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Oda a la cruz
del libro "Costuras sobre la lengua"

Lucy Maestre
milvia@tunet.cult.cu

Para Loisa, por tener los ovarios bien puestos.

Por luchar contra el dogma y la hipocresía.

Por defender su identidad.

 

Laura había sido una santa desde que nació. Fue educada según las Sagradas Escrituras. Sus padres la presentaron en la iglesia al mes de nacida y desde entonces el Espíritu Santo vino a morar en ella.

Creció en la Iglesia Metodista, donde además de bordar y coser, aprendió a ser fiel y a reprimirse. Ya adolescente fue maestra de la Escuela Dominical. Sus alumnos iban del cuarto al séptimo grado.

Un día notó que se estaba fijando mucho en los senitos de las casi adolescentes que asistían a su clase, especialmente Amelia con figura espigada y ombligo redondo como una fuente, cuyos senos apuntaban derecho a sus pupilas. Necesitaba hacer ayuno y oración durante cuarenta días: Señor, ponme gracia delante, moldéame, Señor; pero el Señor ponía a Amelia delante de ella y moldeaba cada vez más sus pezones.

En las noches Laura oraba sin cesar, casi hasta el amanecer. Su amor por Cristo era cada vez más ferviente, nada de imágenes, idolatrías ni distracciones banales como el cine, un libro o la televisión.

Aquel domingo cuando Amelia levantó el brazo para colocar la estrella navideña en el árbol, Laura no fue más dueña de su vida, un estremecimiento la recorrió toda al mirar los vellos rojizos y rizados en la axila de la muchacha. Fue hasta la ventana y tomó aire, respiró profundo dos, tres veces. Amelia asoció el vahído a otras causas: ¿Qué tiene, le pasa algo? No es nada, sonrió con una mueca y los ojos le resplandecían. Gracias, se repuso; pero la piel dorada de la jovencita era lo único que veía.

Hablaría con la Pastora, buscaría consejo, haría otra vez ayuno y oración. Al amanecer ya estaba en el templo. La Pastora estaba esperándola tal y como habían quedado. Ella también se educó desde pequeña en los afanes religiosos; era suave y rozagante como una manzana, vestía muy bien, le gustaban mucho las prendas de oro: aretes, cadenita fina en el redondo cuello, una sortija con una piedra aguamarina en el dedo de la mano izquierda, en la derecha su anillo de bodas, que había que ser sobrio, la ostentación era pecado, la manilla de la muñeca era lo que más llamaba la atención entre aquellos accesorios, tenía una cruz lisa, larga como un dedo, que colgaba de su mano.

La Pastora supo escoger el mejor de los tres atributos con que se recibió al niño Jesús, porque mirra, aquí no había, y el incienso era cosa de los paganos, los yoghis y otras gentes del mundo, los pobres, decía. Era muy recta la Pastora, pero también muy gentil, todas las damas de la iglesia querían ser como ella. Laura lloró y lloró mucho contándole  su problema, no dejó nada sin decir, hasta los sueños.

Cuarenta días más de ayuno y oración y venir al templo una hora de cinco a seis de la tarde para orar juntas. Empezó a sentirse aliviada aunque su aspecto era cadavérico. La llevaron al médico, estaba abúlica. No le encontraron nada.  Debe ver a un psicólogo, le recomendó el clínico. Pero en su iglesia buscar ayuda en este tipo de especialidad era falta de fe, o peor, no creer en Cristo y ella no podía hacer eso,  era cristiana, se curaría o mejor, que Cristo se la llevara; sí, pero no podía irse al Cielo sin antes curarse de aquella enfermedad.

En las noches soñaba con vulvas y penes enhiestos en donde aparecía Amelia orando de pie completamente desnuda, con el pubis rojizo como el vello axilar. Laura se lleva una mano al sexo y moja su dedo índice, luego a la boca, así sería también el sabor de Amelia salado y dulce a la vez, de labios rosados y esponjosos; el dedo ensalivado con efluvios evanescentes mientras frota y frota  …Ah… ahora Amelia la penetra con una verga colgada a la cintura, el Pastor dejándose penetrar por la misma verga luminosa y al final Amelia y el Pastor, y el Pastor y Lau ra, y ella, y él y ...

Cae al suelo de rodillas pidiendo perdón. Por primera vez en su vida pensó en el suicidio, no, eso no, eso es pecar contra Dios. No pudo continuar con el ayuno, solo iba dando tumbos a la iglesia y a veces sin llegar a la hora completa, entonces la Pastora la acostaba en su cama hasta que se reponía para regresar a casa.

Pasó varios días sin ir al templo, ni siquiera a orar, y más y más aumentaba su culpa. Una madrugada se tiró de rodillas y le pidió a Dios fuerza y valor. El día siguiente era el día de los dulces  en la iglesia. Decidió ir. Todos estaban sentados en corro en los bancos alrededor de largas mesas llenas con fuentes y platos. La recibieron muy amables. Se sentó alejada, hacia una esquina. El culto empezó y Amelia dirigió la alabanza. No la miró en toda la noche, ni siquiera cuando levantaba el brazo que vislumbraba de reojo como trigo en flor. No probó absolutamente nada. Se acabó el culto.

Laura se cuelga su cartera de mano al hombro y sale. Ya estaba llegando a la esquina cuando le pareció que la llamaban. Quedó estática. Sintió las pisadas suaves de Amelia sobre el pavimento. Quiso salir corriendo pero no pudo. Esperó unos minutos, no, ella no había oído mal, los pasos se acercaban. Iba ya a echar a andar cuando le taparon los ojos con delicadeza, creyó reconocer aquel perfume, era un perfume caro, de eso no había dudas. Su cabeza fue girada con suavidad y precisión, y así de lado la besaron unos labios tibios, la lengua larga y fina le llegó a la garganta. Un deseo contenido le brotó del pecho, respondió a la caricia. Quedó en vilo cuando tocó la muñeca de la que pendía una cruz, larga y lisa como un dedo.

 

del libro "Costuras sobre la lengua"

Lucy Maestre
milvia@tunet.cult.cu

 

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