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Pasajeros frecuentes / Un bloc de notas en tránsito

Algo de París, pero en Saint Tropez
Juana Libedinsky

LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)

En 1956 Roger Vadim trajo a Brigitte Bardot a estas playas para filmar Y Dios creó a la mujer, y los intelectuales de la Rive Gauche y las estrellas del momento lo siguieron. Pero lo que Dios creó fue, en realidad, un paraíso para los ricos: los muy sofisticados en un principio y luego las masas de abultadas billeteras de turistas rusos y cantantes de hip-hop.
Foto DyN

Para la Francia de la alta burguesía, la que en París vive en el célebre barrio 16, la que es caracterizada por el lujo sobrio y la forma de divertirse y relajarse que nunca pierde la distinción, la opción había quedado en semirrecluirse en una villa o en un discreto velero. Se justificaba enfrentar los atascos estivales del centro de lo que fue un pueblito de pescadores sólo cuando era urgente e imperativo pasar por Hermès o Gucci, o ir a bailar a Les Caves du Roi. En cuanto a hoteles no había para ellos opciones realmente interesantes, hasta que este año abrió sus puertas el hotel Sezz St. Tropez.

Creado por Shahé Kalaidjian tras el éxito de su hotel boutique en París (dirigido, o que parece dirigido, a los polistas que juegan en Bagatelle y las familias tradicionales que no soñarían en dormir en ningún otro arrondissement que no sea el sexième), se trata de un complejo de 37 suites que hasta tienen jardín individual. En un bosque privado a 200 metros del mar (y casi al lado de La Camargue, la villa del mito viviente de la zona, Brigitte Bardot) fue diseñado por un discípulo de Philippe Stark, Christophe Pillet.

Pillet, que había trabajado junto a Kalaidjian en París, utilizó aquí una paleta de blanco, gris claro, marrón, celeste azafrán, lo que le da una elegancia sin estridencias al diseño hipermoderno de las habitaciones, donde cada mueble fue realizado especialmente en colaboración con alguna casa de diseño internacional.

Sezz St. Tropez es distinto al resto de los hoteles de la zona en que todo se desarrolla en una sola planta, alrededor de una piscina futurista con bordes que hacen el efecto de que desborda y un elemento central en piedra que parece una escultura cubista. El lobby es prístino con grandes ventanales, más bien paredes, de vidrio con bordes de acero que permiten que el interior y el exterior se fundan el uno en el otro en un tono más cercano al diseño mod hiperurbano de los años 50 que a cualquier cosa reminiscente de la playa. Las célebres sillas industriales Emeco, también de acero, naturalmente completan el look.

Las habitaciones se funden en el paisaje provenzal, pero por dentro son 2001 Odisea del e spacio en versión net. Los estantes parecen flotar, las camas están empotradas en la pared, y los artefactos de iluminación de Mazzega y Oluce son más incomprensibles que el arte abstracto, pero en cuanto uno encuentra el botón finalmente iluminan.

En el jardín, el diseñador de parques Christophe Ponceau introdujo a la flora del lugar mimosas, higueras y limoneros que dan un aroma sensual al aire. Pero las reposeras y sombrillas Varaschin, si bien de teca y yute, parecen mobiliario para un living, insistiendo así con la idea de interiores que son exteriores y exteriores que son interiores.

El hotel naturalmente patrocina un equipo de polo compuesto por argentinos que juegan en las cercanas canchas de Gassin. Para descansar los músculos después de intensas jornadas equinas -o en la playa o las fiestas-, el hotel tiene un spa adentro de un cubo de vidrio, como para sentirse afuera aun en los meses más fríos cuando da el sol, pero no acompañan las temperaturas. Y para celebrar victorias (con el taco y la bocha, y naturalmente en la playa o las fiestas) por supuesto que hay un champagne bar negro y dorado reminiscente del hotel Sezz de París y su aire de barrio 16, que sobre las arenas famosas por los excesos materiales y sexuales sorprende por el sobrio contraste.

por Juana Libedinsky

jil210@gmail.com
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
Domingo 26
de diciembre de 2010

Autorizado por la autora

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