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Mentiras
Cuento de Rubén Lucero

Pude ser más original o espontáneo. La cuestión es que funcionó. Además, en el recinto había otros clientes. Incomoda saber que hay tantos testigos cuando uno intenta conquistar a una mujer. Pero, claro, éramos tan osados…

—Sos la versión femenina del Che— dije.

—¿Te parece?—preguntaste mientras sonreías.

Comprabas una boina en la sombrerería Quiñones, esperé que la lucieras ante el espejo. Conseguí el regalo para mi viejo y con premeditación y alevosía, nos retiramos juntos. Cruzamos la calle Dean Funes, caminamos por Constitución  y frente a la sede del Jockey Club, en la esquina, supe que la charla  era el inicio de una relación tan frontal como inmediata. Pura pasión y sin espacio para el análisis. Adrenalina y esperma imperioso.

Fuimos novios, nos pedimos un tiempo.

—Ambos lo necesitamos—argumentaste.

—Está bien—concedí.

Huimos del empacho, nuestras carnes saborizadas empalagaron los paladares.

Desaparecimos en la coincidencia.

Pasaron varios años y la vida nos volvió a cruzar.

Esta vez, fue en el pasaje Dalmasso.

Nos reencontramos de frente. Face to face, como dicen los americanos. Nos besamos las  mejillas, y al vernos jugamos las habituales cartas de una hipocresía que todavía no entiendo. O sí.

La primera mentira fue decirnos que estábamos iguales, que el tiempo no había pasado.

Dimos respuestas rápidas: las gorduras se evaporaron, disimulé tus arrugas y mi calvicie se pobló de cabellos. El mutuo elogio ató con alambre las notables fisuras del alma.

La segunda mentira se reveló al instante. Los dos dijimos estar bien, sentirnos felices y disfrutar de la vida. Nuestros matrimonios se describieron como el paraíso en la tierra y ninguno mencionó problemas o contratiempos. Los hijos fueron calificados: alumnos excelentes y un ejemplo de madurez. El mayor cursa la universidad y la pequeña es la abanderada. Tu esposo, jefe en la compañía. Mi mujer, asesora financiera de un banco español.

Delicias de la vida conyugal.

La tercera mentira fue la despedida.

—Deberíamos juntarnos, charlar un poco, conocer las familias— lo dije o lo dijiste.

—Tenés razón, lo vamos a concretar— contesté o contestaste.

No recuerdo.

Nos despedimos. Nos dimos un número de celular que a la media cuadra borré, vos esperaste un poco más.

Tal vez dos cuadras.

Rubén Lucero
de Cuentos Urgentes

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