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Textos de Odalys Leyva que aparecen en la antología Sonetos de la buena muerte, de siete poetas internacionales:

por Odalys Leyva Rosabal, (Guáimaro, Cuba)
odalysleyva@pprincipe.cult.cu
 

 
 
 

 

 I
 
He de esconder los astros y la herida,
la fragmentada boca de la Muerte

y no precisaré de un cuerpo inerte
que sofoque su adiós en mi partida.
 
Seré volcán de luz para la vida
para encender las velas de la suerte
y en ese navegar de llanto fuerte
encontraré la dicha diluida.

Quizá nazca en mi boca la locura
porque las gemas tienen su naufragio,
orquídeas de pasión y desventura.

La Muerte tiene dagas y tortura
mas no me ensañará con su presagio:
su tránsito de luz es otra cura.

 

Junio 20, 2011

 

 

II

Debo hacerte saber mi buen Francisco
que mi nombre no tiene cualquier rima
y mi pluma se aferra de la cima
sólo rima tu nombre con arisco.

Yo te reto a subir el Obelisco
pues con fuerza mi nombre se reanima;
ya aparté mi machete, hasta la lima,
pero no he de lanzarme por el risco.

Trabajé con mi padre en la mañana
sus estancias quedaron primorosas
y al pensar en la Muerte sembré rosas.

En mi huerto no existe una manzana
¡sí las yucas erguidas, vigorosas,
que pueden adornar nichos de esposas!
 

 

III

Para mí, no es el Clero Dios, ni el Mundo,
en el Padre la luz florece austera
y en el Hijo florece la manera
de salvar con piedad al nauseabundo.

 No es el mismo sentir, cada segundo
Cristo salva el pecado con su espera
y la sangre que sufre justiciera
al madero le grita un no rotundo.
 
Es la Muerte una senda al Paraíso,
o a ese mundo que suerte nos regala,
Dios me enseña a vivir con su permiso.

Veo en la Parca el llanto del sumiso
y en la vida los huecos de una bala:
¡en el Juicio Final está el aviso!

.
 
 IV
 
La crueldad brinda con añejo tinto,
brindis que sólo a la tristeza iguala,
la Muerte es un retoño junto al ala
y no es árbol que adorne mi recinto.

Dios castiga los hombres que en el cinto
amarran la mentira, la voz mala
que con el tiempo y su destino cala
las heridas de un sordo laberinto.

Yo no entiendo por qué los desalojos
van quedando sin luz, con ironía,
y en el hombre padece sus antojos.

Sé que tiene la Muerte diablos rojos,
corazones que lloran su utopía
aunque tapan mil vendas a los ojos.
 

 

V
  
Hoy ráfagas y dardos me reclaman
y pretenden llevarme hasta la tumba
más no puede el Demonio con la rumba
cuando despiertas mis caderas claman.
 
 
Existen dioses que la Muerte aman
y el subterfugio en maldiciones, zumba,
locos, diablos que van a catacumba;
y los humanos, por vejez, aclaman.
 
Yo soy la vida, desnudez del Mundo,
la nueva estela que a Infierno seduce,
vivo en alas que ningún ángel cruce. 
 
Busco en la Parca legado fecundo
hay una diosa que el negro no luce,
por los hombres el veneno produce.

VI
   
Cuando la Muerte seductora y fría
le presenta a la vida su emboscada
se bautiza en la esposa traicionada
como canto que inunda su utopía. 

 

No me voy a morir sin alegría,
sin laúdes que asocien la manada;
con guitarras la vela es mi coartada
y son los himnos mi filosofía.
 
Somos hijos de Dios, los arlequines
que vamos por la Muerte transitando
y Tanatos ofrece sus maitines. 
  
La ciudad duele por sus adoquines;
hay brasas y dolores desde el Mando
que calcinan de miedo a los jardines.  

VII
 
 Oh, Malinche, en la Parca te oscureces  
la traición es la espada que convida
con el filo se conmueve la vida
y no podrás cambiar panes por peces.
 
En los ríos se acorralan los jueces,
la mujer es un barco en embestida
ingenua de la Muerte maldecida
que debe de pagar por sus dobleces.
 
Hacia el cielo se ofrecen los rituales
y vivir es tal vez la contradanza
que deboca callados manantiales.
 
Muerte y vida en ocultos ventanales
son los signos que muerden la esperanza
con venablos que purgan nuestros males.  
 
 
VIII
 
 La bruja del veneno nos escancia
y la canción nos daña en el sagrario,
el mártir se eterniza en el horario,
y el águila devora la fragancia.
 
Hay abejas que sangran en su estancia
sin hallar en el rezo un relicario,
sólo el hombre se torna un incendiario
que no afirma en la Muerte la ignorancia.
 
Ven arañas que por sus bocas sudan.
La fosa tiene un rojo de cristales,
el resplandor se muere con los males.
 
El pájaro y la Muerte se saludan;
en la fosa hay presagios no virtuales,
y adornan a los muertos madrigales.


IX
 
 Mis senos devorados por la Muerte
como piedras que la vileza cava,
el mundo fue testigo de la lava
que al rebrotar humedecía la suerte.
 
Yo era destino, luz, suspiro fuerte,
ese árbol que el sol radiante grava;
tomé el vino y lloré junto a la nava
y la paloma se quedaba inerte.
 
 Volé a buscar el sol, mi eterna vida
y encontré una nube florecida
con adornos de plumas y diamantes
.
 
Fui la sangre del pez, la maldecida
sirena que no teme la estampida
y ve el astro sin paz de los errantes.

X
 

Es la Muerte una razón humana
si un escorpión florece sin demora;
él succiona en el jugo cada hora
y puede ser la maldición temprana.
 
Un ave gira el pico en la mañana
con el cansancio que el dolor devora
muere la vida que cantando llora,
una vida sin luz no es soberana.
 
La Buena Muerte ha de tener un santo,
salvar de la congoja hasta al culpable,
que en otra vida se purgue del espanto.
 
Como ave triste se liquida el llanto,
el corazón ha de sufrir el sable
que ensangrentado dilapida el canto.

XI
 
La Muerte no es amante de odiseas 
donde la vida es más eterna, pura,
tiene en ella su grito de aventura,
aluvión de misterios y correas. 
 
Vigilante se duerme en azoteas
al enigma de maldición oscura,
no blasfema de usar cualquier tortura,
ni son sus hijas las más sordas reas.  
 
Ella tiene sus uñas calcinadas
de enfrentarse con la melancolía
y sufrir enfrentando las redadas.
 
Los suicidas le ponen estocadas
con lágrimas desde la tumba fría
donde duermen las diosas olvidadas.
 
 XII
 
 La Muerte se pasea en la calzada
y vi en sus ojos un quejido triste;
ella es muy fuerte y el dolor resiste
cuando tierna se encuentra enamorada.
 
Guarda en sí su dominio, no está errada
y ve en el hombre al más tierno alpiste; 
el Diablo es la tortura, miedo y quiste
que nos lanza a dormir sobre la Nada.
 
En los que nacen ve un trabajo duro
siente el ángel tedioso de su pecho,
la pitonisa ofrece su conjuro.
 
Ella trabaja ardiente, sin apuro,
para dormir contenta de su lecho
y hacer saltar los vivos de su muro.
 
 XIII
 
No comprendo el destino del que muere,
sólo sé que ninguno ha regresado,
a no ser algún tierno enamorado
que al regresar a su princesa viere. 
 
Más espero poder ser la que infiere
esa sombra de andar del otro lado
y volver sin heridas al costado
para nacer, pues, como Cristo quiere. 
 
Tal vez sea la Muerte un tierno viaje,
un destino suntuoso, fiel aviso
donde invita el Infierno su viraje.

 

Yo me voy a marchar sin equipaje
llevaré en mi ataúd tan sólo un friso
para adornarle a todos mi mensaje.
 
 
 XIV
  
La Muerte coloreada es más impura
que la mentira, la traición y el miedo,
se disfrazan de espinas y en el ruedo
lanza su impacto certera y segura.
 
En los hombres coloca la fisura
y les brinda su ardid y su denuedo,
ríe dichosa y apunta con el dedo
pues sabe que su acción no tiene cura.
 
Se relaja saltando sobre el muro,
no suspira, ni llora por las flores,
en las cruces vive el goce seguro.  
 
Yo no entiendo por qué tiene cianuro,
–el veneno frugal de los dolores –
que marchita los cantos del futuro.
 

XV
 
En la noche de muertos se engalana
la oscuridad y el lago se obsesiona
con la Muerte que alegre no perdona
al dios del tiempo que peleando gana.
 
Enciende cada vela en su ventana
y el cementerio su festín cuestiona,
un muerto raudo su tumba abandona,
ebrio de fiesta vuelve en la mañana.
 
Se divierten los de cualquier escaño,
los ricos y los pobres sin tormento
y la Parca no ordena su regaño. 
 
Día de muertos es fiesta de antaño,
en México se canta sin lamento
y se disfruta hasta el otro fin de año.
  
XVI
 
 La Muerte en sus razones tiene brío,
se disloca si un ser le da confianza,
más censura la risa y la esperanza
y desciende en los huesos con el frío.
 
Si yo muero seré ese desafío
que entre risas su eternidad alcanza,
en la tierra enterraré una lanza
y echaré mis pecados en el río.
 
No tendré en mi sueño alguna meta,
ni buscaré en la noche algún culpable
por haberme matado con su sable.
 
Voy a ser misteriosa, más coqueta,
disfrutaré mi estado deseable
aunque el Mundo locuras de mí hable. 
  
 XVII
 
 Hay velorio, los amigos comentan:
“ella era tan buena y generosa
que ha de volar como una mariposa.”
En los tropiezos su fragor descuentan.
 
Cuando muere una gente hasta le inventan
cualidades sublimes de una rosa;
se convierte en el bien y hasta la fosa
admira si los pobres se lamentan.
 
Para ser bueno sólo media el trazo
de morirse y crecer como ángel tierno
y apartar su mirada del Averno.
 
Si se suicida, ahorcado por un lazo
se apartará por siempre de lo eterno,
los que se matan van para el Infierno.
 

XVIII
 
Cuando me muera qué importa el destino,
donde repose mi cuerpo sus excesos,
en breve quedarán sólo los huesos
como maqueta de mi desatino.
 
No podré disfrutar ni del buen vino,
ni de abrazos de gusto, ni los besos;
se perderán esos amores presos
que en el alma marcaron mi camino.
 
Vivirá la poesía de mi fuente
pues también morirá mi triste mente,
se hallará en otro hogar mi buena musa.
 
Un cuerpo que al sentirla se apaciente
y al colorear el mundo parta urgente
con un lirismo de pasión difusa.


XIX
 
 Yo no busco a la Muerte, ni la llamo,
es mejor que se marche de mi vida,
que lance hacía otro sitio su estampida
que por mi parte su piedad no aclamo.
 
Si de rosas me llega un bello ramo,
nadie piense que soy ángel suicida,
ni que dispongo urgente mi partida;
la belleza es mi signo, lo que amo.
 
Una sonrisa alegre de confianza,
de luz y bienestar, de tierno aroma,
es lo que el ángel de mi voz alcanza.
 
Que se aparten las puntas de la lanza,
es que la Muerte a mi placer no doma
todavía guardo sueños de esperanza. 
 
 
XX

Un esplendor de bestias fue la fuente
y nada dibujé en el firmamento;
junté sierpes erguidas de tormento
que arrastraron su toxina indulgente.

El veneno fue azul, fui la serpiente
que apretó con su llama al juramento,
 
el humo echó a volar con el lamento
y embosqué los demonios de mi mente.

Somos seres en la sangre perdidos,
mutilados del hombre y su ignorancia,
quedamos en el odio sumergidos.

La Muerte perturbó nuevos latidos
y fallecí sin flores, ni elegancia,
mis afectos lloraron florecidos.


XXI
 
La precaria razón de la existencia
ve en los gatos su aullar más florecido,
son siete vidas del urgente aullido
donde el miedo es oculta transparencia.
 
Siete vidas para purgar la ausencia
y obtener los halcones de su nido,
no morir es un acto del descuido,
aferrarse al dolor de la impaciencia.
 
Cada grito es un halo lastimero,
una cópula ardiente lastimada
donde al morir más vive el desespero.
 
Una gata se muere con el fiero
abrazar de la carne en dentellada
y la fosa es placer, santo agujero.



 
XXII
 
 La Muerte tiene su penumbra sana,
claroscuros de fiero laberinto,
que nos lleva a dormir en el instinto
y más tarde robarnos la manzana. 
 
Soy la Eva que goza y que desgrana
sobre el Mundo los goces del recinto,
este pecado no se queda extinto
pues el goce prospera en la manzana.

 

El principio es mi suerte, mi abandono,
mi serpiente sublime y seductora
que me invita al placer sin más demora.
 
Di la Muerte a los seres, fallé al trono
y Dios me castigó, rompió la flora
del jardín bendecido que ahora llora. 
 
 
 
XXIII

Apocalipsis: marioneta fría,
vindicación de Dios a condenados,
los pecadores parecen marginados
y clavan en el mundo su ironía.

El morir oscurece la utopía,
los ojos como piedra desterrados 
y un maldito cantar de los letrados
donde lengua y dolor
son la porfía.

Apocalipsis: grito que disloca
el desastre se torna indeseable,
a los creyentes su mirada toca.

He visto a un muerto renacer del sable,
a los jinetes como furia loca
con las plagas de incesto detestable.

 XXIV
 
No gusto padecer de oscura pena,
prefiero morir antes que apagarme,
le pido a Dios que mi destino arme
y que me ponga una mejor condena.
 
Yo respeto a la Muerte que envenena
y esa abertura no es disfraz de amarme,
y para mí es mejor vivir, quedarme,
más sin arrastres, ni torpe cadena.
 
Yo gozo el mundo de tierna salud,
y los cantos sublimes de cigarras;
de la Muerte no quiero las amarras.
 
Prefiero los quejidos de un laúd
que me lleve por fiestas y por farras
con el llanto de amor de las guitarras.
 

XXV
 
 Entre amigos la Muerte es puro ruego
entre poetas viene en la sonrisa,
cuando el muerto se quita la camisa
es que regresa fingiendo su apego.
 
Yo pretendo vivir y apenas llego
a nacer de pasión, de suave brisa,
cuando el vivir tiene su parte lisa
y arrugada la frente lo que niego.
 
Es que quiero vivir feliz del canto
y morirme de ganas por mi hombre,
apartar la mentira y el quebranto.
 
Permanecer distinta con mi nombre
de diferente luz pero sin llanto
donde la Parca mi viudez no asombre.

 XXVI
 
 Del otro lado de la Muerte hay manos
que aprietan ferozmente la semilla
con sigilo no van a la otra orilla
y reniegan de artífices mundanos.
 
Calaveras de muertos muy arcanos,
se conserva tan sólo la estatuilla
y la Muerte los tiene en la mirilla
si despiertan y bailan soberanos.

 
Lo todo se ve con su pasión de fiera,
no respeta en los vivos sus placeres
cuando locos transgreden su frontera.
 
La guadaña su incendio desespera,
hace ver con tortura sus poderes
y se desboca en inusual manera.

  XXVII
 
 La Parca en los umbrales se desliza,
de ataúdes construye el mobiliario;
y los muertos son ese fabulario
misterioso que el Diablo economiza.
  
Hay en lo alto un cadáver, paganiza
con fantasmas ofrece su bestiario
y se aferra del burdo escapulario
mientras la transición obstaculiza.
 
Una fiesta de muertos se contenta
y al bailar mueven brazos y anaqueles    
al que en silencio su eclosión descuenta.
 
Una fiesta de muertos se impacienta,
si el Tequila no reina en los planteles
donde el occiso su licor lamenta.

 XXVIII


   A Francisco Henríquez
 
Un viejo aguanta la Muerte con fuerza
y dice que es el dueño de su vida,
se desviste ante el Mundo de suicida
y con tormento por ella se esfuerza.
 
Cuando canta su grito se refuerza
en los ríos ––su Muerte florecida ––,
él increpa el dolor de la partida
y al que en silencio su pasión ejerza. 
 
Es el dueño de todo su destino,
de sus huesos calientes sobre el lecho
que aún arrastra hacia el medio del camino.
 
Se ha marchado este poeta peregrino
con la Patria colgándole del pecho
pero siendo el artífice más fino.

XXIX
 
No me importa morir si Dios lo manda
si decide que el tiempo ya es muy largo
y que debo callar mi trago amargo
si el beodo mis alquimias desanda.
 
Un velorio en mis cantos llueve y anda
tormentoso de fuego, sin embargo
me obsesiona nacer de ese letargo
donde la Muerte en mi preludio escanda.
 
Yo prefiero vivir, nadie lo dude,
más no temo a la Muerte y su ternura
primavera es mi nombre que supura.


Va hacia la cima, su pasión sacude,
estoy lista a vivir sin amargura,
darle al tiempo mi carne y su tersura.
 

XXX
 
A Francisco Henríquez
 
Cuando muera dedícame un soneto
y no sientas, dolor, pena o quebranto,
pues ya descansaré en el camposanto,
yo pondré en mi memoria un amuleto.   
 
El tránsito a la Parca siempre veto
y descubro un camino con espanto
yo no quiero morir, ni ver un santo
ordenando mi pobre parapeto
.
 
Si pretendes un trote originario
y andar antes que yo las catacumbas,
escríbelo con tiempo, en buen horario.
 
Que aunque a muchos parezca estrafalario
saldrán alegres muertos de otras tumbas
para leer el poema de mi osario.

XXXI
 
Nadie me diga a cuál Muerte persigo,
no quiero ser la virgen maltratada
que ante los dioses va a ser sacrificada
sin conocer a su más fuerte enemigo.
 
Quiero vivir mi piel y a un hombre sigo,
yo le entrego mi boca y la coartada
para que el cacique sepa que soy nada
sólo un astro en el mundo sin abrigo.
 
Detesto como mueren las mujeres
escogidas con odios tan feroces,
maltratadas con suertes tan atroces.
 
Sellada diferencia de los seres
que agitan los recuerdos más veloces
sin miedo a los caballos y a sus coces.

XXXII
 
No busco ser un ángel perdonado,
hay seres que somos trasgresores
y la Muerte nos brinda sus clamores,
más prefiero algún duende desterrado.
  
Ella goza el deceso del prelado
y se encanta con todos los honores,
del velorio y sus gritos surtidores
hasta cerrar su eminente candado.
 
La Muerte es una triste caminante
que lleva sus intentos hasta el fondo,
no ignora que el mar es brusco y hondo. 
 
Laberinto de fuerza palpitante,
contraria se desata en un instante,
yo olvido su crujir y no respondo.
 

 XXXIII
 
 Morir es una llaga perezosa
que penetra su punta como flecha,
en la calle es maldita, más estrecha
que la hoguera que está sobre la losa.

 
Se sonríe cuando gana incestuosa
y se lleva en su cuerpo la otra endecha,
de la mujer que muere satisfecha
y cenizas confunde con la rosa…
 
No pueden existir noches felices,
cuando una madre enjuga su pañuelo
y llora con pasión nuevos deslices
 
Hay pájaros perdidos en el hielo
y duelen sus ardientes cicatrices,
se confunden las lágrimas del cielo.
 
 
 XXXIV
  
La nave echa cruces desde el mito
se cierran los honores donde crezco,
la Parca se desliza, yo me ofrezco
a tratar de vivir en lo infinito.
 
Se destierran las voces que yo evito
y en mi suerte de novia yo padezco,
en el signo del sol, tierna perezco,
el astro ardiente se vuelve marchito. 
 
Me quedan mis pestañas desveladas,
llorosas por la Muerte y sus coartadas,
por su alarmante y falsa guillotina.

 
En el cuerpo duran frases congeladas,
temblorosas de golpes, puñaladas
que ostentan en el vientre que camina.

XXXV
 
La bandera del hijo se desprende,
se ha marchado a morir su oscura guerra,
ha sufrido los muertos de la tierra
que con fusiles la vivencia ofende.
 
Soy la hija del sol que no comprende
por qué un joven en las cruces se aferra,
las balas en la patria un sueño cierra
y una madre del grito su luz prende.
 
El país tiene un faro: cruel destino,
una Muerte luctuosa comprimida
como razón culpable de la vida.
 
El dolor es terrible camerino,
en la guerra la Muerte es un camino
y encuentra cada héroe voz suicida. 
 
 
XXXVI
  
Los galleros presumen del dolor
y en la valla la sangre se difunde
una espuela en otro cuerpo hunde
y la Muerte despierta del valor. 
 
En el vicio se pierde el escozor,
en los ojos el miedo abierto cunde
pero he visto que el llanto se difunde
cuando un gallo es tildado de traidor.
 
Yo no busco entender ese viraje
¿cómo pueden matar de esa manera?
un gallo no es la suerte venidera.
 
Nunca voy apostar a su plumaje
aunque gane su pico desde afuera
pues la Muerte no pasa mi frontera.


 XXXVII
  
Hoy los toros le temen al torero
y tratan de escapar del agujazo
resisten con la fuerza de un flechazo
y el hombre es peligroso tesorero.
 
Se preservan, invaden con esmero
a quien quiere amarrarlos con un lazo,
un tarro se resguarda del abrazo
y la sangre le brota en solaz, fiero.
 
Hombre y toro se mueren, queda libre
esa casta que la señal enreda
y de esa maldición tan sólo queda
 
un antro que ha dañado su calibre
el inmundo su culpa no remeda
ya no habrá corazón que salte y vibre.


 XXXVIII
  
El mundo es un destino, cruel, satánico
que se enfrenta ante Dios con loca hambruna
son mortales que buscan la fortuna
y no saben que el Diablo es un tiránico.
 
La Muerte no procura entrar en pánico
pero aparta al infante de una cuna
padece con los claros de la luna
y suspira su maldecir adámico.
 
Los designios me brindan sus canales:
una fragua de ardiente rebeldía
donde purgo y padezco cada día.
 
En los dardos yo logro andar mis males
con jinetes de nueva cofradía
que han unido las flechas de la orgía.
 

XXXIX
 
 Los crímenes son Muertes reprobadas
de locos insidiosos y sutiles
que homicidas ofrecen los cantiles
y pretenden lanzar sus clarinadas.
 
Reverberan las frases más dañadas
de los muertos lanzados, cuerdos, viles
que no agitan sus trotes, sin alfiles
para exponer sus más fuertes jugadas. 
 
Esas momias cubiertas por la piedra
languidecen y sufren nuevos soles
como nidos de oscuros caracoles.
 
Sube pronto a los ojos esa hiedra
y renacen las luces de faroles:
son los muertos que vibran sus bemoles.
  

XL
 
De la Muerte son hijos los volcanes,
al igual que los truenos, las centellas,
los turbiones, el cáncer, las querellas,
accidentes, arañas y alacranes.
 
Las serpientes, traidores y rufianes,
asesinos, leopardos que en sus huellas
como animales devoran doncellas,
de la Muerte son hijos los caimanes.
 
Todos juntos caminan al Averno
y hasta sufren de Muerte prematura
por las llagas que ofrece la amargura.
 
Arderán con temor en fuego eterno,
no tendrán en su mal sosiego y cura,
en el fin serán caldo de tortura. 


 XLI
  
Si a una mujer la mata su marido
se produce un quejido de tormenta,
un brasero ante Dios que se lamenta
del hierro y la tortura del gemido
.
 
Un hombre traicionado pierde el nido,
es un perro con rabia que acrecienta
el odio de perder la más violenta
razón que lo delata en su descuido.
 
Pueden ser tan violentos, tan machazos,

tan mendigos de Dios y de la Parca

que pierden sus nupciales machetazos.

 

Un hombre traicionado ve los lazos 

de la mujer infiel en nueva marca

con el filo desangra sus abrazos.  


XLII
 
Ese hombre que mata a una mujer
traiciona la razón de haber nacido,
llora el vientre luctuoso, compungido,
se atraviesa en su boca un alfiler.
 
Mata ardiente, con saña, con placer,
la creación es un juego de Cupido,
enamora y después despierta herido
sin pensar en la luz que vio nacer.
 
Temen más a la flor del abandono
que vivir en la escarcha y el tormento,
si matar es un duro sufrimiento.
 
Mas vivir con pesar tiene su encono
un fingir libertad sin juramento
con la falta de amor en su aposento.

XLIII
 
 Una mujer se muere desangrada,
un puñal le atraviesa la caída,
ha muerto del dolor y la estampida
Le da un grito a la sombra marginada.

 

Con el hijo en sus brazos fue dañada
su ilusión de vivir, su alegre vida,
un maldito con sueños de homicida
arrancó en mil pedazos su mirada.
 
La cólera se aferra del pasado 
en el niño reencarna el mal tormento,   
su padre le mató lo más preciado.
 
De la madre hizo un óleo mutilado
de orfandad se vistió su juramento
con un pobre futuro marginado.
 

XLIV
 
 Un iceberg se expandió en el cementerio
y mi abuelo soltó su última risa,
murió sin comprender la urgente prisa,
la lápida recibe su sahumerio.
 
Partió, la cama trece fue algo serio,
fatalidad de llanto y mala brisa
estampaba la Muerte sorda visa,
nos dejaba dolientes sin su imperio.
 
Lloramos, la garganta se hizo un nudo,
el ataúd sintió la rosa roja
que moría ante sí en un acto rudo.
 
Marchaba el fiel anciano que no pudo,
mirar el cielo azul, la última hoja
del árbol misterioso del saludo.

XLV
 
 Se aciclona la Muerte con los años
y arranca a la vejez a un nimbo oscuro,
le brinda de una bruja su conjuro
y los hace bajar sucios peldaños.
 
Se cree la dueña de nobles escaños
y lanza los ancianos contra el muro,
la Muerte es el destrozo del futuro,
tiene espinas, puñales, tiene daños.
 
¡Apártate de mí!, ¡no me cuestiones!
aún pretendo vivir la madrugada,
mi corazón florece sin espada.
 
Olvida los ancianos, no razones,
permite que florezca su mirada,
no apures con dolor una escapada. 

XLVI
 
 Pasó el arco la Muerte bandolera,
hizo mutis, tembló la loza fría
y en el mármol el grito fue la vía
de desatar la humilde enredadera.
 
Yo me escapé esa vez de la frontera
del Infierno que ve la luz del día
y cierra las compuertas de su orgía
para verter en otro su honda espera.
 
Escuché maldiciones y lamentos,
fue accidente de gritos y tormentos
dejó la dentellada gris, desnuda.
 
Hoy que sepan los santos más violentos
que a los hombres les siembran sufrimientos
que una señal de Dios a mí me escuda.
 
XLVII
 

La Muerte es un engendro tumultuoso,
es flor de Armagedón, grito y esencia;
el fin no es un motivo de paciencia
es la preocupación contra el reposo.
 
El hombre saca lluvias desde el poso,
en ese manantial de transparencia
aunque entiende que existe una creencia
por encima del odio y el acoso.
 
Apocalipsis de condena humana
donde plagas enfrentan el cinismo
y succionan la sangre en un mutismo.
 
Dios levanta la voz de cruz temprana,
seguro de que el mal es uno mismo
que se lanza suicida hacia el abismo.

XLVIII
 
 La Parca favorece los entuertos,
es un pájaro gris de mal plumaje
que atosiga a los hombres con su viaje
y vivos sufren su viajar de muertos.
 
En la resurrección van los inciertos
mandatos, se transforma su viraje
semejan al terrible vasallaje
que dicta Dios en los caminos ciertos.
 
Nosotros somos sólo una esperanza
que ante Cristo perdemos la confianza
por ser tan traicioneros y malditos.
 
El Mundo está llorando en la balanza
y el Diablo se contenta, feliz danza
al vernos padecer: tristes, marchitos.

XLIX
 
A: Esther Romero Rodríguez
 
Una amiga se ha muerto, duele hondo
se ha marchado un catorce de febrero,
dejando sin su amor al compañero
que sufre los quejidos que no escondo.
 
Como hija padezco desde el fondo
de los ojos la flecha en desespero,
cantaba mis poemas y un lucero
musical fue la suerte a que respondo.
 
Su voz a una calandria asemejaba,
entonó mis poemas, mis canciones
y desbordó en el sol sus oraciones.
 
La Muerte de su mano se aferraba
y calcinó su amor con maldiciones,
en Dios encontrará sus bendiciones.    


 L
 
 Sé que la Muerte llega cuando quiere
yo no podré cambiar su derrotero,
es maldita si quiere al prisionero
que por ser asesino ella prefiere.
 
Al maldito aniquila, también hiere
al pecador que lanza al agujero
le regala la espina, el desespero
para que esté seguro por qué muere.
 
Sólo pido morir sin estampida,
sin sufrir de un dolor fuerte y salvaje
con esa enfermedad del vasallaje. 
 
Trataré de vivir mi alegre vida
siempre en paz con la Muerte y su linaje
para hacer más feliz mi último viaje.

 

Julio 15, 2011

Odalys Leyva Rosabal

odalysleyva@pprincipe.cult.cu 
 

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