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Amaranta
del libro "Costuras sobre la lengua"

Lucy Maestre
milvia@tunet.cult.cu

Nunca soportó el olor de las flores. Bastaba que oliera una para caer desmayada como mujer encinta. La primera crisis fue en el velorio de la abuela.  Coronas de rosas y azucenas, como había pedido antes de morir, mas, apenas ponÍa un pie en el recinto velatorio y Amaranta cayó al suelo sin sentido. A partir de ahí no podía asistir a ninguna celebración donde hubiesen flores. De nada valieron médicos, curanderos, nadie pudo curar a Amaranta. Su vida fue una vida sin flores, a las que solo veía de lejos. Cuando paseaba por el pueblo se extasiaba mirando los jardines: las rosaledas olorosas y los níveos canteros de azucenas y lirios, azalias umbrías y purísimos jazmines hasta que una suave brisilla apenas perceptible se dejaba sentir hasta atontarla y tenía que alejarse rápido del lugar. Entonces decidió cultivar plantas ornamentales de las que no florecían. Hizo un cantero enorme en el patio y allí  las sembró: aromáticas, endémicas, exóticas, traídas del Japón y de la India, hasta fundó un Club Verde con integrantes de todo el país, así llegó a olvidar que las flores existían. Un día, Amaranta, atraída por un aroma distinto, que le aturdió los sentidos, se alejó más allá de los límites del pueblo y se encontró con bellísimos jardines de rosas negras, mientras el Jardinero de la Barba Florida las regaba. No más verlo y supo que ya no podría vivir sin él, pero al acercarse se desplomó en el suelo. En andas la llevó el Jardinero hasta la glorieta  cercana  y allí la sentó en un banco, yendo hasta su casa por un vaso de agua. Al este alejarse, Amaranta se reanimó rápidamente. El joven regresó enseguida,  y no bien  se acercó y ya estaba otra vez la muchacha en el suelo como paloma herida. De los alrededores fue llegando, curiosa, la gente, que no percibía el aroma sutil que desprendía el joven, ni él mismo parecía darse cuenta del efecto causado y  ella prefería morir antes de dejar de aspirar aquella esencia suprema. Haciendo un gran esfuerzo, Amaranta, pudo decirle que ella era alérgica a todas las flores, aún a aquellas que eran tan exóticas. El joven retrocedió con asombro, él también se había prendado de ella, mas, comprendió. A partir de ahí solo pudo adorarla de lejos.  Ahora el desmayo demoraba más de lo habitual. Compresas frías en la frente, gotas de miel bajo la lengua y otros remedios, pero Amaranta no reaccionaba. Pasaron sesenta días y Amaranta no volvía en sí. Estaba más hermosa cada vez y los colores no se le habían ido del rostro, como si estuviera dormida. Un día el Jardinero no pudo más y enloquecido destrozó con una hoz las hermosas rosaledas negras. Corrió hasta el lugar donde estaba su amada para abrazarla y no separarse nunca más de ella, pero no la encontró. Bajó la cabeza,  entristecido, y fue cuando la vio en el suelo: allí, reposada, yacía una aterciopelada rosa negra.

 

del libro "Costuras sobre la lengua"

Lucy Maestre
milvia@tunet.cult.cu

 

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