El ataque de los acuanautas, de
Germán Cáceres (Maya, Buenos Aires, 2010, 128 páginas) por Juan Carlos Licastro |
La
acción se desarrolla en un pasado lejano y en una zona imprecisa de
nuestro planeta inspirada en los paisajes de Río Negro y Neuquén. El
protagonista es Cahueyel, un mago de catorce años que pertenece a la
comunidad de los tehuemapus y
que, al ponerse en trance, puede trasladarse con su mente por la
inmensidad del cosmos. Es
así como llega a vislumbrar un planeta totalmente cubierto por el agua
llamado Piscis y localizado en la Galaxia de Andrómeda, que habitan los
acuanautas, quienes se disponen a invadir la Tierra para escapar a la
amenaza de un tremendo agujero negro. A
partir de este planteo se suceden intensas batallas en las cuales puede más
el ingenio y la inventiva que la superioridad tecnológica. Estas
aventuras están mechadas con romances protagonizados por guerreros y
amazonas de la comunidad, a los que no es ajeno Cayahuel. Y todo se
complica cuando la bella Victoria, comandante de las fuerzas de Piscis,
arriba a la comarca. Germán Cáceres muestra gran imaginación para tejer esta apasionante novela que puede entenderse como de ciencia ficción al revés, a la manera de El vino del estío, de Ray Bradbury, ya que sucede en el pasado. También se destacan las imágenes de la hermosa región en que reside la comunidad y las descripciones de una extraña ciudad de Piscis, que evocan las pesadillas de Piranesi. Otro acierto lo constituyen los diálogos, vigorosos y convincentes. Pero como es habitual en Cáceres (Soñar el paraíso, Traficantes de la selva, Lluvia de esqueletos, El enigma del Siambón), aunque la novela esté dirigida a mayores de doce años, no hay límite de edad para su lectura y podrán disfrutarla los adultos, pues emplea atractivos giros de la acción, un recurso frecuente en las películas y series norteamericanas. Dado que es el segundo libro que el autor publica en este año y pronto se estrenará su obra de teatro El incidente, al consultársele sobre su tan prolífica producción, respondió que escribir para él era como una suerte de compulsión —eminentemente placentera—: no podía estar mucho tiempo sin hacerlo porque empezaba a sentirse mal. |
Los
textos de Cáceres siempre han tenido una amplia repercusión, de
manera que no dudamos que lo mismo ocurrirá con El
ataque de los acuanautas. Las ilustraciones de Pablo Olivero son bellas e imaginativas, pletóricas de sutilezas y encantos, los cuales sólo pueden obtenerse a través de un completo domino de las artes gráficas. |
Juan Carlos Licastro
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