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Una pierna en el basural
Cuento de Rubén Lucero

El Juez es flaco, canoso y muy alto; hace señas para que tome asiento y se desparrama sobre su sillón de pana verde. Es un galgo que se estira, ajusta su cuerpo hasta anidarse. Viste un traje gris, le queda grande. Nos une, nos separa, el escritorio. Su mirada va y viene, observa el hielo que rueda en su vaso de whisky, sus dedos finos hacen un movimiento envolvente, están duchos en la tarea, y luego, por fin, narra detalles de la historia que nunca antes quiso contar. 

-Ese día los teléfonos funcionaron -rememora-. Tito encontró la pierna entre la basura e inmediatamente avisó a la policía. El juez tiene ganas de contar, pienso, se lo ve relajado. Lo escucho atento mientras desarrolla el hecho como narrando un cuento a un grupo de niños. 

Coordina Diego Fornía. Diagramación y fotomontaje: Germán Sayago

-El basural estaba a las afueras del pueblo -describe- detrás del campo de los Taverna. El jefe de policía, el comisario Chiara, llegó en menos de una hora. Cercó el lugar con una cinta blanca y un tramo de alambre que encontró en el móvil. Lo había aprendido de las películas americanas. Interrumpo y hago la primera pregunta: 

-¿Quién era Tito? 

-Tito era el jefe del basural, hacía más de quince años que lo dirigía. Conocía los secretos de las dos hectáreas que iban cubriéndose por los residuos. A pesar de la alarma inicial, se mostraba tranquilo. 

Chiara y Tito intuyeron que yo llegaría con atraso, vendría de la ciudad, de Río Cuarto; tuvieron suficiente tiempo para dialogar sobre el asunto.

El Juez enciende un cigarro, se levanta y me acerca el atado; rechazo el convite, insiste en invitarme un trago. Le explico que en una hora entro al diario. 

Se apoya en el sillón y continúa: 

-Las relaciones en los pueblos chicos son francas y naturales, el contacto permanente hace que las jerarquías se relajen y la conversación sea espontánea. Se detiene y pide mi atención porque imagina el siguiente diálogo:

-Gordo, decime la verdad, ¿vos viste lo que vi yo? -preguntó Tito.

El comisario Chiara supo inmediatamente de qué hablaba el otro y contestó confiado. 

-Si, a mí también me llama la atención el tatuaje. Veremos qué opina el fiscal.

-¿Y si el tipo se hace el distraído?, ¿qué vas a hacer?..., para mí, hay que seguir averiguando. Puede ser un caso resonante, por ahí se resuelve uno de los misterios de la historia -Tito hablaba con tono grave y hasta tenso. 

Chiara hizo una mueca de fastidio y pidió calma. 

-Ya veremos, ya veremos -sentenció.

El juez desestima un llamado al celular, lo apaga y continúa. 

-Arribé al lugar pasada la medianoche, había sido un viaje extenso y cansador -señala y abunda. La ruta en mal estado y una lluvia constante me retrasaron. Llamé al comisario para encontrarme lo más pronto posible en la sede policial. Estaba abatido, molesto y apurado por regresar a casa.

En la comisaría, no anduve con vueltas. Dígame, comisario, le dije, ¿hay alguna denuncia, algún hecho que pueda asociarse al encuentro de la pierna? Chiara, también fatigado, disimuló su hartazgo. No, dijo. Estuvimos averiguando y nada. Creo que debe haber sido un descuido de la gente del hospital o de la clínica privada.

-¿Habló con algún médico del hospital?, insistí -cuenta el juez. Sí, sí, tartamudeó el comisario y luego agregó: El médico de guardia confirmó que hubo un par de operaciones en la semana. Un peón de Las Vertientes tuvo problemas al caerse de una máquina, y no quedó otra que cortarle la pierna. Y a un viejito de La Aguada, un diabético, también. 

-La verdad que en el apuro -confiesa el magistrado- nunca sospeché que eso derivaría en un escándalo y, gracias a Dios, en aquellos días no tuvo tanta difusión -ahora suspira y reflexiona- el país se incendiaba, recuerde que caía De la Rúa, había saqueos, muertes, eso tapó la noticia.

El juez se acomoda la corbata y sigue:

Pedí una hoja y redacté que atento a las averiguaciones de rigor, el supuesto caso debía archivarse. No había elemento que sugiriese asociar al macabro hallazgo a un ilícito. Sólo se trataba de un descuido del servicio de recolección de basura. Me levanté, saludé a todos y con la cabeza le hice un gesto a mi chofer. Estaba apurado por regresar. 

El juez se relaja, me pregunta si voy entendiendo la situación. 

Prosigue, levanta la vista e imagina cómo continuó todo: 

-Es seguro que Tito esa noche no pudo dormir. Al amanecer, bien temprano, tomó unos mates y se dirigió a la comisaría. El auto de Chiara, estacionado frente a la sede policial, denunciaba que el comisario tampoco logró descansar. Nunca iba antes de las diez de la mañana. Tito miró el reloj y se puso contento: eran las ocho menos cuarto, tendrían tiempo de conversar tranquilos. No se permitieron distracciones. Ambos hablaron sin recelos y al final de la charla se pusieron de acuerdo. Pactaron mantener el secreto e iniciar su propia investigación.

-¿La pierna está bien guardada, no? -preguntó Chiara. 

-Sí, quedate tranquilo, la metí en el freezer del galponcito, tiene llave, no hay peligro -explicó Tito. 

-Bueno, bueno... ahora lo importante es encontrar la otra pierna; si la hallamos, cierra el caso y podremos vender la primicia a los medios de la capital. 

-¿Vos creés? ¿Estará la otra? -preguntó Tito exaltado. 

-Mirá la televisión. El tipo se la pasa declarando el hecho, y acordate que para esa fecha, anduvo de paso por el pueblo. Vino a visitar a un amigo en Las Acequias y a los pocos meses, lo internaron en Buenos Aires. 

-¿Te acordás? La gente iba y le dejaba mensajes y carteles y la televisión trasmitía en directo. Y además lo del tatuaje es contundente -describió Tito. 

-Es cierto, ése es el gran detalle -cerró el comisario.

El juez hace una pausa, deja el sillón y corre las cortinas del ventanal amplio, el que da a la placita de Tribunales. Vuelve a sentarse, mueve las manos y se sirve otro whisky. El leve temblor de su brazo empieza a desaparecer. Con la mirada reitera la invitación. Le agradezco, y le recuerdo que ya me voy al diario. La historia que acaba de contarme suena a delirio. Me invaden las preguntas, el Juez lo sabe, entonces, tras un trago, tiene piedad y aclara:

-A partir de allí, Tito y el comisario entran en una especie de trance y tal vez por ello comienzan a descuidarse. La gente del pueblo se da cuenta de sus comportamientos extraños y que algo los mantiene unidos, los perturba y está en el basural. Interrumpo porque me corre el tiempo:

-Dígame, Juez, ¿para qué querían otra pierna?

-Para que la historia tuviera sentido necesitaban las dos piernas. No se olvide que el protagonista repetía permanentemente "me cortaron las piernas". Su idea, su hipótesis, se basaba en esa declaración. Creyeron literalmente en esa frase, unieron dos o tres datos y se convencieron. Y además -toma una pausa el juez - la televisión hace estragos en la mente de la gente.

-No me queda claro que buscaban -repregunto. 

-Lo que busca cualquier ser humano: un poco de fama y algo de dinero. Creían que los medios pagarían fortunas por tener la primicia.

El juez descansa, busca más hielo, lo agrega y continúa dando detalles.

-¿Qué decía el tatuaje de la pierna que ellos consideraban fundamental, según su descripción? El juez se sonríe, enciende otro cigarrillo, apoya la espalda sobre el sillón y como quien está a punto de contar el misterio de la vida, confiesa:

-Tengo la foto del tatuaje, ya se la voy a mostrar; en síntesis, es un corazón que rodea a la palabra Tota y abajo dice, Villa Fiorito, septiembre del setenta y uno. Para esa época el tipo tenía once años. Es creíble que se haya hecho un tatuaje pensando en su madre y que eligiera su mejor pierna para eternizarla. 

-¿Era una pierna izquierda la que encontraron? -pregunto. 

-Exactamente. Era una pierna izquierda, eso los convenció. Después las ambiciones de trascendencia y de fama los traicionaron.

-¿Qué hicieron? -la ansiedad hace que lo interrumpa. 

-Le dieron unos pesos a un enfermero del hospital para que les consiguiera una pierna derecha, con dimensiones más o menos parecidas a la que ya tenían. 

-Y es allí donde usted vuelve a actuar, ¿nuevamente como fiscal? -digo.

-Claro. Chiara y Tito, viendo que el enfermero no cumplía con lo prometido, descuartizaron a un mendigo del pueblo, no había muchos, pero eligieron uno petizo y morrudo. Con las dos piernas en su poder y atento a que coincidían, el comisario llamó a Crónica TV y lanzaron la noticia.

-¿Y Crónica les dio espacio? -digo, cuestionando lo que escucho. 

-Imagínese. El título fue: "Alto jefe policial asegura tener las piernas de Maradona, las que le cortaron en el mundial del 94". 

Póngale la musiquita del noticiero y después me cuenta. 

El asombro me deja desolado. 

Luego, insisto con mis preguntas. El Juez parece disfrutar de mi actitud incrédula. 

-¿Y usted qué hace en ese momento?

-Los hago declarar, el comisario es el primero en confesar que mataron a una persona para tener la pierna parecida. Tito, en un principio niega todo, pero al final se quiebra. 

-¿Y terminan los dos presos o..,están internados en un manicomio?

-Están presos, Chira por buena conducta sale a fin de año. Tito se hizo gay en la cárcel. Tal vez lo suelten en cuatro años más. El mató al pobre tipo del pueblo y le cortó la pierna. Ojeo el reloj. Me levanto y antes de irme, hago la pregunta que siempre quise hacerle. 

-¿De quién era la pierna con el tatuaje?

El juez toma el último sorbo de su whisky, deja el sillón de pana verde y contesta: 

-Eso nunca se supo. Tul vez, Maradona tiene una pierna ortopédica. ¿Vio cómo renguea?

Afuera llueve sin ganas, comienzan a encenderse las luces, camino y no dejo de pensar. Muevo la cabeza, quiero desprenderme del absurdo; sin embargo, sé que a partir de ahora miraré con más atención cómo camina Maradona. Porque es verdad; a veces lo veo moverse con dificultad. 

Rubén Lucero
La ciudad ficcional
Diario Puntal de Río Cuarto
6 de junio de 2010

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