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Día Internacional de la Poesía
Homenaje a la escritora cubana Odalys Leyva Rosabal
Lugar: sede de la UNEAC de Las Tunas
Día: 21 de marzo 
Hora: 3 PM

Recital poético de la homenajeada y participación de escritores, actores, pintores y músicos de la provincia.


Concierto para gritar las huellas
Odalys Leyva Rosabal
de su libro “Isla de Ópera y fantasmas”

                                   (I)

Si me dieras tu otra mitad haríamos el círculo hacia el fuego,

sin píldoras para esta calle que no las necesita.

La humanidad inventa remolinos,

renace de sus astros,

suspira títeres por el aguacero.

Me lanzo a la quietud,  íntimo prejuicio, es la fuga,

nuestra unión parte de la naranja:

prohíbe un brindis con su jugo,

satisface el signo del horóscopo

                      entre  hojas y temblores,

allí donde busquen todas mis orillas

por los hijos sin ley al margen de un tejado.

 

Esta sed ha vuelto en horas muy tristes,

donde humedad es sinopsis para el fantasma de mi piano,

todo acorde al despertar maldice ese misterio,

navega eclipses de la vida,

mis pezones tienen otra intención,

convocan la bruma, a estas horas lejanas

y mi sueño de albatros.

      Ya nada detendrá las mariposas.

 

 

                                      (II)

Cualquier ciudad puede aburrirse y andar sola,

necesito el farol en su mirada,

calmar mi desnudez con pájaros,

evadir espejismos, estrella que descuida la penumbra.

Mi levedad recorre  fantasmas,

este galope recuerda los cauces,

(no sabes mi rincón,

            agua donde el hogar es pozo, un grito hasta la furia)

Estoy en mis ropajes, ¿Qué danza me recorre? 

Voy a escrutar el látigo,

tu cuerpo bebiéndose el enigma

es más que una postal,

no temas a esa humedad

                             ni a errores en la infancia.

Como disparo el silencio,

huella,  capricho contra mi fiebre de locos:

retorno sonámbula hasta la catarsis,

                                                      sin llanto,

con mis duendes errantes por el beso,

                           cobarde epitafio a estas brasas.

                                   (III)

Hasta la voz de la lluvia es tormento,

urgencia de compartir lágrimas,

borrarte  el latido con mis aves,

en ese instante cualquier galaxia tiene musgos,

soledad,   polvo en mis campanas.

El aire agita retoños,

todavía el invierno no cuenta sus nidos,

con la esperanza de palomas que retocen.

Busca mi hoguera, podrás enloquecer:

tengo una alondra, dolor en la tierra,

cólmame, hay frutos en tu bosque.

¿Qué estación me lacera hasta los párpados?

Definitivamente soy un niño que corre por la lluvia

(oteas mis ardides, verdugo de esta sangre:

tentáculos que gritan, se mecen en la noche).

La cintura puede ser  retorno,

raíz más grande ha sido esta nostalgia,

mis primeros pasos por la bruma.

¿Qué golondrinas detengo en esta procesión?

El laúd es tu pelvis, dibujado en mi voz 

que pasa como el primer minuto de una hora.

 

 

                                   (IV)

En los matorrales del gozo no ahuyentes mis impulsos,

secuencia es nube, tu barba elige. 

Soy hembra en tus cadenas,  siglo con falacias,

oh mentira, qué grave huracán en mis playas.

 

Como beso de Judas tengo el disparo hacia tu nombre,

calma esa deuda con mis peces,

presagia los engarces en la noche:

que el sol estrene boleros a la mitad, sin tu dominio.

Culpa es sombra, arrebato de mis luces,

placer inconcluso como daga,

candelabro,  reino sin techumbre.

Ven a trazar mi voz por la hojarasca

en  angustia perpetua.

Toda eclosión es pacto.

                         Elijamos el mundo de los ciegos.

 

                                     (V)

Nuestro grito es un salmo, los apóstoles claman,

pan y vino no apocan estas hambres.

Tengo desgajamientos,  palabra infiel tras el remedio

(si salto la ventana voy a dañar el césped).

Mi penitencia,  puñal en los toldos,

hastío de lámparas sobre el olvido donde agrietan cristales

                                                                      cascabeles de la bestia,

                                                                             enfermos de niebla.

Mi habitación aguarda su costumbre,

                                           angustia por mis venas.

¿Qué virgen iré siendo, después de un solo de violín?

Éramos  relinchos esclavizados sin una ciudad,

hojarasca,  filo de las premoniciones,

ceniza a contraluz del fango, descendía en su hoguera.

Soy piedra sin nueces, unicornio para fabular el sortilegio,

llamas en candiles intocados por la furia.

Imagino mis águilas al desvestir el miedo

por ese árbol con sepulcros en la noche transida,

cuece  matices a mi boca,

sombra,  levedad que me habita

como la hondísima garganta del Irazú,

                     se adentra a mi sangre.

La noche,  ardor con palabras,

necesito al pianista para retener su tibieza,

ronda sin ángeles silencian mi pared,

soy la muchacha que danza el recuerdo nupcial de sus gaviotas,

el círculo de Mozart y Beethoven implora mis anillos

sin delfines, peces, ni el crujir de las espumas.

Me duermo por tus alas

en ese monstruo de aceitunas que es el tiempo.

                                           Lo perpetuo es atardecer.

                                   (VI)

No  sé violentar castigos,

el insomnio es falacia,  huye a la memoria. 

Los senos piden emboscadas con la tarde,

perturbas el equilibrio en mi lascivia,

                                secuencia sinóptica del viento.

Es mi costumbre deambular entre fronteras

tras el fervor de la palabra,

en ese ardid donde lo supremo  fluye sobre lo diáfano

sin desechar atisbos,

                        pájaros que duelen en mis llagas

y el presagio atiende sus promesas.   

La mesa del rocío: un tronco más frágil,

                                       virtud para morder la almohada.

Mis ayunos traen la herencia sin reloj,

nada golpea ese rumiar, hay caracolas, 

cambios inevitables en los muros.

Esta balanza no puede temblar

–es la meditación del cuerpo por el pez de su lengua–,

giraré, giraré hasta que la hora sucumba en mis agravios,

en esa tentación de las fronteras.

 

 

                                    (VII)

A escondidas el mar tiene muchachas tristes.

Falta el carrusel, un animal que beba mi ruido de cascadas,

bosque para suplir la música ¡hay trovadores

    en agujeros de la vida!  

             donde la blusa es contienda para desabotonar mi fiebre,

por la locura del agua en esas nubes donde soy quien se embriaga,

vértigo,  mariposas a flor de labios.

Sin culpa llevo esta caricia, gorrión en mis entrañas:

en los puños están los vericuetos a la savia.

¿Por qué faltan gajos de mi árbol?

¿Por qué la soledad hace escapar todos mis peces?

Acepto que la brújula es otro desamparo inventado por Dios.

Llevas el perfume como temporal de voluntades,

la música,  milagro para impulsar las copas.

¡Brindemos por el reloj de los que lloran!

 

                                    (VIII)

Me has disparado esa lava por los senos,

el pubis como flor desata las exequias,

humedad, silencio que no esconde sus ráfagas.

Me puedo lanzar contra la niebla,

                                        contra el eco perpetuo de las voces,

un grito siguiéndome entre  muros,

labio mordido por la llama

(mi fugaz batalla es laberinto

y el aire carga a cuestas con la furia).

¿Qué montaña no protege la avidez al insomnio?,

quebraste mi pasión y la mansedumbre de la cuerda,

conocí los diablos, estallan en la lengua del poeta:

nada tiene de carne, frialdad con agonía,

nadie viola mis aguas,

cualquier cicatriz tiene bufones,

noctámbulos que juegan al suicida

para beberse esa lujuria de palacio.

Interrogo a los dioses hasta el muro,

la cripta de mi voz hecha jirones.

Virginidad, mansalva de los tontos,

yo alucinada frente al minotauro,

a esa bestia que bebe gladiadores,

                                     exige su manzana.

 

Es verdad, mi costilla no es un horizonte.

Voy a cantar la primavera y decir adiós,   

bienaventurado de mi sexo,

me espuela este conjuro:

quién sabe si esta noche salgo a borrar las huellas

en esa tempestad que es el destino.

Odalys Leyva Rosabal

odalysleyva@pprincipe.cult.cu 
de su libro “Isla de Ópera y fantasmas”

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