Sabines, seductor

ensayo de Carlos López

El poder de la palabra, la palabra hecha verso, canción. Sabines, con voz poderosa, creó una estética que llega al corazón de generaciones. Sabines está vivo en las plazas, en los tés de las señoras atildadas de la alta burguesía, en las bibliotecas más apartadas y en los anaqueles de los hogares humildes, en las universidades públicas y en las que se pagan millones para obtener un título. El discurso sabiniano permea clases, capas, estratos, grupos sociales e ideologías partidistas.

La voz de Sabines tiene la música chiapaneca, su timbre le da intensidad poética a la palabra. Sabines convocó multitudes en vida y a más de diez años de su muerte sigue reuniendo miles de personas de distinta procedencia y edad. Algunos ven en este fenómeno de la poesía —que para bien de ésta sucede en tiempos tan antipoéticos— sólo un aspecto, el popular. Y es que si hay moteles y fondas con títulos de sus poemas; si los músicos cantan sus versos, si se escriben sus textos sobre bardas, si el pueblo se apropia de su poesía y los académicos recitan en la madrugada lo que se niegan a estudiar en las aulas de día, no puede haber mejor augurio para una poesía que no cansa, que se lee, se memoriza, se repite, se toma a cucharadas y es tónico para resistir. Los planteamientos ontológicos de Sabines lo acercan más a la estética filosófica que a deslumbramientos esteticistas que nada más se regodean con tufos pseudoliterarios sin desentrañar la esencia de las cosas. La mejor poesía de Sabines es la más cruda, la más directa, la poesía hecha con las entrañas, la que concentra la sabiduría de lo cotidiano, que es consecuencia de mucho ver el mundo, de pensarlo, de poetizarlo.

La exigencia que se imponía en su trabajo y la que pedía de los demás se lee en varios poemas donde expone sus principios, su poética crítica, mordaz, lúdica por momentos.

Alejado de cualquier moda o vanguardia, Sabines adquiere una voz auténtica que responde a su experiencia con la vida, sus temas son cotidianos (la familia, el amor, la muerte, la soledad). Al leer a Sabines sentimos algo profundo, su poesía se aproxima a nosotros de inmediato. La identificación es tal que parece que todos pudiéramos escribir una poesía así, directa, sincera, que sale de la vivencia diaria. Pero no hay que engañarse. Mucho se ha hablado del coloquialismo en su poesía, pero ésta es mucho más que eso; sus recursos estilísticos están carentes de artificios retóricos y de cualquier tentación barroca, surrealista. Todo el tiempo que el poeta trabajó para entregarnos sus versos sencillos nunca se compensarán con nada. El esfuerzo que él puso en ese empeño en nada se compara con el ínfimo esfuerzo de los poetas intelectuales: esos que nos hacen perder el tiempo descifrando sus versos herméticos, complejos, difíciles.

La poesía sabiniana es de la tierra y tiene su ritmo. Lo primero que nos envuelve en sus poemas es el ritmo, uno que nace de la emoción descarnada, pero que se transforma con la voz del poeta, con su respiración y su palabra. La fuerza de su ritmo parece una emisión de luz cegadora que nos cubre a la vez que nos quema. En Sabines no hay nada que se aparte de lo humano, no es un poeta que pretenda ostentar nada, ni el oficio ni el sufrimiento, pero éstos aparecen como testimonio de su paso por el mundo y como evidencia de su compromiso artístico.

La emoción, fundamental en su trabajo, oscila entre la carne del diablo y la sabiduría del cohélet. Por momentos, la ternura del poeta se vuelve filosófica al dejar abiertas las puertas al misterio, al preguntar cosas esenciales del ser. Sus poemas más que con el corazón, están hechos con el fuego de su ser más profundo: “Ulcerado, podrido, hay que vivir/ a rastras, a gatas, apenas, como puedo”.

Sabines es un renovador del lenguaje, un transgresor de las formas. Subversivo por naturaleza, cuestiona el mundo. Se rebela con el lenguaje: jamás las ‘malas palabras’ fueron tan ‘buenas’ como en los poemas de Sabines. Nunca, nadie, había puesto tan bien las palabras llamadas obscenas en poemas únicos. Pocas veces se habían oído tan bien las ‘groserías’; lo escatológico se vuelve poesía por el poder de la metáfora esquiva que compone el mundo con la magia del toque preciso, justo, desenfadado del poeta.

Porque en Sabines la expresión toma de todos lados sus recursos, sus herramientas para el decir. El poeta no escoge el lenguaje prestigioso y ‘exclusivo’ de la poesía, no desdeña el lenguaje que está a la mano, que todos usamos, que viene a nosotros en el arrebato de las emociones. Pero, al usarlo Sabines, lo modifica y duplica su fuerza: “y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo./ El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,/ es sólo un instrumento en las manos obscuras/ de los dulces personajes que hacen la vida”.

Sabines escribía a partir del coraje, la nostalgia, la inconformidad; por eso toca las fibras de los lectores, que sienten la sinceridad de sus poemas. Si el poeta no sintiera lo que poetiza, sus palabras sonarían huecas, serían lugares comunes, no prenderían el fuego de quien las lee. A partir de sus convicciones y experiencias criticaba con ironía, mordacidad, lucidez, certeza. Varios de sus poemas tienen un tono escéptico, iconoclasta, nihilista. Tal vez en el fondo el poeta era un anarquista, a pesar de su pertenencia a un partido político que dignificó sus siglas con la militancia del poeta en sus filas.

La poesía de Sabines no se deja encasillar, siempre escapa de las clasificaciones. La libertad que tenía para crear se percibe en su riesgo constante, en la irreverencia, en los juegos formales, en la astucia, en las caídas. El poeta sabía caer y levantarse, no le atemorizaban la imperfección, las grietas de los textos. Respecto de la creación, le dijo a Ana Cruz:

La libertad se adquiere, paradójicamente, con el mayor rigor y la mayor disciplina. Así es la creación poética. Alguna vez dije que era un ejercicio impúdico, en el que el hombre se tiene que desnudar para escribir. El poeta tiene que darse totalmente en cuerpo y alma. Entonces hay que dejar muchísimo para escribir. No es cuestión de que le dicten a usted todos los poemas. Hay que tener el oído bien despierto, alerta los ojos y toda la piel al descubierto, y escribiendo aprender a escribir, como el nadador que quiere llegar a nadar bien y tiene que meterse al agua todos los días.

En la poética de Sabines, en sus temas constantes, se podría ir a paso lento por cada uno de ellos. Resalta la figura de la mujer que aparece a cada momento, luminosa, como una compañera indispensable. En sus poemas la mujer es poco idealizada, es tangible, humana, próxima: la tía, la amante, la mujer embarazada, la inválida. Para todas tiene una palabra solidaria, cercana, amorosa: “Te quiero porque tienes las partes de la mujer/ en el lugar preciso/ y estás completa. No te falta ni un pétalo,/ ni un olor ni una sombra”.

El poeta mezcla la ternura con el asombro y la crudeza. No le interesan los paliativos, sabe que la poesía consuela, pero no engaña. La poesía pone los ojos donde otros los quitan, asustados de la vida, de las heridas, del desamparo. En su mirada a la mujer, nos deja asomarnos, como si quitara velos, a una realidad latente. Sabines canta a la prostituta:

No engañas a nadie, eres honesta, íntegra, perfecta, anticipas tu precio, te enseñas; no discriminas a los viejos, a los criminales, a los tontos, a los de otro color; soportas las agresiones del orgullo, las asechanzas de los enfermos; alivias a los impotentes, estimulas a los tímidos, complaces a los hartos, encuentras la fórmula de los desencantados. Eres la confidente del borracho, el refugio del perseguido, el lecho del que no tiene reposo.

En la mujer, el poeta halla refugio; fugaz, pero profundo. Sabines busca ante los dolores diarios de la vida un posible alivio, aunque el vacío se hace presente, la falta de Dios, la orfandad, la inevitable muerte, el desconsuelo: “Quiero que me socorras, Señor, de tanta sombra/ que me rodea, de tanta hora que me asfixia”.

En la posición creativa del poeta chiapaneco hay una fuerza inaudita, una manifestación del amor a la vida en cada acto, en cada palabra. Es como un cronista de lo cotidiano, pero en cada cosa que nombra el trasfondo nos hace temblar. Detrás de las piedras y las corcholatas escritas hay un abismo, una emoción, una hondura, una llaga. En el acto de nombrar, de poetizar el mundo, Sabines va contra el olvido, se rebela para escribir y para vivir y se entrega sin reservas a la experiencia. La valentía y el arrojo van juntos en la vida y en la escritura. Pero no hay ostentación, hay palabra íntima gestada en la soledad, en el padecimiento, en el gozo: “Me he sentido culpable de derrochar la vida y no he querido quedarme en casa a atesorarla./ Tuve/ miedo del fuego y me incineré”.

En esta poetización de la vida diaria, el poeta menciona el cuerpo de manera constante, pues es el que recibe las impresiones del mundo, sus golpes o sus goces. Hay muchas alusiones al cuerpo femenino —amado y deseado—, pero también al propio, a las partes internas donde recaen las emociones, donde se manifiesta el cansancio existencial, la faena del hastío, la enfermedad: “El estómago, los intestinos, el corazón, los nervios, creo que hasta los riñones se me están echando encima. Necesito otro cuerpo. Necesito un cuerpo de metal para que aguante. O bien un árbol, o una piedra. Tiene que ser resistente al venenoso amor, a la insondable fatiga, al alcohol tutelar, a la congregación de los presagios, al ritmo impúdico, vicioso de la vida”.

Sabines sabía convertir en poesía lo que le iba aconteciendo —tarea difícil que implica disciplina y apertura emocional— con humor, ironía, mordacidad. Era un poeta de tiempo completo; en sus poemas se nota que se incrustaba hasta la médula de las cosas; no se quedaba en la superficie de nada; todo le importaba; uno como lector puede exprimir hasta obtener el zumo de su creación y algo valioso queda después de este acto; nada se evapora; al contrario, cuanto más se lee su poesía, más fondo se halla.

Nada mejor que leer la poesía de Jaime Sabines, leerla toda, con sus fisuras intencionales y sus hallazgos azarosos. Nada mejor que hacer un descubrimiento propio de sus versos, que ir desgranando los poemas hasta integrarse a lo profundo de su arte, uno de los mejores en lengua castellana.

JAIME SABINES lee sus POEMAS en el Palacio de Bellas Artes (EVENTO COMPLETO)

22 mar. 2016

El recital que Sabines ofreciera en el Palacio de Bellas Artes el 30 de marzo de 1996, en el que dio lectura a sus poemas escritos 50 años atrás, en orden cronológico.

ensayo de Carlos López

 

Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía Número 28, Abril 2010

Periódico de Poesía, es una publicación mensual editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Literatura

Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/1307

 

Ver, además:

Jaime Sabines - El olvido es la sobrevivencia - Entrevista de Elva Macías (México) c/videos

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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