Palabra mínima
Alberto Tasso, editor

Más allá de su naturaleza poética, de lírica confesa, sostenida en alta tensión de la primera a la última línea, Cenizas de Alejandría es un complejo texto que puede ser leído de varias maneras.

 

La acción narrativa se desarrolla en tres dimensiones. La primera de ellas envuelve a las demás, aunque se va haciendo menos nítida a lo largo del libro. Se trata de la situación de la-mujer-amada, o, como la define el autor en el primer libro de este cuarteto, mujer-en-el-espejo. Esta es una fórmula que sugiere objetividad, porque pone distancia. No se ve a la otra directamente, sino mediada por el espejo, en una triangulación que remeda el experimento de Velázquez en Las Meninas.

 

En su primera parte, “La lucidez del hueso” es fuerte la imagen arquitectónica de la mujer, cuyo cuerpo es gigantizado en la metáfora de la esbelta catedral de huesos, cuyas naves en generosa crucería admiran al peregrino. Al salir, no dejará de advertir un nido de cigüeña en el campanario.

 

"El temblor de la carne", la segunda parte, es, a mi modo de ver, el punto más alto del libro, su cima. El narrador es un esteta, minucioso voyeur del recorrido de sus manos y sus ojos sobre la entidad corpórea de la catedral, ahora convertida en personaje vivo y latente. Esta  narración es intimista, y puede ser leída como guión de un documental.

 

La tercera parte, “Sombras detrás del espejo”, propone un inquietante desafío, una amenaza que alcanza hondo dramatismo en el “Libro del ajusticiado”. Impone un gran cambio en la respiración; se acelera el ritmo narrativo, que tendrá su culminación en "Libro de Finisterra", una suerte de Apocalipsis, en el que se entrecruzan asuntos variados, imágenes, flashes visuales e informativos en tono periodístico. Guerra. Medio Oriente. ¡Ahí está Alejandría, finalmente!, la palabra clave que ilumina este viaje literario.

 

En “Finisterra” concluye el libro, pero no el viaje del narrador. La última frase se refiere a la profecía del muelle: una llegada, una partida.

 

Se trata de un viaje épico, el de un hombre común al que le suceden hechos extraordinarios, según la frase de Chesterton. Libro misterioso, clásico en su estructura narrativa de novela. Imaginemos esa historia. En las horas muertas de un viaje, el personaje evoca un largo día con su amada, el último verano. Pero ese amor se entrecruza con otros acontecimientos. El mundo exterior es recuperado como caos, como anarquía, como agresión hacia el orden interior que el poeta ha construido laboriosamente.

 

Debe seguir el viaje en dirección al rumbo que ha marcado su sueño de la noche anterior. Asediado por las fuerzas del mundo, llega al muelle. Tras el mar ondulante, percibe la respiración distante de la mítica Alejandría. Seguirá navegando, pues.

 

Este libro expresa una de las nociones elementales del vivir poético; su logrado texto logra aunar  la épica de un gran canto de amor, conservando el registro de una casi autobiográfica cotidianeidad.

 

La palabra poética de Rubén Liggera alcanza en este poemario una madurada solidez, sugestiva e inquietante.

Alberto Tasso, editor
Cenizas de Alejandría, de Rubén Américo Liggera
Impreso en la Argentina, 2008 - ISBN: 978-987-24362-0-9

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