Sabines y sus dioses  

Ensayo de Mónica Mansour

Mónica Mansour (1946), narradora, poeta y ensayista, ha publicado, entre otros libros, En cuerpo y alma, La frágil cordura, Con la vida al hombro, Vértigo y Ensayos sobre poesía. Es autora de diversos estudios sobre la poesía de Jaime Sabines y, en 1988, recopiló y prologó el volumen Uno es el poeta: Jaime Sabines y sus críticos (México, Secretaria de Educación Pública), libro indispensable para conocer la aceptación crítica de la obra del gran poeta chiapaneco. En el siguiente ensayo, con emoción e inteligencia, Mónica Mansour lleva a cabo un ceñido análisis general de la poesía sabiniana, desde el primero hasta el último de sus libros, y nos revela que en cada poema y en cada libro Jaime Sabines “es un hombre diferente, más sabio que el día anterior”.

El poeta Jaime Sabines se ha ido en busca de otros rumbos. Nos ha dejado tristes, pero su poesía se ha incrustado en la vida de sus lectores casi sin que nos diéramos cuenta y se ha quedado con nosotros y en nosotros.

La constante relectura de esa poesía, en mi caso, desde que la descubrí hace unos treinta años, me provocó la curiosidad de descifrar qué era lo que hacía que Sabines estuviera siempre presente en sus lectores. Por otra parte, al leer lo que muchos otros poetas y estudiosos habían dicho sobre la poesía de Jaime Sabines, me encontré con una diversidad insospechada de puntos de vista y opiniones: unas eruditas, otras analíticas, otras íntimas y personales; unas de admiración, otras de desconcierto y otras de agresión furibunda.

Sería interesante, pues, retomar algunas de esas opiniones y revisar cómo y por qué se han ido modificando y transformando con el paso de los años.

En 1948, el joven Jaime Sabines iniciaba, sin saberlo, una gran colección de honores, reconocimientos y premios muy merecidos. Después de varios años de publicar poemas en el periódico El Estudiante de Tuxtla, ganó una mención en los Juegos Florales de ese año con un “Canto a Chiapas”; y varias notas periodísticas de esa época hablaron del “vate” de la ciudad y la nueva promesa para la poesía mexicana. Un par de años después, en 1950, apareció el libro llamado Horal y de inmediato el autor se dedicó a distribuirlo entre los poetas y literatos de quienes tenía referencia. Sabines contaba algunas de sus experiencias e impresiones, no todas como él esperaba, al visitar personalmente a los poetas más renombrados. Porque, entre paréntesis, cabe recordar que, si bien Sabines se parece mucho a sus poemas, esto no es tan común como uno imaginaria. Horal tuvo algunos comentarios en periódicos y revistas, sobre todo en su preocupación por el tiempo, por la enajenación del hombre y en el uso de un vocabulario muy coloquial. Después, en 1951, publicó La señal y en 1952 el hermoso conjunto de poemas en prosa Adán y Eva que, al contrario del primer libro, casi no tuvieron repercusión en la crítica del momento.

En realidad fue a partir de la publicación de Tarumba, en 1956, cuando los críticos y poetas empezaron a mostrar un interés mayor por la obra de Sabines. Unos veían en esa obra una gran posibilidad de revitalizar la poesía mexicana, innovaciones eficaces en el uso del lenguaje, innovaciones en el concepto de qué es la poesía, innovaciones en el público lector; al mismo tiempo, hubo quien veía allí la degradación total de la poesía y el lenguaje, o tal vez no veían ni siquiera poesía, no veían nada. Pero para entonces ya no cabía duda: ese libro consagró a Sabines como poeta, para gusto o disgusto de sus contemporáneos.

Cuando apareció el siguiente poemario, Diario semanario y poemas en prosa (en 1961), ya mucha gente había escrito sobre Sabines, admirados o furiosos, pero ya no podía pasar desapercibido. Y su importancia era tal que mereció la recopilación del primer Recuento de poemas, publicado en 1962 en la colección “Poemas y ensayos” de la UNAM, dirigida entonces por Jaime García Terrés.

¿Qué tenía la poesía de Sabines que pudiera provocar reacciones tan diversas y tan apasionadas desde sus primeros ejemplos? Y ahora que todos admiran al poeta Sabines, ¿qué ha cambiado: su poesía o la poesía mexicana o la postura de los críticos ante la poesía en general? Porque, si bien esa obra provocó ensayos bastante agresivos y violentos junto con otros llenos de admiración, los primeros se han diluido hasta desaparecer, y todos los ensayos y notas sobre Jaime Sabines desde hace algún tiempo son nada más que alabanzas.

Una de las características de Sabines es haber rechazado siempre una pertenencia a un círculo literario específico. A la larga, eso le permitió tener buenas relaciones —si bien no todas igualmente íntimas y profundas— con la mayoría de los escritores de distintas generaciones. Pero esto no garantiza ni la fama ni el apoyo ni los elogios. La obra es una voz propia que hace tiempo tiene admiradores y seguidores, además de imitadores.

La poesía de Sabines desde 1950 plantea una revaloración del uso de nuestra lengua, paralela en ciertos aspectos a alguna poesía de Efraín Huerta, de manera que se borran muchos límites antes acostumbrados entre la lengua coloquial y la poesía: todo vale, siempre y cuando sea eficaz en el poema. Por otra parte, la música en su verso empieza a incluir una gran variedad de tonos para coincidir con el estado de ánimo del texto. Y allí encontramos formas que provienen de la tradición, desde el versículo bíblico que puede llegar a transformarse en el poema en prosa, al romance, el soneto y la silva, hasta el verso libre. Estas formas y sus ritmos específicos remiten directamente a tonalidades definidas del lenguaje.

Para Sabines, la poesía resulta ser un vehículo que le permite un monólogo reflexivo y el diálogo consigo mismo, así como con la vida, la muene, Dios, el Hombre (con mayúscula), el hombre y la mujer (con minúsculas), la naturaleza, los animales y los objetos, todos como entidades dialogantes. Pero lo más sorprendente y sorpresivo de la poesía de Sabines, sobre todo desde Tarumba, son sus metáforas: metáforas de alguna manera surrealistas con contenidos muy contrastados: dentro del contexto chiapaneco o el urbano, se unen erotismo y amargura, ternura y humor, esencia y cotidianidad.

Hacia 1950 circulaban en la poesía mexicana las obras de los Contemporáneos, de los españoles inmigrados, de los poetas de Taller y Tierra Nueva, y se iniciaban las publicaciones de Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos y Sabines. Bonifaz Nuño, gran conocedor de las formas clásicas y respetuoso de su actualización en nuevas formas, no quebrantaba la tradición de considerar a la poesía como un vehículo superior de la lengua, ni del llamado “lenguaje poético” en sentido amplio, convencional y aceptado. La poesía de Rosario Castellanos no fue tomada tan en serio como debía. La poesía de Jaime Sabines rompe con aquellas convenciones no sólo en los temas, sino en la violencia y la ternura tan corpórea y corporal de su lenguaje, así como la violencia de sus metáforas novedosas y punzantes. “El poema debe de ir siempre oscuro de hombre. Gloriosamente”, dice Sabines, y precisamente eso fue lo que disgustó a algunos y gustó a tantos.

Alí Chumacero, con la elegancia, la finura y la concentración de su poesía, el arduo trabajo de su lenguaje y la musicalidad de su verso, expresó indignación en 1962; Sabines le parecía un poeta fallido a pesar de tantos esfuerzos: “Descuidado en la forma, poco feliz en la persecución de las imágenes bellas, su poesía fluctúa entre el pesimismo que provoca el fracaso y la voluntad de hacer del gozo el emblema de la protesta”.

Por su parte, Elías Nandino alaba los primeros libros de Sabines como una voz nueva. En su “Carta-reseña de Tarumba”, de 1956, le dice: “Encontré entre sus versos, atrevidos y originales aciertos. Sus palabras, muy suyas; sus temas, también personales; sus metáforas recias, casi detonantes; sus imágenes, casi cínica desnudez”; pero critica al poeta por el uso de “palabras procaces” en sus poemas: dice que éstas “existen, pero para otro uso, mas nunca para la poesía. No las use. [...] son como una pedrada en un espejo [...] usted es poeta de verdad y debe respetar su jerarquía”. Luego de once años, en 1967, y después de varias relecturas, el mismo Nandino acepta que “la palabra gruesa toma jerarquía de señorita cuando el poeta la invita al poema”, y en seguida hace una de las descripciones más atinadas de la poesía de Sabines: “Sus palabras tienen un oficio auténtico y limpio. Si son sensuales, lo demuestran; si amorosas, lo practican; si perversas, lo comprueban y, si violentas, estallan”.

Ya para entonces el mundo había cambiado y, con él, los lectores. El mundo mostraba su fealdad con menos disimulo, así como su desprecio por lo que no fuera “progreso”, tecnología y un manojo de “verdades absolutas” correspondientes. Los lectores, la gente, con todas sus sensaciones humanas, quedábamos fuera de esa modernidad tan limitada. Y las formas contenidas y bellas, inalcanzables, de la poesía resultaban cada vez más ajenas. Por ello, Efraín Huerta y Jaime Sabines se convirtieron en los poetas más leídos y rompieron las normas de tirajes y ventas de libros de poesía.

En 1967 apareció Yuria y después Maltiempo y otros Poemas sueltos. La palabra “yuria”, como antes “tarumba”, empezó a adquirir nuevos significados y la primera nombró a personitas recién nacidas de la nueva generación. Algo sobre la muerte del mayor Sabines se convirtió en un clásico y uno de los poemarios mayores de la poesía mexicana. Desde 1977 se reedita con gran frecuencia el Nuevo recuento de poemas, aumentado; en 1986 vino la gran celebración de cumpleaños; en 1987 leyó Sabines en aquel inolvidable festival internacional de poesía en que se abarrotó el Teatro de la Ciudad como en concierto de ídolo de rock; luego premios y más premios. Los nuevos lectores, nuevos poetas y nuevos críticos encontraron en estas obras un reflejo de sus experiencias y sensaciones en un lenguaje mucho más amplio y en imágenes que expresaban la violencia, la sensualidad y la ternura de la vida cotidiana. Sabines es el poeta del tiempo, es cierto, pero también es el poeta del cuerpo; no sólo el cuerpo erótico, sino cada parte del cuerpo, cada órgano, la piel, como instrumentos para vivir y captar la vida con todos los sentidos; y a la vez, el cuerpo enfermo, deteriorado hasta la muerte y la podredumbre: “soy mi cuerpo”, dice en varios poemas.

¿Qué otra cosa sino este cuerpo

soy alquilado a la muerte para unos cuántos años?

Cuerpo lleno de aire y de palabras,

sólo puente entre el cielo y la tierra.

                         (“El cadáver prestado”, Poemas sueltos, 1951-1961.)

Por otra parte, Sabines también es el poeta de una nueva búsqueda de Dios, personaje a quien admira pero con quien se tutea y se pelea, porque, aun siendo omnipotente y omnisciente, nunca nos da explicaciones suficientes de las rarezas de su creación.

En la obra de Sabines, Dios y los dioses, el paraíso, el Hombre (con mayúscula), la virtud, el pecado y la caída, así como el amor, la soledad y la muerte son específicos y distintos a los conceptos convencionales o tradicionales.

El Dios de Sabines —con su otra cara de diablo (“el pobre no sabe nada de sí mismo”)— es, a lo largo de su obra, hermano, padre, amigo, enemigo, temible, amado, despreciado. Es una entidad tan oculta, tan manifiesta y tan múltiple como lo es cada imagen y cada metáfora que tienen que ver con la diversidad de ese ser en todas sus formas de presencia y sus huecos de ausencia. Por ejemplo, está el Dios desconocido e inasible del segundo de los “Poemas de unas horas místicas”:

en mi soledad te acecha mi amor

para atraparte, vivo, como a un pájaro.

Ese Dios no es el mismo que el Dios creador y protector del poema “En la boca del incendio arden mis días”:

Yo no sirvo para otra cosa que los pájaros.

Dios, árbol mío: déjame caer de ti como tu sombra.

Y tampoco es el Dios omnisciente, pícaro y a veces torpe que no se preocupa por nuestro concepto del bien y el mal, como el personaje de “Me encanta Dios”. Hay ocasiones en que el hombre es la criatura de Dios, pero también hay otras en que, al contrario, Dios es la criatura del hombre (como en uno de los poemas de “Collage”) y la Caída, por lo tanto, es otra:

Despedazando a Dios, trapos oscuros,

jalándolo a mi muerte, ven conmigo,

arrástrate, criatura, aquí a mi hoyo,

cae conmigo.

En realidad, cada poema crea a su propio Dios y, si bien Dios ha estado rondando a Sabines desde sus primeros poemas de 1950, a pesar de la fuerte actitud existencialista del autor, a lo largo de casi medio siglo cada nuevo Dios se ha transformado, ha ganado sentido del humor y cercanía, y ha cambiado sus semejanzas y diferencias respecto del ser humano.

Otro aspecto de la obra de Jaime Sabines es la interpretación de los conceptos de paraíso, pecado, culpa y caída. El deseo y los sentidos no son la condena natural del hombre histórico debido al pecado original y la caída, sino que representan la única manera accesible al ser humano para lograr redimirse. El deseo y los sentidos permiten la creación y la existencia tanto de ritos y ceremonias como del amor que es la comunión y, por ello, la redención. Porque el amor es lo único que salva de la muerte (“Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día”) y, a la vez, el amor también provoca la muerte:

Yo no lo sé de cierto, pero supongo

que una mujer y un hombre

algún día se quieren, [...]

solos sobre la tierra se penetran,

se van matando el uno al otro.

La única manera de entender el mundo y entenderse a uno mismo es a través de los sentidos y, sin éstos, no conoceríamos ni el deseo ni a Dios. Esta importancia de los sentidos y del deseo que provocan se opone radicalmente al sentido eclesiástico de pecado y la culpa, puesto que se vuelven sagrados en la obra de Sabines, al igual que en la mayoría de las obras místicas de la literatura tanto oriental como occidental.

El simbolismo primordial de la luz y la oscuridad, así como del movimiento y la inmovilidad, los líquidos y la aridez, proviene de los textos místicos y no puede percibirse ni experimentarse sin los sentidos; aparece con frecuencia en la poesía de Sabines, pero transformado y en nuevos contextos. Por ejemplo, en este poema de “Collage” los ojos son los creadores de la luz:

Siempre pensé que caminar a oscuras

era lo normal. [...]

Pero la luz llega de pronto,

una doncella con los dedos largos,

y te hunde los ojos en la cara,

te los destripa para hacer el vino

que bebe, lenta, todas las mañanas.

La muerte en la obra de Sabines tampoco puede delimitarse, sino que adquiere distintos significados en cada contexto en que aparece, desde el más positivo de la muerte como salvación del sufrimiento y el dolor, hasta el más negativo de podredumbre y decadencia. Sin embargo, la soledad que provoca sufrimiento es un camino eficaz para llegar al entendimiento: estar solo ayuda a crecer, con todo el dolor que este proceso implica.

La poesía de Jaime Sabines, dentro de un contexto con frecuencia circunstancial y cotidiano, es una búsqueda mística y espiritual para lograr el conocimiento y el entendimiento de su propia existencia en el mundo. La manifestación más patente de la vida es el movimiento constante, esa lucha contra el miedo que provoca inmovilidad. Asimismo, los símbolos y significados de la poesía de Sabines se mueven con el tiempo y se han transformado en su obra en el transcurso de casi medio siglo. En cada poema, en cada libro, Sabines es un hombre diferente, tal vez menos angustiado, tal vez más triste, pero, desde luego, más sabio que el día anterior y en ese proceso de transformación su Dios lo acompaña como un espejo.

Durante los últimos años el poeta guardó un silencio relativo por circunstancias poco agradables de salud. Pero cada poema de Jaime Sabines es una muestra de esa intimidad que mantiene con el lenguaje y de su impresionante percepción de la naturaleza y el cuerpo humanos. Los honores y reconocimientos continúan hasta ahora, sin su presencia, tanto de instancias oficiales, sean políticas o literarias, como de lectores nuevos y viejos. Y todos celebramos una y otra vez esa poesía que se nos queda dentro para siempre. Una vez más, como tantas otras, debo agradecer a don Jaime por la poesía que escribe, que lo escribe y que nos escribe.

Ensayo de  Mónica Mansour
 

Publicado, originalmente, en: Temas Antropológicos. Revista Científica de Investigaciones Regionales Nº 99 Agosto / Setiembre de 1999

Temas Antropológicos. Revista Científica de Investigaciones Regionales es una publicación de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán.

Link del texto: https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/pdf/091-120/099.pdf

 

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