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Crónicas del fuego
por Eva Marabotto
todaslasartes.argentina@gmail.com 

 
 

Sueño con fuego. Las llamas trepan por las paredes y se enroscan en las cortinas. Se ensañan con los marcos de las puertas y alcanzan las ramas más bajas del árbol de tilo de la vereda. Oigo el crepitar de las llamas y huelo. Me despierto sobresaltada.  Apenas puedo respirar. La pesadilla vuelve una y otra vez. Aterroriza las noches de mi infancia.

Un día se concreta. Por la mañana mi madre me cuenta que prendieron fuego el negocio de mi padre. Recorro de su mano el local de paredes ennegrecidas. Lo veo levantar los fragmentos retorcidos de algunas fotos viejas. Lo veo acariciar un anillo de mi abuelo que se fundió con un dólar de plata. Forman una masa informe, caprichosa. Mi padre tiene la cara tiznada. Vende transformadores y fuentes para autoestereos y computadoras. Su mercadería es un amasijo de plásticos, chapa y restos de cables pegoteados. Le cuesta recuperarse. Nos cuesta recuperarnos.

Sigo soñando con fuego. Sigo oliendo aquel humo. Imagino llamadas en las que me avisan que se queman mi casa, mis libros, mi vestido de novia y aquel enterito lila que mi hija usó cuando salió de la maternidad. Cada tanto vuelve la pesadilla. Le temo al fuego más que a la muerte, más que al dolor.

Pero claro que Rubén Argomaniz no lo sabe. El no me conoce. Solo cambiamos algunos mails. Los suyos empezaron como un reproche furibundo porque el suplemento en el que trabajo confundió Del Viso con Garín. El vive en esta última localidad, un sitio abandonado a la buena de Dios y a la solidaridad de los vecinos. Me escribe para contarme que Garín existe en algún lugar del mapa de la zona norte de la provincia de Buenos Aires. Que tiene una casa de la cultura y una biblioteca y un cuerpo de bomberos voluntarios que cumple 35 años. Le propongo hacer una nota y me invita a conocerlos una tarde de verano.

Me cuesta aceptar. No quiero tener nada que ver con esa gente que no se detiene ahí donde yo vacilo. Pero le debo una a Rubén, enrolado en una cruzada por reivindicar a "su" Garín y allá voy con un remisero somnoliento. Me pregunto si mi chaperón será bombero o jefe del cuartel. Pero me encuentro con un señor de bigotes que ni bien sube al auto cuando pasamos a buscarlo me advierte que jadea porque tiene EPOC. No lo imagino sobre una autobomba o tratando de dominar el potente chorro de una manguera.

Mientras nos guía hasta el cuartel me cuenta que integra la comisión de vecinos que ayuda a los bomberos. "Cuando me detectaron este problema respiratorio, además de dejar de fumar decidí cambiar de vida. Empecé a trabajar menos, a disfrutar de mi familia y me acerqué a colaborar con los muchachos del cuartel". Junto a él hay otros vecinos. Algunos son comerciantes prósperos y otros jubilados que cuentan las monedas para llegar a fin de mes. Pero todos colaboran con el cuartel. Arman rifas, cenas y festivales, timbran casa por casa para que a los muchachos no les falte nada.

Después de cruzar la barrera llegamos a la sede del cuartel, en la calle San Luis al 3.700. En el camino transitamos barrios de casas bajas, calles de tierra y otras sembradas de pozos.  Rubén hilvana quejas: zanjas inundadas de barro a la vera de las calles, árboles sin podar desde hace años, una red de gas que demora en llegar a todos los vecinos y uan desidia gubernamental que genera que muchos vecinos prefieran decir que viven en los Altos de Pilar en vez de en Garín. "Lo dicen para jerarquizarse pero también para vender mejor sus casas. En vez de escalar como en todos lados los precios de las propiedades se desvalorizaron muchísimo porque faltan pavimentos, cloacas, seguridad, todo", resume el hombre que sabe de qué habla ya que trabaja en una inmobiliaria garinense.

Con semejantes prolegómenos pienso que voy a encontrarme con un patético cuartel de lo más profundo del conurbano bonaerense. Pero al entrar al galpón mis preconceptos se desmoronan. Puedo contar al menos diez móviles de todos los tamaños. Todos están relucientes. Hay autobombas con acoplado y una escalera de unos 50 metros de alto y otras más pequeñas destinadas, según me explican, a acudir a incendios más chicos. Pero también hay camionetas y camiones y hasta un jeep. Igual, mi favorito es el auto del comandante. Una especie de Cadillac descapotable en el cual puedo imaginarme a una estrella de rock o una versión corpórea de la Barbie. Es rojo y dorado y en una de sus puertas lleva pintado el logo "911".

Mientras camino fascinada entre los vehículos y me doy el gusto de trepar a la autobomba me olvido de mis pesadillas. Rubén me mira corretear y me propone conocer a los hombres que están de guardia, de los 65 que componen el cuartel. Ahí aparece Quique Escalante, el subcomandante a cargo, en ausencia del jefe que está en los Estados Unidos. Me cuenta el motivo del viaje. Hace unos años, en una noche de guardia Quique y otro compañero se contactaron con la Fundación 911, una ONG estadounidense dedicada a brindar capacitación y apoyo técnico en casos de emergencias o catástrofes. El nombre alude al día del ataque a las Torres Gemelas y el objetivo a preparar a las áreas encargadas de la defensa civil para otros hechos semejantes.

Durante un tiempo los mails fueron y volvieron y al cabo de unos meses las autoridades de la Fundación llegaron a ver cómo trabajaban los bomberos voluntarios de Garín. No se preocuparon por las calles de tierra ni por las plazas descuidadas. Pero quedaron fascinados por el empuje de esos hombres que cumplen guardias de 30 horas semanales sin mayor compensación que un seguro de vida por accidente y la promesa de una jubilación, pasados los 65 años. Ahí Quique me aclara que los bomberos no tienen sueldo y cada uno de ellos tiene un trabajo fuera del cuartel para mantener a su familia. "Yo trabajó en una fábrica y ayer cumplí mi turno de ocho horas. Ni bien me acosté con mi señora empezó a sonar la sirena. Ella empezó a rezongar porque la nena estaba durmiendo y además le da miedo que me venga en bicicleta cuando es noche cerrada. Pero tenía que venir", dice  uno de los hombres, sonrisa de niño, ojos inmensamente azules.

¿Habrán sido sus ojos? ¿Habrá sido su coraje? La gente de la Fundación foránea se entusiasmó con el cuartel y comenzaron a mandar no sólo móviles último modelo sino también instructores para dar cursos de rescates, defensa civil, evacuación en incendios y control de daños. En alguna oportunidad Garín fue la sede nacional de un Congreso al que llegaron bomberos de todas las latitudes de la Argentina. De Ushuaia a La Quiaca, como en aquel disco de León Gieco.

La recorrida nos lleva a la torre de control, un balcón de madera con el frente vidriado. Desde allí un bombero de guardia atiende las llamadas de auxilio y hace sonar las alarmas que ponen en funcionamiento la maquinaria del cuartel. Los hombres se enorgullecen de que en los últimos meses lograron bajar el tiempo de salida de las autobombas. Para mejorarlos colocaron un perchero con cascos, botas, hachas, pantalones, botas y camperas antiflamas en la entrada del garaje. Me pregunto cómo me vería con ese atuendo, pero sólo me dejan probarme un casco. No tienen espejo dodnde pueda mirarme. Maldigo la falta de coquetería masculina.

"En el último tiempo hemos tenido que rescatar caballos caídos en un pozo ciego y bajar un gato de un árbol, pero también intervinimos en incendios enormes como el de la fábrica de pinturas ALBA y otros en grandes plantas industriales que abundan en la zona.  Incluso recibimos un premio de Autopistas del Sol, la concecionaria de la Ruta Panamericana,  por salvar a una familia que había quedado atrapada en un auto después de un choque", enumera Escalante, el subcomandante del cuerpo que interviene en unos 570 incidentes anuales, con un promedio de entre 40 y 50 por mes que se incrementan cada diciembre por la sequía de los pastizales de la zona y la fascinación de los vecinos por la pirotecnia.

Mientras hablamos suena la alarma. La estridencia del sonido agudo me hace temblar y motoriza mis antiguos temores. Rubén sigue a mi lado y se entusiasma con la oportunidad que le brinda el pedido de auxilio. "¿Querés salir a un auxilio?". Muero por ir y sé que voy a morir de miedo. El operador alerta que se trata del incendio de una casa. Eligen una autobomba mediana y me explican en detalle algo sobre el agua que van a necesitar, pero no lo entiendo. Sí me queda claro que en caso de necesidad, sacarán el resto de los vehículos y alertarán a los cuarteles vecinos para que envíen sus dotaciones. Muchos tienen con los hombres de Garín una deuda de gratitud ya que por su intermedio recibieron donaciones de la Fundación 911.

Me acomodo en la autobomba roja y brillante y trato de no molestar. Me prometo no  hablar ni hacer preguntas. Me alcanza con tomar notas. El vehículo sale disparado por las calles de Garín. Dobla desenfrenadamente en algunas esquinas y reduce la velocidad o cruza hacia el carril contrario en las calles bacheadas. "Tenemos estudiados los caminos más rápidos para llegar a cada lugar de Garín. Y también nos aprendimos los pozos para no romper la autobomba ni demorarnos pro un accidente", me explica uno de los hombres.

El viaje no dura más de dos minutos peor se me hacen eternos. Imagino las llamas abrasando las paredes. Los gritos de los ocupantes de la casa. Aquel olor del negocio de mi padre. Deseo haber dicho que no. Deseo estar en mi casa con mis hijos. Pero una vuelta a la esquina y vemos unos cuantos vecinos curiosos frente a una casa baja con un galpón al costado. Un hombre empuña un matafuegos con fuerza. Alguien se lo ha acercado. La espuma cubre una esquina del galpón. Una mujer se acerca restregándose las manos. Nos explica que su marido estaba usando una amoladora y una chispa encendió un bidón de nafta.

La pareja agradece a los hombres que bajaron de la autobomba. Yo vuelvo en el remís que nos siguió a corta distancia. Siento alivio porque no hubo fuego ni destrucción ni derrumbes. Pero también una cierta decepción. Me había imaginado una película diferente. Plena de heroísmo y actos de arrojo. Los bomberos no comparten mi sentimiento. "Así es mejor. Preferimos que nos llamen antes de intentar apagarlo y que cuando lleguemos esté extinguido a que avisen cuando no tuvieron éxito y los daños son irreparables", filosofa José Salto, uno de los más veteranmos en las lídes de campear el fuego.

A su lado Franco Conidi se enorgullece de que participó en varias salidas desde que ascendió a bombero, apenas cumplió los 18, después de seis años de ser cadete. "Vine a los diez años a visitar el cuartel y me encantó Ahora es un orgullo acudir a un llamado", cuenta y admite que ser un servidor público lo convirtió en el héroe de sus ex compañeras del secundario.

Me ofrecen un diploma de bombero honoraria pero no creo haberlo merecido. Repasamos la historia del cuartel que nació en una vieja fábrica de soda abandonada. Me la cuenta "Totocho" Bozzano, uno de los integrantes de la comsiión directiva que llegó a poner dinero de su bolsillo para comprar el Volvo 47 que fue la primera autobomba. Me despido con la promesa de que voy a volver a la cena navideña en la que los voluntarios y la comisión festejan con su familia y reparten premios entre quienes se destacaron a lo largo del año.

Esa noche vuelvo a soñar con fuego. Las llamas trepan las paredes del negocio de mi padre. Se ensañan con los marcos de las puertas y los aparatos electrónicos acomodados en las estanterías. Desde el techo alcanzan las ramas más bajas del árbol de tilo de la vereda. De pronto una lluvia fina lo empapa todo, me moja la cara y la ropa. Me pregunto si allá en Garín habré conjurado mi miedo.

jueves, 12 de julio de 2012

Eva Marabotto
Gentileza de "Todas las artes Argentina"
http://todaslasartes-argentina.blogspot.com.ar
todaslasartes.argentina@gmail.com

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