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Me gustaría conocer Escocia
Cuento de Rubén Lucero

La sensación del whisky en la lengua

Debido a que grandes autores y obras literarias han tenido una fuerte relación con el alcohol se suele pensar que la literatura y el alcohol tienen una relación fecunda. También hay quienes sostienen que esta afirmación no es más que un mito. 

La noche, la soledad, la ausencia, el desencanto, la necesidad de sostener los sueños, de divagar a modo de pelearle a la realidad y a la sensación de vacío, quizás sean algunas de las cuestiones humanas que permitan pensar esta extraña relación. "Me gustaría conocer Escocia" es una medida de ese brebaje que Lucero y estás páginas nos convidan.

Coordina Diego Fornía. Diagramación y fotomontaje: Germán Sayago

Las yemas de mis dedos lo invaden. Dos, tres vueltas, un recorrido incierto hace el remolino intuido. No hay que mirar la acción, hay que hacerla, solo eso. Es una ejecución sublime. Se siente. El tacto anticipa a las pupilas gustativas, las pone expectantes.

Freddy Mercuiy es Barcelona, lo canta como la ciudad le canta al Mediterráneo. El parlante grita el himno de la feria cosmopolita.

En la habitación en penumbras, una luz roja trivial marca la función del sonido. El sillón me cobija y con el control remoto soy rey. Mis dedos ahora son pezones sensibles, dan dos vueltas más. El hielo es más pequeño, el vaso más redondo y el aroma a la cebada malteada trae las infidencias de un alambique escocés. Juan Manuel ya lo ha dicho: el hielo también es importante, hay que hacerlo con agua mineral. A veces reniego de las ideas de Juan Manuel, abruma tanto delirio. 

Un rayo de luz penetra por la ventana. Entre la claridad y mis ojos interrumpe el vaso. Es oro líquido. Lo observo, lo huelo y pienso en Emma, debe estar pintando otro cuadro. Ella sabría teñir el amarillo que describo. Hace cinco días que no la veo, que no la huelo, que no la recorro.

Me levanto, mi mano encumbra el whisky, le doy el primer beso.

Detesto ser tan débil. 

Afuera hace frío. El vidrio se ha empañado, un movimiento limpia y aclara, puedo ver el boulevard vacío, desierto. No se ven autos, la noche es un cráter en la luna. Una garúa llora entre la ventisca de los recuerdos. Los enanos tiritan en sus huesos de cemento.

Miro para pensar. Pienso para no ver. El whisky se detiene en mi lengua, cuenta su patraña escondida. Alguna vez voy a viajar a Escocia, digo. La imagino verde, formal y ordenada. Me voy a sentir bien en sus campos intensos y en sus límites precisos. Imagino un encuentro con un escocés contador de las cruentas batallas con los noruegos. ¿Habrán sangrado blanco estos guerreros tan rubios? 

Me gustaría encontrar a Borges esta noche, él sabría describirme esta tierra histórica. El me hubiera ilustrado la batalla de Dumbar, donde un puñado de escoceses emboscó a una avanzada inglesa. La hicieron huir. Después, los ingleses, tan caballeros ellos, atacaron sin piedad para anexar más territorio. Pobre Escocia, tan pegada a Inglaterra. Les queda el whisky y la hidalguía que en él transmiten. 

Divago, pienso y camino. La soledad toma mi mano, me acompaña, se sienta a mi lado y me invita a escribir. 

Desearía que el teléfono alarmara mi extensa quietud noctámbula. Seria bueno que ella llamase.

Retorno al sofá, enciendo una lámpara para que las letras de Bukowski me dicten alguna frase. Leo "Confesión", un poema ladino, astuto. Decir te amo cuando uno se muere es el Bukowski más impúdico. La mujer lo ha encontrado en la cama muerto. Afuera hay viento y hace frío. El boulevard Roca se parece a las calles que camina mi amigo, el indecente americano. Es una serpiente que se enrosca en su pasado de gloria. Los inmigrantes miran desde las veredas sin barrer, van a dormir el sueño de esta América por hacer todavía ¿todavía?

Cambio de libro, de canal, no de música. No es hora de morirse. Pienso en llamarla, la madrugada lo impide, su cabeza de pájaro anidará en la almohada dormida. Es tan tarde.

Los bomberos de la otra cuadra corren detrás del incendio.

Hay un loco suelto empeñado en hacer fuego en la ciudad de los vientos. Las sirenas despiertan a los cadáveres que beben en los bares ingenuos. 

La ciudad sigue dormida. 

Busco mi vaso de whisky, es un trago fuerte. Nadie ha dejado hojas en el boulevard, el viento suena, intenta seducirlas, no las encuentra. Morirá virgen este viento, la poda le ha quitado sentido a su persecución indelegable. El poeta de las cinco esquinas, sentado en la vidriera de la ferretería, toma una ginebra y lamenta la ausencia del otoño.

Discutimos por mi viaje a Madrid. Lo impugnaste: Ir así, sin papeles, sin nada, es una locura. En el aeropuerto te detienen. Dalo por hecho. No cuentes conmigo. 

Argumenté: Juan Manuel va a recibirnos. Refutaste: No le creo a ese tipo, está enfermo. Si cambás de opinión llamame. Buen Viaje.

El cimbronazo de la puerta. La desesperanzada idea de que volvieses. Ese instante que queda ante la nada, agobia. Van cinco días sin verte.

Mercury canta ahora Rapsodia Bohemia. Delilah, su gata inmortal, duerme junto a él en su agonía. Pobre Freddy soportar los dolores sin la morfina. El médico descubrió que era alérgico.

Leo Las Últimas Horas de Freddy Mercury, una nota que Juan Manuel escribió para un diario de Caracas. Duelen los huesos en cada línea. La estrella de rock pidió hacer pis antes de morir. Jim, su amante durante siete años, le cerró los ojos, bebió su whisky y lo cubrió de besos. Detesto ser tan débil. Vuelvo a mi vaso, brilla el hielo en su inaudita transformación, el amarillo elástico de la bebida lo subyuga, lo atrapa, lo mata. Mis ojos recorren la pequeña mesa pegada al sillón. Las manos buscan y toman un teléfono. Voy a discar, voy a llamarla.

Emma, es un whisky, un escocés de los buenos, y yo, como el hielo, terminaré fundiéndome en sus entrañas. 

Detesto ser tan débil.

Rubén Lucero
La ciudad ficcional
Diario Puntal de Río Cuarto
16 de octubre de 2009

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