Bolivia
Soledad López

Los calientes valles de Bolivia, a medio camino de las altas cumbres y de la tierra allá abajo, en la vertiente de la Cordillera de los Andes, se denominan yungas. El paisaje es un poco tristón, pero la soledad ofrece a las plantas y animales que allí viven, la inigualable belleza del altiplano.

Y fue en esa planicie, que una tarde, después de una rara tempestad, cuando Betín asomando su rostro sobre las nubes, decidió escurrirse por las franjas coloridas del arcoiris. Como siempre, iba saltando de un color a otro; mientras lo hacía, su rostro cambiaba de tono, yendo del anaranjado al azul, del azul al amarillo y del amarillo al violeta.

Lleno de curiosidad miraba la larga cordillera; aunque ya conocía otras regiones, el lugar le parecía fascinante. Mientras, el cielo aclaró y el arcoiris amenazaba desvanecerse. Un poco triste, el niño volvió a subir y, desde lo alto, prometió al viento nómade que volvería pronto.

Hamacándose entre las franjas coloridas, Betín surgió entre las nubes aún cargadas de lluvia, hundiendo la mirada allá abajo, donde el verde de la floresta destacaba aún más la blanca y extensa línea de la cordillera andina. Sonrió al viento que soplaba fuerte y se escurrió despacio hacia la copa de un robusto y viejo árbol. Colgado de sus ramas, fue bajando sin prisa. Con los pies ya en la tierra, caminó lentamente, admirando las flores de la cantuta, cuyo tono rojo-naranja se destacaba en mitad del verdor de la selva.

El paisaje diferente, descubría el secreto de sus criaturas al huésped infantil. A su lado, surgió un oso de anteojos, llamado de ese modo, a causa de los círculos alrededor de los ojos, semejantes a lentes humanos.

-Buen día – dijo Betín, mientras su rostro se teñía de verde.

Pero el enorme oso no respondió a su saludo, perdiéndose entre la tupida mata.

Un poco adelante, otro oso, esta vez hormiguero, cruzó a su lado, rastreando con su largo y puntiagudo hocico.

-Buen día –

¿Quién eres? –

-Un amigo –

-Muy bien, muy bien – dijo el oso, mientras husmeaba el suelo

-¿Para qué usas esa trompa? –

-Para comer hormigas, amigo –

-¿Y por qué comes hormigas? -

-¡Qué pregunta! Como no tengo dientes, solo puedo alimentarme de cosas blandas –

Así diciendo, el oso hormiguero continuó su marcha. Muy cerca, un jaguar rugió amenazador, haciendo huir a los pájaros posados en los árboles cercanos. 

La sabana extendía su verde tapiz cubierto de altas hierbas. En medio de ellas, asomó la cara mansa de un ciervo, sorprendido ante la presencia del niño.

-Ahí, ahí, murmuró dulcemente-

-¡Hola!

-¿Cómo te llamas? -

-Betín, ¿y tú?-

-Aimara –

Se miraron con ternura, mientras el rostro de Betín cambiaba de color. El ciervo le sonrió y partió velozmente, dejando a su amigo con la palabra en la boca.

El estruendo hizo estremecer la tierra y la lluvia se descolgó rauda, golpeando y doblando las hojas más tiernas. Betín esperó que pasara el temporal, refugiándose bajo la copa de un frondoso árbol, atento a los ruidos de la floresta.Así fue que logró ver a un tatú gigante cavando su cueva con cómica rapidez, mientras las manchas de un leopardo se destacaba en mitad del follaje.

Cuando cesó la lluvia, continuó su marcha. El terreno ahora, era empinado y subiendo, siempre subiendo, llegó a un hermoso valle. Sonrió con alegría y el azul de su cara contrastó con sus ojos brillantes Sentóse sobre la hierba mullida, mirando como las abejas, libélulas y mariposas, volaban a su alrededor. Entonces, la vio. 

Una vicuña pacía lejos, moviendo la cabeza para mirar en su dirección. Betín debió subir aún más, para acercarse. Su presencia no la asustó y quedó quieta, masticando la hierba con delicadeza.

-¿Cómo estás?- preguntó el niño

-Muy bien- contestó graciosamente

-¿Cómo te llamas? -

-Soy una vicuña, pero puedes llamarme Bigú –

-Me fascina tu pelo tan suave –

-No es pelo, se llama lana –

-Ah –

-Con ella me abrigo cuando cae la nieve, pero los cazadores tornan nuestra vida un infierno –

-¿Por qué? -

-Porque nos cazan para quitarnos la lana, dejándonos desabrigadas –

-No me parece bien que lo hagan –

-Pero lo más penoso, es que muchos de nuestra especie enferman y hasta mueren de frío –

El muchacho quedó callado un instante y su cara se tornó violeta. De igual modo, sonrió a su amiga

-Bigú, como es hermoso este paisaje; debes sentirte feliz de vivir aquí –

-Amo este lugar. Junto a mi familia, miramos hacia lo alto y sentimos que el cielo y las estrellas están más cerca –

-¿Aún cuando nieva? -

-Estamos protegidas del frío con toda esta lana que nos cubre –

Los dos callaron. Fue un minuto tan solo, pues Bigú tomó otra vez la palabra:

-Tienes que conocer otras regiones, ya que en este país las especies de pájaros son tantas que todas juntas, suman una cuarta parte de las aves de América del Sur.

Y hay más todavía; los ríos llevan en su vientre, una variedad enorme de peces.

-¡Qué hermoso es oírte hablar, Bigú! -

-Aún no dije lo que quiero –

-Habla –

-Debes conocer, antes de regresar a tu universo de colorines, nuestros bosques enanos, los helechos gigantes, los bosques nublados y los árboles milenarios –

-Prometo que lo haré –

-Entonces, hasta pronto –

-Adiós, Bigú. Volveré y te buscaré para seguir dialogando –

La vicuña lo miró largamente, antes de alejarse caminando graciosamente. Lejos, un rebaño pacía, mientras la aguardaba. Cuando se reunieron, caminaron en dirección al sol hasta perderse de vista. 

En la inmensidad de la planicie, Betín escudriñó el cielo en busca del arcoiris. Debió aguardar muchas horas, hasta que un resplandor rasgó las nubes. Poco a poco el arcoiris emergió como una mancha irisada. Luego, cintas multicolores se descolgaron del cielo. En la cumbre, Betín asió con cierta impaciencia, una de las puntas. Trepó por ella, saltando con alegría de un color a otro, hasta llegar a la comba. Luego, se perdió en el laberinto multicolor.

Betín - El niño del arcoiris
Soledad López

Ir a página inicio

Ir a índice de Rincón infantil

Ir a índice de López, Soledad

Ir a mapa del sitio