El doble - Reseña sobre Doberman, de Azul Lombardía
por Rosana López Rodríguez
GILP-CEICS

"el animal está en todo su derecho de no controlar esfínteres, por eso es un animal. Si (...) se le ocurre cagar en el medio del viaje, la boluda fuiste vos y tenés que parar en la banquina a la limpiar la mierda."[1]

 

Cada interés particular expresado como competencia entre individuos bajo el capitalismo, cada necesidad inmediata que toma la forma de enfrentamiento bajo la opresión del patriarcado, no hacen sino reforzar la explotación y la dominación.

Mercedes conversa por teléfono con Gloria mientras va haciendo las tareas domésticas, tiende ropa, prepara el tuco para las pastas. Es la reina de la intimidad de su casa y en esa conversación se plantean las preocupaciones de las mujeres que hablarán en la obra: los vínculos; de todos ellos, aquellos con los varones que las rodean. Apenas terminada la conversación, la otra protagonista, Mirna[2], hace su inquietante aparición. Viene de afuera, intenta justificar su presencia, habla raro, tan pausado que es sospechoso. El público ríe porque tal vez demore un poco en darse cuenta de que esa lentitud de Mirna encubre algo. Encubre mucho, encubre todo el conflicto.

Mercedes está separada y vive con su hijo Gustavo, un muchacho cuya edad desconocemos, pero que ya ha terminado hace rato la escuela secundaria. Es empleada en el ministerio y su mascota es un doberman llamado Byron. Por su parte, Mirna vive con su esposo Claudio, remisero, y los seis hijos de ambos. Como no podía ser de otra manera, Mirna es, forzosamente, ama de casa.

Las mujeres entablan una conversación en la que se va develando el enfrentamiento. Primero, larvadamente. Poco a poco, más violento. Mirna cree que su vecina se está acostando con su marido. El diálogo muestra las diferencias entre ambas y cómo esas diferencias las convierten en enemigas mutuas. Ahora bien, ¿son en verdad esas diferencias el verdadero motivo del enfrentamiento? O lo que es lo mismo: ¿ellas son enemigas o en realidad, el enemigo está en otro lado y la batalla se produce solamente porque ninguna de las dos puede darse cuenta?

Durmiendo con el enemigo

Dijimos que Mirna está rodeada de necesidad, por lo tanto, encuentra que la única manera de reproducir su vida y la de sus hijos es la de conservar al varón proveedor que tiene, por el momento, a su lado. Y en esa lucha por su supervivencia se enfrenta a todo aquello, mejor
dicho, a todas aquellas que pretendan quitarle lo que es suyo. Ese odio contenido que ella dice no tener, aunque a cada momento su comportamiento lo desmienta, es producto del terror a la necesidad. Claudio le meterá los cuernos, pero no va a abandonarla, si de ella depende. Claudio será un inútil como padre, pero seis hijos no se alimentan así nomás. Mercedes, por su parte, vive con su hijo. Aunque parezca una mujer liberada, tanto sexual cuanto económicamente, es ella la que está preparando la comida para cuando Gustavo, (bastante grande, por cierto, como para cocinar para sí) llegue. Y no solo eso: le dobla los calzoncillos que saca del tender, le pone los cordones a sus zapatillas. Mientras tanto, su muchachón está de viaje (y se ha llevado al perro como acompañante). Llegamos así al punto nodal de la obra: el doberman. Esta raza canina fue creada a mediados del siglo XIX por un recaudador de impuestos alemán que custodiaba una perrera municipal y pretendía conseguir seguridad y protección. Con ese objetivo, realizó varias cruzas con perros especialmente mordedores que se hallaban en el refugio. Se lo llamó perro gendarme porque fue utilizado preponderantemente por la policía alemana. Mercedes dice de su perro: "un perro así mete miedo a cualquiera. no deja de ser un doberman. a nosotros no porque somos su familia, bueno a mi no sé, alguna vez me ha gruñido y no sé si no me mordió te digo, al que no toca ni loco es a Gustavo." Entonces, ¿qué bienes custodia este doberman de ficción? El primero, la familia. Una familia con los roles masculino y femenino distribuidos en espacios y tareas bien diferenciadas: Gustavo-afuera, Mercedes-adentro/cocina. El perro no solamente defiende esta estructura de roles de género, sino que además, lo hace ejerciendo coerción sobre la mujer. En el epígrafe tenemos la expresión máxima de esta dominación; la mujer que permite que entre en su vida el doberman del patriarcado, deberá aceptar la subordinación, porque es inmanejable. En ese momento, habremos aceptado que nuestra función es la que nuestro amo ha decidido para nosotras y entonces. a limpiar. Y a limpiar toda la basura que el perro nos depare. Mientras todavía no hemos subido el perro al auto, mientras no lo hemos metido aún en nuestra casa, el patriarcado es una fuerza invisible que oprime sin que las mujeres tengamos bien en claro de dónde proviene ese poder. La compañera de trabajo de Mercedes que está tomando mate con una amiga, siente, de la nada, un fuerte golpe en la pierna que le deja la marca de una mano roja bajo el pantalón.

Esta experiencia "paranormal" señala al patriarcado como lo que está afuera, que no se ve, pero empuja, presiona, violenta. Es esa ideología que entra en nuestras casas, en nuestras vidas y nos hace encarnar al doberman en nosotras mismas.

El doberman, creado para cuidar de la propiedad, es celoso y los celos son la manifestación emocional de la defensa de la propiedad privada de los sentimientos del otro, y más aún, de la persona del otro. El grado máximo de introyección del patriarcado se produce en Mirna; la obra, que tiene una lógica realista, adopta en el desenlace un desplazamiento genérico digno de la mejor prosapia de lo fantástico.

Las contradicciones del doble

Mirna vive en un trastorno mental, habla raro, se comporta raro, pero lo raro en ella es que pretendiendo sostenerse a sí misma, se autodestruye en la defensa del enemigo interior. Ese aparente odio contenido que se expresa como instinto de supervivencia, es el efecto de encerrar en sí a su propio alien. Mirna, que acepta la dominación masculina por sus condiciones objetivas, se transforma en el final en su propio amo. Se escuchan los ladridos de Byron y las voces de Gustavo (¿realistas o fantásticos?), mientras ella trae a escena sus gruñidos y su metamorfosis animal. Mirna es como el axolotl de Cortázar[3], es el doble, es mujer y es el monstruo, es la dominada y la expresión de la dominación. Tiene más que ataques de pánico, una psicosis producto de esta dominación y de su personalidad alienada en tanto mujer.4 Aunque Mirna es la más siniestra, la más peligrosa en apariencia, Mercedes no porta menos al doble. Mirna es más vulnerable y Mercedes más inconsciente. Mirna es ama de casa y Mercedes cuenta con su propio dinero, tiene un trabajo asalariado fuera de su casa. Sin embargo, esta posición, que parece progresista y es propia del feminismo liberal[5], no alcanza para que el patriarcado y la explotación vean amenazados su reinado. Mercedes es la palmaria prueba de ello. Supuestamente "liberada", está encerrada, cocinando ese tuco y esos fideos que no solamente le gustan a su hijo, sino también al perro. Mercedes ha obtenido la aceptación de la opresión y a la vez, de la explotación. El patriarcado ha logrado que las mujeres acepten la doble jornada y una de ellas, ad honorem. De las dos, la que tiene mejores condiciones para "salir" de la opresión, no lo hace, tiene la ideología tan incorporada como Mirna. La cocina está presidida, contradictoriamente, por una copia de un autorretrato de Frida Kahlo. La imagen de una mujer liberada de ese ámbito, pero torturada y permanentemente sola. Esa es Mercedes. No solamente el espacio en que se encuentra y la cocina determinan la condición ideológica de Mercedes. Su deporte favorito, ese en el que está entrenadísima, es el chusmerío, una actividad que la enfrenta permanentemente con otras mujeres por la disputa de lo masculino. El campo de batalla se produce en la pelea intragénero por la propiedad (de un varón en el mercado). Las armas con las que se cuenta, la palabra, el chisme, la difamación, el (pre)juicio de valor. Hasta Mirna se da cuenta de esta división ficticia: "Vos creés que porque podés comprarte un tapado con tu sueldo sos mejor que yo", le dice a Mercedes. Esa división frente al patriarcado favorece, sin dudas, la explotación del trabajo. No hay solidaridad de género porque el patriarcado enfrenta a las diferentes fracciones de las mujeres en beneficio propio: para tener amantes gratis, para tener niñeras gratis, para tener sirvientas gratis. Y para que consideren que su trabajo pago es de inferior en su condición al de un varón.

Aparecen en la obra otras formas de enfrentamiento entre las mujeres. Mirna va a una psicóloga a quien acusa de ser lesbiana porque le dice que tiene que superar lo que le pasa, que no tiene que aferrarse a aquello que erróneamente cree su tabla de salvación. Eso la pone automáticamente en el campo enemigo. Este cuestionamiento de la homosexualidad, este desprecio de las orientaciones sexuales, muestran el patriarcado en Mirna: la heteronormatividad como herramienta para mantener la dominación y para fomentar la división entre las "diferencias". Las divisiones proliferan casi hasta el infinito: cuando ambas hablan de Alejandra, la vecina que le recomendara a Mirna esa psicóloga, Mercedes dice que el comportamiento de Alejandra se desbandó porque su madre, la Pachi, era una mujer muy estricta que no le dejaba hacer nada. Sin embargo, a Mirna, la Pachi le parece una mujer muy razonable y educada. ¿Cómo educar a una mujer? ¿En el liberalismo o en la interdicción?

Cada interés particular expresado como competencia entre individuos bajo el capitalismo, cada necesidad inmediata que toma la forma de enfrentamiento bajo la opresión del patriarcado, no hacen sino reforzar la explotación y la dominación. Tanto Mirna como Mercedes son obreras que, en lugar de pensar en la posibilidad de una alianza, se enfrentan como si fueran enemigas, puesto que no pueden superar las limitaciones del feminismo liberal, poseídas por el doberman del patriarcado.

Notas

[1] Tomado de Doberman, parlamento de Mercedes.

[2] Mercedes, excelente en la piel de Mónica Raiola, y Mirna, siniestra y fantásticamente encarnada por Maruja Bustamante.

[3] Véase "Axolotl" en Final del juego.

[4] Un texto clásico que tematiza cómo el patriarcado enferma y desoye a las mujeres es "El empapelado amarillo", de Charlotte Perkins Gilman.

[5] Véase Beauvoir, Simone de; El segundo sexo. Y particularmente, el final del tomo 2, La experiencia vivida.

Ver: Entrevista a Azul Lombardía, autora de Doberman - Pintando la propia aldea

Rosana López Rodríguez

Gentileza de Razón y Revolución - Organización Cultural
http://www.razonyrevolucion.org

 

Publicado, originalmente, en "El Aromo", Nº 85 Año XIII
Julio-agosto de 2015Julio-agosto de 2015
Link: http://razonyrevolucion.org/aromoscompletos/ElAromo85.pdf
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