Ella
Soledad López

La figura permaneció inmóvil mientras el sol, a caballo en el horizonte, doraba las aguas. Sobre la arena, huellas recientes de inusual forma, iban dejando un rastro fugaz, que la marea alta borraba, empujando ola tras ola, impetuosamente. El cuchillo del viento cortaba los sonidos, desmenuzándolos sobre el inmenso lecho. 

Nadie. No había nadie capaz de perturbar aquella soledumbre. Sin embargo ella estaba allí, inmóvil, de espaldas al mundo, desde hacía largas horas. Su traje la cubría por entero, lanzando de cuando en cuando, destellos metálicos.

De pronto, el sol rodó por la pendiente del crepúsculo, apagando reflejos. La noche fue entonces, con su larga capa de sombras, cómplice callada. 

La figura se movió en dirección al mar. Uno, dos, tres pasos. Por un instante la arena húmeda, dibujó contornos extraños. Luego, espuma y agua violaron sus huecos, anulando vestigios. El viento empujó nubes oscuras y, lentamente, surgió la luna. Mojándose en las turbulentas aguas, navegó despacio en sus ondulaciones para luego, expandir su esférica lumbre hacia lejanos contornos.

Un sonido irrumpió, quebrando el silencio. Mas bien parecía el zumbido de algún insecto gigantesco, horadando las profundidades marinas. Bajo la superficie, un área comenzó a iluminarse como si el mar estuviera incendiándose y las llamas no alcanzaran a subir. Furiosamente, giraron las aguas y en mitad del torbellino, alzóse de pronto, un extraño artefacto. De forma elíptica, giraba sobre sí mismo a escasos centímetros del agua. Era de metal, tal vez de acero, y pequeños orificios circulares dejaban entrever las luces. Quedó inmóvil en el aire ingrávido, sin que ello perturbara su equilibrio. Luego partió velozmente, cortando las sombras. Sin embargo, regresó pronto, girando hacia norte y sur, como procurando algo. Fue entonces que desde la orilla, un abanico de luces titilantes horadó la noche, en dirección a la nave. Pequeños relámpagos que se apagaron precipitadamente, para volver a encenderse. 

Luces y sombras...luces y sombras...luces, luces, luces.

El artefacto se acercó raudo y silencioso. A medida que avanzaba, focos fosforecentes, lanzaban destellos fantásticos, iluminándolo todo. Simultáneamente, ella comenzó a andar. A su paso, la arena dibujaba huellas, mientras la cauda escamosa, barría la playa. No lejos, suspendida en el vacío, la nave aguardaba. Cuando estuvo suficientemente cerca, un haz de luz descendió sobre ella. Sus ojos acuosos y fijos, relucían sobre la viscosa piel verduzca, mientras balanceaba su cuello largo y rugoso. Aletas membranosas sobresalían de su vestidura metalizada.

Un surco separó las aguas. Solo el murmullo del mar, inquieto, agitó las sombras. La traslación fue instantánea. En giro sorprendente la elipse se alejó para retornar de inmediato. El zumbido entonces, alteró las aguas, encrespando olas. Una llamarada incendió el lecho marino. Unos segundos, apenas. Luego, la noche se cerró sobre el planeta.

Soledad López

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