Rigoberto y Yo
Conversaciones con mi sapo
La palabra
Soledad López

Con el libro cerrado en mi regazo, miré a lo lejos. El sol iba descolgándose por detrás de la sierra y una semipenumbra envolvía el paisaje. 
Extendí dos dedos y acaricié los pétalos de una campanilla, la que iba cerrándose displiscente. Por enésima vez, miré hacia el estanque pero ni sombra de mi amigo sapo. 
¿Le habría ocurrido algo? Abrí el libro intentando leer, pero ya la oscuridad circundaba el lugar. Me puse de pie y volví a sentarme, dispuesta a esperarlo. 
Un roce en la hierba cercana y el ruido de un cuerpo cayendo en el agua, aceleraron mi latido.

-¿Estás ahí, Rigoberto? –

-Sí, aquí estoy zambulléndome para refrescarme y absorber agua. –

-¿No la bebes? –

-Los anuros absorbemos agua por la piel, por eso no la bebemos. –

-Perdona mi ignorancia, pero ahora lo sé. –

-¿Sabes por qué he tardado? –

-Si no me lo dices... –

-Es que una de mis mujeres ha desovado y debí ayudarla a cargar los huevos hasta la laguna. –

-Ah!, eso. Dime, Rigoberto, ¿qué cosa de los humanos te gustaría poseer? –

-El don de la palabra. Como lo tienes, tal vez no imaginas el privilegio de usarlo en cada una y cualquier circunstancia. -

-Explícate mejor, amigo sapo. - 

-A través de ella, la palabra, ustedes los humanos no solo logran comunicarse sino trasmitir sentimientos y emociones de tal magnitud que hasta pueden cambiar el mundo. –

-¿Crees eso posible? –

-Y tanto. De modo especial ahora, que la llamada tecnología moderna suele ser tan prodigiosa, que puedes escuchar la voz de alguien que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, gracias a los nuevos artilugios. Ella, la palabra, puede promover guerras, invocar a los dioses, clamar por piedad, despertar a la bestia, hablar de odio, pero también pronunciar las más tiernas y conmovedoras frases de amor.

-Me siento afortunada no solo porque puedo compartir tu sabiduría a través del diálogo, sino porque ella, la palabra, es el vehículo indispensable para decirte que eres el amigo que quise tener y no pude. –

-Para que valores todo lo que te he dicho, piensa que en mi pequeño mundo no puedo hacer uso de ella para comunicarme con los demás de mi especie. Solo contigo, tengo ese privilegio.

-Me haces feliz, diciéndomelo. –

-Bien, basta de tanta cháchara. Me voy, que lo mío en noches como ésta, es croar muy fuerte, para que alguna hembra apasionada venga saltando, dispuesta a que yo la abrace muy fuerte, hasta que los ojos le queden más saltones. –
Diciendo esto y sin esperar mi respuesta siquiera, Rigoberto de un salto, descendió del estanque perdiéndose entre la hierba.

Soledad López
Rigoberto y Yo
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