Lo andaluz es lo más cercano a lo criollo, en su arranque europeo. Y lo negro posee subterráneas comunicaciones con lo gitano, dentro de sus diferencias radicales. Federico encontraba un molde ajustado y gozoso en la Cuba de 1930. La isla fue para él como el puente de un velero resonante. Venia del New York violento y sombrío, que tan hondamente lo había removido, partía hacia sus singulares y durables hazañas teatrales; se prometía el conocimiento ahincado y moroso de las tierras hispanoamericanas; soñaba con París, universalizador seguro de su valía; adivinaba su tarea de inquieta madurez entre las misteriosas solicitaciones de su Andalucía maternal.

En aquella oportunidad dichosa conocí al poeta. Nuestra amistad fue breve e intensa y tengo de ella pruebas y recuerdos que quiero recoger aquí. Algunas cosas de las que rememore nos darán un poco, un poco nada más, del muchacho milagroso, tocado de singulares gracias; otras tendrán cierto valor documental que ofrezco como un deber a los muchos que en el ancho ámbito hispánico se ocupan hoy de compulsar su obra, de editar su verso y su teatro, de conocerle la intimidad creadora, de entender mejor algún aspecto de su arte, a la vez claro y barroco, popular y culto.

Guardo entre mis libros un ejemplar de las Canciones de Federico como una prenda invalorable. El libro es un recuerdo de fraternal camaradería. Federico llegó a mi casa en las horas del mediodía: salió muy entrada la noche. Mientras hablábamos de todo y de todos, dibujaba con lápices de colores las páginas de su libro. "Quiero que veas, me decía, que soy mucho mejor pintor que poeta". Pensó primero en dejar en sus Canciones algunos rasgos sugestivos; pero fué animándose en la tarea y dejó al fin, escoltando sus poemas, estampas primorosas. Debajo de la dedicatoria cordialísima escribió: "con cuatro dibujos y dos más". Lindos son los dibujos, tocados de su duende inseparable. No los he visto mejores de su mano. Bien se ve que no fue la pintura su violín de Ingres sino el costado gráfico de su gracia lírica; la alusión irónica de su propia fuerza creadora. Al entregarme el libro, Federico me explicó un poco sus dibujos; y cada explicación valía los trazos y les añadía historia y poesía; eran las frutas alegres de sus campos inventados, la señorita romántica transitando por la alameda a media luz con una sola palabra en sus labios: amor: la muchacha andaluza defendida en su velo de pampones menudos; la pera y el dado. Y un joven, "ilustración del 900", perseguido por manos de todos los tamaños y colores y la faz irremediablemente triste. "Este chico, decía Federico levantando el lápiz, ya no podrá estar alegre, porque no dio las bofetadas a tiempo ..."

Tengo bien presente que fue en aquella tarde cuando me leyó Federico el borrador de su conocidísimo Son de negros en Cuba, único poema, según mis noticias, en que registró su escala cubana. La obra está apenas esbozada y el autor me explicaba la razón de algunas alusiones, sin duda sibilinas o arbitrarias, para quien no tenga el agarre de aquella explicación. En el son habla Federico de "la rubia cabeza de Fonseca" y del "rosa de Romeo y Julieta". (Por cierto que en la edición de Séneca, México 1949, se dice: "Y con con la rosa de Romeo y Julieta". Y en las Obras Completas al cuidado de Guillermo de Torre se pone "rosal". Ni una cosa ni la otra: Federico se refería al rosa, al color típico de las ilustraciones románticas de la fábrica de tabacos habanos de ese nombre).

Al darme la clave de estos versos me decía Federico como la primera noticia que le llegó de Cuba fueron los estuches de tabacos de la isla enviados a su padre, en su infantil Fuente Vaqueros. Las láminas de la tapa interior —carreras de palmas, cielos de turquesa, oscuras hojas de tabaco, profusión de medallas doradas. Romeo bajando por la inevitable escala ... Y en el centro, dominándolo todo, la erguida cabeza del Sr. Fonseca, rubia la melena cuantiosa, rubia la cuidada barba. Agradó mucho a Federico saber que el Sr. Fonseca que parecía en las complicadas estampas como el dominador de un mundo de colores, había sido hombre sensible a las artes y protector de artistas.

Otra imagen del son — bellísima— se capta mejor cuando se recuerda su explicación. Es aquella en que el poeta llama a Cuba "arpa de troncos vivos". Federico había recorrido la isla y me confesaba que al atravesar el suave arco sellado de palmeras le quedaba la visión de un arpa gigantesca formada por millones de troncos lucientes, esperando una mano que les arranque una sinfonía suave y caliente: "arpa de troncos vivos" ... Terminado el comentario de su poema en formación, repetía Federico como acariciándolo el lindo verso del remate: ¡Oh, Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!

Aquella tarde me dejó Federico dos poemas para ser publicados en la Revista de Avance, aquella que cambiaba la piel, el nombre con el año: un soneto impecable, de muy neto perfil lorquiano y su Balada Doble del Lago Edem, después recogida en su libro Poeta en Nueva York. El soneto, que no he vista en ninguna de sus Antologías ni Obras Completas es aquel que dice:

                                    Yo sé que mi perfil será tranquilo

en el musgo de un norte sin reflejo

Mercurio de vigilia, casto espejo

en que te quiebre el pulso de mi estilo.


Que si la yedra y el frescor del hilo

fue la norma del cuerpo que yo dejo,

mi perfil en la arena será un viejo silencio

sin rubor de cocodrilo.

 

Y aunque nunca tendrá sabor de llama

mi lengua de palomas ateridas

sino desierto gusto de retama.

 

libre signo de normas oprimidas

seré en el cuerpo de la yerta rama

y en el sin fin de dalias doloridas.

En el original, escrito a lápiz con aquella su letra escueta y vertical, queda la huella de una vacilación. Al llegar al primer terceto, Federico ensaya un distinto desarrollo y final, que tacha enseguida con firme repulsa. El intento queda encerrado, preso, castigado entre gruesos barrotes de trazos; pero entre las rejas puede leerse:

 

Hojas grises darán dolor al río

y los insectos buscarán en vano

luces de primavera por el frío...

Bellos versos, sin duda; pero que son una desviación de la sostenida tersura en que está el encanto mayor del soneto. Una sola diferencia notamos al comparar el original y lo que, corregido por su mano, vio la luz en el número de la Revista de Avance de abril de 1930: en el original había escrito Federico: "será en el cuello de la yerta rama ..."

En cuanto a la Balada doble del lago Edem, la versión que me dejó Federico andaba lejos del toque final, aunque algunas estrofas estaban culminadas. Compulsando aquella versión con las que aparecen en las ediciones citadas se advierten variantes muy significativas y, como sucede siempre al verdadero creador, se desechan bellezas indudables y no siempre la forma definitiva es la más feliz. Por otra parte, en la edición de Bergamín se nos dan dos versiones de muy señaladas diferencias. Y en la de Guillermo de Torre se advierten cambios en relación con la de Séneca. Lo mejor será que ofrezca la versión que me dejó el poeta. Dice así:


Balada doble del Lago Edem


Nuestro ganado pace. El viento espira.

                                       Garcilaso.


Era mi vos antigua
ignorante de los densos jugos amargos
la que vino lamiendo mis pies
bajo los frágiles helechos mojados.

 

Ay, voz antigua de mi amor

¡Ay, voz de mi verdad! Voz de mi abierto costado

cuando todas las rosas brotaban de mi saliva

y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!


Ay, voz antigua que todos tenemos,

pero que todos olvidamos
sobre el hombro de la hora, en las últimas expresiones
en el espejo de los otros o en el juego del tiro al blanco.


Estás aquí bebiendo mi sangre

bebiendo mi amor de niño pasado
mientras mis ojos se quiebran en el viento

con el aluminio y las voces de los soldados


Déjame salir por la puerta cerrada
donde Eva come hormigas
y Adán fecunda peces.
Déjame salir hombrecillo de los cuernos
al bosque de los desperezos y los alegrísimos saltos


Yo se que el uso más secreto

que tiene un viejo alfiler oxidado

y sé del horror de unos ojos despiertos

sobre la superficie concreta del plato.


Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,

quiero mi libertad. Mi amor humano

en el rincón más oscuro de la tierra que nadie quiera

con mi nativo desprecio del arte y la correcta ley del canto.


Esos perros marinos te persiguen

y el viento acecha troncos descuidados.

¡Ay, voz antigua, quema con tu lengua

esta voz de hojalata y de talco!

 

Quiero llorar porque me da la gana

como lloran los niños del último banco

porque no soy un poeta, ni un hombre ni una hoja
pero si un pulso herido que ronda las cosas del otro lado.


Quiero llorar diciendo ni nombre

Federico García Lorca, a la orilla de este lago

para decir mi verdad de hombre de sangre

matando en mi la burla y la sugestión del vocablo.


Aquí frente al agua en extremo desnuda

busco mi libertad, mí amor humano

en el vuelo que tendré luz o cal viva

mi presente en acecho sobre la bola del aire alucinado.

 

Poesía pura. Poesía impura.

Vana pirueta, periódico desgarrado.

Torre de salitre donde se entrechocan las palabras

y aurora lisa que flota con la angustia de lo exacto.


No. No. Yo no pregunto. Yo deseo.

Voz mía libertada que me lames las manos

En mi laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe

la luna de castigo y el reloj encenizado.

 

Aquí me quedo solo, hombrecillo de la cresta

con la voz que es mi hijo. Esperando

no la vuelta al rubor y al primer gusto de la alcoba
pero si mi moneda de sangre que entre todos me habéis quitado

 

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la broma y et sueño y la muerte me estaban buscando
Allí donde mugen las vacas que tienen rojas patitas de paje.
Y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

Tiene mucho interés comparar esta versión primera con las que aparecen en las ediciones aludidas. Hay variantes en casi todas las estrofas y en versos de la misma estrofa. Así, en el octavo verso. Federico puso primero saliva, que quedó después en lengua. En la estrofa séptima encontramos este verso: "con mi nativo desprecio del arte y la correcta ley del canto" que después desaparece. La novena estrofa ofrece cambios notables. En las versiones recogidas -no del todo iguales—. leemos:

Quiero llorar diciendo mi nombre,
—rosa, niño, abeto— a la orilla de este lago
para decir mi verdad de hombre de sangre...

En la versión que conservamos hay, sin duda, un dramatismo más directo y conmovido al llorar el poeta su propio nombre. Ya sabemos que no es la única vez que Federico sufre, en medio de sus versos, la angustia y el asombro de su nombre. Recuérdese en sus primeras canciones la pregunta ensimismada:

 

Y entre los juncos y la baja-tarde

que raro que me llamen Federico.

Y más tarde en el Romancero Gitano:

 

—Ay. Federico García, llama

a la Guardia Civil!
 

La estrofa, honda y hermosa, en el que el hombre de sangre quiere decir su verdad sin fórmulas, sin "la burla y la sugestión del vocablo", aparece más entrañada y poderosa con el ingrediente del nombre propio, con la cifra exacta en que pelean el artificio y el pulso:

 

Quiero llorar diciendo mi nombre

a la orilla de este lago

Federico García Lorca.


Pero donde está la capital diferencia entre la primera versión y las dadas en libros es la supresión total de las estrofas once y doce:

 

Aquí frente al agua en extremo desnuda.

Poesía pura. Poesía impura...

¿Repudió Federico estas estrofas? ¿Las sustrajo para darle, por otro lado, aire y desarrollo? Pudiera decirse que no tienen el pulimento de las otras; pero no podría negare que hay en ellas un momento de hondura y bellezas singulares, léanse con toda atención estos ocho versos. No creo que haya momento en la obra de Federico en que se enfrentan tan dramáticamente la sed de libertad, de amor humano, con el demonio do la expresión inusitada. El poeta no quiere su vuelo futuro —luz o cal viva—, ni el acecho del hallazgo "sobre la bola del aire alucinado". El remordimiento de la poesía pura ("poesía impura"), "vana pirueta", "torre de salitre donde se entrecruzan las palabras y aurora lisa que flota con la angustia de lo exacto", alcanza aquí una evidencia lacerante. Aquí el poeta no pregunta, no espera: desea. Si tuviera yo autoridad para tanto, pediría a los futuros editores de las obras do García Lorca que acogieran estas estrofas que completan e integran el sentido trágico de este canto. La pugna agonal —que el agua desnuda del lago agrava y precipita— entre la sangre y el arte, entre la cárcel de la norma y la libertad del amor humano, sólo queda expresada plenamente si se mantienen estas estrofas, las que entregan mejor el sentido recóndito, trascendente del poema.

Cada vez que se cumple un año más del asesinato de Federico por la barbarie franquista, se impone una meditación de su rara calidad creadora. En verdad que hay mucho que buscar, que encontrar, que ahondar en su poesía. Su teatro, gran poesía, está esperando una calibración digno de su rango. Cuando se haga, se comprobará hasta donde había en él una rara sustancia, una Gracia rica de gracias, venida de lo más radical y profundo del tiempo español. Su teatro es clásico en la medida más difícil y exacta: por fidelidad sustancial a la magia escénica de Calderón y de Lope: liturgia y pueblo; por su virtud incomparable de tocar lo circundante, lo contemporáneo, con dedos cargados de niebla de siglos. Los que conocimos a Federico gozamos el privilegio de asomarnos a un manantial impetuoso y bullente, pero en cuyas aguas se sentía ya la ancha claridad y el poder de su permanencia. En una distancia a la que su fuerza otorga perspectivas históricas se va descubriendo su estatura creciente. Los viejos creyentes se alborozaban al tocar "cuerpo de santo". Los que vimos en Federico aquel desenfado gallardo, aquel tuteo de la gloria, podemos decir que tocamos "cuerpo do clásico". En las luces de su teatro vendrán a encender sus fuegos los autores de mañana. Cierto que no pudo darnos la farsa cumplida en que se fundieran gozosamente su humanidad y su invención, pero en las que nos dejó está la marca de un camino certero y el perfil de una gran hazaña: la de recoger las esencias, transformadas, del gran teatro español y situarlas al nivel de su tiempo, y abanderarlas hacia futuras grandezas.

 

Juan Marinello
Gaceta Literaria Nº 4 - mayo de 1956

Gentileza de Razón y Revolución - Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales
http://www.razonyrevolucion.org/ceics/GACETA1/gaceta/GL4.pdf (versión en .pdf)
 

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Federico Garcia Lorca (Parte I)

 

Federico Garcia Lorca (Parte 2)

Publicado el 9 jul. 2015

Especiales de la historia contados de la mano de la historiadora Colombiana Diana Uribe.

 

PACO IBÁÑEZ CANTA A FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Lola Flores - Réquiem por Federico García Lorca

Actualizado el 5 dic. 2010

Magnifica versión recitada por Lola Flores del poema de Rafael de León titulado Réquiem por Federico.
Texto:


Lo mataron en Granada,
una tarde de verano
y todo el cielo gitano
recibió la puñalada...

Sangre en verso derramada,
poesía dulce y roja
que toda la vega moja
en amargo desconsuelo
«sin paño de terciopelo
ni cáliz que la recoja».

(Por cielos de ceniza
se va el poeta;
la frente se le riza
como veleta.
Toda Granada
es una plazoleta
deshabitada)
«Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos».
En la palma de sus manos
como un niño lo traían...

Las mujeres se partían
los volantes de la enagua,
y el Darro bailaba el agua
en amargo soniquete
que sonaba a martinete
y a cante grande de fragua...
(¡Encended los faroles;
romped el velo;
bailar por "caracoles",
que viene el duelo!
¡Como una espada,
llevadlo, así, entre "oles"
por su Granada)
Dónde vas tú buen amigo
quédate aquí con nosotros;
están soltando los potros
junto a lo verde del trigo...

Están soñando contigo
borrachos de calentura,
los toritos de miura
sedientos de primavera
y hay una boca que espera
morderte labio y cintura...

(Desnúdate deprisa,
que vengo herido;
quédate con la risa
como vestido...
Quiero beberte
y que luego dormido
venga la muerte...)
«Rosa de los Camborios
gime sentada a la puerta»
medio viva y medio muerta
entre paños mortuorios.

A la luz de los velorios,
con pena de jazmín chico,
muestra sus pechos helados,
heridos y acuchillados
lo mismo que Federico.

(¡Que doble, bronce y plata,
la Vela, Vela,
que se ha muerto la nata
de la canela!
Mi bien amado
de limón y ciruela
va amortajado...)

«Hijo, ¡hijo con un cuchillito
que apenas cabe en la mano»,
de tu romance gitano
cortaron la flor del grito!

¡Ay, qué dolor infinito
de pedernal y de rosa;
voy y vengo como loca
sin que consolarme pueda
porque ni un hijo me queda
para llevarme a la boca!

(Aquel traje de pana
que se ponía...
Aquella faja grana
que se ceñía...
¡Tanto cuidarlo,
y una flor de canana
para matarlo!).
(¡A la nana, mi niño,
que es madrugada...!
¡A la nana, mi niño,
flor de Granada!
¡Si yo pudiera
quedarme embarazada
yo te pariera!)
«Antonio Torres Heredia
Camborio de dura crin»,
llora al filo de la media
noche por el Albaicín...

Suena la voz de un muecín
delgada como una fuente,
y por el aire de oriente baja,
una paloma alada,
para besarle la frente
al poeta de Granada...

(¿A dónde vas, amigo,
con tu secreto?
Te llevarás contigo
flor y soneto...
¡Cómo gemía, cómo gemía
dentro de su esqueleto
la poesía!)

 

 

 

 

 

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