Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar la labor cultural de Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 

El enano de la ciudad de las esculturas
cuento de Odalys Leyva Rosabal
Del libro inédito "Perversas mujeres contra el muro", que busca editor
odalysleyva@pprincipe.cult.cu

Nunca antes vi pegarle a ningún ser humano de aquel modo. El cochero le daba con la fusta de arrear al caballo, y el látigo se ensañaba contra su cuerpo. El cochero le gritaba:  “¡Enano maldito! ¡Cabrón!¡Ya se lo hiciste a mi hermana! ¡te voy a matar por enfermo!” Unas muchachas los rodeaban, gritando también, pero sin intervenir. Llevaban algún rato en aquella esquina, en la salida de la ciudad, procurando un aventón carretera abajo, cuando sucedió el espectáculo.

 

El enano se les había acercado con aquello, largo y tieso, en la mano. Y ellas que no podían creerlo, se habían quedado inmóviles ahí, mirando aquella metáfora no enana que ondulaba fuera del short del hombrezuelo, colgando como un trípode trapezoidal que impresionaba y asqueaba al mismo tiempo a las temblorosas mujeres. El enano les fue arriba, como poseído por un impulso irrefrenable, diciendo obscenidades al acercarse, como un motor que arranca y cambia sus velocidades, y el tubo de escape resopla y las ruedas giran como el tronco del enano que quiere soltar la caja de bola y amenaza con atropellar a las mujeres con sus ojazos. Las mujeres, tropezándose unas con otras, se echaron unos pasos para atrás, pero el enano se les acercó todavía más.

Aquel ser aberrante había abandonado el país con la enorme fuga de la escoria, pero un tiempo después fue repatriado, es decir, devuelto como un sujeto despreciable, tras ser declarado persona no grata en los Estados Unidos de América. Ahora pasea por la ciudad en una bicicleta, también enana, y la gente le gritan horrores, le odian porque muchas mujeres ya tienen alguna historia con el enano, el enfermo mental que anda amasándosela por las terminales y en la carretera, cuando el transporte se pone malo, y él se aprovecha, le importa poco que lo golpeen o lo metan a la prisión, pues al día siguiente, su cuerpo adolorido y maltrecho vuelve a salir a lo mismo de siempre.

 

Se pone el short enano con los bolsillos rotos, sale en su bicicleta y elige una o varias mujeres desprevenidas, en cualquier punto de la ciudad; entonces se les acerca, detiene su marcha, y realiza una operación ensayada mil veces: simula arreglar la cadena de la bicicleta, se sacude las manos sobre el short, entra las manos en los bolsillos rotos, y ya entonces gime, grita como un demente, con los ojos redondos, que parecen limones patisecos, que tratan de esconderse en la gorra que no es enana porque tiene la cabeza grande, y se la enseña a todos.

 

En cualquier punto de la Ciudad de las Esculturas te encuentras al enano, sobre todo en las grandes aglomeraciones: en el estadio de pelota, en la feria donde se venden

los productos alimenticios, y especialmente en las colas.

 

Todavía se jacta de haber vivido en Nueva York; y de que visitó el Museo Guggenheim. Pero no cuenta sobre la ayuda que recibía de las monjas en una iglesia, donde le daban de comer y hasta un lecho donde dormir al infeliz enano. Las monjas no sospechaban su costumbre de seguirlas hasta el baño, y de masajearse espiándolas, sin pensar en Dios ni en Jesucristo, ni en el Purgatorio adonde le conducirían sus malditos deseos de andar babeado detrás de las hermanitas.

 

Tampoco cuenta que entró escondido al Vassar Collage, del cual le habían dicho que era una institución para la formación superior de las féminas, y fue sorprendido ojeando con desespero detrás de los cristales? lo echaron a patadas de allí unos cuantos hombres, estudiantes varones, pues el colegio ya era mixto. Eso nadie se lo había advertido.

 

Dos mujeres, vestidas con jeans y tacones altos, aguardan en la salida de la ciudad algún carro que las lleve de viaje. Por la esquina han visto venir al enano, y enseguida lo reconocen. Lo dejan acercarse. Cuando el hombrecito se baja de la bicicleta, se paran frente a él, le silban, se bajan el escote de la blusa y le sonríen. El enano abre los ojos, los ojazos redondos, y una de ellas se baja el zípper del jeans.

 

El enano comienza a bizquear, sus ojos ya no son tan redondos, más bien parecen un semáforo a punto de estallar. Un carro se aproxima, las muchachas le hacen señas y lo detienen un poco más allá, echan una breve carrera y lo alcanzan. El enano se queda atrás, atónito, inmóvil, como una más de las estatuas de la ciudad. Se desespera. Quisiera desahogarse con las próximas mujeres, las que ve más allá.

 

Yo estoy allí, pero también lo reconozco. Agarro un palo del suelo, por si acaso intenta acercárseme. Otras mujeres que me rodean han descubierto al enano, que camina como un zombie, los vemos venir hacia nosotras, se arremolina contra las primeras que alcanza, alegoría en mano.

 

El cochero se lanza también hacia nosotras como un proyectil, arrojando al suelo el saco de hierbas recién cortado para su caballo. Llega en un santiamén, antes de que el enano pueda darse cuenta. Saca la fusta. El aire se parte en dos pedazos, y la fusta arremete contra el enano, suenan dos rápidos latigazos. El enano se encoge, masoquista, soportando el golpe sin huir, y nos mira de reojo con picardía de rescabucheador, y se encoge más y más sobre su bicicleta enana, gritando casi con alegría: “¡Ay, ay, ay!”, pero entra las manos en los bolsillos rotos buscando con desespero su metáfora; se planta en su posición firme para disfrutar mejor los golpes y lanza chillidos agudos de placer.

El cochero no cesa de golpearlo, gritándole: “Puerco, cabrón, descarado!” El enano sólo piensa en irse a la otra salida del pueblo, donde se llueven las mujeres que hacen señas a los carros. Sabe que la Ciudad de las Esculturas está dotada de oscuros escondrijos, de salidas y entradas, de bosques donde los artistas han tallado grandes piedras. La inmortal Rita Longa no irá a hacer señas a la carretera. Nunca hará la escultura de un enano que recuerde los óleos de Picasso. Aunque al enano de su ciudad lo hayan sorprendido acostado encima de las mujeres de piedra, las que ella esculpió dentro de la Fuente, donde el enano purga sus deseos. 

 

Es su paraíso, un bosque escultural donde los pajizos se esconden y por donde las mujeres pasan corriendo, como si a cada instante pudiera aparecérseles el pequeño demonio, con la metáfora en ristre.

 

Odalys Leyva Rosabal

odalysleyva@pprincipe.cult.cu 
Del libro inédito "Perversas mujeres contra el muro"
, que busca editor

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Leyva Rosabal, Odalys

Ir a página inicio

Ir a índice de autores