La opera

La vida es una ópera, y una gran ópera. El tenor y el barítono luchan por la soprano en presencia del bajo y de los comprimarios, cuando no son la soprano y la contralto quienes luchan por el tenor, en presencia del mismo bajo y de los mismos comprimarios. Hay muchos coros, muchas danzas, y la orquestación es excelente...

—Pero mi querido Marcolini..

—¿Qué?

Y después de un trago, dejó su copa y me expuso la historia de la creación con las palabras que voy a resumir.

Dios es el poeta, y la música es de Satanás, joven maestro de gran porvenir que estudió en el conservatorio del Cielo. Rival de Miguel, Gabriel y Rafael, no toleraba la preferencia que éstos tenían en la distribución de premios. Puede ser también que la música demasiado dulce y mística de aquellos condiscípulos, resultase insoportable a su temperamento, esencialmente trágico. Tramó una rebelión que fue descubierta a tiempo y fue expulsado del conservatorio. Nada más habría ocurrido si Dios no hubiese escrito un libreto de ópera, que luego abandonó por entender que tal género de diversión era inadecuado para su eternidad. Satanás se llevó consigo el manuscrito al Infierno y para demostrar que valía más que los otros —y acaso para reconciliarse con el Cielo— compuso la partitura, que luego llevó al Padre Eterno.

—Señor, no he perdido las lecciones recibidas —le dijo—. Aquí tenéis la partitura; escuchadla, corregidla, hacedla ejecutar, y si la halláis digna de estas alturas, admitidme con ella a vuestros pies.

—¡No! —respondió el Señor—. ¡No quiero oír nada!

—Pero Señor...

—¡Nada! ¡Nada!

Mucho suplicó Satanás sin mejor fortuna, hasta que Dios, cansado y misericordioso, consintió en que la ópera fuese ejecutada, pero fuera del Cielo. Creó un teatro especial, este planeta, e inventó una compañía completa con todas las partes, primarias y comprimarias, coros y bailarines.

—¡Oíd ahora algunos ensayos!

—No, no quiero saber nada de ensayos; bástame haber compuesto el libreto; pero estoy dispuesto a dividir contigo los derechos de autor.

Acaso esta excusa fuese un mal; pues de ella nacieron revueltas y desconciertos que la audición previa y la amistosa colaboración hubieran evitado. En efecto, hay momentos en que el verso va por un lado y la música por otro. No falta quien diga que en eso mismo radica la belleza de la composición, evitando la monotonía, y así explican el terceto de Adán, el aria de Abel y los coros de la guillotina y la esclavitud. No es raro tampoco que los mismos motivos se repitan sin razón bastante y algunos cansan a fuerza de repetición.

Nótanse asimismo ciertas oscuridades: el maestro abusa de las masas corales y oscurece el sentido con procedimientos confusos. Las partes orquestales son, sin embargo, tratadas con gran pericia. Tal es la opinión de los imparciales.

Pretenden los amigos del maestro que será difícil hallar otra obra tan acabada; uno que otro admite ciertas rudezas y tales o cuales lagunas, pero añade que con el andar de la ópera es probable que lleguen a ser comprendidas o explicadas o desaparezcan íntegramente, dado que el maestro no se niega a enmendar su obra, allí donde no responde del todo al sublime pensamiento del poeta. Pero los amigos de éste no dicen lo mismo. Juran que el libreto fue sacrificado, que la partitura corrompió el sentido de la letra, pues aunque sea hermosa en partes y tratada con arte en otras, difiere absolutamente y es hasta contraria al drama. Lo grotesco, por ejemplo, no está en el texto del poeta, y no es sino una excrescencia para imitar a Las alegres comadres de Windsor. Este punto es objetado por los satanistas con alguna apariencia de razón. Dicen que cuando el joven Satanás compuso su gran ópera, ni dicha comedia ni Shakespeare habían nacido. Llegan hasta afirmar que el gran poeta inglés se limitó a transcribir la letra de la opera con tal arte y fidelidad que parece ser el autor de la composición, pero que, evidentemente, no es sino un plagiario.

—Esta pieza —concluyó el viejo tenor— durará cuanto dure el teatro, sin que se pueda calcular cuándo éste será demolido por razones de utilidad astronómica. Su éxito es creciente; tanto músico como poeta reciben puntualmente sus derechos de autor, que no son los mismos, porque la regla de división es aquella de las Escrituras; “Muchos son los llamados, mas pocos los elegidos”. Dios cobra en oro y Satanás en papel.

—¡Tiene gracia!

—¿Gracia? —bramó con furia, pero se tranquilizó y replicó—: Amigo Santiago, yo no tengo gracia: tengo horror a la gracia. Esto que digo es la última y pura verdad. Un día, cuando todos los libros sean quemados por inútiles, puede que alguien, tal vez

tenor y quizá también italiano, enseñe esta verdad a los hombres.

Todo es música, amigo mío. Al principio era el do, y del do se hizo el re, etcétera. Esta copa (que de nuevo llenó), esta copa es un breve estribillo... ¿Que no se oye? Pues tampoco se oye el pan ni la piedra, pero todo cabe en la misma ópera.

 

Extraído del capítulo IX, “La Opera”, de Don Casmurro, por Joaquim María Machado de Assis, traducido del portugués por Luis M. Baudizzone y Newton Freitas, publicado por Editorial Nova, Buenos Aires, 1943.

por Joaquim María Machado de Assis

Américas
Publicación de la O.E.A.
Diciembre 2002

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