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La maestra de francés
Odalys Leyva Rosabal

Paul había abandonado su escuela en Italia, a su novia con la que comenzaba sus primeros caminos en el sexo. Sus padres tomaron la decisión. Leonor Montaigne le hablaba del Palacio de Versalles, de la música que se ponía en los teatros, él era un niño de ojos despiertos, con catorce años, quería conocer el mercado de París y los acantilados de Normandía. Sus padres, absortos con su nuevo trabajo en relaciones diplomáticas, no disponían un tiempo suficiente para su educación. Leonor había sido su salida, se convirtió en la cuidadora acompañante del joven Paul cuando sus padres por cuestiones de trabajo se mudaron a Toulouse. Leonor le impartía lecciones de música y de francés. El niño sentía un aburrimiento que ella no sabía cómo vencer, aunque aquel trabajo le resultaba absolutamente imprescindible, por eso decidió aplicar nuevos métodos. Lo llevó al Palacio de Versalles, él debía tomar el ala que se adosaba al extremo meridional y ella la que estaba al extremo septentrional, para encontrarse en la galería de los Espejos. Leonor era una mujer de mundo, había disfrutado de los placeres más suculentos, pero nunca había desvirgado a un niño casi hombre en una alcoba real. Lo esperó en la galería de los espejos, con sus senos descubiertos, Paul sintió temor de las dos cumbres blancas que se levantaban ante sus ojos, ella tomó las manos delgadas del joven y las colocó en el centro tibio de su pecho, él temblaba sintiendo el placer inmediato que descubre un joven cuando ve por vez primera a una mujer con sus encantos al aire. Ella se regodeaba, ponía sus uñas largas encima de sus pezones, y él vibraba: lo hizo besarlos. Leonor sentía el ímpetu de un corderito en busca del alimento materno, descubrió que Paul también disfrutaba del juego, ella escapó hacia el dormitorio de María Antonieta de Austria, se soltó el cabello y el niño entró sus manos en el pelo rubio ondulado, la reina provocó a Paul hasta desesperarlo, él casi lloraba el escape de su dulce emoción, ella salió a los jardines, se recostó al Gran Trianón y levantó su saya, él tocó por fin el sexo de una mujer, entró sus manos en la caverna epicúrea, supo la humedad que fluía sobre sus dedos. Monet estaba cerca, vigilando la inocencia que se deleitaba con las honduras de Leonor, su modelo predilecta, plasmó la luz del día, el sexo al aire libre que se ofrecía con una aplicación de colores brillantes. El niño se quitó sus ropas y Leonor se apoderó del momento, cambió a Paul a varias posiciones. Monet trazaba la belleza y sus deseos brotaron sobre el cuadro. Leonor abrió sus piernas y Paul se hundió en el laberinto, no sostuvo su impulso y vertió sus aguas ácidas en Leonor danzarina, los cisnes nadaban a su alrededor. Paul se recostó al muro del Trianón sollozando y Monet penetró a Leonor con el impulso sagaz del pincel sobre el lienzo, esa noche terminaría el cuadro para la exposición dedicada a los diplomáticos italianos. Querían llevarse un cuadro del magnífico palacio rodeado de extensos y cuidados jardines. 

Odalys Leyva Rosabal

odalysleyva@pprincipe.cult.cu 
del proyecto de libro Perversas mujeres contra el muro 

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