Símbolos en Robinson Crusoe y El señor de las moscas

por Sergio René Lira Coronado

 

He encontrado el secreto; sé hablar, si así lo quiero, y puedo deciros eso que cada cosa quiere decir.
Voy del brazo de las sombras,

estoy debajo de las sombras,

solo.
Paul Eluard

 

Ambas novelas se desarrollan en un ambiente muy parecido, en una isla tropical de perenne verano, de belleza paradisíaca; provista abundantemente de lo necesario para medrar. Los frutos proliferan en toda época del año, la carne se consigue hasta sin armas de fuego ya sea de cabras, aves, tortugas; de cerdos salvajes o de peces. El clima es caluroso pero no hostil. En general, que las islas son bellas. Y la situación en ambas islas es paralela. En realidad tan igual que ambas islas podrían ser la misma, la única isla.

Pero ante circunstancias tan semejantes en las dos novelas, el hombre reacciona de diferente manera. Ante el estímulo de la isla dos comportamientos se oponen y no es sólo porque en una novela el protagonista sea hombre y en la otra los protagonistas sean niños. La manera en que se desenvuelven en la isla obedece a algo más profundo. Esto es, a la concepción de la humanidad que tiene el autor.

En estas islas tropicales hay ciertos elementos que abundan, como el huracán, el terremoto, el caracol, el tabaco. Éstos aparecen en una u otra novela y se convierten en fuerzas que dan origen a símbolos o son símbolos ellos mismos. Lo interesante es que también estos elementos han sido tradicionalmente simbólicos en las culturas primitivas de dichas islas.

Sintiendo cómo estos elementos simbólicos, desde un principio en sus respectivas novelas y a todo lo largo de ellas, tienen una diferencia radical impuesta libre pero no arbitrariamente por el autor; diferencia obligada por las sendas tesis que se plantean en ellas. Estudiando estos elementos nos damos cuenta cómo ellos encajan perfectamente sin disonancias en planteamiento de una problemática tan diferente, como es la utopía (de un solo hombre) y la antiutopía (si consideramos que niños = sociedad humana) de estos dos libros. Si no ¿cómo es posible que islas tan iguales o aun la misma, como dijimos antes, dejen sensaciones tan diferentes, la una de serenidad y la otra de agresión?

En El señor de las moscas el objeto que primero aparece como símbolo de algo, es un caracol de bellos rosados claroscuros que se va haciendo más blanco que el nácar por efecto de la intemperie. Ralph y Piggy lo utilizan a manera de trompeta para reunir a los niños, quienes a su vez, al oír ese sonido ululante, prolongado, instintivamente se sienten llamados. En bandadas surgen de las arboledas las aves temerosas de ese nuevo sonido que jamás escucharon antes, pero los niños no se asustan, parecen recordar por némesis o por herencia que ese aullar ora grave ora agudo los llama. Instintivamente todos sin excepción obedecen y se reúnen con Ralph y Piggy. Desde esta primera vez en que Ralph utiliza el caracol como buccínum hasta casi el final del libro, este objeto tiene esa función de llamar y hacer reunir, cualesquiera que sean las circunstancias o el lugar, sea la playa o la montaña, sea de noche o de día. O aunque lo toque sacrilegamente Jack a quien no le correspondía esta función. El caracol en su ondulante gracia parece insinuar respeto. Ralph es elegido jefe, él se encargará de llamar a reuniones. El caracol lo llevará Ralph en sus brazos y ningún otro aunque le cueste trabajo llegar a la cima de la montaña de la hoguera. Después, los niños deciden que para alcanzar mayor orden en sus asambleas hablará únicamente quien tenga el caracol en sus brazos sin que se le pueda interrumpir. Así pues el caracol significa el llamado de la sangre, de la conciencia colectiva para establecer decisiones racionales. Significa orden, poder y justicia. Significa la posibilidad de organizarse para el fin común más inmediato que es el rescate. En fin, el caracol significa civilización. Cuando la tensión llega a tal grado que Ralph sabe no obedecerán al llamado del caracol prefiere no usarlo, si lo usara con el desengaño se rompería el último espejismo de civilización. Frente a la incomprensión, al malentendimiento, a la pereza o rebeldía de los niños, el caracol es lo único que precariamente los une, ante las crecientes tendencias desorganizadoras y salvajes. Cuando Piggy confiando en el precioso talismán reclama a Jack el despojo de sus lentes y éste se pierde en el mar, en los brazos de Piggy fragmentándose al golpear las rocas, quiere decirse que la razón civilizadora se pierde; el medio, la selva absorbe a los niños como a los mayas. Y a Ralph no le queda más remedio que huir. Sucesivamente fueron desapareciendo antes los otros símbolos de civilización, el humo para señales, los lentes de Piggy. Al hundirse en el mar el caracol se comprueba la tesis, el experimento de la probeta-isla termina y el barco que rescatará a los niños llega. Inmediatamente los signos de salvajismo desaparecen, todo se reduce a juego de niños. Ralph recobra su jefatura pero la terrible hipótesis acerca de la naturaleza del hombre ha sido demostrada y comprobada. De ello son testigos tres niños muertos.

Es interesante todavía hacer notar que el caracol en las culturas primitivas tuvo un uso y un simbolismo semejante al planteado en la novela. Símbolo de protección, un significado sagrado. Como los lamas del Tibet que ahuyentan a los demonios soplando en conchas marinas. O como el fotuto (trompa de caracol) que sirve de comunicación y alarma a los indios del Orinoco y las guayanas. O como la concha torcida del epcololli, insignia de Quetzalcóatl. O como el Pterocera cuya concha se identifica con el dios egipcio Hathor. O como Rudra, dios hindú de la tempestad, de entre cuyos cabellos surge la forma del caracol. O como los aztecas tecciztli, caracoles marinos símbolos de la luna con uso de trompetas. O el supremo Vishnú cuyo atributo es el caracol. O como el tritón, ente fabuloso y trompa guerrera de los griegos. O como la concha bivalva a manera de monte púbico, que representa a la diosa griega de la belleza. Siempre el caracol con su simbolismo sacro de superioridad. Entonces Ralph viene a ser como los piaches, doctores de la ley de las tribus del Alto Orinoco, encargados de tocar la trompeta sagrada, hecho que asegura la cosecha.

Pero el caracol no es un símbolo aislado pues está fuertemente entrelazado con otros.

El tifón, el ciclón, el huracán, el tornado, son unos de los espectáculos más aterradores, por su destructividad, que ha contemplado el hombre. Ante éste el hombre se conmueve lleno de temor y se vuelve a lo mágico para salvarse, dando espaldas a lo racional. Para los primitivos la máxima divinidad es el viento o ella, la divinidad, está íntimamente emparentada con él. Así entre los hebreos, Jehová es el dios de la tempestad o del viento. Y el acto final de Dios, el hecho que consuma su obra, es la creación del hombre. ¿Y cómo lo crea? Pues sobre el barro lanza su soplo divino. ¿Qué hace Ralph con el caracol? Pues emular a Dios. A través del caracol sopla. Además el caracol por su forma se asemeja al tornado, al ciclón, a la tormenta y colocándoselo en el oído se oye, pues no hay nada más poderoso que el viento. De ahí esa obediencia instintiva de los niños al llamado del caracol y esa veneración al caracol mismo.

Pero si el caracol actúa sobre los niños positivamente, no sucede así con su representado, el ciclón o la tormenta.

La rivalidad entre Ralph y Jack se ha acentuado. Jack se separa junto con los mayores y decide cazar un cerdo para atraerse a los pequeños. Ante el olor del asado (llamado contrapuesto al del caracol) todos se sienten atraídos, también Ralph y sus acompañantes.

Simultáneamente a Simón se le ha revelado la verdad, que la tal “bestia" es el cadáver de un paracaidista, baja de la montaña a comunicárselo a los demás. Mientras el festín se lleva a cabo con presagios de tormenta. Participan de él Ralph y los suyos aunque con reticencias. Luego Ralph les increpa e insta a que vuelvan, pero sin resultado. Caen las primeras gotas, los relámpagos estallan, el estruendo asusta, cae el aguacero, los niños gritan desesperados, llenos de miedo. Jack salta al centro y los incita al baile, le siguen y “se inició un movimiento circular" tal como las danzas tradicionales del huracán de las islas antillanas. Hasta Ralph y los suyos se unen encontrando seguridad en el baile. La exaltación en el movimiento crece, éste se hace sincopado y regular, su complejidad crece. Se forman círculos complementarios. Cantan rítmicamente el: “imátalo!, ¡degüéllalo!, ¡desángralo!” Se olvida definitivamente toda vida anterior, sólo la fluencia del presente baile tiene sentido. Así se olvida el temor que produce la tormenta, “la bestia”, el sufrimiento. En eso, cae un rayo más cerca que los otros que alumbra el cuerpo moreno de Simón saliendo herido de entre las zarzas de la selva. Los niños en el ruido del relámpago, en el paroxismo del terror y la danza lo confunden con “la bestia”. Le atacan y antes de que pueda decirles la verdad es asesinado a golpes por todos. La tormenta aumenta en intensidad, el mar se lleva el cuerpo de Simón. Luego se va apaciguando la tormenta y al fin “el cielo se cubrió otra vez con las increíbles lámparas de las estrellas.”

A esta altura de la novela, la danza tribal queda instituida. Con ello los niños se hunden un poco más en lo irracional, la muerte de Simón acaba con la posibilidad de regresar a la realidad. El proceso “natural” de desintegración sigue su curso sin poder detenerse. Al igual que los católicos, los niños ya tienen su ad repellendas tempestates. Al igual que los cazadores de la Costa de Marfil o que los negros del Congo, los niños tienen su danza propiciatoria de buena caza. Al igual que los bosquimanos del desierto de Kalahari celebran el final del festín. Los niños para combatir a “la bestia” ya poseen, además, su danza bélica al igual que los zulúes su danza Matabele, o que los guerreros de Sierra Leona, quienes exhaustos terminan clavando la lanza en el suelo.

Su “danza del Cerdo” moviendo polirrítmicamente la cabeza, los hombros, los brazos y los pies simultáneamente, se convierte en disciplina social de la “tribu”. Deja de ser la diversión occidental y adquiere una función rígida y específica en la organización de la nueva tribu, en la iniciación del sentimiento mágico religioso de sus pequeños miembros. Se vuelve rito.

Otro fenómeno común en las islas es el terremoto. En la cosmogonía primitiva con frecuencia el ciclón y el terremoto son confundidos; esto se debe a la similitud de los signos atmosféricos que les anteceden: relámpagos sucesivos, nubes tormentosas, cielo rojizo, etcétera. Es más, a veces ambos fenómenos coinciden. Robinson es sorprendido por el terremoto en su isla. Pero Robinson es un hombre del siglo xvm, moderno, eminentemente racional, entre él y un salvaje hay una distancia de millones de años; él no está de ninguna manera emparentado con caníbales, Sinántropos Pekinenses, ni nada por el estilo. Pudiera ser que los pobres antropófagos llegaran a civilizarse y a ser cristianos con su ayuda. Pero ¿llegar a ser un caníbal más?, eso es imposible, sería rebajarse demasiado, mil veces mejor vivir y morir solo. Todo hombre digno de serlo en las mismas circunstancias que él saldría avante, igual o mejor. Lo que pasó con los españoles es que no se supieron procurar buena suerte y además ellos mismos son un poco salvajes con su inquisición bajo cuyas manos cualquier honrado inglés tiene muerte segura. Sí, claro que el terremoto lo aterrorizó y lo obligó a pensar. Pero el susto se pasa rápido y en Robinson no surgen los temores acumulados en los cromosomas. El significado del terremoto para Robinson es lo más concreto, que tiene que ser precavido; el resultado final es que refuerza su cueva con pilotes, quedando ésta hasta más grande (y le sirve de almacén) y que establece su casa de campo.

En las Corrientes literarias de la América Hispánica de Pedro Henríquez Ureña se dice que el tabaco, palabra taina, se difundió a todo el mundo desde las Antillas. En efecto, en El huracán de Fernando Ortiz se refiere como “enrollar un tabaco, encenderlo, fumarlo y enviar las bocanadas de su humo hacia los cielos y los espíritus invisibles eran procedimientos usuales de sus behiques, piayes, magos o sacerdotes.” “El cigarro del Tabaco torcido es el atributo de los chamanes indoamericanos” dice Alfred Metraux en Le shamanisme chez les indigénes de VAmerique du Sud Tropicale. Acta Americana No. 49. Los mayas lo usaban con el nombre de picietl y los dioses americanos también fumaban. El uso del tabaco era un elemento esencial para la religión de estos pueblos. Su uso está ligado al simbolismo del ciclón, del viento. Con el humo del tabaco crean remolinos semejantes en la forma a pequeños ciclones. Además el soplar tabaco adormece al fumador sumergiéndolo en un “estado superior".

Los niños no practican este complicado simbolismo porque carecen de tabaco. Pero sí crean volutas de humo como el fundador. Lo único que pueden hacer para su rescate es mantener encendida una hoguera y hacer señales en caso de que se acerque un barco. Así que el humo es otro símbolo de salvación, es otro objeto que los mantiene unidos, organizados recogiendo leña y por tanto civilizados. Cuando deja de haber humo, los niños dan otro paso hacia atrás.

Robinson no conocía estas fantasías; quizás muy en su subconsciente entendía del tabaco su simbolismo de fertilización masculina; como lo creen ahora los jíbaros y los indios ñapo. Pero esto no aflora ni por casualidad en la novela. Mejor es olvidarlo y pensar que el tabaco para Robinson sólo significaba las ganas de tener ocupada la boca en algo. Respecto al tabaco en la novela hay contradicciones. Primero dice Defoe que Robinson llega a la isla con una pipa en el bolsillo y su correspondiente cajita de tabaco; después se olvida Defoe de esta circunstancia y lo hace sufrir haciéndolo que intente elaborar sin éxito una pipa y haciéndolo esperar hasta que al siguiente naufragio llega a la playa un grumete ahogado al que le arrebata la suya. Pero es mejor que Defoe no se hubiera acordado porque así identificamos más fácilmente a Robinson con Sir Ernest Shackleton y los 27 miembros de su expedición polar de 1915. (Enndurance. Alfred Lansig. Me. Graw-Hill. 1959. 5.00 Dlls.) Shackleton y sus hombres después de titánicos esfuerzos lograron salvarse testimoniando la fortaleza del hombre en circunstancias adversas. Al quedar atrapado su barco por los hielos antárticos lo abandonaron e iniciaron la marcha a través de los hielos y ventiscas arrastrando tras de sí sus lanchas. Navegaron entre témpanos de hielo 500 kilómetros. Para después navegar otros 1300 aún más peligrosos en el Cabo de Hornos, el único lugar donde los vientos alcanzan 320 kilómetros por hora, la misma velocidad que en el centro de un ciclón, donde las olas alcanzan una altura de 27 metros y una velocidad de 30 nudos. Caían de sus lanchas al agua y dejaban que la ropa se secara sólo con los movimientos del cuerpo porque no tenían otra que ponerse. Para llegar a su destino hubieron de cruzar medio ciento de kilómetros de tierra que “es un derrumbadero como dientes de sierra, salido de un cataclismo de montañas y glaciares que cae desordenadamente hacia el mar del Norte” (diario de viaje), paraje que solamente una expedición ha logrado cruzar después. Bajan las sierras utilizando los declives como gigantescos toboganes. Después de varias intentonas el que los logró rescatar fue el chileno don Luis A. Pardo, en su escampavía Yelcho, el 15 de agosto de 1915. Mientras se alimentaron con alimento enlatado que no duró siempre, con grasa de focas, con grasa de pingüinos, se comieron los 49 perros que llevaban para jalar los trineos. Cuentan que una broma muy pesada hacían recaer sobre el expedicionario más gordo, a quien entre gran algazara se repartían para cuando hubieran de cometer el necesario acto de canibalismo acuciados por el hambre.

Todos se salvaron con unas cuantas amputaciones de los miembros helados. Lo curioso es que después todos declaraban al igual que Robinson que lo que más habían sentido era la falta de tabaco.

En resumen, el hecho tan sólo de estar en la isla expresa cosas diferentes en ambos libros.

Robinson está en la isla para demostrar que es posible redimirse por medio del trabajo, es un castigo camino de redención por haber olvidado el mandato divino de "Obedecerás a tu padre y madre". Robinson está en la isla para demostrar que el hombre es capaz de salvarse, salvando a su vez al mundo, elevándolo, convirtiéndolo en un paraíso por medio del don divino más sagrado para el hombre, el trabajo. El trabajo para Robinson no tiene relación con el pecado original. El trabajo cotidiano no es un castigo, es un instrumento de superación y redención.

Los niños no están en la isla a consecuencia de castigo de un Dios justiciero. Están a consecuencia del afán destructivo del hombre, recalcan que el hombre tiene escondido dentro de sí un yo profundamente negativo y monstruoso a manera de Mr. Hyde; aunque el hombre haga esfuerzos por progresar, está condenado irremisiblemente por sí mismo al oscurantismo y la perdición. De esta derrota del progreso, de la civilización, de lo alcanzado por el hombre en su difícil ascenso, la culpa exclusivamente la tiene el hombre. No hay Dios. Dios es un germen inmerso en el sentimiento mágico de los niños. Ellos al igual que los hombres primitivos tienen la necesidad de explicarse los fenómenos que desconocen, así nace su invención de “la bestia”.

Colofón. Se nota la evolución de la novela en dos siglos. Lo antropológico está perfectamente estructurado ya en El señor... a diferencia de que de acuerdo con su época el Robinson... ni lo toma en cuenta.

 

Sergio René Lira Coronado
Revista Punto de Partida Nº 4 mayo/junio 1967 http://www.puntodepartida.unam.mx/index.php/1314

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Revista de la UNAM http://www.revistas.unam.mx/

 

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