Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar la labor cultural de Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 

Escape
cuento de Odalys Leyva Rosabal
Del libro inédito "Perversas mujeres contra el muro", que busca editor
odalysleyva@pprincipe.cult.cu

La belleza no lo es todo en la vida. Mi mujer es una buena hembra, la más linda del pueblo; pero Claribel es otra cosa, gordita y con pecas, adorablemente inolvidable.» Así pensaba Álex mientras conducía su camión azul. Hombre de dinero, con buena residencia y una casa en la playa. La situación en su hogar se tornaba cada vez más difícil, pues Betty, su esposa, estaba enterada de que el hombre tenía una amante. Las discusiones en la casa iban en aumento. Apenas una semana atrás, la mujer había ido a la casa de Claribel para abofetearla: “¡Ramera de mierda!”, le gritó, arañándole el rostro como si pudiera arrancarle hasta las últimas pecas. Betty estaba bien advertida de que la otra, durante buena parte de su juventud, había gozado la papeleta, que no fueron pocos los hombres del pueblo con los que tiró una cana al

aire; pero ahora le robaba el calor del suyo, de su Álex, y la casa de la puta mejoraba, el hombre se la arreglaba con nuevos muebles: si Álex se había enamorado de Claribel y el sexo lo amarraba, no se había ido a vivir con ella por su pequeño hijo, al que también amaba, y era un hombre definitivamente preso en esa trilogía de la belleza de Bety, la lujuria de Clarisbel y la ternura de Fernandino.

Su esposa comenzó la persecución, nunca faltaba quien le avisara si los veía juntos. Una mañana le dijeron que estaban en la playa, alquiló un taxi y los sorprendió en la casa. Otra vez abofeteó a Claribel, y su marido se la llevó a la casa, diciéndole que ella era una mujer decente, que cómo iba a andar detrás de él así, que ella era su esposa. Betty sufría cada noche la soledad, el escape de su hombre, maldecía y odiaba con furia a esa mujer.

Una tarde, al llegar a la casa, Álex dejó el camión y se subió a su máquina de paseo. La esposa lo vio salir, y adivinó que se iba a la playa con la otra, a disfrutar de una nueva borrachera.

Claribel lo esperaba con un par de botellas de aguardiente, sólo después de vaciar la primera salieron para la playa. El hombre, eufórico, aceleró la máquina al máximo, y se dispuso a competir con el camión de un amigo, que al parecer también se estaba dando una escapada. La sensación de velocidad aceleraba su pulso, y el rostro de alegría de Claribel, empapado de sudor, dejaba caer espesas gotas sobre sus muslos; ella estaba feliz, con una risa desenfrenada. Los dos reían continuamente, ella decía: “Acelera, papi, dale más duro…” Él pisaba el acelerador hasta el fondo, y sacaba la botella por la ventanilla, para que el otro chofer la viera. “¡Corre, cobarde, alcánzame!” Claribel le suplicaba: “Aprieta, mijo, que nos alcanzan”. Betty, en su casa, sintió un susto que la ahogaba, se fue al balcón y dejó escapar con la brisa fría de la noche sus quejidos, cada vez más intensos. Claribel seguía riendo locamente, sin frenos; y Betty sentía una punzada insoportable en el pecho, llorando el olvido, la traición de su esposo, el desengaño. La otra le apretaba el muslo a su desbocado chofer. Betty se quitó sus ropas, y un soplo húmedo le recorrió la espalda, se acostó en la cama y comenzó a acariciarse, tocándose sus protuberancias, sintió el calor sobre sus dedos y el grito de placer, huyendo de aquel cuarto cerrado, salió a las afueras. “Dale, pipo, aprieta, que aquí hay una mujer”, dijo la otra y levantó sus piernas y las cruzó sobre la cintura de Álex, y una carcajada estruendosa cayó desde la ventanilla de la máquina, y se hizo pedazos en la carretera. Abrazó el pecho del hombre con fuerza, casi no lo dejaba respirar: “Te cambiaré la velocidad”, le dijo, y su mano se escurrió por las portañuelas del chofer. El hombre estaba sofocado, le gustaban las putas, para que hicieran de actrices y de bailarinas, les decía Meryl Streep, menéate, Greta Garbo, ven bajo la máscara del placer. De pronto, la curva pasó ante él a toda velocidad, tiró los frenos y gritó: “¡No responden, coño! ¡Esto no para…!” El golpe fue violento, contra un poste de alta tensión. Betty soltó un suspiro de placer, se acarició los senos y volvió a contemplarse en el espejo: “Yo también soy Meryl Streep”, se dijo y levantó una pierna hasta colocarla sobre la mesa de noche, para iniciar una danza de suaves movimientos. Súbitamente, abrió los ojos, y un escalofrío de terror recorrió su cuerpo.

Al llegar al hospital, le dijeron: “Están muertos.” Betty levantó la sábana, y abofeteó el rostro de la otra con ira: “¡Puta!”, volvió a gritarle. Claribel tenía aún el rostro sereno, con su sonrisa casi eterna, la misma lujuria que humedecía su boca mientras rogaba: “Dale, papito, acelera, que nos alcanzan”.

 

Odalys Leyva Rosabal

odalysleyva@pprincipe.cult.cu 
Del libro inédito "Perversas mujeres contra el muro"
, que busca editor

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Leyva Rosabal, Odalys

Ir a página inicio

Ir a índice de autores