Hegemonía, ideología y tradición ensayo de Francisco Manzo-Robledo
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Según Raymond Williams la definición tradicional de ‘hegemonía’ es dominación política, especialmente en relaciones entre estados, y es el marxismo quien extiende la definición de dominación a la relación entre clases sociales, especialmente a las definiciones de clase dominante (108). También nos dice que la hegemonía es un concepto que incluye y va más allá de otros dos: el de cultura como un proceso social totalizador, en el cual el ser humano define y moldea su propia vida (107) y el concepto de ideología, en uno de sus significados marxistas: un sistema de creencias ilusorias —ideas o creencias falsas— las cuales pueden confrontarse con el conocimiento verdadero o científico (55). Por otro lado tenemos el concepto de tradición, la tradición definida en el sentido más contundente: la expresión más evidente de las presiones y límites de la hegemonía; la tradición como una versión selectiva de un pasado formante, un presente preformado, lo cual es entonces un operativo poderoso en el proceso de definición e identificación social y cultural del ser (115). En este trabajo se utilizan los anteriores para aplicarlos, junto con otros estudios que cuestionan la manifiesta subordinación al patriarcado, al cuento “Anacleto Morones” de Juan Rulfo en El llano en llamas (tercera reimpresión 1982). Se desea analizar el discurso utilizado en la resolución del conflicto planteado en el texto para proponer una posible interpretación en el contexto social y literario. El cuento propuesto trata de los milagros producidos por la intercesión de seres humanos, santificados por una praxis ilegal e indocumentada evidenciada por el narrador, ya que el texto propone una artificialidad en el proceso de canonización; se trata de milagros inventados, bajo causantes nacidas de la fantasía e imaginación del fanatismo. En otras palabras, es la santificación forzada con un objetivo lejos de la espiritualidad, fuera de los procesos rigurosos que se les daría en la investigación de lo sobrenatural ocurrido para denominarlos milagros. El cuento “Anacleto Morones” trata sobre un charlatán con ese nombre, que se aprovecha de la superstición y falta de espíritu —ese anhelo de aferrarse a algo que parezca divino o sobrenatural— de la gente del pueblo de Amula (específicamente de las mujeres “beatas”), y que después de ciertas “curaciones” intentan proclamarlo “santo”. Lucas Lucatero es su ayudante de milagrería, participando de los trabajos pero no, como él lo desea, de las ganancias económicas que los trabajos o “milagros” proveen. El tiempo de ocurrencia no lo sabemos con certeza porque, característico en Rulfo, no nos da un punto definitivo; el cuento no tiene tiempo preciso, sólo ocurre más o menos a quince años de la Guerra Cristera, hecho que para poder efectuar la crítica, se vuelve importante ya que es ahí donde se liga con la historia. El conflicto “religioso” es común en la literatura. Fredric Jameson, nos da una idea del porqué, ya que según afirmaciones, con una sola excepción (capitalismo que se organiza alrededor de un mecanismo económico), nunca ha existido una forma cohesiva de sociedad humana que no estuviera basada en alguna forma de transcendentalismo o religión y esto lo atribuye precisamente al desconocimiento, por parte del individuo, de la totalidad de la situación social en que se desenvuelve, es decir la ignorancia (355). El cuento de Rulfo, dentro de su microcosmos, reúne dos de los principales sectores del poder en la sociedad: Iglesia y Estado. En sus propios espacios, los representantes de esos sectores, manipulan para crear, restablecer y reforzar la ideología que conviene y confirme su propia permanencia como cúpula de poder. Los elementos que voluntaria o circunstancialmente auxilian a la creación de esos procesos de refuerzo son elementos de la sociedad, los cuales pueden ser impulsados por “un sistema de creencias ilusorias” (ideología), o por “el pasado formante y presente preformado”: las tradiciones (y en este caso las creencias religiosas), que constituyen una de las armas más poderosas para evitar el cambio ‘inconveniente’ desde el punto de vista de la clase hegemónica. El cambio aceptable será únicamente aquel que perpetúe la existencia de la hegemonía misma, y que garantice y revalide su existencia. Los sectores de poder constituyen un sistema dinámico, siempre en busca de nuevos espacios que ocupar, a costa de otro(s) sector(es) o de las clases dominadas. Esto no constituye para ellos una revolución, más que nada constituye un reacomodo de las fuerzas dentro de las mismas clases hegemónicas. Para los sectores dominados puede constituir una revolución por la afectación a la vida diaria, pero al final, el agua vuelve a su cause: los de arriba quedan arriba y los de abajo siguen así. ¿Qué hay de todo esto en el texto mencionado? En este cuento de Rulfo, el lector, someramente, se encuentra con el conflicto que comúnmente surge en la literatura: el choque entre un sistema de creencias ilusorias —por no tener base sólida— y la “realidad” de la vida, es decir, la vida que intenta mostrar el texto —que bien puede o no coincidir con la que el lector identifica— sin orden predeterminado, el individuo en su lucha por sobrevivir. Esas creencias ilusorias son fortificadas con un manto transparente, es decir falso, de transcendentalismo religioso, para que, ante el ignorante, parezcan dignas de lucha y de sacrificio: en este caso las mujeres de Amula, en busca de la santificación de Anacleto Morones. Lucas Lucatero es el narrador de Anacleto Morones, él controla el discurso y la visión propuesta al lector. Su discurso crea un mundo; la versión que el lector recibe de ese mundo ha sido reinterpretada por el narrador, y en ese sentido, el discurso usado manipula esa “realidad” del cuento. La construcción del conflicto proviene de lo que piensa y dice el narrador. Sin embargo, tal conflicto no tiene la importancia que debiera si ignoramos la única línea con referencia al tiempo en que el cuento ocurre. Cuando las mujeres le preguntan a Lucas Lucatero cuando fue la última vez que se confesó, éste dice: “¡Uh!, desde hace como quince años. Desde que me iban a fusilar los cristeros” (itálicas mías 180). Ese conflicto “religioso”, al parecer, continúa: Lucas Lucatero por un lado, por el otro, las mujeres de negro miembros “de la Congregación de Amula” (175). Desde el punto de vista histórico, el conflicto religioso se dio, y aquí, en Anacleto Morones, ese hecho debe tener cierta importancia, de otra forma ¿para qué mencionarlo? Para la crítica marxista el papel de la historia es primordial, sobre todo cuando las clases dominadas se enfrascan en un proceso contrario al de las clases hegemónicas. Lucas Lucatero, quien por lo menos era contrario a los cristeros, intenta contravenir la consigna de la santificación de Anancleto Morones, y de una forma consciente o no, denuncia la falsedad del sector representado por las mujeres de Amula. Los formalistas rusos decían que para que un texto fuera obra de arte, se requería desfamiliarizar lo común y corriente, lo familiar. En Anacleto Morones, desde un inicio, encontramos un proceso de desfamiliarización: Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos sobre los que caían en goterones el sudor de su cara. (171) Si al principio del párrafo no se tuviera “Viejas, hijas del demonio!” ( o sea, ya condenadas de antemano, nótese que en el texto se utiliza diferente tamaño y tipo de letra para la primera palabra), es muy posible que el lector pensara que se trata en realidad de una recua y no de un conjunto de seres humanos. En este párrafo, el narrador desfamiliariza la figura humana, para convertirla en animal, sin pensamiento propio. El lector es, de entrada, distanciado de los otros personajes, particularmente de las mujeres, con las que Lucas Lucatero intuye que tendrá conflicto. Inicialmente, se podría decir que Lucas Lucatero representa la clase que refuta a la ideología de un sector hegemónico dominado por la Iglesia. Las mujeres de negro, son el órgano del que se vale ese sector de la clase dominante para la consecución de la voluntad del otro. Sin embargo, en Anacleto Morones, la confrontación se da en los términos que el narrador escoge. Lucas Lucatero es un ser con voz, él maneja, por medio de la narración, qué dice cada cuál y cómo lo dice. Lucas Lucatero intenta el manejo del discurso del que lucha contra la dominación, aunque sea religiosamente falsa: las mujeres fundan su creencia en ideas espurias (“ideología”) contra las experiencias de Lucas Lucatero al lado de Anacleto Morones (“el conocimiento verdadero”). El fanatismo de las mujeres es respaldado por un órgano de poder: “El señor cura nos encomendó le lleváramos a alguien que lo hubiera tratado de cerca y conocido de tiempo atrás, antes que se hiciera famoso por sus milagros” (179). Entonces, el cura “encomienda”, o sea es parte del movimiento para crear un “santo” y perpetuar la creencia fanática para elaborar otro enlace más en la telaraña ideológica que perpetúe el dominio, para alimentar la falsedad con motivos de poder, de control, por medio de la religión construida en apariencias. Lucas Lucatero juzga la situación considerando dos cuestiones, ambas de carácter histórico: el conflicto Cristero, es decir el contexto histórico que afectó a la sociedad mexicana, particularmente a él que por poco lo fusilan. La otra situación: su experiencia vivida al lado de Anacleto Morones, su contexto histórico particular. Lucas Lucatero, no teoriza con respecto al conflicto, su práctica misma trata de poner en evidencia la falsedad que se pretende “oficializar” por medio de la canonización. Aquí, Lucas Lucatero de cierta forma corrobora lo dicho por Marx y Engels “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia” (cit. por Paoli 68). Sin embargo se impone una pregunta: ¿hasta dónde podemos continuar aplicando esos conceptos a Anacleto Morones? Posiblemente se puedan encontrar otras situaciones o elaboraciones al respecto para prolongar el análisis bajo la misma óptica, pero hay varios problemas. Para hacerlos notar, a continuación proponemos un modelo estructural con los personajes notables en el cuento:
El modelo anterior propuesto (basado en el modelo actancial de Gremais), nos muestra cómo Lucas Lucatero juega un doble papel. En el modelo, el objeto es visto desde el punto de vista del narrador: Él no desea más que estar en paz en su casa, con sus pertenencias. No busca, aparentemente, ningún enfrentamiento ideológico. Quizás es aquí donde podemos errar más al pretender aplicar más allá de lo razonable, una teoría a un cuento que aparentemente presenta posibilidades, pero que analizando con mayor cuidado, se avizoran varios problemas, siendo uno de ellos el de adjudicarle una seriedad histórico-ideológica que el cuento quizás no tiene. El modelo estructural propuesto no nos dice nada con respecto a los porqués o cómo de las cosas, simplemente nos auxilia a colocar a los personajes en la relación que unos guardan con los otros. En Anacleto Morones el conflicto está dado, no lo podemos negar, sin embargo existe un gran problema: la veracidad del narrador. En el cuento, una a una de las mujeres se va derrotada por la lógica de Lucas Lucatero (el discurso de la experiencia, sobre el del fanatismo). La última mujer que queda, “Pancha”, le dice a Lucas Lucatero que se quedará a dormir con él, pero “...si me prometes que llegaremos juntos a Amula, para decirles que me pasé anoche ruéguete y ruéguete. Si no, ¿cómo le hago?” a lo que Lucas Lucatero responde: “Está bien. Pero antes córtate esos pelos que tienes en los bigotes. Te voy a traer las tijeras” (itálicas mías 188). Suponiendo que Lucas Lucatero accede a lo que la mujer pide, sin intención de cumplir, entonces ¿cómo sabe el lector que está diciendo la verdad en lo demás? Suponiendo que cumplirá, ¿se prestará al juego de la santificación que parece combatir? Y si decimos que irá a Amula pero sin hacer nada. Entonces, ¿para qué meterse en la boca del lobo? Se podría especular mucho más. Sin embargo, no se le haría justicia al texto, porque de cierta manera, se estaría intentando escribir la secuela a Anacleto Morones, u otro cuento diferente. De todas formas, Lucas Lucatero presenta la situación como un juego en donde él sabe que tiene los argumentos necesarios para salir con el beneficio personal, no busca ninguna victoria del proletariado, simplemente que no lo molesten y acostarse con quien se deje. Otro problema: Lucas Lucatero no parece distinguir entre los órganos que se utilizan para garantizar el estado de poder y hegemonía de la clase dominante: cuando pregunta por Rogaciano, el presidente municipal de Amula, él dice: “Buen hombre ese Rogaciano”, mientras que las mujeres dicen “No. Es un maldoso” (178). De cierta forma, Lucas Lucatero, juzga a las mujeres —al inicio del cuento, al verlas venir, le da al lector sus apreciaciones— y al presidente municipal, pero pierde la noción de que ambos se han convertido en instrumentos de diferentes sectores en el poder para mantener la estática que a ese poder le conviene. Edelmiro el boticario, el que tiene el discurso de la sabiduría, de la ciencia, “murió de rabia como los huitacoches”, lo mismo que Lirio López, el juez (el poder judicial), que se puso de parte del boticario y “mando al Santo Niño a la cárcel” (178 179), o sea, en estos casos Lucas Lucatero no aporta defensa en contra de los argumentos de las mujeres, argumentos que anteriormente habíamos definido de parte del fanatismo. Por otro lado, Lucas Lucatero sí contradice a Micaela cuando ésta le dice que Anacleto curó a “su esposo” de sífilis; a esto, Lucas Lucatero dice que “Ha de haber sido sarampión” (187). Así entonces Lucas Lucatero no muestra imparcialidad y con su discurso predispone al lector. Lucas Lucatero, narrador del cuento, toma control de la visión y de los detalles que le conviene transmitir. Es un narrador no omnisciente, no sabe lo que piensan los demás, lo cual puede ser una gran limitante para la narración, la forma. No en este caso, Lucas Lucatero controla el ojo visor y la narración, el lector es guiado de la mano por los caminos que le resultan apropiados al narrador, su lenguaje nos detalla lo patético, y así es fácil y hasta lógico que, superficialmente, el lector identifique a los contrincantes en el conflicto (los buenos vs. los malos): Lucas Lucatero, ¿la clase dominada que se niega a someter su voluntad al fanatismo “ignorante”? —que no lo podemos llamar religioso, en el sentido de creencias trascendentales, porque no va más allá de lo que dicen los humanos— que oprime y embrutece. Sin embargo, deja entonces aparte al otro gran poder entre bambalinas: el estado. No hay crítica alguna para este sector. Por este hecho, decimos entonces que el narrador es parcial, y de hecho, se convierte en otro órgano de dominio al servicio del sector de la clase dominante que se encuentra celosa del poder que la jerarquía eclesiástica ejerce; es decir, los contrincantes reales no son ni Lucas Lucatero ni los fanáticos religiosos sino, en todo caso, los sectores de la clase poderosa que ambicionan mayor influencia aún. Si insistimos en el argumento de que esto se trata de una lucha ideológica, no hay aquí nada más que la lucha del poder por el poder, Lucas Lucatero y las mujeres de Amula son los peones del ajedrez. También es necesario hacer notar que Lucas Lucatero sufre de los mismos problemas que las mujeres: fanatismo y superstición. Esto lo podemos ver cuando él se está refiriendo al montículo de piedras que Pancha le ayuda a colocar sobre la tumba de Anacleto Morones: “...y que yo hacía aquello por miedo de que se saliera de su sepultura y... Con lo mañoso que era, no dudaba que encontrara el modo de revivir y salir de allí” (itálicas mías 190), la superstición del narrador es clara. Terry Eagleton dice que la ideología no es un conjunto de doctrinas, sino que más bien significa la forma en que el ser humano desempeña su papel en la sociedad-clase, los valores, ideas e imágenes que lo anclan a sus funciones sociales, de tal forma que evitan que alcance un conocimiento total de la sociedad (lo que Jameson llama “mapa cognitivo”) (16). En este sentido, Anacleto Morones, en su contenido, es un texto ideológico porque muestra a Lucas Lucatero, intentando darle significado a su existencia, pero su propia ideología lo ata y no le permite ver el panorama total, y si él no puede hacerlo, su narración adolece de los mismos síntomas. Hay otros dos factores que nos deben mover a desconfiar del narrador, y por ende, de tomar a Anacleto Morones como un cuento en donde se pueda conjuntar, con entera confianza, la historia con la situación social denunciando una lucha de clases. El primer factor importante es que Lucas Lucatero, nos lo dice él mismo, es un asesino, y por lo mismo, su discurso será siempre con el intento de justificar sus acciones. Por otro lado, las mujeres de Amula, prácticamente se confiesan por la boca de Pancha: Después ella me dijo, ya de madrugada: -Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién si era amoroso con una? -¿Quién? -El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor. reforzando lo que se había dicho con anterioridad, sobre de que las mujeres de Amula actuaban con el fanatismo del la falsa religiosidad. Para concluir deseo alejarme un poco y observar lo estipulado en el breve análisis, es decir, no quedar sumergido en él, para así tratar de tener otro punto de vista. Se nos antoja que el análisis, a la manera de los formalistas, deja fuera una parte muy importante, y que es parte del mismo cuento, es decir: ¿Cuál fue el objetivo del autor? En nuestro análisis hacemos a un lado esa consideración, suponiendo que Juan Rulfo tenía la intención de plasmar en su totalidad la crisis social por medio del microcosmos del cuento Anacleto Morones, si esa fue su intención, el análisis nos muestra que tal planteamiento está incompleto, sin embargo, las intenciones del autor es algo que no podemos verificar. Queda otra alternativa: que el autor planteara, simple y llanamente, un conflicto “normal” dentro de la vida diaria en la provincia de México, sin intentar defender un sector hegemónico o el otro. Un tipo de conflicto que se da ( y se sigue dando, véase por ejemplo lo sucedido a los actores en la obra de Enrique Liera Cucara Mácara, cuando la presentaron en la UNAM en 1983) en la vida diaria del mexicano. De esa forma, Juan Rulfo, presenta, con su maestría característica, una solución al conflicto: la vida sigue, los conflictos más inmediatos (para Lucas Lucatero, dormir con Pancha, y quedarse en paz en su casa con lo que le quitó a Anacleto) se “resuelven” como vienen, con el tiempo, y el reacomodo de los sectores sociales. Por otro lado, nuestra crítica no propone una manera de determinar la calidad de lo escrito, se concentra en lo ideológico e histórico, da lo mismo si escribe Juan Rulfo o Juan Pérez. En Anacleto Morones, el narrador en primera persona se ve muy limitado ya que no conoce lo que otros piensan, por lo cual, su narración también dará un panorama limitado a su visión, que en el caso de Lucas Lucatero, es más bien la visión de la persona de campo que naufragó por el tiempo de las batallas fratricidas (la Guerra de los Cristeros) y sus experiencias le dejaron el pesimismo por lo que está más allá de sus ojos y que para él no existe, y que por lo mismo, no aspira a la teorización de la vida o el conflicto que tiene. Obras Citadas Eagleton, Terry. Marxism and Literary Criticism. Berkeley and Los Angeles: University of California Press, 1976. Jameson, Fredric. “Cognitive Mapping” Marxism and Interpretation of Culture. Chicago: University of Illinois Press, 1988. Paoli, J. Antonio. La comunicación. México: Edicol, 1977. Rulfo, Juan. El llano en llamas. México: Fondo de Cultura Económica, 1982. |
ensayo de © Francisco Manzo-Robledo 2002
Publicado, originalmente, en Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid Nº 20. Marzo-junio 2002 Año VIII
Espéculo (del lat. speculum): espejo. Nombre aplicado en la Edad Media a ciertas obras de carácter didáctico, moral, ascético o científico.
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