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Las cosas ya no son como antes
del libro ''El Karma de Fhiodor''
por Oscar D. López Posas
odeigo@hotmail.com

Al cruzar la calle tuve la sensación de estar nuevamente en aquellos días de mi infancia, en aquellos años del rostery y el go go. Una mezcla de sentimientos se volcó dentro de mi pobre y ya cansado espíritu. Al poner el pie en el borde de la acera, oí que alguien me llamaba con mi antiguo nombre __Digone__. Solo en aquel pueblo la gente me conocía con aquel nombre que desde 1979 había quedado en el olvido, después de que la maestra Rosalinda Amaya me dijera con extrañeza __Vos no te llamas Digone. Te Llamás Diderot__. Todos en el aula nos quedamos viendo asombrados de semejante nombre. Rubén, mi enemigo número uno, fue el primero en preguntar muy interesado, ___ ¿Como dice que se llama este;  Profe.  Rosalinda?__La maestra conociendo las intenciones de aquel mozalbete, se dirige con pensamiento elocuente y le repite, acercándosele hasta tocar la nariz de Rubén con la suya___Oscar Diderot Lomeras Palma___Sabía que Rubén se gastaba cierta rivalidad y evitaba al máximo que nos diéramos de trompones en plena clase. Mi padre había corregido en el registro del pueblo mi naturalidad de nacimiento y a partir de aquel año sería su hijo por ley. Desde aquel instante se me acortó el nombre y en adelante me decían Dider. Por eso me pareció extraño que se me llamara en aquel momento Digone. Volteé para ver quien me llamaba con aquel nombre y me alegré sobremanera al ver que era mi primo Neto que hacía unos minutos atrás, mientras yo abordaba unmoto taxi, lo había visto subido en la parte trasera de un vehículo  de carga, que al parecer le estaba dando un jalón desde el pueblo aledaño. Mientras el mototaxi recorría el camino pavimentado en concreto moderno, uno de los adelantos de la comuna, que le daba realce,  sentí al contemplar los parajes de la entrada al pueblo todavía adornados con robles y otras especies maderables, potreros de pastoreo de las haciendas de hijos del pueblo; cierta nostalgia, comprendí que amaba aquel pueblo que hacía treinta y siete años atrás había dejado siendo yo un niño apenas. Lo saludé afablemente  y ayudándolo con las cargas que llevaba en sus manos nos dirigimos a su casa. El camino se hizo corto desde la parada del mototaxi hasta la casa que se encontraba a cinco cuadras y media buscando la hondonada del río, algo retirado, fuera ya del pueblo. Al llegar a la casa de primo Neto el jolgorio no se hizo esperar, hasta el perro de la casa se mostraba alegre, parecía compartir la alegría de los amos al recibirme en la entrada y aunque no me conocía era incluso más feliz que los demás. Mi estadía se redujo a un almuerzo suculento; sopa de mondongo, unas cuantas tasas de café de palo, pan de mujer del barrio arriba y todos los por menores de aquel pueblo aletargado en mi conciencia y que hoy cobraba vida con mi extraña presencia. Entre plática y plática nos agarró las siete de la noche y sentados en trozos de pino y de carao, unos, y  otros acostados en hamacas, espantando los mosquitos y jalando recuerdos que habían sido abandonados en el cajón del tiempo. Lentamente nos envolvió la oscuridad y los ruidos humanos fueron remplazados por sonidos de la noche. A las diez de la noche todos nos fuimos a nuestros lugares de dormir, y pronto no se escuchaba más que  el canto de Cucuyos y los grillos. Cerca del pueblo se escuchaba, tímido y sin rienda, el  canto del río San Gaspar, quien por un momento me transportó a mis apenas cinco años cuando enganché un burro, que por aquellos días abundaban,  en la corriente y en las pozas del mismo. Me ubicaba taciturno y emblemático a la orilla, con la esperanza de que alguno picara y así poder pescar mi primer cheto, cosa que se volvió algo deshonrosa pues no picó sino que como siempre llevaba la vida a la carrera, jale con tal fuerza que enganche uno. Mis hermanos se reían de mí pues como ellos decían; ___ así no se pesca vos___tiene que picar y él te va a jalar el anzuelo. Con aquel recuerdo diáfano y difuso me quedé dormido hasta encontrar el canto de los gallos a las cinco de la mañana cuando aquel pueblo anda en completa actividad agrícola. El canto de un burro y el ladrar de un perro me hicieron ponerme en pié. Concepción o Chon como le decíamos, esposa de mi primo  ya había hecho el café de palo y  fui, cuando me llamó para mi primera tasa. Antes del desayuno Fhiodor, el perro y yo nos fuimos al río. Es tan inteligente que sabe cuando uno va al río, así que en cuanto me vio con el machete en la mano comenzó a mover su cola alegremente, y no mas abrí el portón salio corriendo rumbo al río. Hacía ya, algún tiempo que no lo visitaba y que ya los empezaba a extrañar, a medida me acercaba a este, tenía una  extraña sensación que me perturbaba. Este afluente en los últimos treinta años había bajado su caudal y en esta época del año se convertía ya en un pequeño riachuelo de aguas cristalinas y realmente se siente no más lo ves que poco a poco se va perdiendo, lo cual me da mucha tristeza. Aun así amo este río porque  aquí crecí. Caminaba por entre su caudal, y me sobrecogí ver el terrible descuido en que está. En un instante me llené de ira y quería desquitarme con alguien. Una  sensación de impotencia me invadió rápidamente  y comencé a pensar qué debía hacer para evitar semejante grosería. Me sentía culpable por aquella catástrofe, perturbado y enojado, me senté en una piedra que había al medio del cause. Al cabo de un rato mientras pensaba en que hacer, vi un hombre semidesnudo con un hacha en la mano, cortando un árbol que la corriente había derribado y en seguida decidí ir a hablar con él. Lo saludé cordialmente para no perturbar sus quehaceres: Primero le pregunté por el árbol que estaba cortando. Su repuesta fue simple, estos árboles que bota el río los podemos aprovechar y no hay problema. Parecía estar a la defensiva.  Me explicó que la cuenca del río estaba protegida por la municipalidad y que nadie cortaba árboles excepto en aquellos casos en que en tiempos de lluvia el río derribaba los árboles y la gente los aprovechaba para leña. Eso explicaba por qué había varios árboles muertos al centro del cause y con señales naturales de haber sido derribados por el agua. Pregunté si estaba al tanto de si existía algún proyecto para mantener la margen del río libre de basura. Irónicamente me contestó que a eso nadie le ponía atención, que en un tiempo la municipalidad con el alcalde que se murió había estado trabajando para mantener el río limpio. Mientras el hombre, cuyo  nombre no pregunté, hablaba, vi venir por la margen del río a dos mujeres que en sus cabezas cargaban baldes de latón, que por su color se presumían viejos y gastados y que en su interior llevaban el preciado líquido; el agua. Este pueblo se ha beneficiado durante siglos de las aguas de este río. No es extraño ver personas; mujeres y hombres jalando agua del ojo de agua como se le llama a una pequeña vertiente construida por los mismos lugareños para la extracción del vital líquido. Es incomprensible  que estas personas que se sirven del río sean quienes lo hayan convertido en un vertedero de basura. Al acercarse las señoras saludaron, algo propio de nuestro pueblo, de inmediato les pregunté si se estaba haciendo algo al respecto para evitar los vertederos en el río a lo cual me contesto que era la misma gente que vivía en las márgenes del mismo quienes tiraban basura. Con ellas me marche de aquel lugar y la señora me comentaba que el señor con el que conversaba era uno de los que mantenían esos sendos basureros en el  río. Le recordé que mi infancia la había pasado en aquel lugar y que me resultaba desagradable venir al pueblo y ver aquel cuadro. En el camino se nos sumo su esposo a quien reconocí de inmediato, era José o Chepe como le decíamos en aquellos días. La señora Francisca como se la llamaban, al ver mi preocupación, me dijo con cierta nostalgia___ las cosas vos, ya no son como antes. En este pueblo todo ha cambiado____. La vi con cierta desazón por lo crudo de sus palabras pero efectivamente y al fin era cierto.  A lo largo del recorrido pude ver de toda clase de desechos plásticos desde condones, pañales desechables costales viejos, vasos y llantas de vehículos y toda clase de inmundicias. Con el corazón compungido me marche con una sola idea en la cabeza venir con mis propios hijos a limpiar el río que en mi infancia fuera el mundo de mis fantasías y con quien establecí una estrecha relación de armonía con el medio de este lugar tan paradisíaco. Me parecía apropiado hablar con el alcalde y plantearle nuevamente la necesidad de mantener el río limpio ya que este le sirve la comunidad.  Al llegar a casa le manifesté a mi primo mi intención de volver para limpiar el río de toda aquella basura, a lo cual él me refirió que sería una excelente idea y que estaba dispuesto a ayudar ya que él pasaba peleando con los pobladores por el mismo problema. 

Otrora los cuentos 

La tierra estaba ligada a mi sangre, y mi sangre corría en sus ríos. Eso fue en los tiempos en que mis calzones estaban cagados y tenía parches en el corazón. La ventana de la vida, era tan intima que solo entendía apenas más allá de su bisel. Por eso, recorrer hasta el San Gaspar me parecía una eternidad, hoy cuando lo veo me parece apenas un has de la vida. Fui capaz de ser hombre antes de lo siete años y lucir bigote. Era un mundo tan ajeno a mis interioridades como extraños los sucesos enclaustrados en el devenir del tiempo. Hoy vuelvo los ojos hacia mi interior y encuentro simplicidades, cosas banales. Nada  más grácil, que volver a la tierra querida, y tomar una foto del recorrido.

 

Oscar D. López Posas
odeigo@hotmail.com

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