El Regalo Prometido
Maritza Luza

Quien me iba a decir, con esos, mis pasos torpes subí escalón a escalón por la escalera que me parecía inacabable, directo al cuarto de mi tía  la juguetona a pedirle una hoja en blanco.

Tremenda fecha en  la familia, 25 de Mayo, santo de la abuela, llegaban todos los tíos en el mismo orden que llegaron a la tierra. Primero, la llamada del primogénito desde el extranjero, colgándose del hilo telefónico como en antaño se colgaba de su regazo, la entretuvo cerca de hora y media y no se despidió hasta que ella le recordó como lo encomendaba al divino creador antes de irse de casa. A sus 57 años tenía la necesidad de sentirse aún hijo siendo padre.

El timbre no cesaba de sonar y aparecían con sendas sonrisas perladas las hijas, entre la que lucía siempre fashion elegantísima la segunda, a otrora bailarina de ballet, ensayando sus mejores pasos ahora con las viandas suculentas. Aspirando sus vapores apetitosos, levantando la tapa de la olla a presión evocaba los tiempos curiosamente en que su cintura tenía el mismo diámetro de avispa de una olla tamaño mediano. Con un suspiro, la luz en sus ojos evocaba sus 49 kilos hoy 85 y soltando el aire contenido, comenzaba la batalla por degustar antes que nadie el potaje.

La china, la dulce tía china no salía de la ventana, preocupada porque no se asomaban las primas, se había olvidado de darle el ramo de rosas importado a la abuela quien contemplaba fascinada por el terciopelo en cada pétalo intensamente rojo con el contrastante verdor  estirado de las espigas exigiendo no ser tocadas por mano alguna. La tía china notó la admiración de mi abue....  e inmediatamente las ubicó  sobre el pedestal en el que ella solía poner una pequeña escultura junto al jardín, mirando al piano. Ella muy entusiasmada se tumbó en su poltrona a mirarlas con detenimiento mientras sus manos temblorosas rascaban  los arados del tiempo surcados en su piel. La nieve pálida sobre sus hilos de plata mas cercanos al cielo daban cuenta del tinte que habían usado los años con ella siempre dispuesta a sonreír con ese rosa triste robado del ocaso. Entonces entraron las primas con los brazos llenos de paquetes adornados con moños multicolores en medio de la algarabía familiar, colocaron dos tortas a falta de una en la gran mesa y el tránsito y la música se encendieron. Las primas la cargaron con sus besos a la abuela, se sumaron los tíos, las tías y hasta la “Pocha” se alocó  y se paro en dos patas tras el montículo humano, se veía que también quería usufructuar algo de la alegría familiar la juguetona coker, pero fue sacudida realmente no sé por quien.

Finalmente, encendieron las velas y todos se colocaron a su alrededor mientras mi prima la menor y mas alta sostenía ambas tortas haciendo equilibrio. Pronto se sumó su hermana y le dio una mano y sostuvo la de chocolate a la altura de la boca de la abuela y todos dispuestos a cantar afinaban entre chiste y chiste la garganta. Y por ahí, recordé que ya todos le habían dado sus presentes menos yo. Subí pidiéndole al resto que aguardaran un minuto y aunque mi mente corría mas rápido que mis piernas velozmente me afane en firmar con mis palitroques quebrados la hoja, cuando bajé me metida entre mis monumentales familiares, le entregué el dibujo a mi abuela y le dije: “Este es tu regalo prometido”......Ella con los labios entreabiertos lo mostró colocándolo en su pecho: ¡ahhhhh!- dijeron llenándome de besos. Mi padre me tomo entre sus brazos muy orgulloso. Y la abuela situada en esa instancia donde las emociones silenciosas se traducen en palabras temblorosas, disfrutando el brillante diamante en su mirada  todavía me entibia el alma la hoguera  emotiva que toca mis recuerdos y la busco en el firmamento ahora que los cristales de la alegría anegan mis ojos con una serie enlazada en eventos que se repiten a través del vivir e hilvana el pasado con el presente y el presente con el futuro. Sostengo otra hoja que no fue dibujada por mi pero que es tan mía como lo era entonces, un regalo de amor, mi regalo prometido.

Maritza Luza Castillo

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