Shakespeare y el Renacimiento

Romeo y Julieta

por Allan Lewis

Pintura de 1884 de Frank Dicksee:

la escena del balcón de Romeo y Julieta.

"El espíritu de la Época”...

                         Ben Jonson

                                                 ..esta bendita parcela, esta tierra, este reino, esta Inglaterra!”

                                                                                                                                 Ricardo II

                                                                                              "Vamos, fango condenado, puta común de todo el género humano!”

                                                                                                                                                                               Timón, de Atenas

El Renacimiento "Un siervo puede convertirse en rey”

El Renacimiento fue el auténtico nacimiento de una nueva sociedad, con todas las penas y las dificultades inherentes a un suceso de tal naturaleza. El feudalismo, con un sistema económico basado en la propiedad territorial milenaria, cedió el paso, a pesar de su resistencia, a una economía fundamentada en el comercio, en la manufactura, en el intercambio y en la dinámica. La nueva organización capitalista, vibrante y vigorosa, consciente de su destino, satisfecha de su postura y su facilidad para acumular riqueza, saltó las barreras y venció los obstáculos que habían parecido eternos, derribando aun sobre sí misma las caducas instituciones existentes. Del caos y de las ruinas surgieron nuevas instituciones, nuevos horizontes en la poesía, música y teatro, que, a la vez que fueron el apoyo ideológico de la nueva estructura, coronaron la realización del Renacimiento.

Shakespeare percibe, en toda su integridad, la fuerza propulsora de esta profunda revolución social en el preciso momento de su gestación, el más poéticamente revelador, su armonía, su ritual, su mito, su leyenda y su lógica, captados en su .adolescencia sin inhibiciones.

Nuestra íntima y perdurable identificación con Shakespeare se debe en gran medida a que nosotros también hemos heredado la misma estructura social básica, madurada a través de tres siglos y medio turbulentos. Para interpretar a Shakespeare y todos los dramas isabelinos, es necesario, sin duda alguna, comprender el Renacimiento, pero precisamente en ello radica la primera dificultad, puesto que los historiadores parciales nos han transmitido lo más conveniente, ocultándonos lo esencial. Hasta el término está mal aplicado. El único renacimiento fue el de la cultura clásica, y éste no fue un factor causal, sino un resultado marginal buscado intencionalmente al tratar de encontrar un apoyo intelectual, equivalente, en autoridad y en dignidad, al que antiguamente ofrecía la Iglesia. La gloria pagana de Grecia y de Roma otorgaron aprobación sagrada a los rebeldes anticlericales.

Iniciada hacia el siglo XIV y manifestándose con toda su fuerza en el siglo XVI, surgió una sociedad basada en el intercambio de mercancías, cuyo éxito vislumbrado era tan obvio, como era en el frente militar la substitución de picos y lanzas y el intrépido valor del caballero armado, por los fusiles, el despliegue estratégico de las tropas, y el cañón sobre ruedas. Una vez que la desintegración del feudalismo dejó libres los elementos del nuevo orden, la aceleración con que éste se implantó fue sorprendente. En la medida en que el antiguo régimen se desmoronaba, otro nuevo se forjaba, totalmente transformado desde su base; un mundo entero que, empezando por la conformación del individuo, al igual que una obra de arte, abarcara todos los aspectos de la vida: cultural, político, económico y ético. Los métodos que se habían utilizado ocasionalmente, constituían ahora la urdimbre de la sociedad. Los grandes centros urbanos que dominaban los mercados del mundo, rivalizaban entre sí en esplendor y en autoridad. Amberes, por ejemplo, durante algún tiempo centro de las finanzas internacionales y arca de los príncipes, exaltada con la exuberancia de su vida intelectual, con el esplendor de su prosperidad material y con su atractivo para el pensador y el reformador, proporcionó un refugio espiritual a hombres como Moro, Erasmo, Cranach, Durero y Holbein.

La nueva estructura, con su naturaleza esencialmente dinámica, en oposición irreconciliable y virulenta frente a la rígida inmovilidad del feudalismo, requería para la burguesía libertad de pensamiento, de acción y de mercados; la eliminación de las restricciones locales, construcción de carreteras, puertos y barcos, y además, una protección más amplia, que traspusiera los límites reducidos del patrimonio individual; asimismo, la especialización del trabajo, la interdependencia de los productos de todo el mundo, una expansión continua, un sistema flexible de circulación monetaria y, sobre todo, personas capaces de enfrentarse al desafío que representaban las nuevas condiciones de vida.

El concepto de riqueza ya no se basaba en la acumulación de tierras, sino en la posesión de oro. El dinero, o el oro, por sí mismo una mercancía, se convirtió en el símbolo de la nueva estructura. La severa línea de la cruz de madera fué substituida por la "divinidad” de la bolsa de oro; todavía hoy, en la madurez del mundo capitalista, permanece una aureola de misterio en torno al complicado poder del dinero para crear nueva riqueza. Aun los lazos sanguíneos cedieron paso al dinero; sin embargo, tan profundamente había arraigado la hostilidad feudal hacia el comercio, que el comerciante tuvo que esperar trescientos años para poderse cubrir con un manto de respetabilidad. Eneas Silvio, posteriormente elevado a Papa, escribió amargamente estas palabras: "Italia ha perdido toda estabilidad; un siervo puede convertirse en rey”[1],. El oro, que impulsa la actividad del hombre, y que en su natural destemplanza destruye la sociedad que él mismo ha entronizado, es el constante tema de los dramas isabelinos. Shakespeare, en Timón, de Atenas (Timón of Athens) pronuncia estas maravillosas frases:

¿Oro? ¿Oro amarillo, brillante, precioso? ... En grandes cantidades convertirá lo negro en blanco, lo malo en bueno, lo erróneo en justo, lo bajo en noble, lo viejo en joven, lo cobarde en valeroso, ¿cuál es la razón de esto?

Arrancará de tu lado a sacerdotes y siervos. Quitará la almohada que está debajo de las cabezas de hombres fuertes. Este esclavo amarillo edificará y destruirá religiones; bendecirá a los malditos; hará que la leprosa blanca sea adorada; proporcionará el espaldarazo a ladrones, otorgándoles título, caravanas y aprobaciones; colocará a senadores en la Banca.

La posesión de él, es lo que hace que la viuda envejecida de nuevo encuentre nupcias. Vamos, fango condenado, puta común de todo el género humano!

Inglaterra "Que me privas de mi casa, de mis tierras, de mi esposa, y de todo lo que me pertenece”.

La nueva sociedad mercantil comenzó en Italia y allí alcanzó a tener, a principios del siglo XVI, un dominante poder y un arte floreciente en Venecia, Florencia y Génova; pero una revolución en los mercados mundiales y el fracaso sufrido por las ciudades italianas al intentar su coalición, junto con el decisivo papel del Vaticano que alentaba la invasión extranjera, inclusive de los no cristianos, acabó con la supremacía de aquéllas. Los campesinos regresaron a su suelo y durante tres siglos Italia permaneció oprimida entre dos mundos, consolándose, en su pobreza, con el recuerdo de su antigua gloria y el de su triunfo logrado al haber sido la cuna del Renacimiento. Los dramaturgos isabelinos ponen de manifiesto el respeto contemporáneo hacia el esplendor iniciado por los prototipos italianos.

El Renacimiento cruzó Europa, alcanzando su nuevo punto culminante en España; sin embargo, a pesar de la gran extensión de este Imperio y del caudal de oro que había en él, los comerciantes no pudieron convertir su riqueza en capital productivo. El prestigio de la aristocracia era demasiado poderoso para ser desarraigado totalmente y la influencia predominante de la Iglesia permaneció intacta, por cuya razón, después del desastre de la armada, España recayó en el feudalismo. El desarrollo más completo del Nuevo Mundo tuvo lugar en Inglaterra, donde adquirió el ritmo ideal del progreso que caracteriza la época cultural dominada por la burguesía: los burgueses, u hombres de comercio, en oposición a los señores feudales, o terratenientes.

Inglaterra se aprovechó de los errores cometidos por sus antecesores y evitó, algunas veces fortuitamente, los retrocesos sufridos por España y por Italia. Inglaterra logró la culminación del Renacimiento.

Debemos recordar los principales acontecimientos ocurridos al surgir la burguesía inglesa, porque unas veces han sido relatados a grandes rasgos, otras deliberadamente encubiertos, con el fin de atribuir a los comerciantes que percibían grandes ganancias un pasado más honorable. Para la mayoría, la edad de oro del drama isabelino aparece todavía como un glorioso accidente.

Para su desarrollo eran necesarios dos factores esenciales: oro y hombres libres; graneles existencias de oro para financiar aventuras económicas, y ejércitos de hombres liberados de la tierra, dispuestos a ser absorbidos por las nuevas industrias, sin ningún derecho de propiedad sobre la producción. En los movimientos históricos del siglo xvi se logró la obtención de ambos, en forma conveniente para los intereses predominantes.

El comercio de la lana efectuado con los manufactureros flamencos fue muy provechoso. Las grandes haciendas de Inglaterra fueron transformadas en praderas para la pastura de ovejas, eliminando al siervo que había trabajado la tierra durante varios siglos. En segundo lugar, las tierras comunales fueron cercadas, en forma análoga a las cercas construidas en los ranchos de Estados Unidos. Miles de campesinos anduvieron errantes por los "caminos reales" hasta que fueron reclamados unos por las necesidades de la marina mercante, otros por las manufacturas en expansión, y el resto, atraídos por las nuevas colonias, escaparon de la cárcel.

Asimismo era indispensable la existencia de una reserva de oro. Lo que había sido ilícito según la legislación feudal, fue considerado perfectamente aceptable en la práctica del financiero. Hemos mencionado ya el provechoso comercio realizado con la lana, que convirtió los campos ingleses en vastas extensiones de pasto cuando "la oveja se comió al hombre”.[2] Y aún más impresionante fue el despojo de la Iglesia. ¿Por qué desafió al Papa al serle negado el divorcio, Enrique VIII? El resentimiento personal y la intransigencia emocional del rey habrían sido motivos insuficientes si no hubiese contado con el apoyo del pueblo. Pero la Iglesia, que era el propietario feudal más importante, poseía grandes y envidiables existencias de oro. Bajo la presión de las demandas de los comerciantes, Enrique VIII hizo hábilmente uso del pretexto más ingenuo para alentar la Reforma: rompió las hostilidades con Roma y se incautó de todas las propiedades de la Iglesia. Muchas de estas tierras fueron asignadas a los nuevos encumbrados, con el propósito de cimentar las nuevas alianzas; aún actualmente una gran parte de la nobleza inglesa procede de las concesiones de los primeros monasterios del siglo XVI.

El tercer método fue aún menos lícito. Empezó la piratería en alta mar, contra los barcos enemigos, la cual proporcionó grandes ganancias y, por lo tanto, llegó a ser considerada como símbolo de patriotismo, siempre y cuando el rey percibiese su parte. A los españoles, qjue habían llegado primero al Nuevo Mundo, les tocó la labor más ardua en la conquista de un pueblo renuente y en la explotación de las minas de oro y de plata. Los filibusteros ingleses se apoderaban por la fuerza de los galeones españoles, con pleno consentimiento de la Reina Isabel, quien otorgó el título de caballero al más villano de todos ellos, Sir Francis Drake.

Así llegó a disponerse en suficiente cantidad de los elementos indispensables. Además, la clase mercantil de Inglaterra era también afortunada por la circunstancia de que a los señores feudales, aun cuando les amenazaba la extinción, estaban demasiado debilitados para presentar una oposición unificada. Interminables contiendas, que culminaron con la Guerra de las dos Rosas, habían agotado sus recursos y eliminado a muchos de ellos. Habían cometido el error de defenderse a sí mismos y la ostentación de su valentía provocó su propia ruina. Sin embargo, aún más significativo fue el hecho de que muchos de los nobles que quedaron no tuvieron inconveniente en dedicarse al comercio. Aprendieron más de Florencia que de España. Los Médicis, descendientes de sangre noble y que dieron Papas a la Iglesia, no sólo poseían minas de alumbre, sino que también ejercían un monopolio en el comercio de textiles. Ellos fueron los modelos del príncipe mercader, y muchos individuos en Inglaterra tuvieron la suficiente astucia para seguir el ejemplo: Raleigh ganó y perdió grandes fortunas en aventuras en las colonias, y la misma Isabel era la principal accionista de la compañía más importante de embarcaciones de esclavos, propias de la época, irónicamente bautizada con el nombre de Jesús[3] Entre los accionistas de esos poderosos monopolios, como la East India Company, figuraban nombres de las familias feudales más preeminentes. La empresa característica del capitalismo en auge fue la Royal Exchange, fundada en 1566 por Sir Thomas Gresham.

El Renacimiento no fue un accidente genial, ni un "intercambio esporádico" con los clásicos. Fue una revolución, consecuencia natural de la constante lucha humana para dominar las fuerzas de la naturaleza; y los hechos históricos subsiguientes surgen del Renacimiento. No debe sorprender que todos y cada uno de los países que recibieron su influencia hayan tenido una edad de oro en el arte y en la literatura. De todos los poetas del Renacimiento es el gran Shakespeare quien expresa esa época en una forma más completa, con toda su complejidad, su eufórico entusiasmo, su desesperación aniquilante y la pugna por las nuevas ideas. El teatro, institución social fundamental, refleja todos estos cambios.

El Teatro Una empresa mercantil

El teatro se sujetó a las nuevas normas comerciales. James Burbage, ebanista de profesión, anteriormente miembro del grupo teatral "Earl of Leicester’s”, organizó una empresa, construyó su propio edificio, "El Teatro”, y así se convirtió en el primer empresario moderno. En 1600 existían ya ocho teatros permanentes similares a aquél[4]. Philip Hanslowe, acaudalado y respetable ciudadano, el principal competidor de Burbage, nos ha legado en su diario, realmente un libro de cuentas, el modo en que se desarrollaban las relaciones obrero-patronales nuevamente instituidas. En su cuadro de autores hace notar que siempre les mantuvo con deudas, pues "de otro modo yo no habría tenido ninguna influencia sobre ellos”[5].

Shakespeare, quien poseía una fina astucia propia del comerciante, que combinaba con su gloria de poeta, se elevó, de actor y dramaturgo improvisado, a accionista y copropietario. Estaba orgullosísimo del escudo de armas que había podido comprar y de la casa de campo donde se retiraba en Stratford. El hijo de un artesano de guantes se había convertido en caballero. Como él, la mayoría de poetas y dramaturgos pertenecían a la nueva clase media: todos ellos eran hijos de artesanos y comerciantes; Ben Jonson era hijo de un enladrillado; Marlowe, de un zapatero; Webster, de un sastre.

Aunque el teatro conservaba todavía muchos residuos del feudalismo, tales como el decreto que disponía que todas las compañías de teatro debían ser propiedad de un miembro de la nobleza, era fundamentalmente una empresa que permitía el sostenimiento propio y aun la obtención de ganancias. El teatro griego había gozado de subsidio estatal o de un chorcgus voluntario; el de la Edad Media había estado bajo el patrocinio de la Iglesia o de gremios organizados. El teatro se independizó, convirtiéndose la taquilla en su tirano. Como consecuencia, sometido a la presión popular, se puso alerta, adquirió una fina sensibilidad para captar las necesidades de la época, y diversos grupos desearon ejercer control o influencia sobre él. En Francia, por ejemplo, en el ataque contra el Papa, antes de acometer su campaña italiana, Luis XII ordenó a Gringoire la representación de su obra El príncipe idiota. Lord Essex, la víspera de su insurrección contra la reina Isabel, pidió a los hombres de Chamberlain la representación de Ricardo II, de Shakespeare, con la intención de agitar el ánimo del pueblo para destronarla, lis meritorio que el teatro pueda ejercer una influencia en forma tan directa. Siempre está íntimamente relacionado con su época, lis en este sentido que dirigimos el análisis específico de Romeo y Julieta, escrito cuando el Renacimiento inglés se hallaba en su apogeo en medio de un triunfo jubiloso, cuando ya se oían las primeras notas trágicas de los profundos conflictos internos.

Romeo y Julieta

Shakespeare altera la fuente

Como en muchos de los argumentos de Shakespeare, el tema se inspira en el Renacimiento italiano. Luigi da Porta escribió el original en 1530 y su popularidad engendró numerosas versiones plagiadas en Francia y en Italia. Shakespeare se basó en la adaptación de Arthur Brooke, un largo poema descriptivo publicado por vez primera en 1562. La obra estaba terminada; los cambios introducidos por Shakespeare revelan un aspecto fundamental del Renacimiento en Inglaterra. En el prólogo de este poema, Brooke escribió:

"Con este fin, querido lector, se ha escrito este tema trágico, para describir una pareja de enamorados infelices; que, esclavizándose al deseo deshonesto, desacatan la autoridad y el consejo de padres y amigos pidiendo opinión principalmente a borrachos marañeros y monjes supersticiosos... abusando del nombre honorable del matrimonio lícito, para encubrir la vergüenza de contratos robados; finalmente, por todos los medios de una vida deshonesta, lanzándose a una muerte trágica".

La artificiosa y elevada censura moral de Brooke refleja el rígido código feudal que la clase mercantil adoptó con hipocresía indómita. Aparece de nuevo más estrictamente en Crom-well, cuando el puritanismo reforzó al Estado, y se convierte en sinónimo de la moralidad anglosajona cuando la clase media es aceptada, por fin, bajo el régimen de la reina Victoria.

Pero el impasible inglés, reprimido emocionalmente, no pertenece al Renacimiento. Shakespeare rechaza violentamente las restricciones de un pasado inhibidor y transforma el "deseo deshonesto’’ en una pasión ennoblecedora. En tanto que Brooke condena a los amantes por su desprecio a la autoridad, Shakespeare convierte esta rebeldía en el problema medular de su obra.

El amor es tan joven como el Renacimiento

La obra es trágica porque no se logra realizar la voluntad humana. Hay en ella frustraciones, fracasos, decepciones, desilusiones e inclusive la muerte. Tibaldo, Mercucío y París mueren; también Romeo y Julieta tienen un término fatal; sin embargo, la obra está rebosante de vitalidad, repleta de pasiones, de los jóvenes aprisionados entre las viejas enemistades de los padres. Es inspirada, llena de acción, refleja la verdadera naturaleza del joven Renacimiento. El poema de Brooke se desarrolla en invierno; la obra de Shakespeare en verano, en las cálidas noches de Italia, cuando la sangre circula ardiente y la mano se dirige veloz a la espada a la menor provocación, o abraza a una mujer en el ardiente anhelo del amor irreprimible.

Romeo y Julieta se enamoran a primera vista, tema constante de la literatura y de Hollywood, pero totalmente ajeno al pensamiento de la época feudal. Es la suya una pasión que nace, crece, los arrolla y arrastra irremisiblemente a la perdición, pero es el destino que ellos mismos eligen. Es un amor romántico en el sentido íntegro de la palabra, el derecho de autodeterminación, de hombre y mujer, para amar según los dictados de la propia suerte. Shakespeare, en el umbral de los tiempos modernos, en su primer impulso de dignidad propia, se opone al matrimonio contractual convenido desde el nacimiento, en el cual por ambas partes se consideran el rango familiar, la tierra y la sangre. Aunque actualmente persisten todavía los esponsales comercializados, para la burguesía cargada con la tradición feudal, cuando sirve para aumentar las fortunas familiares o fortalecer uniones comerciales, el mito de la libertad individual para el amor es el ideal aceptado por la juventud. En el siglo XVI ello se consideraba revolucionario. El feudalismo había degradado a la mujer al no permitirle una vida llena de emociones. Cuando su "señor” estaba ausente, con frecuencia por largos períodos, en su profesión de guerrero, la despreciada mujer podía hacer dos cosas: dedicarse a ser apasionadamente devota de Cristo, o bien entregarse a la pasión, físicamente más atractiva, de un caballero andante. Para las mujeres de la nobleza el matrimonio se había convertido en un humillante semi encarcelamiento o en una castidad supuesta, y las canciones de amor de la Edad Media, las "Baladas”, cuentan de caballeros andantes escapando furtivamente por el balcón de su amante al apuntar el alba. Romeo y Julieta representan el humanismo liberador por la unión de dos seres iguales. Sus relaciones no son el abrazo secreto ni las relaciones íntimas extramaritales. El suyo es un amor que purifica y ennoblece, es un amor orgulloso y dignificador; la consumación del Renacimiento cree en la integridad de la experiencia emocional. Lo que impide su camino son las costumbres de un pasado desintegrante e inhumano. Paris, hermoso, fornido, valiente:

”... Un caballero de noble familia,

con riquezas, joven, educado con el mayor esmero,

henchido, como dicen, de bellas cualidades;

un hombre, en fin, como pudiera desearse.

es, sin lugar a duda, un pretendiente muy deseable, pero corteja al estilo de la época feudal. Habría arreglado el contrato con Capuleto aun cuando Julieta nunca le había visto. Ella, sumisamente, "gustaría de mirar para gustar, si del mirar naciera el gusto , pero antes de que ella pueda intentarlo, Romeo la ve, la corteja y conquista su corazón. El, como hombre de acción directa, siente un amor volátil y dinámico que no puede ser contenido por los motivos baladíes de las ventajas económicas. Las barreras familiares y sociales ya no obstruirán el camino del tierno amor. Shakespeare escribió una sola obra como ésta; sin embargo, a pesar de que ha sido un tema tantas veces repetido desde entonces, deformado, mal interpretado, del cual se ha abusado y a menudo reducido a un sentimiento erótico o al melodrama exagerado; ha sido identificado por los corazones jóvenes de todas partes del mundo. En la medida en que cada país se libera del vasallaje feudal, se adhiere al concepto del amor basado en la selección individual, para celebrar su libertad. La India y el Japón de hoy son exponentes típicos de ello. Shakespeare, tan poco conocido y comprendido en esos países, tendrá allí su público mañana.

La literatura europea del Renacimiento está pletórica de dramas de un asombroso contenido pasional, desenfrenado, que al no poder ser reprimido se destruye a sí mismo por estar en conflicto con las fuerzas sociales; pero en ninguna parte existe leyenda comparable de un tierno amor, que surge de una mirada desafiadora de todas las constricciones disecadoras que se rebela ante las coacciones objetivas, para llegar triunfante a su propio aniquilamiento. Ofrece un magnífico contraste en el drama español, de Lope de Vega, El mejor alcalde, el rey. Don Tello, amo de sus dominios, asiste al matrimonio de su pastor Sancho y la bella Elvira. Al ver a la novia don Tello se siente cautivado y se sale de quicio. Suspende la ceremonia y le ordena a Elvira que vaya a su castillo con el fin de ejercer sus derechos de señor, pero Elvira se rehúsa. Don Tello, enfurecido, recurre a una crueldad bestial; posteriormente llega una mano justiciera, siendo ésta la del propio rey, el mejor alcalde. Don Tello, después de su primer fracaso explica a su compañero:

"Yo tomé, Celio, el consejo

primero que amor me dio:

que era infamia de mis celos

dejar gozar a un villano

la hermosura que deseo.

Después que della me canse,

podrá ese rústico necio

casarse; que yo daré

ganado, hacienda y dinero

con que viva. . .”

Lope de Vega ataca lo inhumano de la justicia feudal que obliga a la mujer a someterse a los apetitos de los más poderosos. La rebeldía de Elvira encarna el espíritu del Renacimiento, pero el triunfo final no se debe a ella, sino a la intervención de la autoridad feudal colocada por encima del malhechor. El Renacimiento español nunca llegó a realizar el espíritu del mismo. Romeo y Julieta son amantes que actúan según su propio dictado, el dictado de su corazón; desafiando toda autoridad, desconocen toda posibilidad de justicia, salvo la de la muerte. Su amor es avasallador, intransigente y eterno.

En realidad, son jóvenes, tan jóvenes como el primer florecimiento poético de Shakespeare; tan jóvenes como los años de mayor vitalidad del Renacimiento en su maduración. Julieta, la noche del 10 de agosto cumplirá catorce años; sin embargo, su amor no es el de una adolescente. La vida es para amar y el suyo es el primer amor, cuya potencia vence todo obstáculo para llegar a su máxima realización. La madre de Julieta no siente preocupación alguna por la tierna edad de su hija, puesto que dice:

"... Otras más jóvenes que vos hay aquí en Vcrona, damas de gran estimación, que ya son madres. Si no recuerdo mal, yo misma era vuestra madre mucho antes de esa edad en que vos sois todavía una doncella”.

Así, Julieta no sólo se va a enamorar de Romeo, sino que ha sido caracterizada como la mujer en la edad en que ya está preparada para el matrimonio y dispuesta a ser entregada por sus padres. Es obediente y sensible, pero no demasiado entusiasta, puesto que dice:

"...pero las flechas de mis ojos no irán más lejos de lo que permita el impulso que preste a su vuelo vuestro permiso”.

Por otra parte, es interesante observar que al empezar la obra Romeo está profundamente enamorado, pero de otra mujer, de Rosalina. Siempre ha perturbado a los lectores de la obra (puesto que Rosalina no aparece en escena y pasa desapercibida) que el héroe de un amor tan ardiente sea tan voluble. Para Julieta, Romeo es su primero y único amor. Sin embargo, para Romeo ha existido otro, y seguramente otros, amores más en su vida. La mayoría de los críticos atribuyen este hecho a necesidades del argumento para poder desarrollar bien la obra, puesto que Romeo asiste a la fiesta de los Capuleto, sin haber sido invitado, impulsado por el deseo de ver a Rosalina, la más bella entre todas las bellezas de Verona, y allí conoce a Julieta. Tal criterio ignora la esencia de la obra y se basa en la incapacidad para comprender el espíritu del Renacimiento. Romeo, con libertad para actuar y mayor que Julieta, difícilmente podía haber permanecido indiferente a otras mujeres en una época en que se hacía alarde de las aventuras y conquistas amorosas. Romeo ha llegado a su madurez emocional y está dispuesto para el amor. Tampoco representa la castidad victoriana de la era posterior; ya está enamorado y deseoso de ver que su Rosalina opaque a todas las demás, cuando su mirada se encuentra con Julieta. Desde ese momento ya no puede pensar en otra y así es como debe ser, puesto que se expresa de Rosalina con estas palabras:

"No se dejará asediar de propuestas amorosas, ni sufrirá el encuentro de asaltadores ojos, ni abrirá su seno al oro, seductor de santos. ¡Oh! Es rica en belleza, y sólo pobre porque cuando muera, con su hermosura morirá su tesoro".

He aquí una belleza indómita, altiva, infecunda, rara para la época. No puede resistir el reto de Julieta, puesto que al encontrarse los amantes existe un reconocimiento inmediato de una mutua cesión total, de una pasión trascendente, que en su creciente ardor, transforma los móviles más bajos y los purifica con intensidad creadora. El contraste es muy efectivo en su obra teatral: Romeo vencería las resistencias de Rosalina con el "oro seductor de santos”; con Julieta el hombre mundano se ha transformado por la pureza de su amor. No conquista a Julieta por despecho, sino impulsado por la fuerza de un amor verdadero.

Un amor como ese, representa la primavera del mundo y atrae todas las simpatías para su realización, pero al mismo tiempo se halla arraigado en condiciones sociales específicas y lo que obstaculiza su felicidad, es el pasado con las trabas aniquiladoras de sus convencionalismos caducos. Las familias son rivales feudales que representan la continuidad de una tradición que no tiene ya razón de ser; el pasado muerto, impidiendo el ímpetu de una vida fecunda. Romeo, como hombre, tiene libertad de acción, pero Julieta necesita el consentimiento paterno que nunca obtendrá por pertenecer Romeo a la familia de los Montesco. Es admirable cuán profundamente Shakespeare expresa las corrientes antagónicas existentes en su época, como puede observarse en las distintas actitudes de Capuleto. El padre de Julieta se halla también suspendido entre dos corrientes opuestas y, aunque él es el señor inflexible de su casa, capitula, con cierta resistencia, ante las nuevas tendencias. Cuando Paris presenta primero su petición con tacto y dignidad, Capuleto lo recibe y escucha, pero, sin olvidar su papel de padre y protector, contesta;

"Dejad que otros dos estíos se extingan en su esplendor antes de que podamos juzgarla en sazón para desposada".

Cuando Paris replica que "otras más jóvenes que ella son ya madres y felices", Capuleto despierta en nosotros una gran simpatía por su calidad humana y amplitud de criterio que, aun contra su voluntad, ha llegado a formar parte de su razonamiento, lo que representa la decadencia de los antiguos moldes ante los nuevos.

"El mundo se me llevó todas mis esperanzas, menos ella. Ella es la dueña y esperanza de mi mundo. Pero cortejadla, gentil Paris, interesad su corazón. Mi voluntad es sólo una parte de su asentimiento. Una acogida suya como objeto de su elección, envuelve mi conformidad y voto favorable”.

Julieta tiene el derecho de aceptar o rehusar. Su padre, ante la petición de la mano de su única hija, admite que su consentimiento es sólo una parte, pero el señor feudal que lleva adentro, debe agregar que la decisión de Julieta está limitada de antemano. La señora Capuleto, esposa abnegada, aconseja a Julieta que considere a Paris. Habla con gran entusiasmo de sus cualidades, pero le concede a su hija el derecho de ser ella quien resuelva si acepta el amor de Paris.

Cuando este insiste en obtener una resolución, Capuleto confiesa que no hubo tiempo para convencer a su hija porque en el breve intervalo la enemistad entre las dos casas de Verona ha entrado en una etapa de violencia debido al asesinato de Teobaldo a manos de Romeo. Paris, caballero de buenos modales, habría preferido retirarse "porque estos instantes de dolor no dan lugar a galanteos”, pero el anciano Capuleto, por razones difíciles de determinar y sin tomar en consideración los motivos de la tragedia personal de Paris, dice repentinamente: "Conde de Paris, me atrevo a responderos del amor de mi hija. Creo que en todo se dejará gobernar por mí. Más diré: no lo dudo,”

y sin consultar a Julieta, aunque previamente le había prometido que tendría libertad para elegir, se dirige a su esposa en presencia de Paris y declara en forma inesperada:

”... sea el jueves. Decidle que el jueves se desposará con este noble conde”.

En esta forma se comprometió como jefe de familia, empeñando al mismo tiempo el honor del señor feudal. La señora Capuleto obedientemente fué a informar a Julieta de la decisión de su padre, pero Shakespeare, con un extraordinario sentido de los valores dramáticos, en ese preciso momento presenta a Julieta despidiéndose de su marido, con quien se había desposado en secreto, después de una noche nupcial de intenso éxtasis lleno de emoción. En este momento se puede observar una de las características más sobresalientes del pensamiento moderno, tan perspicazmente captado por Shakespeare, la consecuencia del cambio, del movimiento, del tiempo y del crecimiento. Julieta, transformada por la experiencia, por la potencia creadora del amor, por la necesidad de conservar su matrimonio, por su despertar sexual, ya no es la casta y obediente doncella. De la noche a la mañana se ha transformado en una mujer, capaz, rebelde, ennoblecida y luchando para conservar su felicidad; por su amor, se ha identificado con la vida. Se dirige a su madre y, con una dignidad recientemente adquirida, dice:

"Me extraña su prisa y que me haya de casar con quien ni siquiera me ha hecho la corte. Señora, os suplico digáis a mi padre y señor que no quiero desposarme todavía".

Capuleto entra en estos momentos y se entera de la negativa de Julieta; rechaza toda pretensión de libertad renacentista y manifiesta violentamente la furia desenfrenada del dueño y señor contrariado.

En la medida en que aumenta el valor de Julieta, adquirido a través de los conceptos de un nuevo mundo, su padre retrocede y recurre a las antiguas ideas. Es el señor feudal frente al desafío romántico de la juventud. La ira de Capuleto es aterradora. Al principio amenaza con la fuerza física:

. . señorita deslenguada. . .

... preparad vuestros finos pies para el próximo jueves a fin de acompañar a Paris a la iglesia de San Pedro, o, de lo contrario, os llevaré hasta allí a la rastra, en un zarzo. .

Pero ante la continua resistencia, recurre a esgrimir la importancia económica, de su poder, al derecho de propiedad y al de dependencia:

"... Si queréis ser mi hija obediente, os daré a mi amigo; si no Jo queréis ser, ahorcaos, mendigad, consumios de hambre y misería, morid en medio de la calle. Pues, por mi alma, que nunca os reconoceré como hija”.

El código de honor feudal se tambalea. Su dignidad está empeñada. Sus últimas palabras al salir furioso de la habitación son las siguientes: "¡Yo no quebrantaré mi palabra!". La madre de Julieta permanece por un momento más en la habitación y apoya a su esposo, rechazando la súplica de su única hija.

Es característico de la literatura del Renacimiento y de todos los movimientos revolucionarios, que la liberación del hombre adopte como símbolo más relevante la liberación de la mujer, porque desde que la trasmisión de la propiedad fue instituida a través de la línea paterna, la mujer ha sido el elemento más explotado de la sociedad y la lucha contra los derechos establecidos de la propiedad, adopta la forma de abolición de la esclavitud de la mujer. Julieta representa el derecho individual, particularmente el de la mujer para vivir como quiera, en oposición a las normas inflexibles del pasado que la condenaban a la anonimidad y a la sumisión. Lleva en sí el espíritu de la rebeldía contra el anacronismo aniquilador. Este es el mayor atractivo de la obra, para la juventud y para los rebeldes de todas partes. Es la juventud del Renacimiento expresada en los términos de un tierno amor.

Mayor información acerca de las contiendas y el feudalismo

El pasado se simboliza con la pugna enconada de dos familias conocidas, situación a menudo repetida en las obras legendarias, representativa de la honda división existente en la propia estructura feudal que no presenta un frente unificado al nuevo mundo. Se ocupa de una lucha suicida, carente de sentido, que, no conforme con destruir a sus propios paladines, estando ya en su agonía, aún puede truncar las esperanzas de la juventud. Capuleto y Montesco, en cuyos nombres se perpetúa la pugna, son ancianos que, irónicamente, son incapaces de portar armas. La primera escena de la obra presenta una riña callejera entre los mozos de las dos casas, cuando aparece el chocho Capuleto y pide a gritos su espada; pero su esposa le replica: "¡Una muleta! ¡Una muleta! ¿Para qué pedís una espada?" y Montesto protesta; "¡No me detengáis, dejadme!”, mientras cjue su esposa Jo detiene con las siguientes palabras: "¡No daréis un paso para ir en busca de un enemigo!”

Sin embargo, la enemistad impotente de los dos miembros incapaces para el combate, se transfiere a la generación, apta, para la lucha. Las viejas ideas mueren lentamente y Teobal-do, de la familia de los Capuleto, de mal genio, fácil de enardecer de coraje, es un discípulo devoto de la ley feudal. Honra al honor más que al amor y desdeña la paz: "¡Odio esa palabra, como odio el infierno. . .” Es un hombre de tradición de caballeros, nacido para la guerra. Dedica su vida histéricamente a la conservación del pasado, aún más que aquellos que vivieron en él. Hasta después de que el príncipe llama la atención a Capuleto y a Montesco, éstos prometen mantener el orden y están dispuestos a cumplir su promesa. Capuleto, de temperamento violento, le dice a Paris:

"... y no será difícil, según pienso, en hombres

tan viejos como nosotros, mantener la paz”.

Pero el atrevido de Teobaldo no acepta nada de esto; Romeo ha provocado que la fogata del odio se reviva, al asistir a la fiesta de los Capuleto sin haber sido invitado. Aunque sus intenciones fueron pacíficas, motivadas por el peso de un amor insatisfecho, Teobaldo quiere vengarse de Romeo. No existe momento más dramático, que la escena en que Teobaldo reta a Romeo, a pesar de la incesante corriente de reflexiones internas de los personajes, artificio tan típico de Shakespeare. Es de fama reconocida la habilidad de Teobaldo con la espada, y que aun cuando desde su punto de vista tiene un resentimiento justo, toda nuestra simpatía es para Romeo, aunque éste rehúsa la lucha ya que sólo una hora antes se ha desposado con Julieta, hecho que no puede descubrir. Por lo menos legalmente, ya está emparentado con los Capuleto y es primo de Teobaldo. Hábilmente esquiva todos los insultos de este último. Desecha totalmente el código de honor y sus obligaciones. Pero al evitar la provocación sorprende a sus amigos, quienes lo juzgan por su aparente cobardía. Sin embargo, Teobaldo y Mercucio desenvainan. Romeo intenta detenerlos, pero al intervenir, Teobaldo lo aprovecha para escudarse con su brazo, con el fin de matar a Mercucio. De esta manera Romeo se encuentra involuntariamente inmiscuido en la muerte de su mejor amigo. Ni su amor pór Julieta puede absolverle totalmente de participar en una lectiva adhesión al pasado. También él se encuentra aprisionado entre dos mundos. A pesar de no querer reconocer un código de honor que considera en desuso, no puede tolerar la acción infame de Teobaldo. El derrame de sangre lo ha lanzado de nuevo al campo de batalla y su "honra está manchada por el ultraje de Teobaldo”.

En un grito angustioso proclama:

”... ¡Oh, dulce Julieta! ... ¡Tus hechizos me han afeminado,

ablandando en mi temple, el acero del valor!”.

Teobaldo reaparece y la maldición del pasado se desvanece ante la punta de la espada de Romeo, quien, espoleado por el fuego creciente del deseo de castigarse a sí mismo, por su falta de decisión anterior, desenvaina y mata a Teobaldo. Se hace justicia al honor feudal, pero el rigor del Estado recae inexorable sobre sus víctimas inocentes; "caprichos del destino”: aquél que más deseaba ponerle fin a la lucha, ha sido el instrumento para hacerla resurgir. El pasado tiende sus brazos para reclamar a dos víctimas en la muerte y dos en vida.

El tiempo se acorta

En el Renacimiento el factor tiempo ocupa un lugar preeminente, puesto que una economía en expansión, volátil, incontenible, requiere hombres de acción. En el mundo feudal, limitado y restringido, el tiempo se detiene. Hasta la guerra y los actos valerosos se realizaron en períodos largos de meses o años. El nuevo mundo mercantil en que se desarrolla el Renacimiento, adjudica al tiempo tal valor, que lo convierte en una mercancía. La tierra con un valor relativo de arraigo ya no constituía el único elemento determinante de la riqueza. El dinero, circulante y elástico, poseía una capacidad dinámica propia. Las fortunas se ganaban y se perdían en una sola aventura. La industria y el comercio preocupados por encontrar un aumento en la eficiencia de la producción establecieron o incorporaron en sus métodos los relojes y cronómetros exactos. El nuevo racionalismo se preocupó con la organización del tiempo. El sentido abrumador del tiempo en la actualidad, esquivo, y constante persecución, devorador omnipotente, que perturba tanto a los escritores desquiciados, tuvo su origen en el siglo xvi cuando los manufactureros se vieron obligados a utilizar el tiempo en forma más productiva. Por ejemplo, en Italia, cuando el rey de Nápoles estableció la asistencia obligatoria a misa, con demasiada frecuencia, Carra-cioli pensó, "aunque esto puede ser útil, es perjudicial para el aprovechamiento completo del tiempo de un individuo’’[6].

Romeo es representativo del nuevo tipo de hombre en acción que surge en la primera etapa del Renacimiento. Comprende en forma clara la importancia de sus acciones y tomando en cuenta la complejidad de las mismas, actúa rápidamente. No es sino hasta después de la primera desilusión, de los alcances del Renacimiento que el conflicto interno de la voluntad, para actuar o dejar de actuar representado por Hamlet, se convierte en tragedia personal. En Romeo no hay otro pensamiento que el que le ordena la acción.

Se enamora en una fiesta, inmediatamente se dirige a la joven y la convence galantemente que le permita que la bese. No pierden el tiempo en un debate personal interminable. No se adormecen los conflictos interiores. La ve, la corteja, la besa, y la noche siguiente salta la tapia de su jardín para conquistarla al pie de su balcón. Julieta trata de aconsejarle que sea prudente porque "es demasiado brusco, demasiado temerario, demasiado repentino, demasiado semejante al relámpago’’, pero su pasión creciente no puede ser contenida dominándoles a los dos. Hacen sus proyectos para huir al siguiente día y casarse en la celda de fray Lorenzo. Efectivamente, actúan como los individuos del mundo naciente que va marcando el paso y el ritmo de la vida. Los amantes no titubean ni un instante. Aprovechan el tiempo, desafiándolo, tienen la voluntad de actuar; Julieta no derrama lágrimas por el desacato de sus obligaciones filiales y le dice a Romeo en forma franca:

"... comunícamelo mañana por conducto de una persona que yo procuraré enviarte, señalándole dónde y a qué hora quieres que se verifique la ceremonia, y pondré mi suerte a tus pies y te seguiré por el mundo como a mi dueño y señor”.

En la misma forma manejó Shakespeare sus fuentes de inspiración. El poema de Brooke llevó nueve meses para la concepción de su historia de amor. Shakespeare compendió la acción de su obra en cinco días. El drama resultante, aunque presenta algunos momentos inverosímiles y otros donde lo fortuito reemplaza la intención, es una obra grandiosa, emocionante, viva, la sucesión intensiva de acontecimientos que destruye el tiempo, cambia las fortunas y presenta el desarrollo de los individuos y sus decisiones sobre la marcha.

En un orden rápido suceden la muerte de Teobaldo, el destierro de Romeo, unas cuantas horas en su cámara nupcial, la exigencia de Capuleto para que Julieta se case con Paris y su decisión para tomar el brebaje que le provocará una muerte aparente. El plan de los amantes para huir de la familia y los amigos, es frustrado por la falta de comunicaciones —un método trillado, que hace desmerecer a los caracteres de gran nobleza y voluntad férrea, que se enfrentan al desastre provocado por ellos mismos—, pero dicha estratagema sirve para el fin de precipitar los personajes a su muerte, momento culminante de la obra, puesto que en el patrón rítmico del Renacimiento, es la transición suprema, veloz e inevitable de la vida a la muerte.

La escena final de la obra está envuelta en pesadumbre. En la oscuridad de la noche, al lado de la tumba en que yace Julieta. Romeo buscando la muerte, se ve obligado a matar al gentil Paris. Al mirar la forma inerte de Julieta, aparentemente en su lecho mortal, recapacita sobre el hecho físico de tomar una vida, y en la contemplación de la muerte. El amor, la felicidad y la esperanza plena de éxtasis, de la primavera de las realizaciones, son absorbidos por la muerte.

Romeo en el borde de la vida grita en voz alta:

"Aquí fijaré mi eterna morada, para librar a esta carne, hastiada del mundo, del yugo del mal influjo de las estrellas”.

Así es la juventud de todas partes, perdida en el caos de fuerzas impredecibles pretende gustosa la muerte. Julieta representa la interacción de los opuestos, porque ella es el amor y la vida, besa los labios de Romeo para absorber el veneno para tomar la muerte de él, que es su vida.

Sus suicidios son la prueba final de su amor sin muerte. "Vosotros no estáis vencidos” es la última resolución de la piramidación sin fin de las interpenetraciones de causa y efecto. Los amantes no se han quedado pasivos, esperando decisiones. Han forzado la historia y su aniquilación encierra su triunfo definitivo mucho más que si hubiesen vivido, porque al morir han promovido la transformación de otros, resolviendo la querella familiar; han eliminado los vestigios del pasado abriendo la brecha para los que vendrán por el mismo camino. Por su actuación han cambiado la sociedad, auténticamente renacentista en sus implicaciones, porque la Edad Media aceptaba la sociedad como algo inmutable. Los dos amantes, unidos en la muerte, son ofrenda sangrienta sobre el altar del progreso.

El príncipe desempeña su papel

EN Romeo y Julieta el problema del poder del Estado y del príncipe es de menor importancia. Shakespeare trata el problema más ampliamente en sus historias y en algunas de sus comedias, principalmente en comedias tan irónicas como Medida por medida. Sin embargo, es tan predominante el Renacimiento, la consideración de la función propia del Estado, que aun en Romeo y Julieta las implicaciones son evidentes. La obra refleja en términos humanos, el conflicto de ideologías, el pensamiento feudal frente a los razonamientos burgueses. Si existe una lucha de clases, el rey es el instrumento del Estado, que deberá tomar las decisiones adecuadas pesando los intereses de todos. Esta noción del Estado por encima de las luchas, ya sea un pretexto calculado o racionalismo humanitario, como el factor neutral que debería determinar el cauce mejor para la nación, fué un concepto conveniente para el mercader del Renacimiento que necesitaba un aliado poderoso contra la nobleza terrateniente. En España donde el rey retuvo su poder absoluto, todas las obras del Renacimiento presentan conflictos entre los personajes, resueltos por la intervención del rey. Aun cuando el autor hubiese atacado las condiciones inhumanas del feudalismo, el rey seguía siendo el más poderoso de los señores feudales y fuente de justicia. Es interesante observar que en la obra de Calderón de la Barca El alcalde de Zalamea, presenta a los campesinos sublevados y desafiando al rey; una situación inusitada y muy peligrosa. Pero el rey, que había sido mal informado, una vez enterado de la naturaleza justa del resentimiento del pueblo, retracta su decreto anterior perdonándolos a todos. El Renacimiento ennoblece al príncipe misericordioso. Sin embargo se abusó tanto en los dramas de este recurso teatral, que cuando se complicaba demasiado el argumento y los personajes eran incapaces de resolver una situación, se hacía aparecer repentinamente al duque o al príncipe en escena para solucionarlo todo, muy convenientemente para el autor.

En Romeo y Julieta el papel del príncipe Escalus es insignificante; sin embargo, es la fuerza estabilizadora del Estado contra los grupos minoritarios que tratan de perturbarlo. Se presenta por encima de la lucha, siempre impersonal, resuelve e impulsa a la acción. Generalmente aparece en la apertura y en las escenas finales de la obra, en una para establecer el trasfondo y en la otra para resolver las dificultades. Cuando suspende una lucha callejera, declara:

Vasallos revoltosos enemigos de la paz, profanadores de esos aceros que mancháis con la sangre de vuestros vecinos... arrojad al suelo de esas manos sangrientas vuestras mal templadas armas y oíd la sentencia de vuestro enojado príncipe. Si en lo sucesivo promovéis nuevos desórdenes en nuestras calles, vuestras vidas pagarán el quebrantamiento de la paz”.

Así nace nuestro temor por Romeo cuando se ve forzado a perturbar nuevamente el orden de las calles. La siguiente vez que aparece el príncipe destierra a Romeo de Verona, proporcionando el clima adecuado en que actúan los amantes, obligándolos a separarse en el momento de su unión. Sin embargo, en ambas escenas el príncipe no ha podido resolver las causas de fondo en la situación de desequilibrio social. Ha adjudicado el castigo, después de la falta. Ha ejecutado su función como juez más bien que como hombre de estado. Por consiguiente, es de mayor importancia su aparición final en el cementerio, donde a pesar de lo impropio de la hora, el príncipe está presente, actuando como coordinador, tratando de unir los fragmentos desconocidos de la historia de los amantes. No repara en admitir su propia culpa:

"Mirad qué castigo ha caído sobre vuestros odios. Los cielos han hallado modo de destruir vuestras alegrías por medio del amor. Y yo por haber tolerado vuestras discordias perdí también a dos de mis parientes. ¡Todos hemos sido castigados!

Romeo y Julieta han estado indefensos contra la presión abrumadora de las incongruencias de la estructura social.

Ambos son capaces de enfrentarse con valor a sus problemas personales. El príncipe sensible para captar las necesidades del Estado, es un instrumento para efectuar el cambio social. La Ley es lo que el príncipe decreta; aunque los problemas poli-ticos sólo se presentan en forma marginal en Romeo y Julieta, una obra que gira en torno a las relaciones humanas de los "amantes nacidos bajo contraria estrella”, es aún más valiosa, para observar el grado en que Shakespeare había captado las nociones comunes de la época, relativas al poder del Estado. En el apogeo de la inquietud isabelina, el monarca superior era el desiderátum social.

Poesía y voluntad consciente

La última década del siglo xvi fué una etapa de avance glorioso de la poesía inglesa. Romeo y Julieta, está colocada en la vanguardia de sus realizaciones. Aunque la obra es el producto de un poeta joven, refleja el grado en que Shakespeare moldeaba su construcción dramática. La obra posee la viva unidad lírica característica del primer período del Renacimiento, la poesía deja de ser complementaria o adicional. El vigor de la libertad lírica isabelina se canaliza en las restricciones severas del drama. Por ejemplo, cuando Romeo y Julieta se encuentran por vez primera, conversan en forma de soneto en el que cada uno recita líneas sucesivas. La poesía se ha incorporado a la trama y al personaje.

Sin embargo aún abunda la exuberancia florida y las metáforas forzadas de la década anterior. No está a la altura de la pasión de Romeo la frase "mis labios dos ruborosos peregrinos", comparable a los juegos de palabras execrables que pueden observarse en las primeras líneas de la obra; ideadas probablemente para adormecer al público y provocarle una actitud de curiosidad.

Pero la escena final en que los invocadores de la muerte se funden íntimamente en el ambiente y la estructura de la obra es un momento incomparable de magnificencia lírica.

La debilidad de la obra estriba en su fracaso para lograr el diálogo dramático. La época está aún demasiado consciente de sus éxitos externos. Unos cuantos años más tarde, las tensiones adormitadas de una etapa revolucionaria, se desatan en desacuerdo violento. El fracaso de la riqueza material para efectuar el progreso social, la superficialidad del adorno profuso y el engrandecimiento físico tornaron al hombre introspectivo para conocerse mejor a sí mismo. Shakespeare se convierte en el dramaturgo maduro, en El rey Lear y Hamlet, en los que logra la integración de forma y contenido; un lenguaje vigoroso derivado de las caracterizaciones con gran significado psicológico y fundido en el argumento como elemento dramático. Como Romeo, "cansado del mundo" a los 21 años, el Renacimiento se ha envejecido al nacer, y el drama, esencialmente el conflicto de la voluntad consciente del hombre, con el medio condicionante y limitativo, encontró las condiciones objetivas para lograr su madurez. En Romeo y Julieta presenciamos la primera felicidad, el resplandor de la convicción, el entusiasmo de la aventura, los dolores crecientes de la desilusión, que es aún mayor, por el hecho de presentarse en el momento decisivo del desarrollo renacentista. Es un espejo de los tiempos, en "su forma y en su presión”. Es teatro desde sus raíces, expresando al unísono con el pueblo sus hazañas; las luchas y las aspiraciones de su época.

Para reconstruir el ambiente histórico e interpretar el Renacimiento, se recomiendan los siguientes libros:

Alfrf.d von Martin, Sociology of the Renaissance. Kegan Paul, Trench, Trubner and Co. Ltd., London, 1944. Un estudio excelente de los cambios sociales y de la influencia del Renacimiento en las ideas.

R. H. Tawney, Religión and the Rise of Capitalism. Harcourt Brace and Co., N. Y., 1926. Estudio sobre la Reforma y sus bases económicas.

John Howard Lawson, The Hidden Heritage. Citadel Press, N. Y., 1950. Estudio acerca de las relaciones recíprocas entre la cultura y las fuerzas históricas antes de la colonización de América.

Max Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism.

Jacob Burckhardt, The Civilization of the Renaissance in Italy. Werner Sombart, Der Moderns Capitalismns. Dunker & Humboldt, Leipzig, 1928.

Llamadas en el texto:

[1] Cf. Von Martin.

 

[2] Sir Thomas More, Utopia

 

[3] James Anthony Froude, English Seamen of the lGth. Cen-tury. Harrap and Co., London, 1925.

 

[4] E. K. Chambers, The Elizabethian Stage, vol. III.

 

[5]  Phillip Henslowe, Diary; citado en Chambers.

 

[6] Von Martin.

 

[7]  Cf. Towney.

 

por Allan Lewis

 

Ver, además:

William Shakespeare en Letras Uruguay

 

Publicado, originalmente, en: Cuadernos Americanos Año XII 6 Noviembre - Diciembre 1953

Cuadernos Americanos es editado por la Universidad Nacional Autónoma de México / Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe
Link del texto: http://www.cialc.unam.mx/ca/CuadernosAmericanos.1953.6/CuadernosAmericanos.1953.6.pdf

 

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