Función del Símbolo en la Poesía de Neruda
por Viviane Lerner

1. Símbolo y totalidad

1,1.

El símbolo es un modo autónomo de conocimiento, capaz de revelar ciertos aspectos del mundo que desafían cualquier otro medio de aproximación. Mientras que el concepto formula con exactitud una proposición clara y racional, el símbolo en cambio no define nada: por el contrario, su destino es contener todo un haz de significaciones, solidarias y contradictorias a la vez. Es posible observar así, en la Oda a la Luna[1], una insólita proliferación de imágenes que alternativamente harán de la luna un reloj, una flor, una muerta, un océano, una vaca, aparte de otras imágenes complementarias. La luna evocará por una parte el origen, la claridad, la fertilidad, la vegetación: en suma, el nacimiento y la vida; por otra, el símbolo habla de petrificación, de oscuridad, de frío y de rigidez, es decir de muerte y de desolación[2]. Es que en la imaginación nerudíana los dos aspectos coexisten: para quien —como Neruda— no está dispuesto a sacrificar nada a las apariencias al desconfiar por instinto de todo conocimiento especulativo, la realidad se le manifiesta de manera equívoca y no le resulta posible, sino bajo riesgos de grave mutilación, expresarla a través de conceptos que necesariamente la fijarían o inmovilizarían.

Unamuno escribió alguna vez que la lógica era un cementerio de ideas; Neruda, por su lado, inaugura la «Oda al Libro»[3] con esta declaración lapidaria:

Libro, cuando te cierro

abro la vida

y toma posición contra todo lo que Tija, define o esclaviza:

odio

el libro araña

en donde el pensamiento

fue disponiendo alambre venenoso

para que allí se enrede

la juvenil y circundante mosca.

Tal profesión de fe podría resultar sorprendente para quien se entere por primera vez del amor que Neruda tiene a los libros y de la riqueza de su biblioteca. Margarita Aguirre, que por varios años fue secretaria del poeta, ha proporcionado datos que permiten hacerse una idea de los tesoros bibliográficos recogidos con amor en todos los rincones del mundo[4]. Obviamente, no todos los libros son condenados en la primera »Oda al Libro«: a ésta la sigue una «Oda al Libro (II)» que celebra las revelaciones contenidas en el libro de poesía, el cual, contrariamente al libro apostrofado en el poema anterior, es vivo y real:

Libro

hermoso,

libro,

mínimo bosque,

hoja

tras hoja

huele tu papel

a elemento,

eres

matutino y nocturno,

cereal,

oceánico

«Bosque», »cereal« o incluso «lámpara», tal es el verdadero libro, ese que — «matutino y nocturno» a la vez— testimonia la cambiante multiplicidad del mundo elemental y sus innumeras facetas. La pluralidad de las significaciones simbólicas puede, de hecho, resolverse en una ambivalencia fundamental que descansa sobre una dialéctica inspirada en la doble polaridad cósmica.

1.2.

El símbolo proyecta al espíritu en varias direcciones que arrancan del equívoco fundamental y en el camino se carga de elementos heterogéneos: unos relevan proyecciones imaginarias de Neruda, de su personalidad y de su experiencia particular; otros dependen más directamente de la realidad física de lo imaginado.

La palabra que sirve de soporte al símbolo no es ya el remate o coronación de un pensamiento sino una semilla, un punto de partida:

CAPORAL

CAPUCHON

qué maravilla

pronunciar estas sílabas

con aire,   

y más abajo CAPSULA

hueca,

esperando aceite o ambrosía,

y junto a ellas

CAPTURA CAPUCETE CAPUCHINA

CAPRARIO CAPTATORIO

palabras

que se deslizan como suaves uvas

o que a la luz estallan

como gérmenes ciegos que esperaron

en las bodegas del vocabulario

y viven otra vez y dan la vida:

una vez más el corazón las quema.

 

Diccionario, no eres

tumba, sepulcro, féretro,

túmulo, mausoleo,

sino preservación,

Juego escondido,

plantación de rubíes,

perpetuidad viviente

de la esencia,

granero del idioma[5].

En la perspectiva simbólica la palabra jamás lo dice todo, está destinada a no ser jamás sino «fuego escondido«, a significar siempre más de lo que dice. El símbolo apela a la convergencia de datos e impresiones de naturaleza generalmente muy variada y siempre equívoca. En él se alían los contrarios: el símbolo es el encuentro de lo dado y de lo posible, el signo de su coincidencia. Es un tema de totalidad y un lugar de alianza. Representa así un modo singular —e irremplazable— de aprehensión de lo real: a través de la imaginación simbólica le es dado al poeta ver más allá de las apariencias y de las etiquetas, asegurándose así una más rica y más penetrante visión del mundo:

De pronto cuando voy andando

sale de pronto de algún sitio

un olor a piedra o a lluvia,

algo infinitamente puro

que sube yo no sé de dónde

y me conversa sin palabras,

y yo reconozco la boca

que no está allí, que sigue hablando.

Busco de dónde es ese aroma,

de qué ciudad, de qué camino,

sé que alguien me está buscando,

alguien perdido en las tinieblas[6].

Ha reaparecido aquí el llamado de El Hondero Entusiasta, y también el de Oda con un Lamento:

oigo que alguien me sigue llamándome a sollozos

con una triste voz podrida por el tiempo[7].

O de «El Abandonado»:

Te busco, busco tu efigie entre las medallas

que el cielo gris modela y abandona,

no sé quién eres pero tanto te debo

que la tierra está llena de mi tesoro amargo.

Qué sal, qué geografía, qué piedra no levanta

su estandarte secreto de lo que resguardaba?

¿Qué hoja al caer no fue para mí un libro largo

de palabras por alguien dirigidas y amadas?[8].

¿Quién es, pues, este alguien que Neruda de hecho no ha cesado de invocar bajo diversas formas desde El Hondero Entusiasta, llamándola alternadamente «mi alma», «mi dulce esclava», «mi amada», «mi dulce hermana» o «madre oscura»? ¿Se trata de una mujer conocida o de una mujer soñada? ¿Postula acaso la existencia —en algún lugar— de un poder divino que podría justificar su adscripción al mundo permitiéndole por fin «tomarse en serio»?

Este ser, en efecto, se le aparece ordinariamente con notable imprecisión: ¿es en definitiva una mujer, un hombre, un puro espejismo?

Eres, eres tal vez, el hombre o la mujer

o la ternura que no descifró nada.

O tal vez no apretaste el firmamento oscuro

de los seres, la estrella palpitante, tal vez

al pisar no sabías que de la tierra ciega

emana el día ardiente de pasos que te buscan.

Pero nos hallaremos inermes, apretados

entre los dones mudos de la tierra final.

Un psicoanalista freudiano tal vez no resistiría la tentación de interpretar toda la vida de Neruda en función del angustiado sentimiento de abandono o desamparo que parece dominar la mayor parte de su comportamiento y cuyo origen podría encontrarse en la inseguridad que ciertamente no pudo dejar de afectar al pequeño Neftalí Reyes a raíz de la muerte de su madre. Se puede imaginar a partir de allí todo un mecanismo de compensación destinado a evitarle en el futuro la intolerable angustia de sentirse abandonado. De este modo es posible imaginar el amor, el erotismo, la poesía, la política, como recursos contra esa angustia, e incluso es posible asimilar el entusiasmo con que Neruda entró al Partido al de un niño que se descubre por fin una familia, con el aditivo de un tranquilizador substituto de la autoridad paterna —ideal aquí en cuanto benévola o bondadosa— que lo comprende y lo admite en la entraña de su voluntad. También se puede pensar que el amor a su patria no sería sino la proyección del amor que le habría gustado entregar a su madre. Y etcétera.

Toda esta perspectiva no es ciertamente desechable en la medida en que da cuenta de algunas particularidades biográficas de Neruda y del modo en que éstas intervienen en su obra, pero jamás será suficiente para explicar la obra misma ni, a fortiori, para explicar el misterio de la creación poética en general. Aun si fuera posible representar la poesía nerudiana como reveladora de un mecanismo de compensación, siempre restaría explicar por qué precisamente ese mecanismo fue el que prevaleció. ¿Acaso todo huérfano es comunista o poeta?

Todo proceso creador es misterio.

1.3.

El simbolismo acusa la impronta de ese misterio esencial. Precisamente porque asume un rol de mediador entre dos orientaciones opuestas, el símbolo no coincide jamás con aquello a que se le hace apuntar: siempre se manifiesta en él la huella de una ausencia, el signo de una carencia. El simbolismo testimonia la finitud del universo y del pensamiento, al mismo tiempo que la necesidad de sobrepasar los contrarios y de abolir la doble palaridad que caracteriza a la condición humana.

En toda la obra poética de Neruda se transparenta esta preocupación fundamental:

devuélveme la grande rosa la sed traída al mundo

a donde voy supongo iguales las cosas

escribió en 1925 hacia el final de su largo poema Tentativa del Hombre Infinito, y una treintena de años más tarde, en los Cien Sonetos de Amor, así intentará puntualizar sus sentimientos hacia su mujer:

Sabrás que no te amo y que te amo

puesto que dos modos es la vida,

la palabra es un ala del silencio,

el fuego tiene una mitad de frío[10] .

Por otra parte, en el tercero de sus libros de odas celebrará en estos términos la visión de un albatros que ha venido a morir a la playa después de un viaje demasiado largo:

El, con sus alas, era

la energía,

la dirección, los ojos

que vencieron

sol y sombra[11]

La etapa maniquea de Neruda ha concluido, dando lugar a un apasionado anhelo de aprehensión total del mundo:

Os amo idealismo y realismo,

como agua y piedra

sois

partes del mundo,

luz y raíz del árbol de la vida.

.......................................

Soy decididamente triangular.

......................................

Hay que dejar que baile la belleza

con los galanes más inaceptables,

entre el día y la noche:

no la obliguemos a tomar la píldora

de la verdad como una medicina.

.........................................

No soy rector de nada, no dirijo,

y por eso atesoro

las equivocaciones de mi canto[12].

Vencer la sombra y la luz, sobrepasar el estado de la antinomia, abolir las oposiciones: tal superación es necesaria para acceder a la integridad de la realidad última, a la unidad absoluta, pues al fin de cuentas

Somos ¿os rayos de una sola rueda

divididos

como lingotes de oro

y alcanzando con trenes y con ríos

la insólita unidad de la naranja[13].

Gracias al poderío del símbolo ninguna visión totalizadora y —en definitiva— ninguna síntesis es imposible. El símbolo es receptáculo de poder y encrucijada de todas las dialécticas. Es la palabra esencial, la que, nacida de la sangre, dramatiza al mundo en profundidad:

la afirmación, la claridad, la fuerza,

la negación, la destrucción, la muerte:

el verbo asumió todos los poderes

y se fundió existencia con esencia

en la electricidad de su hermosura[14]

2. Símbolo y unidad

2.1.

De este modo el simbolismo acusa la impronta de una situación de conflicto, y la imaginación nerudiana se revela el campo de una lucha perpetua entre dos antagonistas de fuerza igual: el símbolo es el signo revelador de una zona de tensión, de un divorcio íntimo. Neruda nos proporciona abundantes testimonios de este divorcio y de la duda que él engendra en el seno de su personalidad. Así en Estravagario:

Mientras escribo estoy ausente

y cuando vuelvo ya he partido

Escribe con melancolía en el poema Muchos Somos. Lo vemos en disposición de aceptar su irreductible ambigüedad, que el poeta imagina, por lo demás, como un reflejo de la ambigüedad del mundo elemental:

A quién dejo tanta alegría

que pululó por mis venas

y este ser y no ser fecundo

que me dio la naturaleza?

He sido un largo río lleno

de piedras duras que sonaban

con sonidos claros de noche,

con cantos oscuros de día

....................................[15]

En los últimos versos del «Testamento de Otoño» el poeta habla de sí mismo como de un verdadero nudo de contradicciones: se siente alternadamente «claro y confundido», «lluvioso y alegre», «enérgico y otoñabundo». Pero estas fuerzas en oposición que es necesario tener en cuenta para recrear una totalidad, en verdad sólo coexisten: es en el corazón del símbolo donde se reúnen, poniendo así de manifiesto que la unión de los contrarios es siempre posible:

Yo pienso confundir las cosas,

unirlas y recién nacerlas,

entreverarlas, desvestirlas,

hasta que la luz del mundo

tenga la unidad del océano,

una integridad generosa,

una fragancia crepitante[16]

Sólo el símbolo logra significar la unidad cósmica en que todas las disonancias del hombre y del mundo se anulan milagrosamente, y en que el pan puede referirse a un hambre de unidad colmada, como en esos versos en que el hablante más allá del pan ve la tierra, «la unidad de la tierra». El símbolo tiene su origen en una situación de conflicto pero al mismo tiempo es reconciliación, es mediación entre el instante y la permanencia, entre lo manifiesto y lo presentido. Así exclama en Cantos Ceremoniales:

Quiero oír lo invisible, lo que cayó del tiempo

al palio equinoccial de las palmeras...[17]

2.2.

Este anhelo de abolir los contrarios por vía de sobrepasarlos traduce una cierta voluntad de recuperar simbólicamente el Tiempo del Comienzo Absoluto, voluntad que se acompaña de una especie de nostalgia de «la inocencia original» —la que precede a la caída del hombre en la historia y a su participación en el condicionamiento cultural—, del tiempo en que todo era todavía puro germen y esperanza, en que el hombre aún no tenía un pasado que dejar atrás. Por virtud de una manzana simbólica Neruda puede abolir el tiempo y reencontrar el camino del Paraíso:

Siempre

eres nueva como nada

o nadie,

siempre

recién caída

del Paraíso:

plena

y pura

mejilla arrebolada

de la aurora!

....................

Cuando mordemos

tu redonda inocencia

volvemos

por un instante

a ser

también recién creadas criaturas:

aún tenemos algo de manzana[18].

Todas las armonías, todas las reconciliaciones se subentienden en el símbolo, que es tensión creadora y que encuentra en su misma ambivalencia un principio dinámico orientado hacia la búsqueda de lo ejemplar, de lo absoluto.

En Neruda, como en la mayoría de los artistas contemporáneos, aparece la conciencia aguda de una discontinuidad entre el pensamiento y la acción, entre la poesía y la historia. De ello resulta un conflicto que sólo se puede resolver racionalmente afirmando la supremacía de la acción sobre el pensamiento —y de la colectividad sobre el individuo— en una perspectiva existencial y materialista, o al contrario desprendiéndose del modo más total de una acción necesariamente limitada en el tiempo para seguir la vía de la espiritualidad pura que aspira al infinito.

Estravagario recoge un momento en que el conflicto deviene explosivo para Neruda, que toma conciencia de la agobia-dora división a que está sometido, asumiendo sin cesar actitudes o comportamientos en que él mismo no se reconoce verdaderamente:

De tantos hombres que soy, que somos

no puedo encontrar a ninguno[19].

Lo vemos así fraternizando con aquel que fue un cuarto de siglo antes... Como aquel negado autor de Residencia en la Tierra, lo vemos ahora tras una evidencia capaz de dictarle una conducta coherente y de yugular sus incertidumbres. Siente demasiadas incompatibilidades dentro de él, pero ¿a cuál de ellas privilegiar?

Qué debo hacer para escogerme?

Cómo puedo rehabilitarme?

........................................

Y así no sé quién soy,

no sé cuántos soy o seremos.

Me gustaría tocar un timbre

y sacar el mí verdadero

porque si yo me necesito

no debo desaparecerme[20].

Sin embargo, si bien Neruda ha vuelto a dudar de sí mismo y teme las ingerencias en su vida de aquel a quien llama «mi más pérfido enemigo: Pablo Neruda»[21], ya no es —ni lo será probablemente nunca más— el personaje desamparado de su primera época poética. Aunque a ratos su existencia le parece mezquina, aunque por momentos se siente insatisfecho en el cuadro de la vida cotidiana, el poeta logra reafirmar simbólicamente sus apetencias vitales en una suerte de evasión:

me voy cantando por los mares

y vuelvo a respirar raíces.

Mi dirección es vaga, vivo

en alta mar y en alta tierra...[22]

Reencuentra así el camino de la unidad cósmica donde todo es necesario y plenamente significativo:

Oh aurora desprendida

de la sombra y la luna en el océano,

siempre vuelvo a tu sal abrasadora,

siempre es tu soledad la que me incita

y llegado otra vez no sé quién soy,

toco la arena dura, miro el cielo,

paseo sin saber donde camino,

hasta que de noche

suben y bajan flores indecibles:

en el ácido aroma

del litoral palpitan las estrellas.

Errante amor, retomo

con este corazón fresco y cansado

que pertenece al agua y a la arena,

al territorio seco de la orilla,

a la batalla blanca de la espuma[23].

El hablante se siente serenado por este mar simbólico al que se dirige como al Gran Purificador, el que debe liberarlo de todas las asechanzas de inautenticidad que cada día asedian a su «mí verdadero»[24] y volverlo a la pureza de lo esencial, único y coherente.

2.3

El símbolo traduce toda contradicción posible, pero, al anular el conflicto que traspone, remite a un más allá todavía inasible en el que sin embargo todas las alianzas se tornan imaginables por el poder milagroso del Verbo. Como escribiera Rimbaud en su famosa Alchimie du Verbe: «J’écrivais des silences, des nuits, je notais l ’ inexprimable. Je fixais des vertiges».

Para Neruda, entre su propia ambigüedad y la del universo se establece toda una red de correspondencias: profundizar una es profundizar otra y la totalidad de una concierne a la totalidad de otra.

Ahora bien: el lenguaje simbólico es el único capaz de manifestar la multiplicidad fenoménica del mundo y de revelar al mismo tiempo su esencial unidad. En oposición a una realidad »oficial« que sólo se interesa por la forma y que se viste del pragmatismo más brutal, el mundo simbólico es un mundo ejemplar y purificado, un mundo habitable en cuanto asume significación y fundamento.

De este modo la poesía nerudiana se ofrece a la vez como rebelión contra todo lo que limita, restringe, fija o separa, y como impulso hacia el Ser, hacia la Armonía, hacia el Cosmos...

2.4.

Se podrá objetar, por cierto, que el cosmos nerudiano es en definitiva artificial en cuanto reposa sobre un contrasentido, o por lo menos sobre una grave contradicción: en efecto, al reivindicar la plenitud Neruda se niega a amputar su universo de sus modalidades caóticas. Admite en su poesía las fuerzas de la muerte y de lo inevitable arbitrario pero a la vez pretende limitar el absurdo, circunscribir el caos, darle una función, cosmizarlo, lo que equivale a negarlo. O el caos es caos —por lo tanto irreductible— o no lo es. No podemos negarnos, sin embargo, a la irrupción libremente desordenada del caos en el universo armonioso de Neruda.

Por lo demás, ¿qué permitiría establecer la supremacía de las fuerzas cósmicas sobre las fuerzas de destrucción? Absolutamente nada. En el plano racional, por un lado el sufrimiento implicará siempre un cosmos en fracaso, en tanto que la vida significará siempre la derrota del caos.

Si prevalecen o dominan las representaciones caóticas uno puede sentirse desesperadamente vencido, o puede escribir Residencia en la Tierra, o puede suicidarse. Si al contrario el acento se pone sobre el rol de la voluntad consciente, entonces uno actúa y lucha.

No es posible negar el caos pero tampoco domesticarlo. Neruda lo sabe: quien ha escrito Estravagario necesita vivir esta contradicción que no es solamente la suya sino la de todos los seres humanos.

2.5.

«Cada obra maestra —ha escrito Malraux— es una purificación del mundo, pero su lección común es la de su misma existencia, y la victoria de cada artista sobre su servidumbre resume, en inmensos despliegue, la victoria del arte sobre el destino de la humanidad»[25].

A este respecto la obra poética de Neruda —como la de Rimbaud, de Lautréamont, de Saint-John Perse o de Aragón entre los poetas franceses— es realmente ejemplar.

Notas:

[1] Neruda, Nuevas Odas Elementales, 1956.

 

[2] Igualmente, el fuego es auxiliar doméstico y temible incendiario, la noche es caos y germinación, etc.

 

[3] De Odas Elementales, 1954.

 

[4] Margarita Aguirre, Genio y Figura de Pablo Neruda, Buenos Aires, eudeba, 1964, pp. 53-54.
 

[5] Nuevas Odas Elementales, «Oda al Diccionario»

 

[6] Estravagario, 1958, «Itinerarios»

 

[7] Residencia en la Tierra, 1935 II, III

 

[8] Tercera Residencia, 1947

 

[9] Tercera Residencia, »El Abandonado».

 

[10] Cien Sonetos de Amor, 1959, soneto XLIV.

 

[11] Tercer Libro de las Odas, 1957, «Oda a un Albatros Viajero».

 

[12] Memorial de Isla Negra, 1964, v, «La Verdad». Cfr. Saint-John Perse: «.. .Ó Poete, ó bilingüe entre toutes choses bisaigües, et toi-méme litige entre toutes choses litigieuses... homme parlant dans l’équivoque» (Vents.).

 

[13] Tercer Libro de las Odas, «Oda a la Naranja»

 

[14] Plenos Poderes, 1962, «La Palabra»

 

[15] Estravagario, «Testamento de Otoño».

 

[16] Estravagario, «Demasiados Nombres»

 

[17] «Oceana».

 

[18] Tercer Libro de las Odas, «Oda a la Manzana»

 

[19] Estravagario, «Muchos Somos»

 

[20] Estravagario, «Muchos Somos»

 

[21] Estravagario, «El Miedo»

 

[22] Estravagario, «Adiós a París»

 

[23] Estravagario, «Pacaypallá».

 

[24] Estravagario, «Muchos Somos».

 

[25] André Malraux, Les Voix du Silence, iv, «La Monnaie de l’Absolu».

Trad. Elena Balierino

 

por Viviane Lerner

 

Publicado, originalmente, en: Anales de la Universidad de Chile (1971): año 129, ene.-dic., serie 4

Anales de la Universidad de Chile es una publicación editada por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones - Universidad de Chile

Link del texto: https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view/22384 / 10.5354/0717-8883.1971.22384  

 

Ver, además:

 

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