Panteras grises

Por Mario Andino López

Después de haber terminado todo aquello de la muerte de mi marido y de que mis hijos regresaran a sus hogares en provincias lejanas donde tienen sus trabajos, me cambié a un hogar de ancianos. Resiento esta palabra ancianos porque creo que me queda bastante que vivir y lo que es más importante, hacerlo en libertad. Vivir en un recinto colectivo no me molesta porque, después de todo, me crié en una internado para señoritas porque fui huérfana.  Sigo, ahora, un nuevo rumbo que me permita gozar de todo lo que me privé y hacer cosas en la vida que nunca antes me atreví a hacer. Para empezar tengo la oportunidad de viajar y el agente de Turismo contratado por el Hogar, conoce todos esos lugares de los que una sólo ha soñado. El es un bailarín excelente ya que además de organizar giras interesantísimas, las mujeres se pelean por bailar con él. Viene aquí a ofrecer las  giras y a entusiasmarnos a todas las del Hogar, para salir a viajar. A pesar de que, al principio, pensé que tal vez no tendría derecho a pensar en que él se interesara en mí, ahora él mantiene una ilusión viva en mi corazón. Estoy aquí, sentada al sol, escribiendo postales para que mis amigas sepan mi nueva dirección y lo bonito que es el Hogar, aunque sea sólo para visitarlo. Carolina (“Colorina” como la llaman aquí por su pelo de rojo brillante), interrumpe para decirme:

-Oye, te llama Mariano para cobrarte la cuota inicial de la gira. Y lo dice con sarcasmo en su voz porque se da cuenta lo que simpatizo con él.

-Algo me dice, Carolina, que te fascinó la última gira porque recuerdo tu postal: “te estoy escribiendo desde el estrecho del Bósforo”, aunque los sellos del correo cancelaron las estampillas con un cuño local solamente.

-”Mariano me gusta como a todas las demás”, dice Colorina, evitando  contestar acerca de la postal falsa que me mandó. Sí -le contesto- el reglamento del Hogar dice que debemos compartir las actividades con las pacientas, sus visitas y conocidos (y pongo una intención irónica en la palabra “actividades”). La verdad es que no hallo las horas de ir a una gira con él y que empiece con su retahíla de galanterías que me hacen sentir muy especial y, por fin, feliz de la vida.

Estoy tratando de atenerme de palabras, ahora, porque me atuve a hechos, antes, y sólo me sirvió para desilusiones y que me rompieran nuevamente el corazón. Vivir de sueños es casi una situación desesperada y no importa que no sea la realidad todo lo que vivo. Desde este encanto con Mariano, seguiré adelante teniendo esperanzas y gozaré de la vida mientras la sueñe. Y si hay un desengaño, bueno, recordaré lo feliz que fui mientras duró la ilusión. Por lo demás,¿cómo saben si un sueño puede convertirse en realidad? Mariano es divorciado y estoy cansada de oír que hay que atenerse a la realidad en la vida, para evitar chascos. Ahora voy a soñar y a vivir fantasías porque toda mi vida me la pasé sufriendo una realidad. “Déjame a mí las decisiones” es todo lo que oí  de casada, cuando esa decisión incluía mi vida, también.

Carolina es realmente una pulga en el oído, está siempre diciéndote lo que hay que hacer y quiere que cada vez se haga lo que ella dice. Yo estaba acostumbrada a complacer y a no provocarle problemas a nadie. Pero me irrita con su actitud en cuanto a lo que yo, o cualquiera de las otras, queramos hacer. Creo que ya la arteriosclerosis se la come viva y hasta “se le arranca un poco la moto”, como se dice,  porque a veces hace cosas de loca. Como es alta y se mete en todo, anda con su pelo teñido aunque les dice a todas que cambiarse el color del pelo artificialmente hace mal para el cerebro y da cáncer. Tuvo un alegato con Justa, el otro día, y ésta le dijo a Carolina que “¿para qué te tiñes las raíces negras?, con mucho sarcasmo por supuesto. Y como tiene un genio de los mil demonios, acusó a Justa a la Directora por haberla insultado, siendo que ella misma lo hace todo el tiempo.

Dicen que tiene el colesterol muy alto y anda midiéndose para comer. Averigua el postre del día, con anticipación, y te anda tentando con los dulces, incluso te consigue otro postre, en la cocina. Pero cuando llega su turno dice con voz de oveja degollada; ”gelatina, no más, porque no soy de mucho comer y hay que conservar la línea...”Y nos da una miradita de perdonavidas. Ella quiere ser “la que corta el queque” para cada decisión del grupo, y su nombre debiera ser “mandona” y no Madonna, como muchos la tratan. Parece que se ha dado cuenta de que Mariano prefiere bailar conmigo y, para manipular la situación, me nombró la encargada de leer las preguntas en la próxima reunión de la gira, para que así no hablen todas a la vez. Pero “este huevito quiere sal”, como decía mi madre, porque cuando venga Mariano a la reunión, no me va a dejar bailar con él, diciéndome al oído, ”recuerda que me debes un favor, linda. ” Pero a algunas les gusta la “colorina” porque así la dejan tomar decisiones por ellas y porque la usan para atacar a los hombres del Hogar y “las enemigas”  de nuestro grupo.

-”¡Tiren los volantes de la gira a la basura!”, ordena Carolina, después de la reunión, y hasta las pacientes más mayores se mueven con tanta energía que no sé de dónde la sacan.”A los administradores no les gusta ver la sala de reuniones llena de basura.” Por lo demás, las más seniles empiezan a usar los volantes turísticos de papel de baño y se producen problemas con los inodoros.

Carolina llega tarde a las reuniones, se queda escondida en el pasillo para hacer una entrada teatral a la sala. Me tiene encargada de hacer que las pacientes miren hacia la puerta, con el pretexto de que Mariano aparecería en cualquier momento. A veces me pregunto por qué hago estas cosas; más bien creo que es por él que por dejarme dominar por Carola.

A pesar de que la idea de escribir las preguntas sobre las giras es para evitar que hablen a destiempo, oí una voz desde atrás:”¿Van a subir los precios esta vez?” Y no sé por qué me encontré contestando: ”No solamente no van a subir sino que si el grupo es ya mayor de cincuenta y es posible que hasta lo bajen”.

No quedó boca en la sala, con o sin dientes postizos, que no sonrió al mirarse ellas una a otra con satisfacción. Al acercarme a la puerta para ver si venía Mariano, Carolina me agarra de un brazo y me arrastra al pasillo, susurrando en mi oído:”¿no te dije que la manera de hacer la presentación iba a resultar...¡están todas enstusiasmadas!”

Es en realidad la manera de Mariano de hacerse presentar; después, espera unos minutos en el pasillo y hace su entrada de teatro y las pacientes aplauden, gritan, chillan y se revuelven en los asientos,

Carolina entra inmediatamente detrás de él, como si fuera su secretaria y parte del trabajo de turismo. Mariano se inclina a los aplausos y me da mucha rabia como lo hace también la Colorina y se para al lado de él, asintiendo o negando con la cabeza a las preguntas que leo y repitiendo lo mismo que ha dicho él, pero con otras palabras. En realidad, ella le da un toque de show de televisión aunque la presentación es de él y solamente de él.

Cada vez que avisa Mariano que  a presentar una gira nueva, en la clase de aeróbica no hay donde moverse porque a todas les da con bajar de peso y reducir la figura. Las enfermeras se quejan de no tener tiempo para vigilar a las más ancianas porque se caen al tratar de seguir los ejercicios aeróbicos; se pueden quebrar una cadera y eso deforma tanto la figura de una. En días normales, en aeróbica, las más bajas nos ponemos adelante porque a esta edad algunas nos achicamos, mi doctor dice que he achicado un centímetro y medio en diez años por la osteoporosis. ¡Ah!, y que no camine agachada, que levante los hombros y enderece la espalda; lo siento doctor, pero a mí me enseñaron que las señoritas decentes no andan mostrando el busto.

Y, a propósito, no me gusta para nada el uniforme de aeróbica que exige Jairo, el profesor de gimnasia. Tiene que ser malla color calipso, con calzón de pierna cortada a la cadera y negro, con zapatillas amarillas para que Jairo vea el movimiento de los pies. En la cintura, una banda plateada y otra para sujetar el pelo. Jairo, el instructor,  es muy fino y gracioso, los hombres del hogar no van a aeróbica porque no les gusta Jairo. Y hablando de hombres, yo creo -y varias otras también- que aeróbica no debiera ser una clase mixta. Los ejercicios nos obligan a ponernos en posiciones que no son para damas y un poco sugestivas, diría yo. A Carolina le encanta la clase y dice que eso de andar tapadas como cuando éramos chiquillas son cosas para gansas.

Ya en la mitad de la clase nos toca agacharnos y poner la cabeza lo más  abajo posible. Así veo a las otras, por entre las piernas, como vampiros colgados del techo e inclinándose a ambos lados, como si volaran, porque se marea una de estar en esa posición. Pero Jairo siempre sabe cuando cambiar el ejercicio que cansa o molesta y se las arregla, increíblemente, para hacernos olvidar los achaques y dolores, nos engatusa con ejercicios sostenidos y que vienen muy bien con la música que usa para las clases.

“¿Están listas, chiquillas, para pasarlo regio?, grita Jairo con entusiasmo. Y continuamos con levantamientos de brazos y piernas, por turno, y estirando los músculos hasta una distancia que no me hubiera imaginado. Luego empezamos a transpirar y aparecen manchas negras en los uniformes, a la altura de las espaldas donde se muestra el sostén a través de la layca. Esto es lo único que no me gusta, que se ven prendas interiores y también que a veces tengo que salir de la clase muy apurada porque, a esta edad no puedo aguantar de ir al baño.

Pero todavía creo que las mujeres tienen más gracia que los hombres, cuando vienen a aeróbica, porque son torpes y gruñen como si les dolieran las ingles. ¿Por qué ellos no tendrán celulitis como nosotras, supongo, no?

Me encanta cuando Jairo apaga las luces, al final de la clase y no tendemos en el suelo, y sólo por algunos minutos para que no se enfríe el sudor. Toca una cinta de música muy suave y romántica y se relajan los músculos completamente y se recobra el aliento. Me da una sensación de intimidad y de satisfacción de haber logrado algo que no me gustaba hacer, antes. Con el ejercicio, la cabeza se me aclara y siento una reacción positiva, de cansancio pero feliz. Es como recibir una buena noticia, hacer algo para estar orgullosa y como...si estuviera enamorada otra vez...

Después de aeróbica, abro la puerta de mi casillero, en el vestuario femenino. Detrás hay un espejo y me miro en él sin ropa y con las zapatillas de ducha en la mano. Nunca antes me había llamado la atención mi propio cuerpo. Ahora me hace pensar en cómo me vería yo de joven y antes de tener hijos. Tal vez nunca lo sabré porque no tuve tiempo para eso y porque me puse un traje de baño muy pocas veces. Cuelgo mi bata al entrar en la ducha y cierro la puerta de vidrio empavonado que deja ver la silueta de las pacientes a  través del vidrio.

Recuerdo el día que me vine de casa al hogar, pasando calles que no había visto desde hace muchos años, de cuando era chiquilla tal vez. Frente al Hogar “Purísima” hay dos encinas enormes que me hacen pensar en guardias,¿serán necesarios en un lugar como éste? La Directora dice que el nombre del Hogar significa purificación, disciplina y abstinencia. Nunca he entendido si esta última palabra se refiere al licor o a las relaciones personales de los pacientes.

Parecería una doctrina espiritual de la Directora, pero te anda metiendo el jugo de ciruelas debajo de la nariz, en la mañana antes de desayuno. Predica eso de “mente sana en cuerpo sano”, pero de lo único que se preocupa ella es de la disgestión de una. Te pregunta enfrente de todos, los hombres incluídos, acerca de la digestión y a mí me avergüenza mucho eso, es algo privado de las personas. Nunca voy sola al desayuno y apenas termino de vestirme ya está Justa, mi compañera de cuarto, con su impaciente “¿y...vienes o no?” Es apurona y aunque muy menuda, se mete en grescas con las otras, por preguntas que no quieren contestar. “¿Qué te pasa...estás loca...¡a que sí!...¿quieres que te diga lo que pienso de ti, realmente?...¿crees que yo no sé que--?... ¿te gustaría a ti que te--?...¿has visto gansa peor que ésta?...¿quieres irte al diablo de una vez por todas?...” La mayoría de sus conversaciones terminan así, no escucha lo que le dicen y se anticipa a adivinar el resto y se sobresalta por cualquier cosa. Yo no tengo problemas con ella porque no le hago caso y la dejo hablar. Se evitan con Carolina como dos machos cabríos porque saben que no se avienen y por cualquier cosa puede estallar la discusión.

Sin embargo, Justa insiste en que no se puede empezar el día sin ir a la capilla, antes del desayuno. Y por supuesto que Carolina opina que una vez a la semana está bien, y eso.”¿Dónde se ha visto ir con hambre a la iglesia?”

-” ...por lo menos, te dan el pan medido, para tu dieta, pues Carolina...”

-”¡el pan te pone tonta! ¿no sabías?...el pan es--realmente para las palomas y los patos de la fuente.”

Hubo un tremendo escándalo con las palomas que viven en los techos del Hogar. Justa está en contra de ellas porque dice que tienen pulgas y porque acarrean enfermedades. Algunas decían que el guano es un abono muy bueno para las plantas y los prados y que el Hogar podría ahorrar en el presupuesto evitando algunos gastos de los jardines. Uno de los pacientes del pabellón masculino dio una charla muy enredada y usó palabras como concientización, ecología, erosión y cosas que no entendí. Alguien sugirió echar las palomas a la olla y Justa se enojó:”¡las palomas no se comen, pues gansas, son duras como los jotes!¿no sabían?” Mariano dijo una vez que la solución era darles de comer a las palomas en la mañana y, en la tarde, darle de comer a él, en el piquito,¿te imaginas?

Carolina asegura que es vegetariana y, así y todo, fuma como un vampiro a escondidas en los baños. Y te repite que no hay peligro de incendio si fumas en cama, si supieras que el tabaco es un vicio vertical. Lo que pasa es que ustedes, gallinas zonzas, se preocupan de tonterías. Si prestaran atención a la bolsa de comercio, tendrían algo que hacer y podrían ganarse algún dinero. Mariano me dice que el mercado de valores es como el ganado, hay que estimular a las vacas para que produzcan leche a diario y a los toros, para que produzcan más vacas lecheras. No hay que dejar que las vacas produzcan colesterol solamente, y se ríe con esos ojos tan pícaros que tiene y se retuerce el bigotillo en las puntas.

-”Por eso juego a la bolsa, pues chiquillas, y no vivo sólo del turismo, administro fondos, hago trámites de importación y exportación...entretengo a mis amigas...doy de comer a las palomas...soy sicólogo de terapia aplicada”, y lo dice con esa cara de pícaro, sonríe de oreja a oreja, sacude la melena encrespada y de color rubio cobrizo(¿quién lo peinará, no?). Jamás deja ver raíces negras como Carola. La barba entrecana y rojiza, cortada en la forma de un candado, parece más un mago de circo que director de turismo. Bueno, pues, la magia funcionó conmigo.

Fue cuando recién llegué, en pleno invierno y acababa de dejar mi casa. Me sentía como si me hubieran cortado un brazo al perder a mi marido, pero contenta por haber hecho lo humanamente posible por salvarlo. Está fresco en mi memoria el viaje con mi segundo hijo, el coche pasó por calles ateridas de frío y la oscuridad temprana de la estación. Al ver la luz de neón en lo alto del edificio del Hogar, me pareció un hotel de lujo, los jardines se veían bien cuidados aun por debajo de la nieve y hasta había alfombras suaves en los pasillos. Ver a Mariano y su sonrisa tan acogedora en el medio del salón de entrada al Hogar, fue como una inyección de ánimo en mi espíritu.

“¡Bienvenida a “Purísima!”¿Es usted nueva por acá?...Bueno, la haremos sentirse como en su casa.” Me dio una mirada con sus ojitos de canica verde clara. Repitió mi nombre como un mantra, lentamente y como en una oración. Y después de las formalidades me dio otro beso, atracándome a su cuerpo de acero enlozado y de piel asoleada, en un abrazo aparatoso. Perdida en los brazos de Mariano, alcancé a ver a mi hijo, maleta en mano, y con la vista desviada hal jardín que se veía por la ventana, para disimular.

Una vez caminando por los pasillos,  no lograba comprender cómo mantenían todo el edificio a una temperatura tan agradable, cuando es tan grande. Me dio una sensación de descanso y relajación al caminar por las dependencias acompañados por la Directora. Todo tan callado y tranquilo, parecía que el Hogar completo dormía una siesta. Aproveché que la directora nos explicaba de las clases para las pacientes, para repasar mentalmente las casas en que viví a través de los años. Con un frío repentino y mucha nostalgia me paré enfrente de la puerta de mi cuarto, según indicación de la directora, y para orientarme con respecto a la ubicación del cuarto en el edificio.

De repente oí una algazara como de una pajarera que viniera por los pasillos. Pronto apareció el señor agente de turismo seguido por un grupo de pacientes que hablaban a gritos para llamar la atención de este señor. Una figura alta, con anteojos color lila, muy grandes, y un peinado alto, de un tono rojo encendido, se abrió paso entre el grupo y con una voz baja, casi de hombre, me dio la bienvenida sin soltarme la mano durante todo el discurso que me echó. Después de un giro a la izquierda y ya dentro del cuarto, vi a Justa en el teléfono y en animada conversación. Había una cama con muestras de que nadie la usaba, Justa apuntó a una silla en el cuarto para que me sentara, sin dejar el teléfono  y, al hacerlo, vi a la Directora y a mi hijo parados en el umbral de la puerta. Ella me dio las últimas instrucciones y ofreció su ayuda en todo momento. Hablamos con mi hijo acerca de la organización de mi lado de la habitación, por sobre la animada conversación de Justa en el teléfono. De pronto me di cuenta de que mi hijo me daba las mismas recomendaciones que yo les daba a ellos cuando iban a los campamentos de verano. Es curioso como se cambian los papeles en la vida, después de tantos años. Me sorprendí de no sentirme nerviosa ni asustada los primeros días en el Hogar. Me extrañó, eso sí, que el corazón me latiera como a una colegiala cuando aparecía Mariano. Pensé que era algo muy extraño tener este tipo de sentimientos por un hombre, tan pronto después de haber enviudado. Pero pensaba una y otra vez en que no hacía nada malo con ello, mis hijos decían que no les importaba mientras fuera yo feliz, entre mis amigas del hogar me decían que Mariano se comportaba de igual manera con todas y me estaba haciendo ilusiones falsas.

Mariano dejó de venir y las reuniones de la gira se suspendieron por razones de salud. Quise ponerme en contacto con él y varios de los teléfono que conseguí, no contestaron o tenían la tontera ésa de la contestadora automática que me pone tan nerviosa. Una vez antes le dije que yo prefería hablar directamente con él por teléfono y no, con cintas. Me contestó, tan gracioso él: “pero, mi linda, si es como si conversaras con el mayordomo de mi mansión y dejas un mensaje para mí y no hay por qué ponerse nerviosa...”, mientras sus ojos verdes canica se ponían tan pícaros, como un muchacho mimado. Pero ahora no puedo conseguir llamarlo porque no contesta ninguno de los teléfonos. Me he sentado por días en los sillones del vestíbulo del Hogar, pretendiendo una lectura a la que no podría prestar atención como si no pudiera despegar los ojos de la ventana. Muchas veces me ha parecido reconocer su coche, uno de los varios que tiene, y luego el coche sigue pasando frente al Hogar y en dirección contraria. Sentada allí me ha parecido estar esperando a mi marido, antes de casarnos, que estoy en una de esas películas románticas de cuando era muchacha, y me he sentido también como una novia a la espera de su príncipe azul. Justa me dice siempre que mis esperanzas son cosas de muchachas. Carola se ríe de mí y miente al decir que sale de citas con Mariano. Probé hablar con las enfermeras del Hogar, con la visitadora y hasta con la Directora, con la excusa de buscar a Mariano por asuntos de la gira. La Directora me pareció un poco rara, pero me aseguró no tener otro número de teléfono fuera de los que yo tenía. Pero, nada. Decidí aislarme de todas las otras y de todo consejo para continuar viviendo los momentos inolvidables pasados con él, en el Hogar. Pensaba y pensaba tratando de recordar lo último que conversamos él y yo. Empecé a notar que me daban miradas raras en el comedor y apenas contestaban mi saludo. Ya no iba a las clases con el pretexto de una enfermedad que no tenía. A las enfermeras les decía que era sólo una depresión. Justa me recitó sus bruscos sermones de siempre y agregó al final:”¡allá tú, haz lo que quieras!” Por supuesto que Carola tuvo que decirme:”gansa, estás gastando pólvora en gallinazos, a la única que ve Mariano es a mí y a nadie más...y no me preguntes dónde porque le juré no decírselo a nadie...”

Hasta que un día noté que algo inesperado ocurría en el Hogar. Oí murmullos, pero no pude entender una palabra. El río de pacientas rodaba hacia el salón principal y no me atreví a preguntarles qué pasaba porque llevaban las cabezas gachas y con un gesto casi como de duelo. Caminar hasta el salón fue una eternidad y no quería apresurarme para no aparecer demasiado curiosa. Vi el traje claro de Mariano entre un grupo de hombres con trajes oscuros y conversando en voz baja. Dos de ellos estaban a los lados de él, demasiado cerca como para sólo conversarle. Luego se abre la puerta de la oficina de la directora y sale un señor mayor que los otros extraños y no sé por qué pensé que era jefe de algo. Después de despedirse y agradecer a la Directora, el jefe hizo un gesto hacia los otros hombres desconocidos para que iniciaran la marcha. Al girar Mariano el cuerpo, vi que sostenía en las manos un archivo de esos enormes, de los juzgados, pero en una posición muy incómoda. Por el costado de su cuerpo creí ver un brillo metálico rodeando sus muñecas y un andar nervioso que él nunca tuvo. Los hombres lo rodeaban y ya casi no podía verlo. “Este creyó que se iba a burlar de mí”, oí a Carolina decirme casi al oído. Vacilé al murmurar, aunque a nadie en particular,”¿y, cómo lo encontraron aquí, cuando ya no venía?” Justa respondió atolondrada: “¿no te lo dije...ya lo sabía...hay que ser muy...hace meses que la Directora estaba investigando para ayudar a la policía y a las pacientes que él había estafado. Sin convencerme, casi troté hasta la entrada del Hogar y vi un coche oscuro y grande donde tal vez llevarían a Mariano, que giraba enfrente del Hogar hacia la calle. Me desesperé por verlo a él siquiera una vez más. Y ahora si que no fue ilusión, por unos pocos segundos divisé su rostro moreno sonriendo y, con los dedos extendidos, forzando sus brazos por las esposas, me extendió un beso y un guiño de sus ojos en un gesto que no he podido borrar de mi recuerdo.

Mario Andino López

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